Pocas
cosas son tan seductoras para los hombres, y mujeres, como el poder. La
historia está llena de ejemplos que ilustran lo que escribo, la gran mayoría de
ellos por mero ejercicio del más puro y simple narcisismo que podamos imaginar.
Así lo vimos con los sacerdotes mesopotámicos, los patriarcas hebreos, las
dinastías chinas, los faraones, los griegos, los sacerdotes romanos, los
católicos, los Incas suramericanos, la
nobleza azteca, la realeza europea, los terratenientes, los industriales y en
nuestros días con los políticos. Su búsqueda y ejercicio siempre ha sido
descarnada, por lo general escasa de ética; la cual, a su vez, fue planteada como mecanismo de
defensa del más débil frente al poderoso de turno.
No
obstante, fue en vano. Las ansias de dominación
de paisanos y vecinos siempre ha sido el gatillo que hace detonar el más voraz
de los controles. Pareciera que las ganas de imponerse son atávicas, casi
instintivas y la perversidad, también inherente a nuestra especie, ha creado
rebuscadas sendas enmascaradas de
racionalidad para justificar la dominación. Desde vida después de la muerte
hasta la obligación moral de velar por los que menos tienen, han sido
las varillas del abanico con que han tratado, la más de veces con éxito,
de aplacarnos. Ha sido la naturaleza, acrisolada en sus creadores, la que ha
generado las respuestas más sólidas a los sátrapas de turno.
La
moraleja con la que cierra Esopo su fábula El
águila y el escarabajo es de una precisión excelsa: “No desprecies nunca al
pequeño y al que parece insignificante, porque no hay ningún ser tan débil que
no pueda alcanzarte.” Otro creador que
antes de la era cristiana que alertó sobre los desmanes del poder fue Esquilo,
él abre su pieza Agamenón con un
guardián que recita: “el miedo, en vez de sueño, me acompaña y no me deja
cerrar sólidamente los párpados de sueño- cuando, digo, quiero cantar o silbar
y conseguir así con el canto un remedio contra el sueño, entonces lloro
lamentando la desgracia de esta casa, no dirigida sabiamente como en el pasado.
¡Ojalá venga ahora una feliz liberación de estos trabajos, apareciendo en la
noche el alegre mensaje de fuego!” ¿Cómo
no recordar a Sófocles? El dramaturgo pone en boca de Antígona mientras dialoga
con Creonte: “Se podría decir que esto complace a todos los presentes, si el
temor no les tuviera paralizada la lengua. En efecto a la tiranía le va bien en
otras muchas cosas, y sobre todo le es posible obrar y decir lo que quiere.”
Podría
pensarse que eran usanzas de la Antigüedad, pero encontramos un milenio después
a Shakespeare poniendo en boca de uno de sus personajes de Como les guste: “El mundo es un gran teatro, y los hombres y
mujeres son actores. Todos hacen sus entradas y sus mutis y diversos papeles en
su vida.” Muestras de lo escrito por Quevedo y Cervantes al respecto son
infinitas. Más tarde sería el turno de Dickens
y Víctor Hugo, entre muchísimos otros que siempre fustigaron con su
talento a las élites de sus momentos.
No
se trata de justificar, es un ejercicio para tratar de entender las satrapías
contemporáneas. Se habla de evolución del pensamiento cuando más bien
debiéramos abundar sobre su involución, en cuanto agente de control de la
humanidad. Tratan de realizar torneos maniqueos donde los ciudadanos corrientes
y molientes debemos ser espectadores impávidos, con el único derecho a
celebrarles sus sainetes malhechos, cualquier descontento es penado de manera
fulminante. Esas pretensiones han sido más cínicas cuando provienen del llamado campo del pensamiento
“progresista” donde gustan ser ubicados socialistas, comunistas y demás
zarrapastrosos de similares istas. Si vemos el caso que hoy nos mantiene
secuestrados en nuestras casas, la bendita Peste China, podremos entender mejor
lo que aquí escribo.
Su
origen fue claramente identificado en la nación asiática, por más que los
juegos retóricos del ya citado progresismo han tratado de endosarle la
paternidad, maternidad y toda su parentela, a Occidente, más específicamente al
malévolo imperio estadounidense. Pero,
nada más del gusto de los adelantados de nuestra era que negar todo lo real y
jurarnos que estamos en Narnia. Es vergonzoso, por decir lo menos, debiéramos
hablar de responsabilidad criminal, de lo ocurrido con las raquíticas
estadísticas de contagio y muertes en Rusia, México, Venezuela y Cuba; así como
las, a todas luces, poco serias cifras dadas a conocer por China y España. En
el país amarillo no se podía esperar otra cosa, pero lo que ocurre en la
península ibérica, espejo de nuestro país, es de antología. Un gobierno
incompetente en manos de un grupete de ignaros que juega a evadir sus
responsabilidades, mientras trata de achacar las consecuencias de su ineptitud
a sus antecesores. Por algo escribí que
son espejo nuestro, no les extrañe ver ponto por las calles peninsulares
brigadas en denodada lucha contra la pandemia: irán rociando con cal clorada la
calle real.
Bien
puso Shakespeare en boca del Duque, en la obra ya citada, justo antes del
parlamento que antes les transcribí: “Ya ves que en la desdicha nunca estamos
solos. Este gran escenario universal ofrece espectáculos más tristes que la
obra en que actuamos.” Sin embargo me
resisto a presenciar impertérrito semejante puesta en escena y no rechiflar a
semejante elenco de mamarrachos y titiriteros de baja estofa. Es hora de que
aporten, si es que son capaces de hacerlo, o de apartarse.
© Alfredo Cedeño
1 comentario:
Cómo siempre excelente, pero no son capaces de apartarse, ya que nunca pensaron ni remotamente que pudiesen ostentar ni en sueño tanto poder, riquezas a pesar de su ignirancia y pocos estudios aunado al terrible resentimiento que sienten por las personas capaces, feliz dia
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