viernes, abril 29, 2022

¿EL MEJOR PAÍS?


Afortunadamente cada día es menor el número, aunque todavía subsisten no pocos casos, de situaciones en las que oímos decir, ante el evidente maltrato por parte de su pareja, a una mujer –o a un hombre, que, aunque en menor porcentaje, también los hubo y hay; conocí más de un caso–, “¡Yo lo adoro! Pobrecito, él no me quería hacer daño, lo que pasa es que perdió los papeles, pero él me ama muchísimo.” Modelos de frases de similar tenor son infinitos. Lo habitual en esas circunstancias era ver evidentes secuelas de las acciones del energúmeno –o energúmena, de turno: ojos amoratados, hematomas, cuando no alguna extremidad escayolada.

Cuando escenarios como ese desbordan el ámbito doméstico, se puede llegar al llamado “Síndrome de Estocolmo”, en el que, quien sufre determinado tipo de violencia, pero sin evidencias físicas, desarrolla un alto nivel de empatía con quien le agrede. Hay dos casos emblemáticos que se suelen citar a manera de ejemplo por excelencia. Uno fue en agosto de 1973, cuando Janne Olsson intentó asaltar un Banco de Crédito de Estocolmo, Suecia, de allí el nombre del trastorno, y al encontrarse acorralado tomó como rehenes a cuatro empleados del banco; sin explayarme en los detalles, lo cierto fue que los cautivos terminaron protegiendo al captor para evitar que la malévola Policía de Estocolmo no le hiciera daño al querubín. Fue famosa la frase de una de las rehenes asegurando que no le asustaba el malandrín; “me asusta la policía”.

Otro caso similar fue el de Patricia Hearst, nieta del magnate William Randolph Hearst, quien había sido secuestrada por el Ejército Simbionés de Liberación; al poco tiempo anunció que se había unido a sus captores y, si la memoria no me falla fue en abril de 1974, fue grabada, fusil en mano, en el asalto a una sucursal del Banco Hibernia en San Francisco.

Estas vinculaciones afectivas que se generan entre víctima y victimario han generado mucha tela para cortar.  Es una relación que ha ido mutando y que se manifiesta de las maneras más inverosímiles. Es así como podemos encontrar a un número, cada vez mas grande, de personas que afirman que en Venezuela no está ya la cosa tan mal, que son exageraciones de “los guerreros del teclado”, que tampoco es que Nicolás y Diosdado son tan hijos de su bendita madre como se dice por ahí, que eso de Otoniel Guevara y los policías metropolitanos son habladurías, y a Roland Carreño lo mandaron a un spa a que se corrigiera la papada. Lo de Juan Pablo Pernalete, Neomar Lander y todos los otros muchachos ajusticiados por el malandraje rojo rojito, se asegura que esos han sido excesos de algunos funcionarios descontrolados. 

La escalada de justificativos luce también sin control. Así vemos a “personalidades” que piden se suspendan las sanciones contra Nico, Diosdi y su combo; mientras que actrices, cantantes y contorsionistas aseguran que la cosa no está tan mal y que ahora Venezuela es otra.

Por todo esto es que estoy, y uso una expresión muy española, hasta las narices de oír y leer que somos el mejor país del mundo, que tenemos las playas más bellas del mundo, que no hay hembras más sabrosas que las venezolanas, que tenemos el salto de agua más grande del mundo, que etcétera de los etcéteras de los etcéteras. ¿Para qué nos sirve todo eso? Nos hemos convertido en el erial más patético del mundo, y que salten a rabiar los chauvinistas uña en el rabo. No es que somos del Tercer Mundo, ni a eso llegamos, somos parte del Quinto Mundo, a eso nos han llevado estos engendros rabiosos que han antepuesto sus fantasmas ideológicos al bienestar de la que fuera una nación pujante y la esperanza de buena parte del mundo. La hambruna española, portuguesa e italiana del siglo pasado fue calmada desde las arcas inagotables de Venezuela; fuimos la guarimba contra las torturas, desapariciones y carcelazos del Cono Sur; y así podría seguir enumerando lo que fuimos. No somos nada, somos el hazmerreír y los parias del siglo XXI. Somos un grupo de menesterosos que nos pasamos la vida oteando el horizonte en busca de nuevos nortes. Solo los alcahuetas y beneficiados, de una manera u otra, de la plaga chavista y madurista puede decir algo en favor de este desastre que somos. 

