Aseguraba Freud
que la religión se originaba en el sentimiento de culpa inherente en el hombre
gracias al parricidio, real o imaginario, que cometió al inicio de los tiempos.
Aseguraba don Sigmund que el conflicto paterno filial se originó en las hordas primitivas,
donde el patriarca solía reservar para sí a las hembras, pero dejando fuera de
la compañía y disfrute a sus hijos. Como era de esperarse, la provecta
bellaquería desbordó la paciencia de los vástagos, al punto que ganas mataron
respeto y terminaron pasándole la cuenta del caso.
El conflicto generacional
es un arquetipo abordado de distintas maneras por los estudiosos de la conducta
humana, y de sus infinitas manifestaciones. Por ejemplo, en la mitología romana
Saturno era representado como un anciano de larga y nívea barba que empuñaba
una hoz. Ese dios de figura paternal en realidad era un ser monstruoso que,
debido a un pacto con su hermano mayor Titán para el ejercicio del poder, se
comía a sus hijos.
Hay dos imágenes que recuerdo vívidamente de mis
tiempos de estudiante de bachillerato en las clases de Educación Artística que
recibí del jesuita Javier Percaz, ambas lo mostraban, a Saturno, devorando a
una de sus crías. Eran obra de Rubens, una, y de Goya, la otra. Esas pinturas
me persiguieron por largo tiempo en pesadillas recurrentes, porque era una
situación que me resultaba absolutamente incomprensible puesto que me crié con
un padre que siempre me hizo sentir que sería capaz de matar, o dejarse morir,
por mí.
Todo esto se me
ha reavivado con fuerza incontrolable desde el pasado domingo 19 de marzo,
cuando el asesinato de los sargentos del ejército venezolano Yohan Borrero y Andrés
Ortiz, en el boulevard caraqueño de Sabana Grande, se dio a conocer en las
redes sociales. La conmoción por el homicidio de este par de muchachos, que ni
a los treinta años llegaban, se multiplicó cuando se supo que sus verdugos había
sido un grupo de criaturas encabezado por una niña de quince…
Este volteo de
nuestras tornas fundacionales como pueblo, donde generosidad, inocencia y sensibilidad
fueron rasgos inconfundibles de venezolanidad, son un mazazo que termina de
destruir lo que alguna vez fuimos. La imagen de la muchacha esposada en el interior
de un vehículo policial es demoledora.
Sus piernas desnudas, su cabello ensortijado de coqueto aspecto, las pulseras
que adornan sus tobillos, sus zapatos de lona, hacen un contraste doloroso en
extremo con su mirada torva. ¿Cuántos abusos se cebaron en ella hasta
convertirla en esa fiera sin misericordia que devolvió con homicida precisión las
dentelladas que recibió? ¿Es este el “Hombre Nuevo”, forjado por esa maldición
infinita llamada chavismo, hecho niña por la que nadie veló en sus juegos y a la que ahora todos linchan sin miramiento?
© Alfredo Cedeño
5 comentarios:
Muy bueno. Felicitaciones por ese final esplendoroso.
Jaime Ballestas
Alfredo
Tu artículo hoy es espléndido, mas que atinado. Esa niña que describes lleva dentro de sí una presencia sagrada.Su vida es sagrada lo que pasa es que no lo sabe; nadie se lo ha dicho. Por eso delinque porque si lo supiera no andaría liderando crímenes torvos y crapulosos. También el país, incluso bajo el chavismo, y el propio chavismo , son igualmente sagrados y no lo saben.Te digo esto porque siento que hay mucho de ello al final de tu magnífica reflexión.
Rodolfo Izaguirre
Leo tu último artículo y se me revuelven todos los sentimientos que me han acompañado desde que conocí el horrible suceso. Esto sin embargo podía preverse dada la situación de miseria material y ética a la que estos desalmados nos han llevado. Y no hemos tocado fondo. O salimos de ellos o ellos van a destruir lo poco de humanidad que nos queda. Yo por mi parte sigo recuperándome lenta pero progresivamente. Un abrazo.
Alejandro Moreno
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