miércoles, julio 29, 2020

HABLANDO DE LA OPS



                Justo a mediados de marzo del año 2004 se celebró en Puerto Ordaz, estado Bolívar, la XXV reunión de ministros de salud del Área Andina –REMSAA­–, que es la máxima instancia del Organismo Andino de Salud Convenio Hipólito Unánue, así llamado en homenaje a José Hipólito Unanue y Pavón, médico, educador y prócer de la Independencia del Perú.  En ese cónclave de burócratas asistieron dos invitados muy especiales: Lee Jong-wook, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y Mirta Roses Periago, directora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Él de nacionalidad surcoreana y ella argentina.
                Lógicamente, Venezuela como país anfitrión botó la casa por la ventana y a la clausura del evento acudió el propio comandante eterno. Ya he expuesto con anterioridad la fascinación que ejercen los sátrapas de todo tenor y calibre en los intelectuales, así como en los miembros de los llamados entes multilaterales; y cuyos máximos representantes suelen alcanzar dichos escalafones con el apoyo de los llamados gobiernos liberales.  No olviden que en medio de la crisis sanitaria que vive el planeta con la Peste China han sobrado los señalamientos del apoyo que tuvo en su momento por parte del gobierno chino el actual director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus. No creo necesario abundar en la actitud complaciente de este funcionario con respecto al gobierno amarillo. También es pertinente recordar que este caballero fue ministro del “progresista” gobierno etíope.  Para terminar de redondear lo que corresponde al máximo burócrata sanitario del mundo vale la pena reseñar que semanas atrás aplaudió la respuesta resuelta y contundente del gobierno español para revertir la transmisión del COVID 19. Uno no sabe qué pensar al respecto de esto último, la desgracia que vive el país hispano, convertido en la vergüenza de Europa por los niveles de contagio de la pandemia amarilla son de antología.
                Regresando a Venezuela 16 años atrás, en la mencionada asamblea de ministros fue más que manifiesta la complacencia del señor asiático y la señora austral. En todas las fotografías que hice en aquella ocasión se les veía el gozo que exudaban de estar al lado del hijo ilustre de Sabaneta. Varios meses más tarde, en el 525 de la calle 23, en el NW de Washington D.C., sede principal de la OPS, oí de boca de varios altos funcionarios de esa institución hacerse lenguas hablando de la gesta sanitaria que estaba llevándose a cabo en Venezuela. ¿Es necesario abundar sobre el descalabro del que fuera uno de los sistemas de salud emblemas del continente en nuestro país?
                Como bien han de suponer mis reservas respecto a dicho organismo son muchas. Por ello, no puedo dejar de preguntarme a santo de qué sale el interino a anunciar: “El día de hoy, después de superar una gran cantidad de obstáculos, estoy enviando la orden de transferencia de los recursos para la Organización Panamericana de la Salud y Cruz Roja para dotar de equipos de protección a nuestros héroes que están en la primera línea en el combate contra la COVID-19. Recursos que no tocará el régimen”. ¿Acaso esos equipos si serán dejados entrar al país y no pasará lo mismo que en febrero del año pasado en Cúcuta?, ¿quién garantiza que dichos recursos no serán arrebatados por los funcionarios de la plaga roja para luego aparecer anunciando equipamiento de las ruinas hospitalarias del país? Por lo visto no se cansan de jugar con el país.

