miércoles, noviembre 13, 2019

SOLIDARIDAD INÚTIL


                Se abunda mucho en torno a la instintiva solidaridad humana frente a las injusticias, y sobran los pontificadores al respecto, es una homilía repetida hasta el hartazgo. Las figuras empleadas para tocar el punto son por demás variopintas. Se habla del síndrome de David y Goliat, de la invencible capacidad del débil para derrotar al poderoso, del romanticismo implícito en la simpatía despertada ante el derrotado.  Y por esa ancha avenida, empedrada de magníficas intenciones, ha paseado infinitas veces la carreta de las minorías asesinadas, de los pueblos aniquilados a mansalva, de los tiranos envalentonados ante el silencio –temeroso o alcahueta– del altisonante “coro de voces mundiales”.
                Los ejemplos son incontables, justo ahora se cumplen 61 años del bautizo de la barbarie nazi, llevada a cabo en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, bautizada como La Noche de los Cristales Rotos. Larga noche para los alemanes y austríacos que profesaban la fe judía.  Fueron miles de tiendas, casi dos millares de sinagogas destruidas, decenas y decenas de asesinados, ancianos, mujeres y niños apaleados y vejados a mansalva en esas horas endemoniadas.  Una letanía de horrores que comenzó a entonarse esa noche ante una respuesta casi nula del mundo.  El saldo final fue de seis millones de personas inermes asesinadas por obra y gracia del delirio del señor Hitler.
                    Necesito escribir que ya en ese tiempo había habido variadas experiencias de aniquilaciones genocidas, ante las cuales el mundo también había hecho mutis. Me refiero a la molienda de vidas que llevó a cabo Stalin en la otrora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y de la cual poco se habla, o de nula conmemoración en modo alguno.  Según el historiador Víktor Zemskov, la cifra de presos en los llamados Gulag entre 1938 y 1945 fue de 13.045.450 personas; y según la Fundación de Aleksandr Yákovlev, el número total de presos muertos en dichos campos de prisioneros en esos años fue de 1.126.947 personas. Las cifras del monto total de víctimas del glorioso gobierno del proletariado bajo la férrea mano de “Koba” son variadas, pero las que parecen ser menos apasionadas fueron las de Robert Conquest, situó la cifra de muertos por la represión política y la gran hambruna rusa, entre trece y quince millones de muertos.
                    Ambas tragedias pudieron ser detenidas, y no fue así. Solo una de ellas, la de los creyentes judíos, fue atajada. La otra se trata de mantener al margen de la memoria de la vergüenza humana.  Algo similar viene ocurriendo desde hace más de medio siglo con Corea del Norte y Cuba, y desde hace dos décadas en los predios del esperpento histórico llamado chavismo. Y el mundo sigue igual de callado, permanece mirando los toros desde la barrera, mientras los hinchas del pensamiento liberal, esos que gustan ser llamados progresistas, jalean a los sádicos sociales de turno. No se necesita otra cosa más que entonar un canto lastimero de dignidad de los pueblos, del derecho a la autodeterminación, de valentía frente al monstruo imperial, para ser elevado al panteón de los próceres planetarios.
                    Mientras tanto, y sin consuelo a la vista, los venezolanos seguimos sumergidos en la apestosa letrina en que ha sido convertida nuestra tierra. Las voces de solidaridad son infinitas, pero siguen siendo de una inutilidad aún más extensa. ¡Cuánto cuesta evitar que el desconsuelo se imponga!

© Alfredo Cedeño

1 comentario:

Anónimo dijo...

Afredo

Tu texto es estremecedor! ¡Admirable!
Lo que estoy descubriendo también me estremece: los jueves adquiero plena conciencia de que estás vivo, que tu mente es esclarecida y vigorosa, y los domingos tú pisas firme sabiendo que también yo existo y trato de mantener mi mente igualmente esclarecida, pero confieso que tengo que hacer un esfuerzo enorme para igualarte.
Va el abrazo impostergable,

Rodolfo Izaguirre

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