Las
explicaciones de por qué somos como somos los venezolanos son infinitas, por
supuesto, y las hay para todos los gustos. Van desde las sobrenaturales que lo
resuelven con aquello de: Sabrá Dios por qué nos hizo así, hasta las de
pretendido orden científico. Lo cierto es que las podemos encontrar con
diversos ropajes, las que aseguran que el origen de todo está en las raíces
étnicas, y allí la diatriba también es inacabable: que la culpa es la flojera
de los indios, o el emparrandamiento perpetuo de los negros, o la arbitrariedad
de clara estirpe hispana. La relación de
razones es interminable, y lo cierto es que una se solapa con la otra, o se
cabalgan, o se descabezan mutuamente.
Nuestras acciones, gestas y
desempeños parecen convertirse en un gigantesco delta que desemboca en aquella
frase: “¡Bochinche, bochinche! Esta gente no es capaz sino de bochinche…”. Le
atribuyen esas palabras a don Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez, quien
las dijo en la madrugada del 31 de julio de 1812, cuando un grupo de sus
subalternos, encabezados por Simón Bolívar, Miguel Peña y Manuel María de las
Casas lo arrestaron en La Guaira para luego entregarlo al español Francisco
Javier Cervériz. Las interpretaciones posibles de esta felonía contra el precursor
de la independencia han sido, y son, igualmente perennes. Lo cierto es que
murió encarcelado 4 años más tarde en Cádiz.
Pero volvamos a lo nuestro, el
desbarajuste nativo por lo visto casi es genético. No se puede negar que
venimos de un espacio de gente empeñosa y generosa, sin medida a la hora de
prodigar atenciones y ayudas, de una agudeza asombrosa y una genialidad
pasmosa; lo he vivido al recibir hospedaje de amigos y extraños en Margarita,
Timotes, Carora, Puerto Ayacucho, Araya, La Puerta y Cubagua para nombrar
algunos sitios; lo contemplé en las obras del merideño Juan Félix Sánchez y los
geniales aportes de su paisano Luis Zambrano; lo disfruté en las rimas
cadenciosas y pícaras de los cantores populares en la isla de Coche, y en las
composiciones delirantes del maestro Antonio Estévez.
Pero también somos tierra de
caudillos y promeseros de todo tipo, de maromeros y prestidigitadores, de
lambucios y pedigüeños, de cínicos e hipócritas. Lamentablemente toda esta
última fauna se ha guarecido en una casta dirigente que ha medrado a costillas
de quienes con ingenuidad se han dejado encandilar por las pirotecnias verbales
de ese grupete de tunantes. Han sobrado los Bolívar, Chávez, Páez, Maduro,
Joaquín Crespo, Diosdado, Ezequiel Zamora, Claudio, Juan Carlos Caldera,
Timoteo, Capriles, Ramos, Convit Guruceaga –para pena póstuma de su abuelo–; y
han escaseado los Miranda, Vargas, Sánchez, Zambrano, Jacinto Convit y demás
hijos del pueblo llano que han sembrado, pese a los parásitos que siempre han
pululado, los cimientos de un país prodigioso.
Escarbar, escardar y esclarecer
nuestra esencia es fundamental. Hoy veo con asombro las cabriolas que pretenden
convertir en discurso para seguir exprimiendo la ubre nacional. Se nos anuncia que la salida de Maduro será
la solución de todos nuestros males, es una versión actualizada del bálsamo de
Fierabrás, la diosa Panacea que todo lo cura, la cataplasma milagrosa que hará
regresar un dólar a cuatro treinta. Muy
bien, pero… ¿cómo hacemos con la solidaridad perdida, y la voracidad dolarizada
de todos, y las armas en manos de la delincuencia –por lo visto el único modelo
de organización sobreviviente– y la honorabilidad perdida de unas Fuerzas
Armadas huérfanas y náufragas?
Por los momentos solo se destaca un
ejercicio pertinaz de mendicidad que han pretendido vanamente convertir en
nuestro paradigma ciudadano. Siguen demostrando lo poco que saben interpretar
la decisión de una gente humilde, en la más sana acepción de la palabra, y
perseverante que solo quiere paz y libertad. Por algo todas las
“organizaciones”, formales y alternativas, han zozobrado de la manera en que lo
han hecho, se han empeñado en oír lo que les ha dado la gana de escuchar. Y el
país sigue su paso, buscando una senda que lo da saber oírse e interpretar el
ritmo adecuado. En el ínterin los asnos habituales pretenden achacarnos a todos
los demás la responsabilidad de sus desmanes. Todavía no han entendido que a
Venezuela no se le manipula con culpas impuestas. Les digo sin altanería y por
su propio bien: agarren el paso o más de uno será visto echado por un voladero.
© Alfredo Cedeño
2 comentarios:
Alfredo:
Encuentro sobradamente excelente tu texto sobre nuesrra idiosincracia y la enumeración de nombres para bien o para mal de nuestra propia gloria o desdicha. Creo que es uno de los mejores artículos tuyos que he tenido el privilegio de leer.
Rodolfo Izaguirre
Hola Alfredo
Es un placer ver tu foto y leerte
Poco se de los venezolanos
Los muchos de Miami se los ve felices muy felices manejando un tráfico de locos
desde que llegaron
Inundaron Doral Y Kendall.
Bueno estamos juntos por lo mejor.....
Te entiendo
La Argentina de donde soy
se parece mucho a tu pais...
Amo a los caudillos
los leía desde chica
El Chacho Peñaloza me encantaba
te espero por mi blog
Se que me seguis
mil abrazos
Publicar un comentario