Italia
es un bálsamo para el alma. Cada vez que la he recorrido he sucumbido ante sus
museos, iglesias, comida, gente y paisajes. Sin embargo, siempre me ha
inquietado su tolerancia moral, rayana en la mentalidad de lenocinio. Tal vez su mejor manifestación es la
permisividad individual, social e institucional ante la delincuencia
organizada, ese ente amorfo llamado mafia, que en realidad es una bestia donde
conviven, o se enfrentan, la Mafia siciliana,
la Camorra napolitana, la
'Ndranghetta calabresa, la Sacra Corona de Apulia y la veneciana Mala del
Brenta, entre muchas otras organizaciones delictivas itálicas.
En
ese país el malandraje articulado existía cuando la nación surgió en la segunda
mitad del siglo XIX. El hamponato se había convertido en la institución de un
Estado que no existía, y la supuesta defensa de los derechos de los desposeídos
les permitió erigirse en dueños y señores de vidas y bienes. No puedo explicar
de manera extensa en estas breves líneas lo que significó y significa en la
vida italiana el poder delictivo. Gracias a su sinergia social y su presencia
transversal en todos los ámbitos, y donde la respetada estructura vaticana
aparece cada dos escarbadas, se puede hasta hablar de una escuela política
italiana como epítome de modelos corruptos. Los ejemplos abundan como fue el
caso de Benedetto "Bettino" Craxi, uno de los máximos exponentes del
Partido Socialista Italiano; y quien murió el 19 de enero de 2000 en Túnez,
donde se encontraba fugitivo de la justicia por la pudrición descubierta en la
Operación Manos Limpias.
Pero
este “prócer”, no fue el pionero. Él fue antecedido por otra perla de similar
brillo: Giulio Andreotti, periodista y uno
de los máximos exponentes del partido Demócrata Cristiano. Este par de ángeles
han sido indagados hasta la saciedad por innumerables autores quienes han
mostrado evidencias de la red entre banca, iglesia, políticos y delincuentes,
siendo todas las puntas del espectro artífices del surgimiento de “fenómenos”
económicos y electorales como Silvio Berlusconi. En otras palabras se cumple a
cabalidad la ya mítica frase de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su novela El
Gatopardo, cuando pone en boca de Tancredi Falconeri la frase que larga a su tío
Fabrizio: “Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi” (Si
queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie).
Venezuela
fue puerto de acogida para los italianos desde el mismo inicio del arribo
europeo a nuestro territorio. Colón desembarcó en Macuro en 1498, Américo
Vespucio recorrió nuestros espacios en 1499 y en 1500 el genovés Giacomo
Castiglione, castellanizado como Santiago Castellón, fundó Nueva Cádiz en la Isla de Cubagua. De ahí hasta nuestros días los vínculos de
ambos pueblos han sido extensos y
estrechos. La participación de los
italianos en Venezuela ha sido de todo orden y concierto. Por lo visto la
permisividad en el mundo político también se ha terminado incorporando a
nuestros patrones en dicha esfera, y vemos como una banda de delincuentes
convertida en “ilustres dirigentes” ha terminado por tomar las riendas de
nuestro país.
Las
expresiones son múltiples e inconfundibles, una de las más representativas de
ello fue el sainete del pasado lunes 16 de septiembre en la Casa Amarilla.
Todos vimos el lamentable espectáculo escenificado por los hermanos Rodríguez y
secundados por Felipe Mujica, Aristóbulo Istúriz, Claudio Fermín, el yernísimo
Jorge Arreaza, y muchos otros bicharracos de parecido pelaje.
La
catadura moral de este combo la desnudó el ilustre Mujica dos días más tarde,
el 18 de septiembre, cuando apareció en La Noche, programa periodístico de
opinión colombiano, que dirige Claudia Gurisatti y modera Jefferson Beltrán,
trasmitido por los canales RCN y NTN24. Ese día el citado ser con gesto adusto,
ceño fruncido y tono de caporal enrabietado, aseguró: “Cuando el fin de semana
pasado Maduro por una parte y Guaidó por la otra anunciaron que quedaban
cerradas las negociaciones que se venían realizando a instancia de los
noruegos…”, y por ahí siguió una perorata de lugares comunes que no sé si él
mismo se las creía. Minutos más tarde el moderador introdujo a la discusión a
Gustavo Tovar Arroyo quien con gesto calmado y trato respetuoso, hizo varias
precisiones conceptuales que lo hicieron perder los estribos, y trató de
responder zahiriéndolo. Provocó a Tovar con el muy estúpido recurso de “el
señor Tovar debería estar en Venezuela y no en Miami”.
