La semana
pasada, cuando escribí sobre Burere, en el estado Lara, recibí dos mensajes que
fueron el “gatillo” que disparó este trabajo que les entrego hoy. Uno de ellos
fue de la querida y muy caraqueña Ylleny Rodríguez quien con su donaire de siempre
me soltó en un mensaje: “Qué no habrá visto esa ventana?”
Un
rato más tarde me escribió el no menos querido José Humberto Márquez, nacido,
amamantado y destetado en la muy venerable y tachirense Táriba, quien con su
tono lapidario de siempre me espetó: “¿Cuántas ventanas habrás retratado en tu
vida?”
Ambos
mensajes me quedaron rodando en la cabeza como maraca sin palo. Bien saben los
que me conocen que no puedo ver una provocación porque le saltó encima. Tal vez por ello la cadena de matrimonios que
arrastro, pero sigamos en lo que estamos que si a la escasa resistencia a los
desplantes unimos la tendencia incontrolable al desvarío bien corren el riesgo
de terminar leyendo una diatriba sobre sabrá Dios qué tópico. Así que sigamos
con lo originalmente pensado.
Si
recurrimos al venerable mataburros encontraremos que ventana es: “Abertura más
o menos elevada sobre el suelo, que se deja en una pared para dar luz y
ventilación.” Palabras más, frases
menos, podemos encontrar una retahíla de diversas definiciones de similar tenor
en diversos textos, manuales, enciclopedias, tratados y demás publicaciones
conexas.
Ahora bien, no
puedo dejar de preguntarme: ¿sólo eso es una ventana? Y de inmediato Philip
Larkin me entrega la respuesta:
más que en palabras,
pienso en ventanas altas:
el cristal en donde
cabe el sol y, más allá,
el hondo aire azul,
que nada muestra,
y no está en ninguna
parte, y es interminable.
Por eso es que
siempre retrato ventanas: ellas que han visto todo y se han ido de vuelta a la
nada, la muerte que por todos aguarda, son mudas vocerías de penas y esperanzas.
Vanos llenos de sonrisas, gestos, palabras, llantos, traiciones, y ese
vastísimo abanico que solemos desplegar en nuestro día a día, lo cual conjuro
con la mirada que me permite saborear el lente.
Ahora quien me
auxilia es el maestro Benedetti, quien surge raudo de mi memoria:
De vez en cuando la
alegría
tira piedritas contra
mi ventana
quiere avisarme que
está ahí esperando
Son los
ojos de nuestras moradas que dejan saber, o al menos incitan a presumir, lo que
guardan y atesoran. Konstantínos Kaváfis
lo dijo impecablemente:
En estas oscuras
piezas, donde paso
días agobiantes, voy y
vuelvo arriba abajo
para hallar las ventanas.
-Cuando se abra
una ventana habrá un
consuelo- .
¿Consuelo?
¿Se puede encontrarlo en verdad? No puedo dejar por fuera al poeta de los
poetas: Federico García Lorca
Asomo la cabeza
por mi ventana, y veo
cómo quiere cortarla
la cuchilla del viento.
Andando
y desandando esta amada Venezuela de mis tormentos encontré la reencarnación
del holandés Mondrián en una combinación sobria y alegre de cuatro modestos
cristales que cubrían de la polvareda las apolilladas imágenes de un templo a
punto de derrumbarse.
Las
he visto desde afuera, y también he visto del lado adentro como las calles
descuartizadas por el calor son un vaho que trata de atenazarte la garganta. He
sido voyeurista impenitente que trata de averiguar la vida ajena, a veces con
fortuna otras saliendo con las tablas en la cabeza y unas cuantas recordatorias
de aquella que me parió. Con ellas aprendí la entera dimensión de la frase que
Shakespeare pone en boca de Julieta: Ventana,
deja entrar el día y deja salir mi vida.
Unas
apenas son humildes hojas de madera, pero con la digna fortaleza de cumplir su
función de cobijo y protección. Otras
altivas, muchas desportilladas, pero con la altivez de la solera de tiempos
idos en los cuales fueron signo de poderío. Ambas mudas testigos de filigranas
de los corazones y más de una innecesaria ruindad de esas en las que tanto se
empeña el ser humano en refocilarse.
Son
los ojos atentos que siempre vigilan al que pasa y amparan al que tras ellas se
cobija, cuencas preñadas de ilusiones o de congojas, cálidos albergues donde las
heridas se lamen y sellan, y las alegrías se desparraman.
Estas
ventanas que hoy comparto con ustedes han sido parte medular de mi búsqueda que,
al escudriñar en sus vidas e historias, ha sido herramienta para tratar de
entender, entendiéndolos a ellos, sus ocupantes, mi raigambre. Las ventanas han sido parte de ese arado que
plantó a mi tierra en mí mismo de la más hermosa manera. Gracias
por dejarme compartirlas con ustedes…
© Alfredo Cedeño
6 comentarios:
Maravillosa recopilación. Desde allí hacia un mundo y una visión hacia adentro podría ser la diferencia.
Abrazo
Muy lindo me gusto las ventanas,los colores y tu relato .Tu ventana tu ojo para captar esas imagenes tan hermosas Bendiciones
Gracias por tan hermosa recopilación, sabes como me gustan. Se abren para el mundo, pero encierran tanto...!
Un besote
Burere ,pueblo que recuerda mi infancia , La segunda Ventana azul con rejas negras se parece a un cas de Carora , casa donde viví hace mucho tiempo , y si asi son las ventanas , hay que preguntarse que hay detras de esas ventanas ,muchos recuerdo, tristeza, felicidad pasiones alegria, arte ,rriqueza y pobreza extrema , muy bueno tu ventana. Besos corazón
Me encantan tus ventanas
Lucy
Estar asomada en una ventana , no era de una señorita decente, pero como añoraba estar mirando en esa ventana a que pasara mi galan de otoño jajajaj, ay, si esa ventana hablara, que bueno me gusto me trae gratos recuerdos gracias alfred, las ventanas del Zulia que hoy aun existen en el saladillo son muy coloridas y alegres como su gente.
Publicar un comentario