Es el símbolo de una plegaria perpetua que todos, de una manera u otra,
elevamos y no dejamos de entonarla para buscarlo en todo momento. Emblema de la
riqueza por antonomasia que, sin embargo, nace en medio de las miserias más
inimaginables.
Justo
se hace mañana un año escribí sobre la explotación artesanal aurífera y de diamantes
en el país (http://textosyfotos.blogspot.com/2012/07/oro-y-diamantes.html).
Hoy me dedico solo al metal que desde el título menciono.
Es
milenaria la devoción a su búsqueda. En Bulgaria, específicamente en la
denominada Necrópolis de Varna, descubierta hace apenas 40 años, se encontró lo
que aseguran es “el primer oro trabajado del mundo”. Este yacimiento arqueológico funerario fue
datado entre 4600 a
4200 antes de Cristo, es decir a finales del Calcolítico, nombre que se le da también a la Edad del Cobre. Algunos estudiosos del
tema aseguran que allí está la cuna de la civilización europea. Pero eso es harina de otro saco, así que sigo
en lo que respecta al tema de hoy.
En el mentado
cementerio búlgaro destacó la sepultura 43 donde fue encontrado un varón de 40 a 50 años y de
aproximadamente 1,75
metros de estatura. En dicha tumba hallaron 990 piezas de oro, que totalizaron kilo y medio de peso. Esto hace suponer que
el sujeto en cuestión era de elevada jerarquía, ya que amén de un cetro, un
mazo que empuñaba y muchísimas otras cosas, también encontraron una funda de
oro para su miembro viril… Un pinga de oro, hubiera resumido la vieja Elvira, mi
abuela paterna.
Se
le considera “el metal más maleable y dúctil que se conoce”, ya que con 31,10 grs.,
que corresponden a una onza, se puede extender de manera tal que se podría
realizar una lámina que cubra 28
m² . Bien sabemos, ustedes y yo, que son infinitos los
cuentos que se pueden echar respecto al tema de hoy. Si abordara sólo lo que
respecta al ámbito histórico en nuestro país, tendría que llenar alrededor de
diez Enciclopedias Británicas. ¿Se imaginan el esfuerzo ciclópeo de leer semejante
mamotreto? ¡Dios me ampare de pretender echarles semejante vaina!
Sin embargo, por aquello de la
cultura general, de la que tanto predica el erudito profano Humberto “chácharo”
Márquez, cito al historiador estadounidense Earl Jefferson Hamilton, quien
en su obra El tesoro americano y la Revolución de los
precios en España, 1501–1659, revela que en los siglos XVI y XVII, a partir
de 1503 y hasta 1660 llegaron al puerto de San Lúcar de Barrameda, 185.000
kilos de oro y 16 millones de kilos de plata desde América.
Explica
Hamilton en su libro que el siglo XVI vivió una revolución de los precios a raíz del
arribo de semejantes remesas, lo cual produjo una inflación que perjudicó
gravemente la economía productiva de la Monarquía Hispánica ,
en especial la de la corona de Castilla. Seguro estoy de que no ha de faltar
algún “analista”, que afirme con su cara muy lavada, la militancia en alza y la
objetividad a rastras que esa en realidad fue “la venganza póstuma de las
clases expoliadas por la voracidad del Imperio que les arrebató sus riquezas”…
Sigo de largo y me meto de cabeza en las selvas guayanesas a
mostrarles cómo se hace hoy en día para extraerlo, el oro por supuesto, de las
minas artesanales. Allí niños, mujeres y hombres, en un ambiente casi infernal,
se dedican a una tarea que no me atrevo a calificar. Anduve por las que funcionan a cielo abierto y
por unas atemorizantes galerías a más de
cincuenta metros bajo el suelo, donde se llega por medio de una cuerda que dos
hombres, polea y maniguetas mediante, operan.
Calor, humedad, riesgo de derrumbes,
un sorteo permanente de vicisitudes donde el premio siempre es un día más de
vida. En este ambiente puedes perder
ante una mordedura de serpiente o una
picadura de zancudo que te inocula la malaria con la rapidez propia de un
aletear evanescente, a veces es un machete o una escopeta quienes actúan en
manos de los que quieren acortar el camino a la posesión dorada. Sin embargo, lo habitual es una rutina que va
moliendo voluntades y salud al compás del picotear el terreno para llenar sacos
de tierra que irán a molinos donde, con la ayuda del azogue (mercurio), se
aglutinarán los casi microscópicos granos del mineral. Luego, soplete mediante,
se volatiliza el otrora llamado hidrargirio y queda en el envase el oro en
bruto.
Se escribe rápido y se lee más rápido, pero ese
proceso final conlleva un arriesgadísimo coqueteo suicida. El mercurio es un
mineral pesado que a partir de los 40º comienza a generar vapores tóxicos que
al ser inhalados dañan permanentemente el cerebro, los riñones y al feto en
desarrollo. Afecta el funcionamiento del cerebro y produce: irritabilidad,
timidez, temblores, cambios en visión, audición, y memoria. Exponerse por breve
lapso a altos niveles de vapores de mercurio también puede causar daño a los
pulmones, náuseas, vómitos, diarrea, aumento de la presión arterial o del ritmo
cardíaco, erupciones en la piel e irritación ocular…
Preñados de ignorancia a veces, y otras de temeridad,
lo manipulan y cargan encima con absoluto desenfado. Desde el muchacho que
apenas ayer era un niño y de un cartón viejo de bebida pasteurizada lo vierte
en la palma de su mano, hasta el otro
adolescente que, con todos sus aperos a la espalda, porta cual escapulario
mortal un pequeño frasco lleno de mercurio. Todos aseguran que sin él no pueden
hacer nada.
Un solo circuito que parece encerrar
los nueve círculos del Infierno de Dante se dan la mano en estos parajes. Las
paredes metálicas piden el cese al hostigamiento recurrente que viven esta
gente que lo que hace es ganarse la vida en buena lid.
Lo he dicho otras veces: se puede mirar
con ojos éticos o pedir que se actúe apegados a la más rancia deontología a
quienes se dedican a estos menesteres, y no se dejará de caer en el mismo
pontificar de la dama bienintencionada que mientras juega canasta condena a la
“putica” que anda haciendo la calle.
No propongo, ni dispongo; no
sugiero, ni recomiendo. Sólo digo que he visto entre ellos el relampaguear
implacable de la rudeza que exige se cumpla lo prometido, y también el
resplandor de la ternura. Vi las manos extendidas de una gente que le arranca
el oro a la tierra, mientras se juegan la vida de una y cien maneras, para
también mostrarlo y ofrecerlo con la generosidad del que se quita el pan de la
boca para entregarlo en alegre comunión al que lo necesita.
©
Alfredo Cedeño
No hay comentarios.:
Publicar un comentario