¿A
este asno con pretensiones caballerescas es necesario recordarle las labores
desarrolladas desde el exilio por Rómulo Betancourt o Jóvito Villalba cuando
Pérez Jiménez? Por supuesto que su
interlocutor, quien ha padecido diversas arremetidas de la dictadura cayó en la
provocación y respondió airadamente, haciendo que el “dirigente” empezara a repetir
frases hasta desembocar repitiendo en cinco oportunidades de manera
destemplada: Tú eres un homosexual. Ni
siquiera tuvo la gallardía de emplear el muy castizo marico, sino que trató de
aparentar una civilidad que le luce muy lejana.
No
voy a abundar en lo expresado por tan “elevado tribuno” en el resto del
programa. Él mismo se retrató de cuerpo entero. Bien le enrostró Tovar que no
tiene argumentos y es un pobre diablo, a la par que le exige el uso de
argumentos, mientras lo conmina a que diga si es o no una dictadura la que
padece Venezuela.
El
estilo del representante del MAS siempre ha pretendido ser maquiavélico. Él fue
factor determinante para el apoyo electoral de su partido a Chávez en las
elecciones de 1998, y al poco tiempo, cuando se dio cuenta de que el tutelaje
que su organización pretendía del comandante eterno era imposible, comenzó a
distanciarse. Al poco tiempo de comenzado el primer periodo del difunto se
realizaron una serie de reuniones en el Lincoln Suites de Sabana Grande, en
unos espacios facilitados por un ministro de aquellos tiempos que no viene al
caso nombrar, y en dichos paliques Mujica se refería al barinés como “La
Bestia”. Resulta que tales encuentros
fueron grabados por la DISIP, policía política que entonces regía Jesús
Urdaneta Hernández. Me han asegurado varias voces que en una de sus visitas al
palacio presidencial, donde acudía con gesto complaciente y relamido, Hugo
Rafael le puso una de las cintas en que se refería a él con el despectivo mote.
Por supuesto la ruptura fue fulminante.
Reitero,
pareciera que el modelo italiano llegó para quedarse. Lamentablemente han
calcado de manera burda la simbiosis políticos-ladrones-riqueza, no han tenido
talento ni siquiera para hacer una copia decente. Han montado bodrios que
pretenden hacer ver como óperas bufas. ¿Cómo pueden estos ignaros tratar de
siquiera emular a Pergolesi, Rossini o Verdi? Si acaso se acercan es a las
producciones de Giorgio Simonelli con su saga de películas de Franco y Ciccio,
de las que rodaba hasta 5 en un año.
Esta
mafia tropical y contrahecha se ha apoderado con arrestos de caudillos
decimonónicos de nuestro siglo, lo peor es que sobran quienes les celebran sus
astracanadas. Es una nueva manifestación
de la perversión que significa, por ejemplo, ver a los gays empleando como
emblema la figura del Ché, quien se dedicó a perseguir y exterminar a los
homosexuales cubanos en el apogeo de la revolución castrista… Tal como leo en Romancero del Cid: Cosas tenedes, el
Cid, que farán fablar las piedras,
© Alfredo Cedeño
1 comentario:
Alfredo
Estoy por creer que tu texto sobre las mafias italianas y los comportamientos políticos de algunos compatriotas es uno de los mejores que han aparecido en las estupendas crónicas que nos regalas todos los jueves. Como sabes, sigo maravillado por tu claridad de pensamiento y la asombrosa eficacia para que esa claridad nos ilumine. ¡Adoro a Italia! Viví en ella un par de años y la Toscana sigue siendo el lugar donde se come a la perfección. Italia vivió y produjo el Renacimiento! Pero también me duele la presencia en ella de las mafias a las que aludes como si fuesen venezolanas bajo la mala hora del chavismo.
No hago sino enviar tus artículos a muchas relaciones que mantengo en varias ciudades del mundo
¡Lo que no puedo hacer por no tener el poder suficiente es condecorarte!
Rodolfo Izaguirre
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