Hay un pasaje en el evangelio de Mateo que siempre me produjo una mezcla de
asombro, asco e impotencia. Es aquel que reza: “Entonces uno de los doce, que
se llamaba Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes, y les dijo: ¿Qué
me queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le asignaron treinta piezas de
plata.” Creo no recordar mal de haber oído dicho pasaje por primera vez en la
voz del cura Arteta, quien lo leyó desde el púlpito de la iglesia San Pedro
Apóstol de La Guaira. Sin intenciones
blasfemas, debo confiarles que esa primera vez al oír lo de treinta piezas de
plata, en mi cabeza, propia de los seis años, llena de musarañas pensé si
serían medios, o bolívares, o fuertes, que eran en aquellos días nuestras
monedas hechas de plata sonante y altanera. En todo caso, fueran las que fueran
me parecían que era un precio ridículo en el que habían tasado la vida de
Jesús; amén de parecerme insólito que eso hubiera podido pasar.
En esa oportunidad, al llegar a casa, y como solía hacer con todas mis
dudas, le pregunté a mi papá por ese monto. Él me miró largo y con su habitual
socarronería me dijo: “No te extrañe que ni lochas le hayan dado, ese era tan
bolsa que la envidia se lo comía y hasta de gratis lo debe haber entregado, por
eso fue que después se ahorcó. Eso de las piezas de plata son vainas de los
curas para hacer creer que dieron mucho por Él, como si una vida pudiera tener
más valor que la de cualquier otro…”
Crecí con la obsesión de esas monedas, o piezas, de plata que, se supone,
Judas recibió para besar e identificar a Jesús. La pregunta que siempre me hice
fue: ¿A cuánto equivaldría hoy lo que recibió el Iscariote? Y hace un par de
años el economista argentino Fausto Spotorno asomó una posible respuesta a la
bendita interrogante. Asegura él que partiendo del valor de la plata, y jugando
con las diferentes monedas que existían en aquel tiempo, el discípulo entregó
al maestro por una cifra que estaría en estos días entre… ¡60 y 300 dólares!
Yo me imagino que los miembros de nuestra casta política, de una y otra
banda, se parten de risa ante semejante cifra.
Por ejemplo, el honorable Pedro Carreño que tanto gusta de las corbatas
Louis Vuitton apenas podría comprarse entre una y dos corbaticas. El no menos
ínclito Diego Salazar Ramírez, que gustaba de regalar relojes Rolex y Cartier,
apenas hubiera podido regalar unos Seiko, y apuradito tal vez llegaría a un
Bulova; absolutamente descartado que se le hiciera posible darse el gusto de
gastar 42.398 euros en menos de 10 kilos de jamón ibérico Joselito. ¡Dígame el
ilustre preso de Cabo Verde!, ese que compraba las cajas CLAP en 8 dólares y
las cobraba en 60… ¿Y qué decir de aquellos “exiliados” que alquilan o
adquieren humildes residencias en los barrios de más tronío de España, Colombia,
Panamá, Estados Unidos?
Nuestros Judas han vendido alma, país y futuro. Ellos nos han obligado a
comprar boletos para viajar al propio infierno. Ahora nos miran con aires muy
ufanos y nos exigen que nos traguemos la postración a que nos han conducido, y
procedamos a alabarles cual si fueran reencarnaciones del propio Jesús.
© Alfredo Cedeño
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