En
ocho oportunidades anteriores he escrito sobre diferentes estados, que es el
nombre dado aquí a las entidades en que ha sido dividida política y
administrativamente Venezuela. Explico
–y así respeto una de las pocas buenas enseñanzas que recibí del conde del
Torbes y duque de Táriba, “mecié” Humberto Márquez, quien solía repetirme con
paciencia infinita y digna de mejores causas: “Negro escriba como si fuera la
primera vez que lo leen”–: en ocasiones anteriores al escribir sobre nuestra
división territorial he dicho que este país de mis tormentos está dividido en
24 Entidades Federales, 23 de las cuales se denominan estados, uno de ellos es
el tema de esta nota de hoy: Zulia.
Alfredo
Jahn aseguraba que al momento de su descubrimiento, los territorios que abarcan
nuestro estado tema de hoy, estaba habitado por numerosos grupos
indígenas. Señaló Jahn a los
Guajiros, Cocinas, Paraujanos, Onotos,
Zaparas, Kirikires, Bubures, Mapes, Motilones, Guanaos, Macoas, Chaques. Hoy en esa zona sólo permanecen los Añú
-también llamados Paraujanos-, los Wayúu o Guajiros, así como los Barí, Yukpa y
Japrería, denominados Motilones, pertenecientes a la familia Caribe.
La
penetración conquistadora comenzó acá exactamente el 24 de agosto de 1499, día
en que Alonso de Ojeda llegó a orillas del Lago de Maracaibo. Américo Vespucio debe haberlo acompañado ya
que le escribirá desde Sevilla a Pier Francesco de Medicis, que se encontraba
en Florencia, el 18 de julio de 1500: “...encontramos una grandísima población que tenía sus casas
construídas en el mar como Venecia, con mucho arte,...”
Dos
años más tarde Ojeda intentó en 1502 fundar un pueblo y fracasó. Treinta años después fue el turno de Ambrosio
Ehinger, más conocido como Alfínger, quien realizó otro intento fundacional. Le sucederá Alonso Pacheco y Pedro Maldonado
que cristalizan sus intentos en 1574 llamando a la naciente población Nueva
Zamora de Maracaibo.
A
fines del siglo XVI, entre 1591 y 1592, Gonzalo de Piña Ludueña fundó al sur
del lago a San Antonio de Gibraltar. Esa
ciudad pronto alcanzó vigor y prosperidad, ya que era el puerto empleado para
el transporte del cacao que se producía en sus inmediaciones y para la salida del
tabaco de Barinas. Amén de ser el centro
de comunicaciones con Mérida, Táchira y toda la Provincia de Santa Fe,
su pujanza la convirtió en blanco preferido de indios y piratas.
En
la madrugada del 22 de agosto de 1600 los indígenas cayeron sobre la ciudad,
mataron a todos, saquearon viviendas y negocios, y luego la incendiaron. Gibraltar fue levantada de nuevo y su bonanza
continuó, hay quienes han escrito que en sus buenas épocas allí había 16 pilas
bautismales y que los diezmos llegaban hasta los 40.000 pesos. Pero en 1614 nuevamente los indígenas
asolaron la ciudad y la incendiaron.
En
1642 el corsario William Jackson saqueó Maracaibo durante dos meses y ocho
días, en febrero del 43 cayó sobre Gibraltar.
Ante semejante incursión se
comenzó a trabajar en la fortificación de La Barra del Lago de Maracaibo, a tal fin se
remitieron al rey tres plantas de fortificación. Felipe IV, el 17 de junio de
1643, encargó la tarea a los gobernadores y capitanes generales de Mérida y
Venezuela. Se sabe que tales
construcciones estaban listas en 1645.