Para curarse hay que asumir el mal y tratarlo de la manera correcta, lo otro es caer en manos de yerbateros y charlatanes que solo agravarán las dolencias.

 

© Alfredo Cedeño 


viernes, abril 15, 2022

¡GLORIA!


La gloria, como toda definición hecha por el hombre –e incluyo en dicha denominación a mujeres, antes de que alguna feminista arrebatada salte a exigir alto a la discriminación–, es de una amplitud que roza con el infinito. Por ejemplo, en el ámbito religioso se llama así a “la felicidad plena y verdadera del hombre que es fiel a la voluntad de Dios y que goza de intimidad con él.” Si a mí me hubieran preguntado a los seis años qué era la gloria, seguramente hubiera dicho: Dormirme en los brazos de mi abuela. A los doce mi réplica debía ser algo como: Comerme una pasta con asado del que hace mamá. Pasados los veinte no dudo en decir que la respuesta debía ser algo así como: Un Buchanan´s con hielo y mi mujer al lado en la playa. Y así.

Ella, la gloria, es tan vasta en sus sensaciones como en sus aplicaciones. Si usted le pregunta a uno de esos zarrapastrosos que han llegado al poder a la sombra de ese ectoplasma que llaman “liberación”, es muy probable que no sepan qué responder, y lo más probable es que diga: No caigo en ese tipo de provocaciones de definir esos vicios pequeños burgueses. Eso sí, mientras cuentan con despachos con aire acondicionado, en algún cargo con chofer, secretaria y gastos de representación incluidos.

Si la pregunta se le hace a algún alma de Dios, que todavía las hay, la respuesta acudirá fluida a sus labios:  Dar lo mejor de mí a todo el que pueda tenderle la mano. También hay aquellos menos líricos en su vivir y razonar, quienes soltarán algo como: “Ganar una buena comisión por intermediación y celebrarlo con una  botella de champaña bien fría.”

Repito, son innumerables las definiciones, y hago esta reflexión al calor de pensar que es sábado de gloria. En mi niñez le llamaban Sábado Santo, y mi abuela me explicaba que era un día de luto, “este es un día de silencio, mijo, fíjate que ni misa hay.” Años más tarde supe que en efecto, e igual el Viernes Santo, “la Iglesia se abstiene absolutamente del sacrificio de la Misa.”  Son días en que la comunión solo puede darse en caso de extremaunción. Tampoco celebran uniones matrimoniales. Es el día de preparación para la resurrección de Jesús, fecha en la que la feligresía se vuelca a pedir por el retorno del Salvador.

Mientras tanto, y así como quien no quiere la cosa, Venezuela, la de glorias pasadas, la de Gracias infinitas, la libre y ubérrima, sigue languideciendo en manos de unos sátrapas que la han destruido para construir su propia gloria: la que solo pueden alcanzar aquellos que por treinta monedas– aunque para ellos son incontables millones– de plata, le vendieron el alma al diablo y entregaron el país para su desguace a rusos, chinos, iraníes y cubanos. Tendrán su propio Gólgota…

 © Alfredo Cedeño  



viernes, abril 08, 2022

ESPAÑA MADRE

Crecí a la sombra de un amor desmedido a la Madre Patria, se hablaba de España con no poca veneración y admiración por el arrojo de sus hijos que nos habían integrado, para bien y para mal, a un reino y un mundo lejos del cual hubiéramos seguido siendo pasto de culturas sanguinarias y despóticas, como fueron incas y aztecas, para profundo despecho de los indigenistas de tronío que tanto pululan en estos días a ambos lados de la mar océano.

