miércoles, enero 29, 2020

RELACIONES Y TORMENTAS


                Para nosotros los venezolanos la solidaridad es genética. Ante cualquier manifestación de desamparo solemos acudir a ver en que ayudamos, ello muchas veces ha llevado a cierto nivel de gregarismo que nos hace convertir en manadas.  Esa ha sido la clave del empeño de nuestra casta política para convertirnos en sumisos rebaños, han jugado al desvalimiento para exacerbar en nosotros la piedad y obtener la legitimidad que luego da el sufragio.  Al menos así lo han intentado de un tiempo para acá, porque con anterioridad la fórmula era de montoneras y arrebatos de macho tropical hipertrofiado. 
Esa vocación de ayuda a los otros se ha convertido en el amiguismo, en el más sano sentido de la palabra.  Y vuelve la burra al trigo, los dirigentes, de todo tipo, se fueron cimentando sobre la base de la mayor cantidad de “amigos” que podían, y pueden, acopiar; una de sus principales habilidades es el derroche de simpatía, los golpes vigorosos en la espalda de los compañeros, el beso de rigor a la vieja desdentada o al mocoso macilento, comer un plato de sancocho en un plato de peltre o una empanada en cualquier taguara de carretera, y por ahí hasta la Conchinchina de ida y vuelta. Fue como surgieron, y siguen haciéndolo, jefes sindicales, líderes populares, candidatos hasta para reyes del baile del mono en Caicara de Maturín. De ese modo nacieron nuestros célebres “contactos”.
Tranquilo que yo tengo el que te resuelve lo de la licencia, no te preocupes que yo conozco un pana que te consigue esos dólares, deja la angustia que eso está hecho, la ringlera de frases similares a esas todos las hemos escuchado, o practicado, más de una vez. Por supuesto que ha habido numerosas excepciones, pero que terminaron sucumbiendo a su entorno. Conocí a un hombre de una rectitud a prueba de todo, él un día decidió vender una casa que había construido en la Caracas de fines de los años 40, comienzos de los 50, en ella vivía una familia a la que se la había alquilado; un día este buen hombre decidió vender esa vivienda y sacó las cuentas de cuánto había gastado en su construcción y cuanto habían pagado los inquilinos, hizo un cálculo inflacionario justo y se las vendió. Cuando su esposa se enteró puso el grito en el cielo, lo acuso de loco, de desubicado, de inocente, y de muchas otras cosas de similar tenor. La doña no se quedó quieta y fue a hablar con los compradores, les explicó que el señor no estaba bien de salud, y sabrá Dios qué otras cosas parecidas, hasta que logró echar atrás la operación. Como ese caso conozco muchísimos más.
La plaga roja ha logrado con una rapidez inaudita pervertir el rasgo amable de nuestra naturaleza. Nos han convertido en el reino de los contactos, los compañeros, los compadres, los camaradas, y demás bicharracos de parecido pelaje.  No importa tu extracción o tus ancestros, dinero hay y a montones para comprar virtudes y solidaridades, el respaldo con capa verde dólar sabe volar alto y fuerte. Hemos visto al lado del comandante ya sepulto, y del bigote bailarín, alcaldes, gobernadores, diputados, inversionistas, banqueros, sindicalistas, candidatos, modelos, actores, deportistas… ¡De todo!  A veces vemos rodar alguna de esas cabezas “hiperconectadas” y nos preguntamos hasta donde la ingenuidad les hizo ciegos ante la desgracia continental llamada chavismo. ¿De veras llegaron a creerse inmunes ante la barbarie?

© Alfredo Cedeño 

miércoles, enero 22, 2020

¿NOS PODEMOS ENTENDER?




