Crecí
escuchando a la vieja Elvira, mi abuela,
rezongando el refrán que uso para titular mi nota de hoy, y es una frase que me
viene a la memoria una y otra vez de un tiempo para acá. Los marines están en
Panamá, cuando no es en Paramaribo o en Río Hacha o en las afueras de Cúcuta, y
hay hasta quienes los han visto acampando en la plaza Bolívar de Ureña, lo cual
aseguran miraron con sus propios ojos
que se han de comer los gusanos, mientras hacían unos fogones para preparar un
sancocho con las cabezas de los chavistas que apresaron al apenas invadir
Venezuela.
Lo
mismo ocurre con quienes desdicen a estos con la primicia de que será en
diciembre cuando las urnas dirán quién es el sustituto de Gofiote, Ojitos
Lindos y todo el combo de malvivientes que ejercen el poder en nuestro país. A
la par de ello el desangre ciudadano se mantiene inalterable, las carreteras
que van a las fronteras son una hemorragia que no cesa, Venezuela ya exangüe
mira impotente como su savia vital se escapa. Simultáneamente, los que manejan
el tinglado institucional, y cierto segmento de los que aspiran a manejarlo,
permanecen obnubilados, cual mono con un celular empuñado, en sus propias
trapisondas para continuar siendo, o ser,
los jerarcas.
Hay un
juego perverso que busca el desgaste de la unidad. En la acera de la mafia
roja, bajo el amparo de la peste que comanda el estamento militar, sus capos se
pavonean mientras sacan sus cuentas a cara descubierta desde cómodas oficinas
en La Habana. Ya ni se preocupan de guardar las apariencias. La soberanía es
una zarandaja que ya no tiene valor de uso, y mucho menos valor de cambio. No
menos ocurre en algunas esquinas de la otra acera, donde algunos correveidiles,
con gestos contritos y voz ampulosa, venden las bondades del diálogo cual bálsamo
de fierabrás del siglo XXI y exigen que resolvamos las diferencias a través de
la vía electoral. ¡Es que ni los suizos podrían derrochar tanto civismo! ¿O
será cinismo los que estos hijos de su madre exhiben?
El
manido, pero muy efectivo y real, trabajo de base de Guaidó y quienes apuestan
por la salida del caos que padecemos desde hace cuatro lustros, mantiene su
ritmo. Están desmontando lo hecho durante veinte años por una tropa de tarados
que con esmero se han dedicado a disolver lo nuestro y separarnos de los
nuestros. Y ahora aparecen los sacristanes que han guardado un silencio
ejemplar a exigirle a la esperanza una celeridad que ya debieron ellos haberle
puesto a sus asentaderas para haberlas siquiera movido mientras nos
descoyuntaban el país.
En el
estado Trujillo aprendí de algunas de sus matronas la palabra monifato, cuyo
significado es algo así como un injerto de bruto y necio con fatuo, y lo usan
con manifiesto desdén con aquellos en quienes la inteligencia no quiso
manifestarse, o en a los que la impertinencia les hace insistir en sus
desbarres. Pocas veces he encontrado seres que se ajusten más a dicha expresión
como los ya mencionados, por lo visto la imbecilidad y testarudez les impide
dejar de insistir en sus monifatadas, que solo ayudan al gobiernito y poco
sirven para detener el avance de nuestra liberación.
© Alfredo Cedeño
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