La práctica gregaria del hombre es instintiva,
aquello de que la unión hace la fuerza es un mandato de nuestra propia
condición para superar nuestra debilidad manifiesta ante aquello que nos desborda.
Fue así como se pudieron construir caminos, crear botes, inventar puentes,
erigir catedrales, inventar aviones, lanzar cohetes. Es un abanico de suma de
talentos que fueron crisol para que aparecieran intérpretes de los anhelos
humanos y se convirtieran en ingenieros, creadores, arquitectos, músicos,
creadores de todo ámbito y concierto. Pero también aparecieron los exégetas de
la destrucción, igualmente inherentes a nosotros.
Hace 47 años el
psicólogo Philip Zimpardo, quien se desempeñaba como profesor en la californiana
Universidad de Stanford, llevó a cabo un experimento del que todavía se habla y
escribe con frecuencia. El catedrático de ancestros italianos agarró dos
vehículos idénticos y los colocó en ambos extremos de Estados Unidos. Uno fue
dejado en las calles del depauperado barrio neoyorquino del Bronx, en la
llamada Costa Este; mientras que el otro fue estacionado en una de las
pudientes avenidas del muy linajudo Palo Alto, ubicado en la Costa Oeste. Es
decir, eran dos escenarios completamente diferentes, las dos caras de la
sociedad americana: miseria y opulencia.
El investigador,
igualmente, dispuso que un grupo de especialistas observaran la conducta de
quienes circulaban por donde habían sido colocados ambos carros. Como era de esperar, el que dejó en el
municipio más al norte de la llamada Babel de Hierro, comenzó a ser vandalizado
a las pocas horas. En breve no tenía espejos, ni ruedas, le rompieron las
ventanas, se llevaron su radio, el motor, parte de los asientos, lo que no podían
arramblar lo cortaban con navajas. En cuestión de días el flamante auto era un
carapacho. Mientras tanto, y ya transcurrida una semana, el de Palo Alto se mantenía impecable.
Las primeras
ideas que asoman es que la violencia y espíritu destructivo es un patrimonio de
quienes menos tienen. Y fue en este punto donde Zimpardo y su gente
introdujeron un nuevo factor, no poco ponzoñoso, a la ecuación social que
estaban despejando, y le dieron un matracazo a uno de los cristales de sus
ventanillas y corrieron a esconderse para seguir en sus labores de observación.
¡Oh, oh! ¿Qué creen que pasó? ¡Se
replicó el mismo proceso que había ocurrido en el Bronx! En breve espejos,
ruedas, radio, asientos, motor y cuanto chisme llevable había desaparecieron y
de la hasta entonces impoluta carroza sólo quedó el caparazón.
Y empezaron las
consideraciones respecto a la conducta. ¿Cómo
es que un anodino vidrio roto en un automóvil estacionado en un muy
aristocrático predio californiano puede desencadenar un proceso indudablemente delictivo?
Zimpardo y sus colegas especularon que un vidrio roto en un auto abandonado
transmite deterioro, desinterés, despreocupación y con ello se rompen códigos
de convivencia, se comunica una especie de que vale todo. Cada vez que el coche
de Palo Alto era atacado ese paradigma se reforzaba y condujo a que los actos
en su contra cada vez fueran peores hasta hacerse incontenibles, y desembocar en
una espiral de violencia irracional.
Este experimento
me viene a la memoria cuando veo las informaciones sobre lo ocurrido en Cumaná,
en el oriente venezolano. Allí una muchedumbre desesperada por la escasez de
alimentos arrasó con todos los expendios
de bienes y alimentos, cual versiones tropicales de Atila dejaron la capital
del estado Sucre enteramente desolada. Al asombro ante lo ocurrido allá, siguió una
ola de indignación por parte de muchos espectadores, no participantes, de
aquellos sucesos. El más manido de los señalamientos fue que una cosa era la
necesidad de alimentos y otra el vandalismo observado por parte de quienes
protestaban. La arremetida moral en contra de los cumaneses fue unánime, nadie atinó en medio del desconcierto a
señalar que lo ocurrido era la consecuencia lógica de una serie de señales que
desde hace largo tiempo han astillado todas las señales de convivencia de la
sociedad venezolana y que episodios como los de Cumaná se replicarán a lo largo
y ancho de Venezuela muy pronto.
