Al
occidente de Venezuela, donde comienza el ramal venezolano de la cordillera
andina, en medio de montañas que abruman con sus cimas y gente sumergida en las
simas de dolorosa pobreza, con parajes
donde la llanura coquetea en bien resuelto maridaje con los cerros, está el
estado Trujillo. En el borde de su frontera con el estado Mérida, en la margen
derecha del río Momboy y encajonada entre cerros, se encuentra Mendoza
Fría.
Las
faldas y valles de esa serranía están llenos de magos, herederos de españoles e
indígenas, que hacen producir alimentos con esfuerzos titánicos. Uno de los
aposentos de estos hombres, mujeres y niños devenidos en taumaturgos es El
Llano Las Marías, a dos horas de camino cuesta arriba desde la mencionada
población al final del pasado párrafo. Son alrededor de cincuenta casas
desperdigadas entre zanjones y pequeñas explanadas, casi todos de apellido
Lobo, “de los de La
Culebrina , somos casi todos nosotros”, explica uno de los
paisanos mientras se dedica a untar con unas pencas de zábila “la espiga de un
burro” donde luego estarán jugando “los chinos”.
Ellos
trabajan de domingo a domingo en unos terrenos donde el agua no abunda, por lo
que se han dedicado a producir principalmente apio criollo (Arracacia xanthorriza) tubérculo
americano que en otros países se conoce como arracacha, racacha, virraca o
zanahoria blanca. Cada vez que pueden se
congregan alrededor de la capilla que construyeron en homenaje a san Isidro,
patrono de los agricultores, y ayer sábado 24 lo hicieron porque fue el día que
el párroco de Mendoza pudo subir a oficiar misa en su minúsculo templo.
Los
vecinos prepararon grandes ollas de comida para los que acudieron allí, los
“chinos”, como llaman a los niños, cumpliendo con sus roles de diablos
angelicales. Para ellos los mayores construyeron un “burro”: un madero enterrado en el suelo al
que llaman espiga, donde encajan uno más largo en un agujero que llaman
travesaño, y en cuyas puntas colocan unas estacas para que los muchachos se
agarren mientras los demás le hacen girar a fuerza de empellones.
El aire en
estas montañas es manto que aplaca la desolación, aquí cada gesto es una
invocación a la faena y a la libertad que conceden los labrantíos. Cada mano es un mapa de logros labrados a
pulso fino y sudor grueso, el plante del mozo que baila en su palma el trompo
se convierte en sonido del viento reventando en la orilla de las arboledas. Es
el fraguado que día a día nos consolida como país pese a las mil vicisitudes
donde solemos debatirnos. Tanto aportan estos campesinos de inocencia
maliciosa, como los muchachos que se mantienen en las calles de nuestras
ciudades plantando cara a un arreo de ignaros en ejercicio del poder.
© Alfredo Cedeño
2 comentarios:
La palabra es el gran instrumento heredado por el hombre para hacerlo diferente a los demás seres vivos, pero ésta acompañada del pensamiento vivo, de la capacidad de discernir es lo que verdaderamente configura a usted como ser humano que ama nuestra Patria. En un estado ancestralmente tan olvidado, tan maltratado, por quienes sembramos nuestras raíces en él, es verdaderamente gratificante contar con un instrumento escrito, constante, acucioso, plural, democrático y valiente como lo es este excelente Profesional.
Magnifico como todos tus trabajos, siento que estas muy enamorado de Trujillo ,ese estado es hermoso pero nunca recordado por nuestros políticos , siempre abandonado a la buena de Dios
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