La miseria del
gobierno que sufre Venezuela enajena a unos y otros, ha ido desmantelando
nuestros resortes ciudadanos. Paulatinamente, el país, sobre todo sus gentes,
ha ido metabolizándose en una jauría donde gentileza y buenas maneras dieron
lugar a la más desparpajada brutalidad. Un impenetrable sudario de postración y
desánimo sigue cayendo sobre los más inimaginables espacios. Cualquier cosa es
motivo para subir o caer en la peor de las turbulencias.
Un terremoto nos
sacude y celebramos, más que justificadamente, que no haya habido una sola
víctima fatal. Tal vez el sismo rojo ya había acabado con todos lo que podían
ser liquidados gracias a su desidia en lo que a salud y seguridad atañe.
Quizás, después de todo, Dios sí existe e interpuso su mano para que Venezuela
no fuera aniquilada.
El Orinoco se
desmadra y anega medio país y los genios militares patriotas hacen suya la
premisa de que lo que no se nombra no existe, y con rauda eficacia prohíben a
periodistas e informadores que se hable del tema. Entretanto, la gente se desplaza en curiaras
por entre sus casas tratando de salvar las cuatro cosas que había podido
mantener a salvo de la marabunta roja.
La economía, esa
fría ciencia a prueba de imbéciles endiosados por manadas embebidas de
populismo, es empujada por un barranco con la fría astucia de quienes saben que
son balances a los que no honrarán. A
fin de cuentas lo que nada nos cuesta hagamos la fiesta, si me van a regalar la
gasolina y una bolsa de comida por tener el carné de la patria ¿pá qué me voy a
mortificá? Poco importa el futuro propio, y mucho menos el de hijos y nietos.
A la par de todo
ello una traílla acezante de quienes deben ofrecer alternativas frente al
desastre se limita a hacerle juego al gobierno. Es una tropa de saltimbanquis
que no cesa de soñar con que el poder regresará a sus manos por obra y gracia
de sus insepultas mañas. Es una bandada
de cuervos enceguecidos por el relumbre de sus propias palabras que cada vez
son menos escuchadas en cualquiera sea el escenario.
El Gólgota
venezolano pareciera eternizarse, las ventanas lucen cada vez más distantes y
escabrosas. Los caminos son una sucesión
de encrucijadas que se replican inagotables, y van cruzándose una y otra vez
hasta convertirse en una maraña donde no hay baqueano que valga. Cada día se
hace más cuesta arriba vencer la ira y la frustración. ¿Alguien sabrá dónde
conseguir un poquito de combustible para
mantener viva la llama de la esperanza?
© Alfredo
Cedeño
No hay comentarios.:
Publicar un comentario