Las
fiestas patronales son una figura común en toda América Latina, son clara
herencia hispana, hijas directas de las llamadas Fiestas Mayores en España. Se
sabe que en la península, al menos en el siglo XIII, ya existían esas
manifestaciones que eran de innegable inspiración religiosa; católica por
supuesto. De aquellas festividades todavía sobreviven algunas, y puedo citar La Fiesta de la Patum de Berga, que se
lleva a cabo el día de Corpus Christi en la localidad catalana de la ya
mencionada Berga.
Del
lado acá del Atlántico tales galas van desde una punta a la otra de nuestro
continente. Por citar un ejemplo, son célebres en Miami las celebraciones que
llevan a cabo, a fines de cada septiembre, los miembros de la comunidad
peruana, en honor al Cristo de los Milagros.
Y no es la única, pero si seguimos recorriendo el mapa podemos mencionar
las de Santa Cruz del Quiché, en Guatemala, también conocida como Fiestas Elenas y se celebran desde hace
más de un siglo en honor a Santa Elena
de la Cruz; eso es el 18 de agosto de cada año. ¿Y cómo dejar de mencionar el Día de los muertos en México?
En
nuestro país hay una longeva y muy nutrida representación de tales
conmemoraciones. Tal vez la mayor sea la que esta noche de 24 de diciembre
asociamos al nacimiento de Jesús. La verdad es que existe una amplia relación
de referencias históricas sobre las libertades, cuando no libertinaje, que
había en los templos católicos durante la Edad Media. Eran tiempos cuando los Papas hablaban y se
acataba, y, seguramente, uno de ellos debe haber normado el despelote, y así
aprovechar de apartar a la feligresía de las pachangas paganas que se seguían
celebrando con motivo del solsticio de invierno. No es un secreto que la
Navidad como fiesta empezó a desalojar del sentimiento popular a las fiestas
saturnales, y otras, que eran habituales durante el invierno en Roma. En
tiempos del emperador Constantino el Grande, el que detuvo la persecución de
los cristianos, estoy escribiendo sobre el siglo IV de nuestra era, la iglesia
propuso el 25 de diciembre para celebrar el nacimiento del hijo de Dios. Da la
casualidad que esa fecha coincidía con un festejo romano llamado Sol Invictus.
Por
lo visto, todo apunta al uso de un sentimiento ya existente para ponerlo al
servicio de quienes tienen el poder para imponer normas y modificaciones. Lo
cierto es que, por lo general, tales expresiones populares son una mera
catarsis, un poco aquello de drenar las frustraciones y rabias reprimidas, para
al terminar sus días volver al mismo molino del día a día. A los “progresistas”
les encanta ir a tales eventos a darse un baño de cultura popular… Luego es
normal encontrarle escuchar lánguidos y abrumados a Joan Manuel Serrat
entonando Fiesta, mientras suelen
hacerse lenguas de lo clarividente del cantautor, corean hasta desgañitarse: “Vamos
subiendo la cuesta /
Que arriba mi calle / Se vistió de fiesta.” Suelen darse
uno o dos tragos, agarran aire y siguen luego: “Vuelve el pobre a su pobreza / Vuelve
el rico a su riqueza / Y el señor cura a sus misas. / Se despertó el bien y el
mal / La pobre vuelve al portal / La rica vuelve al rosal / Y el avaro a las
divisas.” A esta altura vuelven a
agarrar aire y rematan a todo pulmón con: “Se acabó / El Sol nos dice que llegó
el final / Por una noche se olvidó / Que cada uno es cada cual.” Es bueno acotar que ello ocurre mientras
sorben tragos helados de Liebfraumilch,
mientras alguno explica que eso quiere decir en alemán: “leche de la mujer
amada”, y de ese modo hacer gala de su poliglotismo. Tampoco faltan aquellos
que con aires de Fidel o el Ché, aspiran un oloroso habano, que si es Cohiba
mejor.
Mientras
tanto, y como para que no queden dudas, Venezuela, la real, la que sube la
cuesta, lava el portal, arranca las hortalizas, arrebaña sardinas en las madrugadas,
arriesga su dinero haciendo producir una famélica empresa, todos sus hijos
reales, se dedican, en la medida que sus menguadas fuerzas y finanzas le
permiten, a festejar Navidad. Ellos celebrarán sin intereses simulados, con
pureza que no deja de conmover. Para esa gente que no deja de ser un objeto
utilitario que la casta, esa que forma los que presumen de líderes, se empeña
en utilizar en función de sus negocios particulares, a final de cuentas para
ellos los partidos es una Sociedad Anónima de la que poseen todo el espejismo
accionario.
Ellos, la casta, son
especialistas en fiestas patronales, les encanta presidir todas las Juntas de
Festejos, hasta la de la reina de carnaval de Corozo Pando, o la del trajeado
de El Nazareno de Achaguas, lo que importa es encabezar cualquier cosa en la
que puedan raspar lo que se les atraviese, así sean las gallinas del sancocho,
o el puerco para los chicharrones.
El
país real sabe que celebra para no llorar, porque está comprometido con la
alegría vital, porque asumen que vivir
es una fiesta. Los otros se empeñan en montar las ferias para ser los que
lancen los cohetes, y alborotar las campanas, y rascabuchar a la madrina del
evento. Y cuando no las hay entonces fabrican elecciones, y organizan
“tuitazos”, o bailantas a lo Sábado Sensacional, o cualquier otra mojiganga que
se les venga a sus retorcidas mentes.
Venezuela
canta y celebra en Curiepe con la llegada de su Niño Jesús, y en los más
diminutos pueblos de la cordillera andina, y en los caseríos de las costas de
Oriente, y en las comunidades negras del Sur del Lago, y en todo nuestro
territorio. A fin de cuentas el país sabe que, pese al secuestro en comandita
de rojos y azules, siempre llega el momento en que la vida se impone y nuestra
tierra, bendecida a más no poder, resurgirá en su propia Natividad. Feliz
Nochebuena…
© Alfredo Cedeño
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