Venezuela se
caracteriza por hacer de los obstáculos palancas. En mi país el color no es un
oprobio o un insulto, puede ser expresión de enorme afecto. La negra Lucy
Gómez, por ejemplo, sabe del profundo cariño que le profesamos quienes apelamos
a su arrosquetada piel para llamarla; ni hablar del negro Olivares, quien fuera
un amigo a prueba de todo, él siempre devolvía una sonrisa infinita cuando así
lo llamábamos y reclamaba cuando no usábamos su color para saludarlo. Y no
fueron ellos los pioneros en tales menesteres, ¿quién no recuerda en las clases
de historia las menciones a Pedro Camejo, Negro Primero, y sus arrestos viriles
que le llevaron a la muerte en la batalla de nuestra independencia?
Los defectos
físicos han seguido el mismo rumbo. Ellos también son de vieja data, quienes
hemos revisado la historia republicana algunos nos maravillamos ante José
Manuel Hernández, irredento perpetuo que se alzó contra todos los presidentes o
tartufos de turno hasta su muerte en el exilio. Él había perdido dos dedos a
machetazos en un combate en Paracotos y desde entonces nadie más lo llamó por
su nombre, sino El Mocho Hernández. Al muy serio, más enjuto, y hombre de pocas
cherchas, Eleazar López Contreras lo llamaban El Ronquito, y aseguran quienes
lo conocieron en la intimidad que tal apelativo le arrancaba un esbozo de
sonrisa. A fines del siglo XX uno que me viene a la memoria es José "El
Cojo" Lira, co-fundador de La Causa R.
Por eso en
nuestra tierra la maracucha, el gordo, la enana, el catire, el chigüire, la
gocha, el flaco, tucusito, el loco, y así hasta donde la memoria no tiene
regreso son apelativos que nunca se han tomado como ofensa, más bien en muchas
ocasiones su uso dejaba colar una cierta admiración. Es el caso del señor
Alejandro Andrade, en estos días muy en boca del país entero y de medio mundo
más allá de las fronteras. A él por un accidente del cual se especula mucho, y
del cual pocas certezas hay, de cierto tiempo a esta parte lo rebautizaron como
el "Tuerto".
La generosidad de
este militar retirado, ex tesorero nacional, y muchos otros cargos
desempeñados, fue amplia y se le atribuye una riqueza generosa y poco
disimulada. Regalos, donaciones, patrocinios y finezas de todo tipo le hicieron
una suerte de Santa Claus tropical y simpaticón. Y con él se cumplió aquello
de: "En el país de los ciegos el tuerto es rey". Nadie sabe si por
ceguera física, mental o fingida, lo rodearon y aclamaron hasta investirlo, al
punto de que muy pocas voces del submundo político han dicho siquiera esta boca
es mía. Y ni hablar de su compadre Gorrín, ahí el silencio se pone más espeso
que sancocho de ñame y pata de ganado.
© Alfredo Cedeño
1 comentario:
Querido Alfredo: hoy tu artículo parece irónico porque el último tuerto y el que remata sin apòdo no son cariñosos como todos los otros a que te refieres. Uno es bien público, el otro está bien callado porque quién sabe cuántos saldrían a la luz si de él se hablara más. Así estamos entre mafiosos con nombre y sin él pero todos mafiosos. Fuerte abrazo.
Alejandro Moreno
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