Se
abunda mucho en torno a la instintiva solidaridad humana frente a las
injusticias, y sobran los pontificadores al respecto, es una homilía repetida
hasta el hartazgo. Las figuras empleadas para tocar el punto son por demás variopintas.
Se habla del síndrome de David y Goliat, de la invencible capacidad del débil
para derrotar al poderoso, del romanticismo implícito en la simpatía despertada
ante el derrotado. Y por esa ancha
avenida, empedrada de magníficas intenciones, ha paseado infinitas veces la
carreta de las minorías asesinadas, de los pueblos aniquilados a mansalva, de
los tiranos envalentonados ante el silencio –temeroso o alcahueta– del
altisonante “coro de voces mundiales”.
Los
ejemplos son incontables, justo ahora se cumplen 61 años del bautizo de la
barbarie nazi, llevada a cabo en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938,
bautizada como La Noche de los Cristales Rotos. Larga noche para los alemanes y
austríacos que profesaban la fe judía.
Fueron miles de tiendas, casi dos millares de sinagogas destruidas,
decenas y decenas de asesinados, ancianos, mujeres y niños apaleados y vejados
a mansalva en esas horas endemoniadas.
Una letanía de horrores que comenzó a entonarse esa noche ante una
respuesta casi nula del mundo. El saldo
final fue de seis millones de personas inermes asesinadas por obra y gracia del
delirio del señor Hitler.
Necesito
escribir que ya en ese tiempo había habido variadas experiencias de
aniquilaciones genocidas, ante las cuales el mundo también había hecho mutis.
Me refiero a la molienda de vidas que llevó a cabo Stalin en la otrora Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas y de la cual poco se habla, o de nula
conmemoración en modo alguno. Según el
historiador Víktor Zemskov, la cifra de presos en los llamados Gulag entre 1938
y 1945 fue de 13.045.450 personas; y según la Fundación de Aleksandr Yákovlev,
el número total de presos muertos en dichos campos de prisioneros en esos años
fue de 1.126.947 personas. Las cifras del monto total de víctimas del glorioso
gobierno del proletariado bajo la férrea mano de “Koba” son variadas, pero las
que parecen ser menos apasionadas fueron las de Robert Conquest, situó la cifra
de muertos por la represión política y la gran hambruna rusa, entre trece y
quince millones de muertos.
Ambas
tragedias pudieron ser detenidas, y no fue así. Solo una de ellas, la de los
creyentes judíos, fue atajada. La otra se trata de mantener al margen de la
memoria de la vergüenza humana. Algo
similar viene ocurriendo desde hace más de medio siglo con Corea del Norte y
Cuba, y desde hace dos décadas en los predios del esperpento histórico llamado
chavismo. Y el mundo sigue igual de callado, permanece mirando los toros desde
la barrera, mientras los hinchas del pensamiento liberal, esos que gustan ser
llamados progresistas, jalean a los sádicos sociales de turno. No se necesita
otra cosa más que entonar un canto lastimero de dignidad de los pueblos, del
derecho a la autodeterminación, de valentía frente al monstruo imperial, para
ser elevado al panteón de los próceres planetarios.
Mientras
tanto, y sin consuelo a la vista, los venezolanos seguimos sumergidos en la
apestosa letrina en que ha sido convertida nuestra tierra. Las voces de
solidaridad son infinitas, pero siguen siendo de una inutilidad aún más
extensa. ¡Cuánto cuesta evitar que el desconsuelo se imponga!
© Alfredo Cedeño
1 comentario:
Afredo
Tu texto es estremecedor! ¡Admirable!
Lo que estoy descubriendo también me estremece: los jueves adquiero plena conciencia de que estás vivo, que tu mente es esclarecida y vigorosa, y los domingos tú pisas firme sabiendo que también yo existo y trato de mantener mi mente igualmente esclarecida, pero confieso que tengo que hacer un esfuerzo enorme para igualarte.
Va el abrazo impostergable,
Rodolfo Izaguirre
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