Al observar lo
ocurrido en esa ciudad no puedo evitar pensar en la carrera por las
candidaturas presidenciales de las venideras elecciones en Estados Unidos. Por
lo visto en el territorio imperial hay unas cuantas ventanas rotas que han
despertado la irracionalidad de los electores. ¿Qué explicación se le puede dar
al triunfo del millonario Trump en la arena republicana? Él es un caso del que se hablará a
profundidad en un futuro, ya que es digno de ser analizado a cabalidad para
tratar de identificar los ingredientes de su hasta ahora exitosa receta,
fundamentalmente populista.
Fueron las promesas grandilocuentes las bases para
que este hijo del municipio neoyorquino de Queens empezara en febrero de este
año su ascenso. En las elecciones internas republicanas de Carolina del Sur el
constructor hizo añicos las esperanzas del ex gobernador Jeb Bush, quien venía
de una exitosa precampaña en la que había logrado colectar la nada despreciable
suma de 120 millones de dólares para su faena electoral. Al mes siguiente el
turno fue para el senador Marco Rubio, a quien Donald le dio una felpa en Florida
al conseguir superarlo con 18,7% más de votos, lo que le obligó a renunciar a
la carrera candidatural. En mayo el turno fue para el descendiente de cubanos
Rafael “Ted” Cruz con quien hizo picadillo en las primarias de Indiana.
En este momento no hay dudas de quién será el
candidato del partido del elefante, quien haciendo honor a la mascota de esa
tolda avanza aplastando todo a su paso.
No logrará el triunfo frente a la abanderada de las fuerzas del burro
demócrata, sin embargo estará a muy pocos votos de alcanzarlo. La irracionalidad política es un potro
desbocado que galopa a placer en todos los escenarios y por lo visto hay poca
disposición real para atajarlo y mucho menos para domarlo. Son incontables las
ventanas rotas que se observan, poco se hace para repararlas y evitar que el
daño siga creciendo mientras la paciencia ciudadana cada día se hace más escasa.
La desidia es una peste que sabe echar raíces.
A veces los escenarios me resultan tan cercanos pese a sus aparentes
lejanías…
© Alfredo Cedeño
2 comentarios:
Buenos días. Lo que está pasando en el imperio con el candidato republicano es lo que sucede en Francia y en Austria, por ejemplo, o, por el otro lado en España, esto es, por los extremos. Es el mismo fenómeno aunque parece el uno contradictorio de los otros. Es propio de los tiempos de crisis en los que mucha gente busca seguridad donde sea, y en este caso donde se la ofrecen aunque sea falsa, y se la ofrece el extremista que no se anda con sutilezas sino que habla con contundencia. Esto funciona hasta que se agota y no tarda mucho en agotarse pero produce estropicios mientras tanto. Nosotros estamos expuestos a que en estas circunstancias suceda cualquier cosa. Un abrazo.
Alejandro Moreno
Caramba...que texto tan interesante.
La violencia es virulenta. Cuando el ser humano se expone al contagio de inmediato comienza una reacción en cadema que puede pasar de epidemia a pandemia...
El odio, alberga odio y es candela para la venganza y la retaliación...
La vacuma es el trabajo interno, el emponderamiento amoroso y la empatía...
My humble opinion.
Pd: El marketing de Trump es digno de un estudio aparte. Creo que el monopoliza emociones perturbadoras y hace malabares políticos que hechizan creando "dudas razonables" a pesar de tanto desafuero y locura mediática
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