A partir del año
2007 los estudiantes venezolanos han lavado la cara de la dignidad venezolana,
lo han hecho sin aspavientos y con gallardía. También ha habido más de un Judas
entre ellos, y de muestra basta ese impresentable llamado Ricardo Sánchez. Pero
la regla ha sido una inacabable demostración de coraje que ha llenado de
esperanzas y fe a Venezuela una y otra vez. Ellos, los respetados muchachos,
son la levadura de una masa de líderes desprendidos que lo han dado todo por
todos sin pedir nada de vuelta.
Frente a ellos, y
no precisamente en lo político, hay una gavilla de malandrines que a partir de
la década de los años 90 del siglo pasado se han atornillado en la conducción
de los partidos políticos venezolanos. Es una generación que desde entonces sólo
ha cosechado derrotas, ha sido crisol de lo peor que tuvo la democracia:
cohecho, puñaladas traperas, corrupción, zancadillas, desmanes de todo tipo y,
para rematar, se proclaman una versión actualizada de Empanda, a la cual los
romanos adoraban como diosa de la generosidad y de la apertura de pueblos y
caminos. Este último
grupete, ciertamente detestable, ha dado sobradas manifestaciones de incompetencia,
así como un innegable sentido de la oportunidad que les ha permitido mantenerse
como moscas sobre el limo. Ello les ha permitido asumir la vocería y conducción
de la repulsa que desde tempranos tiempos ha sabido ganarse el
chavismo-madurismo; sin embargo, esta dirigencia ha servido más bien a los
intereses de la casta roja, y a los suyos propios. Las manifestaciones de
deslealtad entre ellos mismos, y para con los que han interpretado mejor el
sentimiento nacional, han sido públicas y manifiestas.
Este grupo de
"dirigentes" poco heredaron de la gallardía de los viejos líderes. Me
confiaba el respetado Eddie Ramírez, el incansable dirigente de los ex
trabajadores petroleros, que el 20 de febrero de 1961 su padre, el coronel
Edito Ramírez, lideró un alzamiento militar contra Rómulo Betancourt. La
intentona fue neutralizada y sus principales participantes encarcelados,
incluidos padre e hijo. Ramírez recuerda con precisión: "En ese momento
Luis Augusto Dubuc era el Ministro de Relaciones Interiores, y lo que eran las
cosas en aquel entonces, la primera persona que llegó a visitar a mi mamá
cuando caímos presos fue doña Dorila, la mamá de Luis Augusto…"
En un momento de
tanto oprobio como ha sido la detención y vejación de Juan Carlos Requesens,
que más que diputado ha sido uno de "los muchachos" que no ha tenido
miedo a dejar el pellejo en las calles, las declaraciones de la tropa política
han dado pena ajena. Siquiera por vergüenza han debido ser más contundentes en
su defensa. Ya los veremos chillar como niñas cuando les llegue el turno… Nadie
está a salvo de la peste roja.
© Alfredo
Cedeño
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