De
mi niñez conservo infinidad de gratos recuerdos, en su gran mayoría vinculados
a La Guaira ,
donde nos trasladamos de mi Caracas natal cuando tenía meses de nacido. Uno es
lo que recuerda. El hombre es la memoria. Las evocaciones pavimentan los
puentes que vamos construyendo en la vida, para bien o para mal.
Mis
remembranzas, en todo caso, de niño son hermosas. Huelen a mar y río Osorio,
antes de convertirse en la apestosa cloaca a cielo abierto que ahora es;
también tienen aroma del Ávila y de las frutas, hortalizas y legumbres con las
que me embriagaba los sábados por la mañana en el Mercado Libre de Punta de
Mulatos.
Les
hablo de un rito que sabatinamente llevábamos a cabo mi padre y yo. A media
mañana él agarraba cuatro sacos y un gran canasto, y nos marchábamos “a hacer
mercado”. La fragancia de hierbabuena,
romero, ruda y naranja, se mezclaban con
el cloquear de las gallinas vivas, el vocerío de vendedores y compradores
llevando a cabo el milenario regateo, que del mundo musulmán nos viene,
hispanos mediante, entre intentos de triquiñuelas de lado y lado.
Ahora que lo
nombro, les cuento que para los islamistas el regateo es de origen sacro ya que
Mahoma en uno de sus viajes a los cielos al acercarse a Alá, este le encomendó
que enseñara a los musulmanes a rezar… ¡Cincuenta veces al día! Una vez recibidas las instrucciones él se
dirigió a la Tierra ,
pero en el camino se encontró con Moisés, quien al enterarse, poniéndose las
manos en la cabeza (me imagino), lo mandó a devolverse diciéndole: “trata de
reducir ese número porque los seres humanos no te seguirán. ¡Mira que los
conozco bien!”. El Profeta hizo caso y
consiguió que Dios las llevara a la mitad. Nuevo intento de retorno a casa y de
nuevo Moisés lo devolvió, esta vez, basándose en su experiencia con los Hijos
de Israel. Se las rebajaron a diez. Otra
vez a Tierra y de nuevo “el salvado de las aguas”, le paró el trote y a echar
para atrás. Fin de fines que Alá se tranzó en que fueran cinco las veces para
el salat u oraciones por cada noche
con su día. Es por ello que el discutir en cuanto a precios es para los
seguidores del Islam una doctrina que dejaron sembrada en tierras ibéricas
luego de estar en ellas siete siglos. Volvamos a La Guaira …
Al lado de las
discusiones de precios se oía la algarabía de los caleteros que se ofrecían a llevar las
compras en sus hombros hasta “la parada” donde los usuarios se embarcaban en
carritos y autobuses, o, unos pocos privilegiados se embarcaban en sus autos
con las compras. Esos porteadores siempre me maravillaban y los veía como
reales émulos de Hércules que alzaban sacos enormes para trasladarlos en
precario equilibrio. La fascinación que dicho ambiente creaba en mí la he
conservado con celo, por ello no hay ciudad que visite en la que no acuda a sus
mercados a llenarme de la magia común a todos ellos.
Sin embargo,
estas modestas instituciones en realidad vienen a ser una de las madres de
nuestras civilizaciones, de todas. Explico: al comienzo la gente se reunía en
algunos sitios a intercambiar productos, hablo del, ahora casi en resurrección
en Venezuela, trueque. Usted llevaba un puerco y lo cambiaba por dos chancletas
hechas con pellejo de chivo, o arriaba con tres gallinas y le daban seis manos
de topocho, podía llegar con dos taburetes de samán y le daban dos docenas de huevos y así sucesivamente. Hasta que aparecieron las unidades monetarias
que permitían el intercambio.
Debo explicar
que al escribir unidades monetarias no me refiero necesariamente a monedas, ya
que, por ejemplo, entre las culturas americanas precolombinas las conchas
marinas y las semillas de cacao eran instrumentos de valor asignado que
permitían el intercambio de bienes y servicios.
Sé que alguno
de mis soeces amigos, entre los que espero no esté el procaz y lustrado
Humberto “chácharo” Márquez, dirá: ¿Qué tiene que ver el culo con las pestañas?
Voy a eso. El origen etimológico de la palabra está en el vocablo latino mercatus, y fue ese el término que se impuso
por encima de otras que definían dichos espacios, como es el caso de bazar.
Si hablamos de
El Gran Bazar de Estambul (Kapalıçarşı)
uno de los mercados más grandes y antiguos del mundo, cuyos orígenes llegan a
la época de Mehmed II, quien en 1455 construyó cerca de su palacio el Eski Bedesten. Hoy ese centro de comercio minorista tiene 45.000 metros cuadrados
donde hay más de 3.600 tiendas distribuidas en 64 calles y que llega a ser
visitado hasta por medio millón de personas al día.
Pongo pies en
tierra y sigo tratando de concretar lo de hoy. Si nos dirigimos a un diccionario
de economía, como el que brinda la gente de http://www.economia48.com
encontramos esto: “Lugar en donde habitualmente se reúnen los compradores y
vendedores para efectuar sus operaciones comerciales. La idea de mercado ha ido
unida siempre a la de un lugar geográfico. Como consecuencia del progreso de
las comunicaciones el mercado se ha desprendido de su carácter localista, y hoy
día se entiende por mercado el conjunto de actos de compra y venta referidos a
un producto determinado en un momento del tiempo, sin ninguna referencia
espacial concreta.”
Insisto, es en
estos modestos o vastos espacios donde se sigue reuniendo la gente a comprar
tomates, cebollas, peces, carne y frutas donde nace nuestro modelo económico
por excelencia: el del intercambio duro y simple. Me das tres ajoporros te doy dos
mazorcas, o cinco monedas, o un billete,
o un pedazo de plástico con un chip al que le cargas lo que pides, y acepto
dar, por los benditos puerros.
Con
lo que no hay intercambio es con los aromas y sensaciones que me quedaron
atornillados en piel y memoria. Una
alegría visceral con perfume de café recién molido al compás de las trigueñas
de breve busto y piernas firmes que se pasean por sus puestos, el despliegue de
texturas y colores infinitos que me pintaron indelebles la vida en la
niñez para que me durara hasta hoy, el
vocerío a veces áspero pero siempre alegra de quienes intercambian el pan. A
fin de cuentas de eso se trata: el mercado es el horno donde se cuecen los
panes que nos mitigan el hambre y nos calman las almas con su esencia.
© Alfredo Cedeño
6 comentarios:
este trabajo,me encanta adema
s el los encuadres, la iformacion , y el colorido
Gracias!!Hermosos recuerdos que permanecen... a través de tus escritos y fotos los haces revivir!!
Gracias de nuevo amigo Alfredo
ME ENCANTARON CADA FOTO, LA BELLEZA DE LOS COLORES Y es lindo ver que hay algo que nos distingue de los mercados de otras partes ya sea un producto, la forma de vestir...en fin me gustó lo que leí
Mrly Cord
Mercados de aquí, mercados de allá. Que gratas sensaciones se sienten y se comparten al recordar, situaciones, olores. Una cosa que se repetía en mi época, el que es delicado no va al mercado je je y de lo otro que me acordé, de las carruchas esos carritos de madera que volaban y sonaban para llevar el mercado. Gracias mil por revivir valores.
Zafira
Qué fotos....qué texto... qué color...
Vaya qué cuentas con gracia, amigo.
Siempre es un gusto leerte.
Abrazo
Publicar un comentario