             Las explicaciones de por qué somos como somos los venezolanos son infinitas, por supuesto, y las hay para todos los gustos. Van desde las sobrenaturales que lo resuelven con aquello de: Sabrá Dios por qué nos hizo así, hasta las de pretendido orden científico. Lo cierto es que las podemos encontrar con diversos ropajes, las que aseguran que el origen de todo está en las raíces étnicas, y allí la diatriba también es inacabable: que la culpa es la flojera de los indios, o el emparrandamiento perpetuo de los negros, o la arbitrariedad de clara estirpe hispana.  La relación de razones es interminable, y lo cierto es que una se solapa con la otra, o se cabalgan, o se descabezan mutuamente.
Nuestras acciones, gestas y desempeños parecen convertirse en un gigantesco delta que desemboca en aquella frase: “¡Bochinche, bochinche! Esta gente no es capaz sino de bochinche…”. Le atribuyen esas palabras a don Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez, quien las dijo en la madrugada del 31 de julio de 1812, cuando un grupo de sus subalternos, encabezados por Simón Bolívar, Miguel Peña y Manuel María de las Casas lo arrestaron en La Guaira para luego entregarlo al español Francisco Javier Cervériz. Las interpretaciones posibles de esta felonía contra el precursor de la independencia han sido, y son, igualmente perennes. Lo cierto es que murió encarcelado 4 años más tarde en Cádiz.
Pero volvamos a lo nuestro, el desbarajuste nativo por lo visto casi es genético. No se puede negar que venimos de un espacio de gente empeñosa y generosa, sin medida a la hora de prodigar atenciones y ayudas, de una agudeza asombrosa y una genialidad pasmosa; lo he vivido al recibir hospedaje de amigos y extraños en Margarita, Timotes, Carora, Puerto Ayacucho, Araya, La Puerta y Cubagua para nombrar algunos sitios; lo contemplé en las obras del merideño Juan Félix Sánchez y los geniales aportes de su paisano Luis Zambrano; lo disfruté en las rimas cadenciosas y pícaras de los cantores populares en la isla de Coche, y en las composiciones delirantes del maestro Antonio Estévez. 
Pero también somos tierra de caudillos y promeseros de todo tipo, de maromeros y prestidigitadores, de lambucios y pedigüeños, de cínicos e hipócritas. Lamentablemente toda esta última fauna se ha guarecido en una casta dirigente que ha medrado a costillas de quienes con ingenuidad se han dejado encandilar por las pirotecnias verbales de ese grupete de tunantes. Han sobrado los Bolívar, Chávez, Páez, Maduro, Joaquín Crespo, Diosdado, Ezequiel Zamora, Claudio, Juan Carlos Caldera, Timoteo, Capriles, Ramos, Convit Guruceaga –para pena póstuma de su abuelo–; y han escaseado los Miranda, Vargas, Sánchez, Zambrano, Jacinto Convit y demás hijos del pueblo llano que han sembrado, pese a los parásitos que siempre han pululado, los cimientos de un país prodigioso.
Escarbar, escardar y esclarecer nuestra esencia es fundamental. Hoy veo con asombro las cabriolas que pretenden convertir en discurso para seguir exprimiendo la ubre nacional.  Se nos anuncia que la salida de Maduro será la solución de todos nuestros males, es una versión actualizada del bálsamo de Fierabrás, la diosa Panacea que todo lo cura, la cataplasma milagrosa que hará regresar un dólar a cuatro treinta.  Muy bien, pero… ¿cómo hacemos con la solidaridad perdida, y la voracidad dolarizada de todos, y las armas en manos de la delincuencia –por lo visto el único modelo de organización sobreviviente– y la honorabilidad perdida de unas Fuerzas Armadas huérfanas y náufragas?
Por los momentos solo se destaca un ejercicio pertinaz de mendicidad que han pretendido vanamente convertir en nuestro paradigma ciudadano. Siguen demostrando lo poco que saben interpretar la decisión de una gente humilde, en la más sana acepción de la palabra, y perseverante que solo quiere paz y libertad. Por algo todas las “organizaciones”, formales y alternativas, han zozobrado de la manera en que lo han hecho, se han empeñado en oír lo que les ha dado la gana de escuchar. Y el país sigue su paso, buscando una senda que lo da saber oírse e interpretar el ritmo adecuado. En el ínterin los asnos habituales pretenden achacarnos a todos los demás la responsabilidad de sus desmanes. Todavía no han entendido que a Venezuela no se le manipula con culpas impuestas. Les digo sin altanería y por su propio bien: agarren el paso o más de uno será visto echado por un voladero.

