Nada
más traicionero y volátil en sus afectos que el tiempo. Hoy eres un ídolo y
mañana eres un canalla insepulto digno del mayor de los desprecios, ayer fuiste
el peor de los villanos y hoy te encuentras vitoreado hasta el paroxismo,
mañana serás Lázaro y ayer no tenías la más peregrina idea de cuan cerca
estabas de la resurrección. Por lo
general ayer, hoy y mañana suelen armar unos batiburrillos que ni Clodomiro, el
del burro adivino, puede explicar de manera más o menos clara algo que pueda
ser entendido ni aun por los calculistas de la NASA.
Debe
decirse que junto al tiempo van las acciones, suelen ir de manitas enlazadas, y
así van generando gestas o tragedias. Sin embargo, no siempre el tiempo se
manifiesta cuando debería, o creemos que así ha de ser, y termina llevando a
cabo unas jugarretas que no siempre se logran entender. Lo mismo ocurre con las
acciones; bien haces esto, o aquello, y todo concluye en un escenario
enteramente diferente al que suponías debías llegar. La ambigüedad y amplitud
de ambos vocablos hace infinitas las variaciones a las que podemos tener acceso
al combinarlos.
¿Cómo
se hace para acertar en el momento cuando el gesto es hecho? ¿Quién sabe
moverse al compás exacto que permite dar en el blanco? ¿Dónde debemos apuntar
para que la acción ejecutada no se convierta en un desplante, o una morisqueta
de indescifrables consecuencias? ¿Qué hace que un líder combine de la manera
adecuada sus –muy naturales, por demás– cálculos como individuo, con los intereses
de la colectividad que pretende representar?
¿Cuál es el instante en el cual las acciones, realizadas o convocadas,
consagran o desgracian el rol de un dirigente?
Adjudican
a Antonio José Ramón de La Trinidad y María Guzmán Blanco, decimoctavo
presidente de esta tierra ahora “revolucionaria”, la frase de que nuestro país
es como un cuero seco: lo pisan por un lado y se levanta por el otro. Tal vez
la falta de concordancia entre lo dicho, lo hecho y el tiempo sean la clave
para entender las cosechas tempestuosas a las que estamos casi acostumbrados.
Escribo casi, porque pese a todo este súmmum de vendavales donde solemos
permanecer se conserva un hálito de esperanzas en el que nuestro instinto de
supervivencia nos mantiene precariamente a salvo.
Se
han sembrado vientos de manera pródiga, nos han sobrado los émulos de Eolo, y
ahora que la cosecha de tempestades es copiosa, pretenden, cara de asombro de
por medio, simular un desconcierto de ninfas maltratadas. Hasta de decoro son
huérfanos, y así pretenden ser los baquianos de esta pésima hora que nos toca
padecer.
© Alfredo Cedeño
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