Entre
1665 y 1669 fueron numerosos los ataques
filibusteros. En junio de 1665
Juan David Nau, El Olonés, quien saqueó Maracaibo y Gibraltar. En 1667 Miguel El Vascongado fue quien asoló
a la actual capital zuliana, de donde se largó sin llegar hasta Gibraltar. A
comienzos de julio de 1667 le tocó a sir Henry Morgan, el temido pirata Morgan,
quien llegó a la boca del Lago de Maracaibo y se plantó allí. Los defensores de Zapara luego de incendiar
el poblado huyeron. El 5 de julio, Morgan hizo su entrada a Maracaibo y
encontró la ciudad abandonada, todos habían huido y sólo quedaban algunos niños
y mujeres. Después de ocho días siguió a
Gibraltar donde la escena se repitió: la población abandonada, tampoco halló a
nadie. Pero, unos esclavos le informaron
dónde se había escondido la gente y allí Morgan logró un buen botín. Fueron quince semanas las que permaneció
asolando toda la zona. Cuando el
corsario británico quiso marcharse encontró que los españoles habían intentado
fortificar la barra del lago para dejarlo allí encerrado, pero el astuto hombre
de mar, conocedor de las mil y una argucias, logró burlar el incipiente
bloqueo, destruyó las defensas y regresó a Maracaibo, exigió el pago de un
rescate por la ciudad, se lo pagaron y finalmente se retiró.
Sin
embargo, no todo es dolor y tragedia en la zona. De Gibraltar se dice que es la cuna de la
gaita, aun cuando no existen testimonios documentales que así lo
comprueben. Lo que si es cierto es que
en el año 1668 se compuso una gaita dedicada al “glorioso San Sebastián”,
patrono de Maracaibo. Este documento,
hallado por Agustín Pérez Piñango en un cofrecito empotrado en una pared del
antiguo Colegio Nacional y que había sido de los Frailes Franciscanos, hoy día
está en España. En esa valiosa pieza
histórica no sólo está escrita la letra de la gaita, sino que también aparece
la música, registrada en notas cuadradas, es decir siguiendo el modelo
gregoriano de transcripción musical.
A
la gaita le siguieron los piratas y el 6 de junio de 1677 le tocó el turno al
parisino Francisco Grammont de la
Mothe. El no sólo
asoló Maracaibo y Gibraltar, sino que siguió hasta Trujillo y acabó con todo a
su paso. Pasarán más de seis meses para
que Grammont se retire. Finalmente el 10 de junio de 1681 Carlos II dispuso en
detalle lo que se debía hacer con la fortificación de la Barra y señaló los medios
con los que esta labor se podía realizar.
A
trancas y barrancas se llegó al siglo XVIII y apenas comenzando, el 18 de
noviembre de 1703, apareció la
Virgen de la
Chiquinquirá a una humilde moledora de cacao, que, mientras
realizaba labores en su hogar, sintió ruido en una de las paredes de su
vivienda. Cuando la mujer indagó lo que
estaba pasando, encontró que la tablita que había recogido a orillas del lago
se iluminaba y que en ella aparecía la imagen de “La Chinita”. Así comenzaba un largo camino de fe y
esperanza que se transformaría con el tiempo en uno de los baluartes de la
zulianidad.
En
marzo de 1774 el Obispo Mariano Martí llegó a Bobures y asentó en sus escritos
del momento que en la costa llamada de Los Bobures había más de 300 personas y
que allí se pagaba la mitad del diezmo a Caracas y la otra mitad a Santa Fe y
dice: “Acá no hay amancebamiento ni hurtos.” Y de esta forma, entre piratas,
misioneros, conquistadores, indígenas y cronistas, se fue configurando una
región que tiene sus propios códigos, su propia gente, pioneros y emprendedores
todos ellos. Una amalgama de situaciones
que fue macerando y preparando a sus
hijos para hacer su entrada a los tiempos contemporáneos. Por eso nadie
se extrañó cuando el 28 de enero de 1879, trece meses después del
estreno del cine en París, Manuel Trujillo Durán, en el teatro Baralt, proyecta
por primera vez una película en Venezuela.
La proyección estuvo integrada por Los
Campos Elíseos y Llegada de Un Tren,
de los hermanos Lumiére, así como Un
célebre especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa y Muchachas bañándose en el Lago, ambas de
Trujillo Durán. Es también en 1879 que
comienza a funcionar la
Maracaibo Telephone Company, el teléfono llegó a Maracaibo
antes que el alumbrado y el acueducto.
