A
comienzos de los años 70 del siglo pasado una emisora a la que la gran mayoría
del gran público le hacía el fó, Radio Aeropuerto, irrumpió con paso poco
sigiloso a la historia musical del país, el Caribe y el mundo entero. Esa
emisora quebró de manera incuestionable la hegemonía que hasta ese momento
habían mantenido Radio Caracas y Radio Capital, donde un grupo de
perifoneadores irreverentes, desde mediados de los años 60, habían impuesto los
ritmos sajones en el país. Lo más “latinoso” que se toleraba era Samba Pá ti de
Carlos Santana, de resto era Janis Joplin, Procol Harum, Rolling Stones, Chicago, Aretha Franklin, Tom
Jones, y muchísimos otros para los que se necesitan unas cuantas hojas para
escribir todos sus nombres.
La
citada estación, que hasta ese entonces había sido conocida por la melosa voz
de unas locutoras que constantemente daban la hora e informaban sobre los
vuelos que llegaban y partían del aeropuerto de Maiquetía, abrió sus puertas
para una de las voces más emblemáticas en el mundo musical caribeño: Phidias
Danilo Escalona, y luego de él llegaron Héctor Castillo, Rafael “El Tigre”
Rivas, y otros más que modificaron el espectro radiofónico nacional. Fueron años en los que descubrimos o asumimos
a La Sonora Matancera, Tito Rodríguez, Ray Barreto, aparece Fania All Stars, y
el Poliedro de Caracas se convirtió en el templo de consagración de las estrellas
ya establecidas o nacientes. Allí vi a Daniel Santos y a Rubén Blades, a Oscar
D´León y a Willie Colón, a Celia Cruz y a Justo Betancourt, a Papo Luca y a
Héctor Lavoe, a todos los que eran alguien en el mundo musical latino.
En
aquellos días el imborrable amigo Wilmer Suárez, era redactor nocturno en
Crítica, diario entonces propiedad de Miguel Ángel Capriles, y uno de sus
compañeros de labores era Jorge Collazo, quien redondeaba el sueldo haciéndole
la prensa a Oscar D´León y solía regalarnos entradas a esos conciertos. Una
noche nos fuimos al escenario de Coche porque tocaba una banda que era
legendaria en aquellos días: Los Hermanos Lebrón. Cuando ellos entraron a escena el
pandemónium fue total, abrieron con una pieza que desde el año 69 no cesaba de
identificarlos: Salsa y control. Cuando los metales sonaron y casi de inmediato
el muy serio Pablo Lebrón, que en paz descanse, de ojos cerrados y gesto
concentrado, batió las maracas y entonó: “Yo le pido a mi gente que está
gozando con la orquesta Lebrón…”. El llamado Coso de La Rinconada se vino
abajo, y cuando un minuto después vino el turno del coro, no hubo quien no
entonara: “Salsa y control, salsa y control…”
Esa
canción no me sale de la cabeza en estos días de peste, y control omnímodo de
las instituciones en todos los rincones del mundo. El origen del bendito
Coronavirus está claro, es meridiana su procedencia: China, y ello se trató de soslayar desde un primer
momento. El control “progresista” de los medios hizo lo imposible por blanquear
el rostro de la dictadura amarilla. A fin de cuentas pareciera que, salvo
contadas excepciones, todo comunicador lleva un camarada en su corazón. El gusano de la solidaridad se ha convertido
en una rémora del que nadie se quiere deslastrar. Los jerarcas amarillos
han guardado silencio y hace apenas unos
días un portavoz del Ministerio de Exteriores de ese país, Zhao Lijian, señaló
vía Twitter que en realidad el corona virus había sido incubado en EEUU y que
unos soldados enfermos habían sido sus portadores y fue lo que originó su brote
en tierras asiáticas. Los diferentes
voceros oficiales del planeta inicialmente trataron de minimizar la gravedad de
la enfermedad; ante ello el inmunólogo Anthony Fauci, considerado el mayor
experto mundial en enfermedades infecciosas fue tajante en sus declaraciones: “Escucho
a gente decir que la gripe mata a más personas. No es cierto. El índice de
mortalidad del flu es de 0.1% y la mortalidad del coronavirus es al menos 10
veces superior”. Todas las voces concuerdan en señalar que el riesgo de esta
pandemia, así bautizada hace pocos días por la Organización Mundial de la
Salud, fue subestimado. El propio organismo rector de asuntos de salud en el
mundo descartó, el pasado 14 de febrero, a través de su director ejecutivo para
emergencias sanitarias, Michael Ryan, suspender los Juegos Olímpicos Tokio
2020. En numerosos países se habla de negligencia en el manejo de esta crisis
sanitaria; y todo ello ha sido devastador para el escenario económico.
Al
César lo que es del César, y miremos en nuestro patio. Una vez más los rojos rojitos la agarran en
el aire y sacan provecho de la situación. Bloquean el país en aras de una
supuesta cuarentena que enmascara la crisis de combustible y la consiguiente
catástrofe de suministro alimenticio y de medicinas; mientras dan berridos clamando que el malvado imperio elimine las
medidas contra su cofradía para poder importar medicinas y alimentos. ¿Con que fondos los van a adquirir? Por lo pronto, y siguiendo el coro de la
canción que usé para titular estas líneas, el Bigote Bailarín, el Trucutú de
Monagas y todo su combo mantienen al país sumergido en la salsa de su tiranía y
cada vez incrementan más el control que muchos creen poder superar con unos
procesos electorales cuyos resultados ya Tibisay Lucena tiene preparados. No es ocasión para estar bailando
precisamente al son que ellos tocan.
© Alfredo Cedeño
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