Crecí oyendo a mi padre entonar, poco afinado cierto es,  Madrid cantada por el mismísimo Agustín Lara, y recuerdo la emoción que le ponía al entonarla; y concluía siempre diciendo: “Es que si no fuera por los españoles todavía estaríamos matándonos a macanazos, guaratarazos y flechazos; ni hablar de que nunca hubiéramos sabido de El Quijote, ni habríamos tenido a Sor Juana Inés de la Cruz, Rubén Darío y César Vallejo, ¡por nombrar solo a tres!; pobres ignorantes esos que andan pregonando por ahí que España nos sometió. ¡Asnos capados! ¡Nos dio la lengua y nos hizo libres!”

Otro de sus ídolos hispanos era Francisco de Quevedo. De él aún recuerdo como lo alababa: “Quevedo era la verga de Triana, cojo, patuleco y miope, pero eso no impedía que se entrara a trompada con quien fuera, o que sacara su espada para atravesar a quien fuera; y no tenía que ver con sitio ni fecha, en el propio Madrid, un jueves santo, le sacó las tripas a uno.

“Pero así mismo como manejaba la espada, empleaba la pluma y ¿quién niega que es muy cierto eso de:

Madre, yo al oro me humillo,

Él es mi amante y mi amado,

Pues de puro enamorado

Anda continuo amarillo.

Que pues doblón o sencillo

Hace todo cuanto quiero, Poderoso caballero

Es don Dinero.

Pero también podía escribir aquello de:

Érase un hombre a una nariz pegado,

Érase una nariz superlativa,

Érase una alquitara medio viva,

Érase un peje espada mal barbado.

“No se paraba ante nada y lo mismo se burlaba de un virolo que de quien fuera.  Ese carajo fue tan verraco que hasta a los pedos le escribió, oye esto –y me leía–: “Los nombres del pedo son varios: cuál le llama ´soltó un preso´, haciendo al culo alcaide; otros dicen: ´fuésele una pluma´, como si el culo estuviera pelando perdices; otros dicen: ´tómate ese tostón´, como si el culo fuera garbanzal. Otros dicen algo crítico: ´cuesco´, derivado de la enigma; y otros han dicho: ´Entre peña y peña el alba, río que suena´. De aquí se levantó aquel refrán que dice: ´Entre dos peñas feroces, un fraile daba voces´. Y finalmente, dijo el otro: ´El señor don Argamasilla cuando sale chilla´.”  Luego se reía con gozo y escándalo.

Crecí amando esa España de Velázquez y Las Meninas; la de Goya y sus Majas, la desnuda y la vestida, así como de sus grabados; la de Zurbarán, Picasso y Dalí; la tierra de tanto ancestro que es inacabable el espacio para nombrar siquiera una centésima parte de su acervo.

Por eso duele ver a España en el precipicio sobre el que ahora se balancea en manos de impresentables amorales como Pedro Sánchez y la comparsa de Pablos –Iglesias y Echenique, entre otros–, sin dejar de lado a Zapatero y a muchos otros que no vale la pena gastar memoria en mencionarles. Son los “políticos” celestinos, lo correcto sería decir cabrones, de Chávez y Maduro, los que reciben entre gallos y medianoche en el aeropuerto a Delcy Eloina, burlando disposiciones que obligaban a meterla presa. Esa España duele. Esta de ahora no es la que aprendí a amar desde niño.

 © Alfredo Cedeño 

viernes, abril 01, 2022

A MANSALVA



Corría la década de los cincuenta del siglo pasado cuando llegó a Venezuela una de las personas que    más la ha amado. Llegó y se sintió atrapado por nuestra tierra. Más de una vez, a petición mía porque me encantaba oírle narrarlo, me contó: “Yo no sé exactamente qué fue, pero sentí que este no era un punto más al que estaba llegando. Y dije que quería conocer esta tierra y su gente. ¿Y cuál es la mejor manera de conocer un lugar? ¡Caminándolo! Y agarré una ropa y un chinchorrito y me fui caminando por la carretera Panamericana. La primera noche llegué hasta Tejerías y ahí, a la orilla de la carretera, le pedí permiso a una familia y colgué mi cama, y de ahí seguí caminando hasta que entendí que estaba enamorado de esta tierra y su gente. Y aquí me quedé…”

