Venezuela
nació con el estigma de la riqueza. Todos cuantos han llegado a estos
territorios han estado convencidos de que basta con levantar las piedras para
que aparezcan tesoros inmarcesibles. Así ha sido siempre. No en balde fue acá
donde se centraron las primeras búsquedas de El Dorado.
En el siglo
XVI el explorador español Diego de Ordás, conocido también como Diego de Ordaz
o de Ordax, oyó hablar de esa meca aurífera y se dirigió para acá. En 1531
llegó al Delta del Orinoco y en junio de ese año remontó su cauce. Narra fray Pedro de Aguado en su Recopilación Historial de Venezuela que
en “una de las barrancas del río” entablaron comunicación con uno de los
naturales y, dejó escrito Aguado: “le vinieron a mostrar una sortija o anillo
de oro que el gobernador traía en el de4do, y mirándola el indio, y conociendo
que era oro después de haberle entregado y olido, dijo que de aquello había
mucho atrás de una cordillera que a mano izquierda del río se hacía, donde
había muy muchos indios, cuyo señor era un indio tuerto muy valiente, al cual
si pretendían, podrían henchir los navíos que traían, de aquel metal; …”
Ordás no
llegó, por supuesto, pero dejó plantada la semilla insidiosa que fue
determinante para que a fines de ese siglo, en 1595, Sir Walter Raleigh
redactara su mentadísimo informe The
Discovery que trataba de “El Descubrimiento del Vasto, Rico y Hermoso
Imperio de la Guayana …”
El aventurero
inglés escribió en dicho documento: “El imperio de la Guayana está situado directamente
al este del Perú en dirección al mar, debajo de la línea equinoccial, y hay en
él oro en más abundancia que en cualquier parte del Perú.” Debo también aclarar que Raleigh estaba
engolosinado porque él había colectado muestras de rocas en Guayana y: “De esos
trozos se han hecho muchos ensayos y en Londres fue Master Westwood, un
refinador que vive en Wood Street, el primero que lo realizó, quien halló un
contenido de 12 o 13.000
libras por tonelada”.
Les juro que
podría continuar citando cronistas y fabuladores que hablaron del preciado
mineral hasta llenar el espacio que me corresponde en este blog, pero no se
trata de aburrirles el domingo de manera tan vil. Quiero nombrar uno más y prometo que no les jodo más
la paciencia al respecto.
El jesuita Felipe
Salvador Gilij, quien vivió durante 18 años y medio en el Orinoco, escribió a
fines del siglo XVIII: “Me parece sin embargo que en los relatos del Dorado hay
muchos enredos procedentes del desconocimiento de las palabras indias, y por
consiguiente poco o nada de sólido hay en ellos.”
Gilij, al
igual que todos los que le antecedieron, no sabía que El Dorado estaba allí
bajo las plantas de todo aquel que se paraba sobre estas tierras de la Guayana. La fuerza telúrica que de
ella emana no deja de cautivar a todo el que la anda y contempla, de una u otra
manera va encadenando al que allí llega.
En 1849 y a
menos de 300
kilómetros al sureste de la entonces recién rebautizada
Angostura, devenida en la actual Ciudad Bolívar, se descubrió una de las minas
de oro más ricas del mundo; así comenzó a gestarse el nacimiento de una de las poblaciones más
ricas de este país, en lo que a lo material, humano y folklórico se refiere: El
Callao.
Todo empezó a orillas del río Yuruari donde se descubrieron
los primeros vestigios auríferos. La
misma Guayana se encargó de darle un
rotundo mentís a Gilij. En 1853 los centros económicos mundiales fueron
sacudidos por la noticia: Las minas de El Callao, un insignificante y
desconocido pueblito, de la no menos
ignorada Venezuela, tenían un rendimiento
de ¡50 onzas de mineral por tonelada!
En aquel momento se consideraba extraordinaria una mina cuyo rendimiento alcanzara las 4 onzas de oro por
tonelada. La vorágine fue absoluta. Han escrito que la situación fue igual o
mayor que la desatada con el hallazgo de la Quebrada Sutter en
California, Estados Unidos.
Entre 1874 y
1888, tales tierras produjeron CINCUENTA Y CINCO MIL KILOS de oro. Leen bien: 55 toneladas de oro… En 1910 los
filones de oro es poco lo que podían dar
y El Callao comenzó a marchitarse, a vivir de sus glorias pasadas. Hasta 1936 la educación primaria se impartió
en inglés, su población básicamente negra, emigrada de Trinidad y otras islas
caribeñas, fue conformando sus propias expresiones como grupo humano. Con el
descubrimiento aurífero también se gestó
la expresión folklórica por excelencia
de la zona: El Calipso.
