Debo escribir que la
preocupación por transmitir las cosas, tal y como han sido, son de vieja data.
En el siglo V antes de Cristo, el llamado padre de la historia, escribió como
primer párrafo de su obra cardinal: “La
publicación que Herodoto de Halicarnaso va a presentar de su historia, se
dirige principalmente a que no llegue a desvanecerse con el tiempo la memoria
de los hechos públicos de los hombres, ni menos a oscurecer las grandes y
maravillosas hazañas, así de los griegos como de los bárbaros.” Él siempre trató de mantener la ecuanimidad,
y pongo por ejemplo lo que escribe al referirse a la isla Ciraunis: “Muchos
olivos hay en ella y muchas vides, y se halla en la misma una laguna tal, que
de su fondo sacan granitos de oro las doncellas del país, pescándolos y
recogiéndolos con plumas de ave untadas con pez. No salgo fiador de la verdad
de lo que se dice, solamente lo refiero.”
Se podrán imaginar el cribado
que debió llevar a cabo este hombre a la hora de redactar su texto, en un
tiempo cuando la principal, por no decir la única, forma de transmitir los
hechos era de forma oral, con el consabido aliñado que cada narrador iba
poniendo. El nativo de la actual
Turquía sentó las bases de esta disciplina, más no siempre logró transmitir a
sus seguidores la pulcritud requerida al transmitir los hechos. Por supuesto,
es mucha el agua que ha corrido bajo los puentes, y por las cañerías, en casi
dos milenios y medio desde que él colocó aquellos cimientos. La retórica ha
permitido dar más vueltas que un perro para echarse a los militantes de la
conveniencia. ¡Ay, bendito sesgo!
© Alfredo Cedeño
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