Escribo sobre Daniel de Barandiarán, “el indio Daniel”, para unos, o “el cura Daniel” para otros, que llegó a Venezuela como misionero de la llamada congregación laica los Hermanitos de Jesús, también conocidos como Hermanitos de Foucauld. Las tareas y peripecias de él son para escribir varios tomos, de grueso espesor, y, sin embargo, él no hacía gala de ello. Sólo entre amigos se explayaba a narrar algunas cosas; la mayoría las callaba. Fue él, con su tozudez a prueba de todo, quien fundó a fines de los años cincuenta, en la parte alta del río Caura, la población Santa María de Erebato, me refiero al corazón de la selva del estado Bolívar.  Sus largos años entre los Yekwanas y Yanomami le dieron el nombre de “Aushi Walalam”

Bolívar y Amazonas lo recorrió en curiara y a pie. Una de las deudas eternas que la Venezuela decente tiene con él fue su libro Los Hijos de la Luna, uno de los más profundos estudios sobre la cultura de los Sanemá-Yanoama, o Yanomami como suele decir la mayoría. En sus labores entre ellos por la selva amazónica, en las cercanías de los límites con Brasil, un día llegó a una comunidad que le informaron de unos trabajos que estaban haciendo unos soldados cerca de allí. Él se fue con ellos a ver lo que le contaban.  ¡Y vaya que encontró! Un grupo de militares brasileros habían construido un cuartel y una pista de aterrizaje… ¡En territorio venezolano!

“Todavía no sé cómo me controlé, pero me di cuenta de que tenía que hacerlo, y me quedé hecho el bobo mirando todo, todo, todo, y después que tenía todo en la cabeza, me regresé. Tardé casi un mes en llegar a Caracas. Imagínate, tuve que caminar, y agarrar curiaras, y botes, y autobuses, hasta que llegué a Ciudad Bolívar y ahí conseguí que me llevaran a Caracas, directo a La Carlota conseguí una “cola”. Me bajé de la avioneta y pegué a correr hasta la puerta de la base aérea, y ahí agarré un taxi que me llevó hasta la sede del Ministerio de la Defensa. Como ahí ya me conocían todos, entré hasta el propio despacho del ministro y, ahí sí que no me pude controlar, le grité: Mientras usted está echado ahí, nos están quitando el país a pedazos, ¡a ver si mueve el culo! Ahora sé que fue una impertinencia de mi parte y una falta de respeto, pero es que no podía con la rabia que cargaba desde hacía un mes por dentro. Total, fue que, el general me pidió que me calmara, y a grito pelado le conté lo que estaba pasando. Esa misma tarde salí con él y dos aviones llenos de soldados y funcionarios y recuperamos el territorio que Brasil ya se estaba robando.”

Ese punto del que narraba Daniel ese episodio, es lo que ahora se llama Parima B. El impasse fue resuelto, fuerzas militares venezolanas tomaron posesión de las instalaciones y, desde entonces, allí operan distintos grupos de las fuerzas militares, así como distintos investigadores. Años más tarde, con no poca amargura, él me decía: “Es que, de no haber sido por los brasileros, ni siquiera ese cuartel y esa pista estarían ahí. Amigo mío, este país no le duele a nadie, y sus militares hablan mucho del amor a la patria, pero son muy pocos los que realmente la honran:”

La última vez que estuve allí, fue hace casi treinta años, los Yanomami, o Sanemá-Yanoama, estaban en constante contacto con los efectivos militares. Fue cuando hice esta foto que uso para ilustrar estas líneas. La alegría de ellos es de pureza milenaria. Fue en ese mismo sitio que Daniel recuperó para Venezuela, a gente pura, a cuatro para ser precisos, a quienes un grupo de “valerosos soldados bolivarianos”, asesinó a mansalva con las armas de guerra que se supone les fueron entregadas para defender la integridad territorial del país.

Es más que dolorosa la tragedia venezolana, peor que vergonzosa, mucho más que aterradora, cuando un grupo de efectivos militares arremete con su armamento contra un grupo de personas inermes.  Ellos, y el oficial a mando, están retratados en el Salmo 10: 

Llena está su boca de maldición, y de engaños y fraude;

Debajo de su lengua hay vejación y maldad.

Se sienta en acecho cerca de las aldeas;

En escondrijos mata al inocente.


© Alfredo Cedeño  

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