Divide y vencerás
es una antigua regla que ha sido aplicada por la casta dominante a lo largo de
la historia humana. Lo pusieron en práctica los griegos, los romanos, los
españoles, los británicos y todo imperio que ha existido. En América fue una
práctica que dio excelentes resultados a los conquistadores, quienes
aprovecharon al máximo las rencillas y resentimientos que había entre los
diferentes grupos indígenas. El imperio Inca fue desmembrado al azuzar los
viejos rencores contra la élite que desde El Cusco había impuesto el
Tawantinsuyu.
Lo mismo ocurrió
con la supremacía azteca, que se vino abajo el 19 de agosto de 1521, cuando los
tlaxcaltecas y totonacas, entre otros pueblos indígenas, acompañaron a los
españoles para derrotarlos en Tenochtitlan. Por supuesto que en ambos casos los
grupos locales se ocuparon del llamado trabajo sucio, y desempeñaron el rol de
la "infantería" siempre necesaria en tales ocasiones. Algo similar sucedió
por nuestros lares con los temidos Caribe, quienes controlaban toda la cuenca
marina que hoy lleva su nombre.
Los actos
despóticos propios de todo imperio para imponerse a cualquier precio siempre
han terminado por sentar las bases de su derrumbe. A los finales todos ellos han demostrado que
sus patas eran de barro. La democracia venezolana tuvo similar sino, de ser
inspiración a emular y puerto preferido del mundo entero, y así lo pueden
testimoniar europeos, asiáticos, africanos y americanos –¡del sur y del
norte!–, donde no pocas fortunas nacieron o se fraguaron, devino en un saco de
males que generó la peste roja que llevamos veinte años padeciendo.
Cuatro lustros de
infierno nos han sometido a todo tipo de vejaciones, arrojaron una cuarta parte
de la población fuera del país, han destruido un aparato cultural que era la
envidia del planeta, desarticularon todo el tejido social solidario que se
manifestaba transversalmente en el país, trataron de acabar con nuestra
herencia cultural y en ello invirtieron nuestros ingresos nacionales para
semejante despropósito, también utilizaron nuestro erario para comprar
gobiernitos con limosnas opulentas. Ha sido un auténtico calvario el que le ha
tocado vivir a Venezuela, muchas veces bajo la mirada cómplice, alcahueta o
ignorante del mundo entero.
Hoy vivimos días
terribles y preciosos. Terribles ante la persecución sin control que ejecutan
sus combatientes asalariados, y que ha obligado a varios diputados a buscar
cobijo en diferentes embajadas.
Preciosos porque, pese a varios Maquiavelos de medio pelo, ha ido
aflorando nuestra esencia ciudadana, se ha ido forjando el sentimiento que
confirma aquello de: ¡Únete y triunfarás! Son tiempos de temores confirmados
entre las filas de Gofiote y su combo de hampones alebrestados.
© Alfredo Cedeño
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