© Alfredo Cedeño 

miércoles, enero 15, 2020

CON EL MISMO CACHIMBO


En el verano de 1989 la publicación norteamericana The National Interest difundió del politólogo Francis Fukuyama el artículo: ¿El Fin de la Historia? En su ensayo el pensador nativo de Chicago, en aquel tiempo fan entusiasta de Reagan y la señora Thatcher, expresó: “Lo que podemos estar presenciando no es solo el final de la Guerra Fría, o el deceso de un período particular de la historia de la posguerra, sino el final de la historia como tal: es decir, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano.”  Como se ve que el señor Francis no había pensado en ese zombi político llamado “progresismo” y al que hemos visto en acción con ropajes de socialismo, comunismo, bolivarianismo y cuanto otro modelo de patetismo recubierto de populismo podamos enumerar.
                Poco parece importarle a las minorías pensantes, esas que presumen de ilustradas y sensibles, las destrucciones llevadas a cabo en nombre de la dignidad. Estamos en  un punto de tal perversión de las ideas que vemos a las comunidades gays mostrar con orgullo patético la efigie de quien fuera su enemigo acérrimo, el Ché Guevara, autor de mortales razias contra sus semejantes en la Cuba revolucionaria, como símbolo de rebeldía. En el mismo mazacote de ideologías, supercherías y alcahuetería vemos a damas furibundas defendiendo, cimitarra en mano, los gobiernos musulmanes y lloriqueando por sus derechos políticos. Mujeres defendiendo a los más conspicuos maltratadores del género femenino… A veces no sé si reír o llorar cuando veo a muy altaneras feministas utilizar turbantes para tapar sus cabelleras y no ofender a los ayatolás de turno.
                Los ejemplos de tales faltas de concordancia entre lo pregonado y lo realizado son infinitos. Jefes políticos que se venden por un plato de lentejas, o que ofrecen hasta la capa de Cristo para luego pasarse con pertrechos y bastimentos a la otra acera sin que siquiera se les altere el tono melifluo de sacristanes alicorados. Dirigentes empresariales de voces altisonantes cuya rimbombante verborragia se apagó de inmediato ante un contrato adecuado. Insisto, es extenso, por demás prolífico, el muestrario de veleidades.  Acérrimos defensores de los derechos humanos que se callan con ejemplar modestia ante los actos sádicos contra poblaciones indefensas como la cubana o venezolana o siria. Belicosos ambientalistas que inciensan a una mocosa como la Juana de Arco del cambio climático. Y así hasta el infinito y más allá…
Hago lo humanamente posible por ser humilde, creo que es la mejor vía para tratar de ser mejor y dar más. Cuando doy recibo, es una ley que la vida me ha enseñado, a carajazos algunas veces, pero lo he aprendido. Es posible que esté equivocado y que todo aquello cuanto cuestiono sea lo correcto. Hace menos de dos años en una entrevista hecha por George Eaton a Fukuyama para la revista New Statesman America, al preguntársele sobre el resurgimiento de la política socialista en los Estados Unidos y el Reino Unido, dijo: “Creo que no solo puede regresar, sino que debería regresar. Este período extendido, que comenzó con Reagan y Thatcher, en el que se estableció un cierto conjunto de ideas sobre los beneficios de los mercados no regulados, en muchos sentidos tuvo un efecto desastroso.” Quizá sea el neopopulismo la verdadera panacea a nuestros males. Por lo pronto creo que podríamos ir tratando de encontrar un lema.  No estaría mal establecer como mantra aquello de: Neopopulismo, neopopulismo, más de lo mismo, más de lo mismo.

© Alfredo Cedeño 

miércoles, enero 08, 2020

DARWIN AL DERECHO O AL REVÉS


                Podría pensarse que es un chiste de dudoso gusto, o un chascarrillo de poco gracejo, pero es absolutamente serio lo que vivimos como nación, en cuanto país que cada vez se desplaza más a la deriva, en tanto estado que solo involuciona y cada vez se aleja más y más de los postulados darwinianos que hablan de la evolución del ser humano. Aunque si reflexionamos en profundidad tal vez si estamos en un proceso que confirma las ideas de Charles Darwin, principalmente en lo que refiere a la evolución biológica por selección natural.
                Por un lado vemos un descenso de la calidad de vida y una caída vertiginosa de la capacidad de adquisición del venezolano, al punto que no debe extrañarnos cuando muy pronto oigamos hablar del padecimiento de fiebres tercianas, como les bautizó Hipócrates en el siglo IV antes de nuestra era, en vez de paludismo o malaria, como a usted más le provoque llamarle. La valía de los bienes e insumos se ha dolarizado de manera franca y brutal, pero lo más insólito es que se trasladaron los costos a la divisa estadounidense, sin embargo; a dichos precios se le aplican los índices inflacionarios de la harapienta moneda criolla. ¿Alguien puede explicar de manera cuerda semejante desbarajuste? Por lo visto la sempiterna “viveza criolla” es un parásito más resiliente que cualquier otro en la historia de la humanidad.
                Por la otra parte en lo que a la evolución toca, y es pertinente señalar que el término evolucionismo es de reciente factura; durante mucho tiempo, hasta bien entrado el siglo XX, fue llamado transformismo. El naturalista británico  nombrado dos párrafos atrás planteaba –palabras más, palabras menos– que las especies cambiaban sus características a lo largo del tiempo de una manera gradual. Extremadamente difícil reducir a líneas los razonamientos que han producido montañas de textos tanto en su defensa como en su condena, de todo ha habido  y en exceso.  No obstante, no deja de ser tentadora su frase de introducción de El origen de las especies: “Como de cada especie nacen muchos más individuos de los que pueden sobrevivir, y como, en consecuencia, hay una lucha por la vida, que se repite frecuentemente, se sigue que todo ser, si varía, por débilmente que sea, de algún modo provechoso para él bajo las complejas y a veces variables condiciones de la vida, tendrá mayor probabilidad de sobrevivir y, de ser así, será naturalmente seleccionado”.
                Tal vez estemos protagonizando una transformación telúrica en cuantos seres humanos y no podemos entenderlo. ¿Será que estamos uncidos a una yunta entroncada con el ornitorrinco en el que involución económica y transformismo de la casta política están gestando una nueva especie? Tal vez por la vida de perros que se empeñan en darnos están buscando convertirnos en algo así como unos Puggle (mezcla del Pug y el Beagle) o a lo mejor en Cockapoo (cruce entre el Cocker Spaniel y el Caniche). Quien quita que aspiran a crear un Canis lupis revolucionaris que puedan exhibir luego, y así obtener una colección de preseas como las que todavía lucen las botellas de Ponche Crema, único de Eliodoro González P.

