Los hombres somos
lo que nuestras emociones nos hacen ser. Por amor construimos, creamos,
transformamos y derrotamos. Construimos una morada para guarecernos de la
intemperie y para cobijar a los seres más queridos, y nacen las familias; creamos
objetos y modos de expresar lo que esas vibraciones del alma nos provocan o
queremos compartir con quienes nos rodean, y aparecen los artistas; transformamos
lo que tenemos alrededor en juegos para hacer mejor el día a día, y los sueños
se convierten en piedras sillares; derrotamos los obstáculos que se empeñan en
empañarnos la vida, y nos convertimos en dioses.
Pero también se
odia, y esa es una emoción omnímoda de fuerza inaudita que solo sabe destruir.
Odias la paz y no encuentras otro camino que el de la guerra. Detestas el arte
y te empeñas en arrasar todas aquellas manifestaciones de la belleza, naturales
o creadas por tus semejantes, que vas encontrando a tu paso. Aborreces el
conocimiento y te dedicas a humillar a todo aquel que ha consagrado su vida al
saber. Abominas de la libertad y creas cárceles mentales pretendiendo obligar
al prójimo a que deje de pensar y procuras hasta evitar que las aves abran sus
alas.
A veces tienes la
sensación de que el odio es la fuerza superior que todo lo gobierna, porque
llegan momentos en los cuales no puedes poner en ejercicio tu capacidad de amar,
por más piadoso que tu espíritu sea. Hay
un manto opaco y viscoso que te imposibilita siquiera imaginarte establecer
lazos de mínima cortesía, y mucho menos concordia, con ciertas personas. Son esas
ocasiones en las que el saco de satanases de las culpas se destapa y te
recriminan tu inquina, tu ausencia de caridad, tu poca disposición al diálogo, tu
intransigente manera de abordar la vida, tu incapacidad de tender puentes a los
adversarios. Es cuando te embarcas en
reflexiones de toda laya, tratas de asumir tu condición de ser racional, y sin
embargo terminas maniatado por esas bajísimas pasiones que de la intolerancia
son dueñas y señoras.
¿Cómo siquiera
pensar en compartir una taza de café con Nicolás y Cilia, luego de su
persistente labor por acabar con lo que habíamos sido? ¿Quién puede sentarse
con ese tapón maloliente y peor diciente de Diosdado? ¿Alguien puede hablar en
relativa tranquilidad, y controlar las bascas, con ese engendro llamado Jorge
Rodríguez? ¿Es posible intercambiar, en el sentido más amplio y generoso del término,
algún pensamiento con Aristóbulo Istúriz? ¿Dónde encontrar la forma de hacer
que nuestra racionalidad nos permita ejercer las raíces de amor que se nos sembró
en nuestra deslustrada Venezuela?
Nuestro
gozo ha sido paulatina y firmemente convertido en desprecio por una tropa
pendenciera y a veces bien vestida que se empeña en conducir una situación que
está fuera de control desde todo punto de vista. Hay un grupo, cada vez más pequeño,
de optimistas desahuciados que pregonan a tambor batiente la necesidad de
parlamentar con quienes han demostrado de modo sobrado su incumplimiento de
todo compromiso adquirido; al punto de que la muy mesurada Iglesia Católica en
su más reciente documento de la Conferencia Episcopal habla de: “El infructuoso
diálogo entre el Gobierno y la Oposición”.
Varias
personas me reclaman, unos de forma cordial, otros airadamente, mi constante
cuestionamiento a la dirigencia con que contamos los opositores. Trato de
explicar, a veces con suerte, otras infructuosamente, que no son de gratis los
señalamientos que hacemos muchos sobre la incompetencia manifiesta de ese
grupete. Lo hemos hecho, lo hacemos y lo haremos, con el ánimo de evitarles
cometer disparates, así como de mantener nuestras conciencias tranquilas de que
hemos alertado con talante claro e inequívoco sobre los riesgos que se corren. Nuestro
esfuerzo ha sido en vano, pero no tendrán ellos –¡ninguno!– forma de escurrir
el bulto a la hora de asumir ante el país y la historia la burla permanente a la
que han sometido nuestras mejores emociones hasta pervertirlas de miserable manera.
© Alfredo Cedeño
2 comentarios:
Aplaudo la firme dureza de tu artículo porque fija y determina nuestra actitud frente al desastre que padecemos. ¡No podemos desmayar!
Rodolfo Izaguirre
Excelente articulo Alfredo... Concuerdo contigo... hemos sido burla de esos dos grupetes...
Miriam
Publicar un comentario