En
el año 2005 trabajaba yo con la agencia mexicana de noticias Notimex, y una de
mis fuentes noticiosas era la Asamblea Nacional, cada martes por la tarde y
cada jueves por la mañana acudía a la sede del Parlamento. Muchas de mis
asistencias fueron consciente de que encontraría poca noticia y si mucha
diversión, también bastante pena ajena ante las carantoñas mutuas de los
Politicus sapiens nacionales. Se podía ver cualquier cosa que se pudiera
imaginar, y más. Recuerdo a fines de
mayo de ese año la alharaca que con frenesí mantenían los diputados rojitos por
un supuesto atentado contra el comandante eterno que se iba a llevar a cabo el
sábado 28 de mayo durante un acto que él protagonizaría –¿quién más?– en la
avenida Bolívar.
Según
el difunto, que no asistió al evento en cuestión, había recibido un alerta de
Inteligencia Militar de que: “en un apartamento en Parque Central consiguieron
evidencias de que un grupo de colombianos, según dicen los vecinos, estaban
monitoreando y buscando ángulos de tiro sobre la avenida Bolívar. Es una de las
tantas evidencias que tenemos”, denunciaba el hijo de Sabaneta con voz que trataba de transmitir alarma e
indignación.
Las
evidencias de supuestos magnicidios las comenzó el hijo de doña Elena en
octubre del año 2002, cuando desde la
que fue su gran tribuna, Aló Presidente, el domingo 20 de ese mes comenzó una
verdadera seguidilla de denuncias de planes para su liquidación física. Durante
la transmisión de su maratón televisivo el animador estrella denunció el aborto
de un magnicidio contra él a su llegada de una gira por Europa. Relataba en esa
oportunidad que el viernes en la noche, en una escala en Canadá para
reabastecer combustible, recibió una llamada telefónica de Diosdado Cabello,
entonces ministro del Interior y Justicia, alertándolo de no aterrizar en el
aeropuerto de Maiquetía, porque iban a asesinarlo. Dijo él: “Eran como las 8 de
la noche del 18 de octubre de 2002. Resulta que a un cuerpo de Inteligencia
llegó la información, menos mal que a tiempo, acerca de un presunto movimiento
de armas, que se llevaba a cabo por parte de sujetos desconocidos en el Paseo
La Zorra, en la Parroquia de Catia La Mar del Estado Vargas. Se comisionó un
grupo de funcionario civiles y militares para ir a investigar.” El relato
describía un supuesto enfrentamiento armado con el grupo de irregulares que,
cual escuadrón de rambos autóctonos escaparon de los muy capaces organismos de
inteligencia criolla.
Los
“atentados” contra el señor Chávez se convirtieron en algo cotidiano en el
escenario político venezolano. Eran de una regularidad que ni Cabrujas en su
apogeo con La Dueña, nadie se quería perder un capítulo de los pérfidos
complots contra el abnegado hijo de Barinas.
Recuerdo
que el martes 14 de junio el señor Chávez anunció al país, en medio de una
clase magistral efectuada a cadetes próximos a graduarse en la Academia
Militar, que el tradicional desfile militar del Día de Ejército, que se
celebraba tradicionalmente cada 24 de junio, había sido suspendido porque un
nuevo capítulo magnicida había sido develado. Los medios citaron al caballero
en cuestión así: “Yo decidí suspender el desfile del 24 de Junio, y no es la
primera vez que lo hacemos (...) La razón fundamental, y el ministro de Defensa
la explicó al país, es que se ha detectado un plan de magnicidio en torno al
Campo de Carabobo, o en el mismo”. En
esa oportunidad el “magniciado” arremetió, por milésima vez, contra algunos
líderes de oposición y medios de comunicación privados, quienes habían
pretendido manipular la decisión, diciendo que “el Presidente desconfía de los
militares”, y remarcó que no tenía desconfianza alguna en los militares activos
de la Fuerza Armada venezolana.
Como
era de esperarse el jueves 16 la Asamblea Nacional era un hervidero de
comentarios de todo tipo, había quienes se burlaban abiertamente y los que casi
lloraban de indignación ante el sacrilegio de atentar contra la vida del
ilustre barinés. Por lo visto los médicos de La Habana no se compadecieron
mucho de tales arrebatos emotivos. Sigamos en lo nuestro, ese día luego de
concluida la sesión parlamentaria se me acercó uno de tantos asesores que
suelen abundar en predios legislativos, el cual laboraba con un grupo de
supuestos diputados opositores de izquierda, y me preguntó:
–Camarada –hermosa palabra pervertida por los
progresistas y demás istas de similar catadura–, ¿qué le parece toda esta cosa
del magnicidio, serán capaces de tirarse esa parada?
Mi respuesta fue inmediata:
–Hermano, con la viajadera que carga este hombre, que
no puede ver un avión porque suspira, ¿usted cree que si los gringos, por
ejemplo, quisieran salir de él, no basta con un misil en medio del océano?
Si yo le hubiera mencionado a su madre estoy seguro
que la respuesta hubiera sido menos furiosa:
–¡Un momento camarada! Así no es cómo vamos a resolver las cosas,
¿cómo se te ocurre decir semejante barbaridad? Yo no puedo creer que andes
diciendo eso…
Ante lo cual lo interrumpí:
–¡Cuidado con una vaina! Y te recomiendo que vayas al servicio médico
a que te vea un otorrinolaringólogo porque estás oyendo bien mal, y lo peor es
que si repites eso por ahí bien sabes la que me vas a echar con esta cuerda de
locos empoderados.
–¿Acaso no me dijiste que todo se resuelve con un
cohete?
Y en medio de vaporosos aleteos de su virilidad se
alejó frenético por entre los curules del parlamento, dejándome pasmado ante su
desenfreno. Por supuesto, más nunca ni los
buenos días. Este señor, cuyo nombre no
viene al caso, es la representación por excelencia de nuestra horda política,
oyen lo que se les antoja y luego endosan sus caprichos a los demás mortales.
Es una manada de primates que no oyen la calle, pero que siguen exigiéndole
sumisión absoluta. ¿Así vamos para alguna parte?
© Alfredo Cedeño
1 comentario:
En ese tiempo y en este no ha cambiado nada . ahora hasta las piedras hablan y escuchan . El otro platanote tambien tiene el magnicidio entre y ceja y ceja , cae una hoja y salta
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