Concluyó un año
en el que coincidimos de manera casi unánime fue el más terrible que le ha
tocado vivir a nuestro país. Escribo casi unánime porque, aunque resulte
arduamente difícil de digerir hay todavía quienes defienden lo que es insostenible:
la farsa roja del siglo XXI. Hay a quienes solo les falta vociferar que con su
pernil no se metan, también aquellos que patrocinan con descaro su
"enchufe" propio, del mismo modo podemos encontrar los que defienden
sus intereses de casta política, así como unos cuantos "comeflores"
que se empeñan en apostar los rezagos de su ingenuo candor, ¡que todavía les
queda!, en la ruleta construida por el comandante galáctico y hoy operada por
Gofiote.
Y la variopinta muestra es aún mucho más
amplia. Llegamos a un año dónde los valores, expresión de esa abandonada dama
llamada moral, retumban en su silencio. Llegamos a un año donde sobran los que
parecen tener precio. Figurones que hasta hace poco aparecían despotricando
contra el desastre y que ahora aparecen ensalzando el diálogo con los
impresentables y justificando su coqueteo con el régimen, mientras exigen
silencio a quienes osan encararlo. Y por ahí sigue el catálogo de bicharracos
de similar voz y pelaje.
¿Qué nos traerá
este nuevo ciclo que apenas comienza? Videntes, malabaristas, culebreros,
tarotistas, miradores de bolas de cristal, analistas, funámbulos,
encuestadores, estadísticos, maromeros, Edmundo y Segismundo, llevan días
proclamando sus augurios. Aires de cambio profetizan varios de ellos; otro hay
que afirma, con aire de alquimista consumado, la inminencia del inicio del
comienzo de la consumación del proceso de transformación; tampoco falta quien
revele, según sus fuentes más confiables, el inminente desarrollo de un sólido
movimiento dentro de las filas gobierneras para el advenimiento de un chavismo
sin Maduro; así como hay los que explican que este año chino, que es el del
ornitorrinco maneto, trae entre cantos de gallos y balidos de cabra los
movimientos de una culebra que sacudirán al país como si de un mono se tratara.
Palabras más,
ritos menos, derroche de gestos ambiguos de oropéndolas desorientadas, todo
apunta a una profunda desconexión de lo que el país y su gente quiere, necesita
y anhela con lo que se empeña en darle la dirigencia de ambas orillas. Rojos y
azules emulan a dos de los tres célebres monitos: no quieren mirar, no les da
la gana de oír. Pero en lo que son manifiestamente eficaces es en hablar de lo
que se les antoja al son que a ellos se les ocurre improvisar.
Tanto va la rabia
a la calle que llega el punto cuando nada la calma, han jugado con candela y
siguen empeñados en juguetear con ella, no lloren como niños en pantaletas
cuando se quemen hasta ser cenizas.
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