Insisto: podría seguir manejando cifras y datos
hasta el mareo. Pero no quiero dejar por fuera otra fuente, al parecer
inagotable, de riquezas en tierras guayanesas.
Me refiero a los diamantes. Esta palabra proviene del griego adamantos,
que significa indomable, duro. Pero sigamos
en nuestra majestuosa Guayana.
El hallazgo de
las reservas diamantíferas en la
Gran Sabana , se debe al doctor Lucas Fernández Peña, que en
1924, se estableció a 20 Km .,
de la frontera con el Brasil en el cerro Acurimá, cerca del río Uairén y fundó
Santa Elena de Uairén en 1927. Pero no sería hasta 1931, cuando él descubrió oro
y diamantes en las inmediaciones del cerro Paratepuy, en las cercanías del
cerro Surukum, 40 Km al oeste de Santa Elena.
Dejaré de lado datos y cifras al
respecto. La explotación de ambas
riquezas ha sido motivo de numerosas reseñas en distintas publicaciones de todo
orden. Yo mismo en septiembre del año pasado escribí acá sobre la
Mina El Polaco (http://textosyfotos.blogspot.com/2011/09/mina-el-polaco.html).
No puedo dejar de insistir en el drama humano que hay
atrás de la explotación minera. Se cuestiona con alegría y facilidad la manera
en que estos hombres y mujeres se ganan la vida. Se les acusa del daño a veces irreversible
que ocasionan al medio ambiente. Es cierto. Ahora bien: ¿Qué hacemos? ¿Cómo van a vivir ellos? ¿Qué opciones les
ofrecemos para que sobrevivan? Es un
vasto y complejo drama humano al que no podemos despachar con una solución
éticamente correcta concebida desde la comodidad de nuestros centros urbanos.
El ahogo endemoniado del calor y la humedad, en
medio de un paisaje lunar, donde las sombras se van alejando en la medida que
la búsqueda de la suerte se hace cada vez más esquiva. La asfixia que se te
atornilla en cada poro cuando estás a 60 metros bajo tierra en un socavón que no
sabes si se te vendrá encima. La desesperanza que se hace cada vez más opresiva
por haber hipotecado la vida a cambio de unas latas de sardinas y una botella
de ron barato. Las ilusiones que parecen heredadas de los primeros aventureros
que hollaron estos parajes buscando una ciudad de oro y riquezas sin medidas.
Estos parajes,
cada uno de ellos, son otros trozos de este territorio divino, pese a todo, que
es Venezuela. Aquí cada cual pone su
pedazo de esperanza e ilusiones para ganarse la vida. Tal vez de forma errada,
pero… ¿quién puede lanzar la primera piedra? Yo no, sólo me queda escribir con
el respeto que merecen quienes viven persiguiendo una quimera que tal vez nunca
llegará, pero a la que se empeñan en perseguir con la limpieza de los
sueños. Y de esos guijarros tengo miles
para lanzar y seguiré haciéndolo.
© Alfredo Cedeño
3 comentarios:
Interesante tema, da mucho por escribir y narrar, pero como tú lo das a entender, equivocados o no, como solucionar todo eso? Tal cual lo escribiste: "¿quién puede lanzar la primera piedra? Yo no, sólo me queda escribir con el respeto que merecen quienes viven persiguiendo una quimera que tal vez nunca llegará, pero a la que se empeñan en perseguir con la limpieza de los sueños." ABBM
Buenas fotos.
Jaime Ballestas
Hola Alfredo,...muy bueno tu documento,..Las escenas de los buscadores de oro parecen repetirse en otros lugares, y parece mentira que la pobreza sea la compañera habitual de estos personajes,....lo cual se presenta como una ridiculez dado que estamos hablando de riqueza. Pero hay algo peor,....hoy en día, compañías extranjeras mediante artilugios, o corrupción, extraen el mineral, con un sistema destructivo del medio ambiente, La minería cielo abierto deja solamente a los habitantes de la zona un tremendo pozo de cientos de metros de profundidad, suelo ácido y destruido, y agua contaminada.Aquí luchamos contra ellos,...pero casi siempre la corrupción gana. Un abrazo. ELCRUZADO
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