© Alfredo Cedeño

miércoles, enero 01, 2020

ENTRE CALDOS Y SOPAS


                Tiempo de fiesta y reflexión, de disfrute y propósitos, de convivencia y balance, de esperanzas y frustraciones. Son días en que aquel que bebe ha bebido lo que ha podido, jornadas muchas veces llenas de añoranzas por los tiempos cuando en la más humilde vivienda te ofrecían muy buenos caldos. Recuerdo una oportunidad en la que unos pescadores de Paraguaná destaparon una botella helada de Dom Perignon, que habían comprado en una de sus rutinarias excursiones a Aruba, la cual tenían en el fondo de la cava donde almacenaban su pesca, mientras me decían que llevaban días vueltos locos buscando un motivo para abrirla. Era tiempo de abundancia y generosidad, no de despilfarro.
                Siempre Navidad y Año Nuevo fueron fechas cardinales para los venezolanos; y al lado de una fe alborotada por el achispamiento fruto del licor la comida era servida con características pantagruélicas.  Hallacas, bollos, pavos rellenos, asados, parrillas, hervidos, dulces de lechosa y cabello de ángel, pan de jamón, panettones, y paremos de contar se encontraban en cualquier mesa. Me resultan inolvidables los recibimientos de Año Nuevo en el diminuto apartamento de Pilar y Manolito, en la avenida Rómulo Gallegos; ellos eran gallegos y conserjes de un edificio.  Ella de humanidad plena y él enjuto como un sarmiento, pero que esa noche convertían aquella humilde conserjería en un banquete sin medida ni control: langosta, empanada gallega, pulpo, mero en salsa verde, torta de queso, lechón, pan de jamón, y una cantidad infinita de delicias que mi paladar se rehusa a precisar en este momento.
                De aquellos años a este que recién comienza hay un abismo, de bordes azulosos y sima roja, donde todo parece haberse sumido. La aristocracia revolucionaria y sus pares de la oposición han convertido en un gigantesco albañal nuestro país. Ambos liderazgos no supieron aprovechar los mejores resultados en cuanto apoyo popular en estas dos décadas, y ahora pretenden que acatemos de manera indubitable los postulados de unos fantoches que optimizan a través de la retórica sus peores resultados, mientras juegan a sumergirnos en un ejercicio de amnesia selectiva. Se pretende prohibir todo ejercicio de la memoria.
                En estos días festivos, cuyos orígenes católicos son de arraigada estirpe, hay un claro juego de la casta dirigente por enmascarar el calvario de nosotros los venezolanos. Unos dicen que vivimos en la versión inenarrable del Paraíso, mientras que los otros hacen lo imposible para mantener operativa una red de tramoyas y complicidades que siempre les arrojó buenos frutos.  Las palabras de monseñor Juan Carlos Bravo, obispo de Acarigua-Araure, son claras como la mañana de su Sucre natal: “La mentira no es cristiana”.  Por los momentos, y honrando mi estirpe judeo cristiana, solo me queda desearle un año de paz a nuestras mujeres y hombres de buena voluntad.

© Alfredo Cedeño

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