Hay un consenso general en torno a la definición de político,
que bien podría resumirse en que es aquel que se dedica a la gestión de la cosa
pública. En abundantes ocasiones, cual si de un viejo disco de acetato se
tratara cuando se queda fijo en un surco, se afirma que es condición
indispensable para incursionar en tales menesteres poseer olfato y un
inmejorable sentido de la oportunidad.
Es innecesario explayarse en cómo esa última palabra ha
sufrido una asqueante metamorfosis, para convertirse en oportunismo. De allí
que este oficio ha devenido en una casta, con pretensiones de nobleza, a la que
todo le es permitido. Y no es nueva la mencionada jodienda. Ya Shakespeare en Enrique
V, pone en boca del rey, justo antes de la batalla de Agincourt, al
dirigirse a su tropa y clamar: “somos pocos, somos pocos los felices, somos una
banda de hermanos; y aquel que hoy derrame su sangre conmigo será mi hermano;
por muy vil que haya sido…”.
Es un cuento de nunca acabar. Cuando se les atrapa en alguna
de sus trapacerías suelen invocar su castidad y pureza, proclaman una virtud y
honor que ni las estrofas del himno nacional. Se les ve recibiendo fajos de
billetes, sus compañeros hacen una pantomima de expulsión, abjuran de él, pero
al poco tiempo se le ve de nuevo, con cara de querubín maltratado,
sacrificándose por el glorioso pueblo. ¿Verdad Juan Carlos Caldera?
Y así, por mentar solo una de las tantas variaciones de las encrucijadas
políticas, vemos cómo se dedican a ponerse zancadillas entre ellos. Sin
embargo, es menester aclarar que también usan lavarse las caras unos a otros.
Bien podrían preguntarle a Carlos Vechio y al señor López sobre sus gestiones
para exonerar al sobrino de doña Cilia de ciertas sanciones.
A tan honorables servidores públicos, que no hay sacrificio
al que no estén dispuestos a someterse, les resulta inaudito, verdaderamente
insólito, algo que les deja estupefactos, que pueda haber quienes cuestionen su
desprendida vocación de servicio. Ni José Gregorio y Carmen Rendiles llegaron a
dar tales muestras de entrega y beatitud.
Ellos, al igual que el puerco Napoleón, el de Rebelión en
la granja de George Orwell, han reescrito los cánones que nos rigen. Por
eso podemos leer como hizo el burro Benjamín aquello de: TODOS LOS ANIMALES SON
IGUALES, PERO ALGUNOS ANIMALES SON MÁS IGUALES QUE OTROS.