La antítesis de
lo que era nuestra identidad es esto en que hemos terminado. Una inacabable
cadena de procacidades, ofensas y humillaciones nos cercan ahora la vida. Lucen
lejanos, inmarcesiblemente remotos,
aquellos tiempos de generosidad con los enemigos políticos, bien lo pueden
confirmar David Nieves, por citar solo un nombre emblemático de los años 70, o
unos cuantos de los ahora jerarcas de la godarria roja. Ahora no hay visitas de
esposas, novias y amantes en las cárceles militares; mucho menos talleres de
literatura o círculos de estudio donde los menos favorecidos culturalmente eran
formados por sus compañeros de celda o pabellón.
Los oprobios se
multiplican, las vejaciones a nuestros presos políticos revelan una ruin
mezquindad de las que nos suponíamos a salvo, ni en las peores pesadillas
podíamos suponer que se pudiera llegar a semejantes niveles de abyección. Y
todo en nombre de una revolución que en realidad es una involución a un estado
primitivo.
El encierro de
Lorent Saleh y su maltrato permanente no tiene justificación alguna, salvo la
de convertirlo en un escarmiento para todo aquel que ose alzar la voz contra
esta manada de bestias que presumen de gobernarnos. Juan Carlos Requesens es
otra demostración de que nadie está a salvo de la soberbia chavista-madurista.
Lo mismo ocurre con su tocayo, el capitán Juan Carlos Caguaripano que ha sido
vejado de manera bestial. La memoria de Oscar Pérez y su ejecución en la
carretera de El Junquito permanece fresca del país entero, la imagen del gamberro
que dispara un lanzacohetes contra el refugio del piloto es indeleble.
La retahíla de desplantes a los derechos humanos y
ciudadanos nos hace escalar de asombro en asombro; lucen espléndidos en su
malignidad y hacen gala de una capacidad creativa muy particular a la hora de
generar nuevos agravios.
Han desarrollado
su propio ceremonial para humillar a diestra y siniestra, se saben
alcahueteados por una verdadera tropa de impresentables que encabezan gente tan
variopinta como el presidente del gobierno español, el economista Pedro Sánchez,
que en estos días peregrina por nuestro continente pregonando el diálogo como
salida a nuestra catástrofe. Otra de la comparsa es la muy carilegre Verónica
Michelle Bachelet, que calla y otorga desde su cargo de alta comisionada para
los derechos humanos de la ONU. Ni qué hablar del Vicario de Cristo, quien se
empeña en honrar sus jesuíticos votos de silencio ante las desgracias que viven
Nicaragua y Venezuela, pastor que tal parece no tiene peregrina idea de las que
vive y padece su rebaño.
© Alfredo
Cedeño
1 comentario:
Mis saludos y gracias por tu artículo. Hemos dejado totalmente de lado el respeto por los más elementales derechos humanos. Bueno, nosotros no, el gobierno o mejor, el régimen, porque es todo un sistema que no respeta nada humano. Tenemos necesariamente que salir de él para poder recuperar nuestra humanidad, lo que era parte de nuestra cultura y nuestro sentirnos humanos. Un abrazo.
Alejandro Moreno
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