Hoy 4 de febrero se cumplen 29 años del intento frustrado, encabezado por el “comandante galáctico” y su tropa bufa, del golpe de estado contra el entonces presidente venezolano Carlos Andrés Pérez. También se cumplen 22 del desfile militar realizado en Los Próceres en su honor por haber asumido dos días antes la primera magistratura. Es bueno recordar que la juramentación presidencial se había llevado a cabo ese día luego de vanos intentos por parte del gobierno entrante para realizar dicho acto el propio 4 de febrero. Ya las costuras de la mojiganga reinterpretativa empezaban a verse a simple vista. Sin embargo, todas las señales de alarma en vez de sonar fueron opacadas, muchas veces de manera intencional porque se pensaba que el militar retirado sería otra marioneta de los acostumbrados sainetes criollos. Hasta que, como bien decía mi padre, y tarde se dieron cuenta de ello, entendieron que les había salido respondona la sirvienta.
Son contados los que asumen su
cuota de responsabilidad en la llegada al poder de esta gavilla de
zarrapastrosos. Yo mismo tuve parte en ello, y lo escribo avergonzado. En mi
descargo he de hacer saber que en el seno de uno de los tantos grupos de
alborotados que le apoyaron, hice claros señalamientos sobre los desbarres. Largos
cruces de miradas entre mis contertulios me hicieron entender que hablaba con
las paredes; meses más tarde supe, gracias a publicaciones –nunca desmentidas–
de la prensa tan vituperada por la godarria rojita, de unos cuantos “negocitos”
y “cargos” de varios de los allí presentes. Y estoy tocando un caso que conocí
de primera mano. ¿Se imaginan ustedes eso mismo multiplicado por X cantidad de
ocasiones de similar tenor? La hemorragia ha sido letal.
Son casi tres décadas de oprobio
que sólo se pueden entender al escarbar por atrás de los distintos escenarios
de nuestro país. Apenas quedan pecios de la que fuera la tacita de oro de
Suramérica, y en medio de tales escombros
la casta política pelea, cual jauría rabiosa, por nuestros posos. Son
insaciables en su búsqueda de cuotas; su gula, patología al fin, no les permite
ver el daño que hacen y se hacen. Poco les importa automutilarse y tratan de
remediar todo despertando una compasión a la que están muy lejos de merecer.
La sucesión de fuegos fatuos a
las que pretenden sigamos, cual retorno del paráclito contemporáneo, es
inacabable. No cesan de invocar las elecciones como teorema de la libertad.
Andan muy afanados en estos días con los comicios regionales, y desde ya nos
reclaman airados por la falta de participación. Usted y yo somos responsables
de las meteduras de pezuñas que ellos han cometido una y otra vez, pese a las
advertencias sobre el camino equivocado que se empeñan en transitar. Mientras
tanto, y así como por no dejar, la corte que siempre les sonríe obsequiosa les
rinden pleitesía y sacan unas cuentas, que ni Pitágoras, para demostrar que
voto mata malandro. A semejante paso se
llegará a la celebración del siglo de la sarna roja…
© Alfredo Cedeño
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