Mi
abuela Elvira tenía muchas amigas, era para mí una fiesta acompañarla en las
visitas que salía a hacerles algunas tardes allá en La Guaira. En la calle que
subía de La Caja de Agua al Puente Jesús, vivía una de ellas, que no logro recordar
su nombre. Era una doña campechana,
menuda y retaca, con un sentido del humor muy característico y el hablar propio
de la gente nacida a la orilla del mar. Solía soltar unos dichos que muchas
veces no entendía de un todo, y luego largaba una carcajada que muchas veces
acompañaba de alguna palabra altisonante. Había algunos de esos refranes que
empleaba repetidamente y esos terminé por grabarlos. Uno de ellos era: Mis
esperanzas eran verde y se las comió un burro, pero el dueño ni de vaina me las
va a pagar. Por lo general la risa era común, la de mi abuela junto a la de
ella, y se largaba zaguán afuera a campanear por las calles del pueblo.
Esa
frase me ha estado aguijoneando en estos días que tanto se habla de esperanzas.
Se para el presidente de la Feria del Chigüire en Achaguas a dar sus palabras
de bienvenida a tan magno evento y se explaya a hablar sobre la esperanza. Se
dan inicio a las Primeras Jornadas del Pensamiento Liberador de los Mapurites
en invierno, y el decano de Ciencias Ocultas de la Universidad Negra Matea da
una clase magistral sobre la esperanza. Comienzan las sesiones del Congreso de
Inútiles, Pusilánimes y Afines del Distrito Capital y el Estado Miranda, y su
vicepresidente diserta de manera brillante, y por demás deslumbrante, sobre la
esperanza que debemos mantener viva en estos momentos tan trascendentales que
vive la patria.
Mientras
tanto, tal abundancia de gamelote de jugoso verdor es tragado de manera
insaciable por la manada de burros rojos que han hecho de Venezuela su potrero.
Por cierto, es necesario alertar a los cándidos que no pueden lanzarse alertas
sobre el desguace hecho por la reata asnal, se supone que para ello solo están
habilitados ciertos cabreros ungidos por la gracia divina. Es por ello que no
debe extrañarnos oír a muchos de esos desinteresados pastores tronar contra la
apatía ciudadana. “Es que no hay duda de que el desinterés es el caldo de
cultivo ideal para que los menos aptos se terminen haciendo con el poder”. Y
cierran dicho capítulo comparando lo que nos ocurre con las célebres juntas de
condominio, donde cinco vivianes se intercambian votos para luego de
autoelegirse y designarse mutuamente terminan por apropiarse con el, por lo
general buchón y bien provisto, fondo de reserva.
Tras
cornudo, apaleado; le oí decir a la
amiga de mi abuela alguna vez, y es lo que nos está pasando. Nuestra fauna
política, en ambos lados de la calle, demócratas y revolucionarios, se han
esmerado de manera inequívoca en hacernos perder la credulidad. Sin embargo, ellos
ahora pretenden hacernos sentir a nosotros, los ciudadanos comunes y
silvestres, como los culpables de estos vientos de desasosiego que ahora nos
mantiene ateridos. Por eso engolan sus voces, se yerguen con poses de próceres
triunfantes, y sueltan una perorata que duerme hasta a los desvelados; mientras
un jenízaro como Anderson Arellano en San Tomé se dedica a torturar a un niño
por jugar con los animales del nacimiento navideño de la escuela de formación
de la Guardia Nacional en esa población. Seguramente el honorable hombre de
armas se ofendió porque los niños jugaban con los burros que rodeaban el
pesebre. Tampoco podemos exigir
impasibilidad cuando vemos a cualquiera, por muy niño que sea, manoseando las representaciones
de nuestros seres queridos. Por algo Arellano y sus compinches se han dedicado
a comerse nuestras esperanzas a todo lo que le dan sus quijadas.
© Alfredo Cedeño
1 comentario:
Muy cierto y la falta de esperanza se va elevando exponencialmente
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