El
petróleo, que había sido empleado rudimentariamente desde tiempo inmemorial por
los oriundos del lago, y más tarde por los colonos, para el calafateo de sus
embarcaciones y luego como combustible
para alumbrar, fue otorgado en concesión por Cipriano Castro. Para Antonio Aranguren fue el derecho sobre
los distritos Bolívar y Maracaibo, y para Andrés Vigas el distrito Colón. Se dice que Aranguren y Vigas no eran más
que testaferros de compañías
extranjeras, ya que Castro no quería nada con empresas internacionales. Pero ese no era el caso de Juan Vicente Gómez
quien en 1909 firmó con John Alles Tregelles un contrato de concesión para
exploración y explotación petrolera en las zonas de Zulia, junto a Táchira,
Trujillo, Mérida, Lara, Falcón, Carabobo, Anzoátegui, Sucre, Nueva Esparta,
Monagas, Yaracuy y Delta Amacuro.
El
14 de diciembre de 1922 el pozo Los Barrosos 2, en La Costa Oriental del
Lago, propiedad de la Venezuelan Oil Concessions Limited, reventó con un
chorro de petróleo que se podía ver desde Maracaibo. Para aquella época,
Venezuela era un muy pequeño productor que apenas producía 6.000 barriles
diarios, los cuales se extraían de nueve pozos petroleros de 37 perforaciones
que se habían hecho. ¡Los Barrosos
producía 100.000 barriles diarios! Es fácil imaginar lo que sucedió
después. Comenzaba la era petrolera
venezolana, entramos al siglo XX.
Junto con el
boom petrolero, necesito explicar que también comienzan las luchas obreras por salarios dignos. Ya en 1921 en
Puertos de Altagracia hubo una revuelta de obreros de la que poco se habla; en
1924 hubo una primera huelga en Mene Grande la cual fue liderada por Luis
Augusto Malavé y en 1925 se produjo otro movimiento en Cabimas que condujo a
una suspensión de actividades obreras por doce días. En 1933, bajo la dirección
de Rodolfo Quintero, se intenta sindicalizar a los obreros petroleros a través
de la Sociedad de
Auxilio Mutuo de los Obreros Petroleros –SAMOP–, la cual no prosperó; y en
1934 Valmore Rodríguez organizo la
Sociedad de Bien de Cabimas. En 1935, desde la clandestinidad,
se crean los Sindicatos Petroleros del
Zulia. Todo ello fue generando el ambiente que conduciría al 14 de
diciembre de 1936, cuando estalló la
primera gran huelga petrolera de la historia venezolana, que estalló en Zulia,
en los campos de Cabimas, Mene Grande, Bachaquero, San Lorenzo, Mene de Mauroa;
así como en Cumarebo, estado Falcón.
Son
incontables las publicaciones de todo tipo que se han hecho en torno a este
paro laboral y su impacto en nuestra historia contemporánea, confieso que sería
injusto de mi parte tratar de despachar en dos pinceladas su profundo impacto
en nuestro país, pero así fue. Luchas
que sembraron una semilla que siempre germina en todos los rincones de esta
tierra, no hay mejor demostración de ello que las desiguales peleas que vienen
dando desde el pasado 12 de febrero nuestros estudiantes contra un Estado cada
día más descolocado y patibulario.
Simultáneamente
con el petróleo se terminó de fraguar la que será una de las expresiones arquitectónicas más sólidas y
genuinas de todo el país: Las Casas de El Saladillo. Se desarrolló un modelo arquitectónico y
estético popular, casi ingenuo, nacido del colectivo marabino para dar solución
al calor asfixiante característico de la zona.
Esta forma se extendió rápidamente y pronto todo lo que es el núcleo
urbano de Maracaibo y que iba desde Los Puertos hasta la Plaza Bolívar y
Basílica de la
Chiquinquirá, se llenó de casas de sueño. Casas altas, espigadas, elegantes, de una
variedad cromática única, llenas de mil y un colores que hacían palidecer de
envidia al arcoíris. Un día las hicieron
desaparecer, pero hoy quedan en el Barrio Santa Lucía y El Empedrao algunas de
esas casas llenas de leyendas y penumbras donde cobijarse del sol.
Zulia,
Mara, Lago, Bobures, Gaitas, Chimbángles, Petróleo, Chinita, Barí, Añú, Japrería,
Yukpa y Wayúu, un todo que hace un cuerpo de tradiciones y costumbres sólido
como una roca. Uno de los pilares
fundamentales que nos ha ido conformando como nación.
© Alfredo Cedeño