El viejo trapo
del desespero es agitado una y mil veces en nuestras caras, lo mueven de un
lado al otro con sádica pericia, buscan derribar los aparentemente escasos
rasgos de dignidad que sobreviven en nuestra tierra. Han sabido disfrazar ante
el mundo su sevicia revistiéndola de irreverencia. Sobran quienes reconocen su
fascinación por un Chávez que enfrentó a los "gringos" y los puso en
su lugar. Poco les importa lo que los hechos muestran, no tiene importancia su
manifiesta incapacidad para realizar el delicado ejercicio del poder al
servicio de la colectividad que le otorgó tal investidura.
La clemencia para
con el comandante eterno ha sido extensiva a sus herederos. Nada significan las
muertes a mansalva ni los niños moribundos de hambre, o los enfermos
desahuciados por la falta de un mísero antibiótico. Todo está permitido para quienes dijeron a
los dueños del "imperio" las cosas en su cara. La venta de petróleo y
las compras de los derivados petroleros a los "gorilas" del norte no
son puntos que considerar. La admiración condona cualquier barbaridad pese a
sus costos en vidas, después de todo ya Fidel dejó una larga secuela de
atropellos exonerados en aras de la "autodeterminación".
A pesar de los
pesares Venezuela no ceja, y mientras sus dirigencias, las de ambas aceras, se
empeñan en repartirse los mendrugos de la que fuera la suntuosa mesa de
Latinoamérica, son canes rabiosos que no dejan de lanzarse feroces dentelladas
en su disputa por unos retallones cada día más escasos; el país restaña sus
lastimaduras y prosigue, sigue entregando su ofrenda de vidas y voluntades, con
la absoluta firmeza de saber que solo el esfuerzo genera bienestar y futuro.
Venezuela no necesita palabras esperanzadoras,
ella toda es una esperanza infinita que no deja de retoñar pese al estío que se
ha cebado sobre sus confines. La dolorosa diáspora es una hemorragia de afectos
que cada día se extiende más, éxodo que no ha perdido el sentimiento de
justicia para enrostrar a los parásitos que ahora pretenden instalarse
pomposamente en el primer mundo a gozar del dinero robado al país.
Venezuela no
necesita solidaridad ni diletantes jugando al oficio de gobernantes. El país al
que pocos quieren oír, al que la Iglesia no deja de acompañar y hacer suya su
voz para multiplicarla y hacerla más poderosa, tampoco clama por Mesías de
nuevo cuño. Venezuela sólo necesita una
llovizna tenue de libertad para que vuelvan a crecer nuestros araguaneyes en
delirante contraste con nuestro cielo de bienaventuranzas. Por eso, mi país
está fabricando sus propias nubes para regar sus tierras ahora yermas.
© Alfredo Cedeño
1 comentario:
Querido Alfredo: Menos mal que nos das un poco de esperanza en estos momentos. La desesperación es buena cuando moviliza por reacción o quizás por la rabia, pero la desesperanza deprime. Los araguaneyes florecerán y esperamos que sea pronto. Un gran abrazo.
Alejandro Moreno
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