© Alfredo Cedeño 

miércoles, julio 22, 2020

NI ÉSTE NI AQUEL

               
                Muchos de mis amigos, y muchos más de aquellos que no lo son, me reclaman de forma continua mi escepticismo y actitud constante de critica a los llamados “políticos”. Igualmente, suelen pedirme asuma una pose “constructiva” en torno al momento actual, y en particular me suelen conminar a darle apoyo irrestricto al “encargado”. Suelo responder a unos y otros que no acostumbro dar cheques en blanco a nadie, mucho menos a personajes que han demostrado ser capaces de darle el uso que luego se le antoje a los fondos otorgados, sean materiales o metafísicos.
                Con esto del encargado pusilánime, al cual se desviven por otorgar una rabiosa legitimidad ciertos grupos de furiosa militancia democrática, la cual, a mi manera de ver las cosas, él mismo se ha encargado de desperdiciar de manera patética, me asaltan serias dudas. Con él me ocurre lo que al historiador israelí Yuval Noah Harari, autor de Sapiens: Una breve historia de la humanidad, quien ha dicho recientemente al referirse a la crisis ocasionada por la Peste China: “En los últimos años, los políticos irresponsables han socavado deliberadamente la confianza en la ciencia, en las autoridades públicas y en los medios de comunicación. Ahora, estos mismos políticos irresponsables podrían verse tentados a tomar el camino del autoritarismo, argumentando que simplemente no se puede confiar en que el público haga lo correcto... Si no tomamos la decisión correcta, podríamos encontrarnos renunciando a nuestras libertades más preciadas, pensando que esta es la única manera de salvaguardar nuestra salud”.  Y lo siento por unos y otros, tanto por amigos y adversarios que alientan al ingeniero frente al chófer, y viceversa, pero es que, parafraseando al pensador judío, ellos se han encargado de socavar la confianza de todo el país respecto a ambos.
                Con esto de quién es el que manda me siento que estoy revisitando la historia y me imagino que algo así ocurría cuando España todavía no era España, sino un puñado de feudos manejados por sus respectivos caudillos, donde los que más temerarios eran, o más intrigantes y cizañeros –políticos pues– terminaban por imponerse sobre los demás hasta controlar el poder. A mediados del siglo XV en la península ibérica existían la Corona de Castilla, la de Aragón, el reino de Navarra, el reino de Portugal y el reino musulmán de Granada.  El caso particular que me interesa es el de Castilla entre los años 1465 y 1468 cuando existieron allí dos soberanos. Por un lado estaba Enrique IV, también llamado Enrique “El Impotente”, pero de lo cual no ahondaremos en esta ocasión, y por el otro estuvo Alfonso de Trastámara, a quien un grupo disidente invistió como Alfonso de Castilla, conocido también en aquellos tiempos como Alfonso “El Inocente”, quien fue hijo del rey Juan II de Castilla y de la reina Isabel de Portugal, y hermano de Isabel la Católica. 
Todo este fandango del reinado bicéfalo duró hasta que a este último le dio por cenar con una trucha en una posada de Cardeñosa, en las cercanías de Ávila. Las crónicas aseguraron que había caído presa de la peste bubónica. Lo cierto fue que luego del condumio pasó varios días en la cama con fiebres elevadas hasta su muerte. Entre otros signos se registraron, además de la citada fiebre, perdida del habla y la conciencia, e insensibilidad al dolor.  Estudios realizados recientemente por profesores de la Universidad de León y de la Universidad Nacional de Educación a Distancia determinaron luego de tres análisis a los restos de Alfonso “El Inocente”, que no pudo padecer la peste puesto que no hallaron en su cuerpo la presencia de Yersina pestis, el bacilo de la mentada enfermedad. Así que todo parece apuntalar la versión de su envenenamiento.
En el caso criollo el envenenamiento, que no de los soberanos, ha sido manifiesto. Se nos ha intoxicado, o así al menos han tratado de hacer uno y otro, con sus versiones sesgadas e interesadas, ni éste ni aquel son transparentes en sus actos. Se le critica al bigotudo por su manejo nepótico  o revolucionario de sus decisiones, pero al encargado tampoco se le puede  mostrar como modelo de transparencia, y valga el caso citar a Humberto Calderón Berti y sus no respondidas acusaciones a raíz de su destitución meses atrás.  Sé que ya saltarán sus dolientes y adláteres a gritarme que le hago el juego a la dictadura, pero quiero decir, una vez más, que a lo que no le hago el juego es a la obsecuencia, no hago coro a turbas maneras de ejercer la política.  No pediré asistencia a elecciones cuando ya la plaga roja ha demostrado que los procesos comiciales son unos ejercicios onanistas que permiten para lavarse la a cara ante el escenario internacional para luego hacer exactamente lo que les da la gana. Debe decirse que a esa pantomima se está prestando la “oposición”. Yo no soy comparsa de payasadas como esas. Y nadie en su sano juicio puede serlo.

© Alfredo Cedeño 

miércoles, julio 15, 2020

PITHECANTROPUS PROGRESISTUS


                Pocas cosas seducen más a los autodenominados “progresistas” que un tirano. Revisen los anales de la historia y podrán verificarlo. Lenin, Stalin, Hitler –y si no me creen busquen sobre Hanns Heinz Ewers, uno de los primeros críticos en reconocer el cine como una forma legítima de arte; no es necesario abundar sobre el Nobel y Príncipe de Asturias de las letras don Günter Wilhelm Grass–, y Mao fueron ídolos e iconos de una intelectualidad que se jactaba de su sensibilidad y solidaridad con los desposeídos. El fervor que los mentados señores han despertado, y siguen haciéndolo, entre la llamada intelligentsia, entendiendo por tales a escritores, artistas plásticos, pensadores, actores, cineastas, periodistas, y siga por ahí dándole a lo que se le provoque, elevó a dichos energúmenos al panteón pagano de la contemporaneidad.
Raymond Aron lo definió muy bien al enunciar que el marxismo es el opio de los intelectuales.  Los ejemplos son inacabables pero si buscamos algunos podemos citar a Sartre, quien se supone fue una autoridad en lo que al arte del cuestionamiento se refería, sin embargo, anunció con pleno recochineo de los medios del mundo libre, al regreso de un viaje a Moscú: “La libertad de crítica es total en la Unión Soviética”. El regordete y sanguinario Mao sedujo a Andy Warhol, quien lo pintó con gorra y lunar; mención obligatoria merecen los guiños que le hacen al entonces mandamás de Pekín –Beijing como exige la corrección que se diga y escriba ahora–, los arrumacos que le prodigaron Lacan, Althusser, y Barthes, este último llevó su arrobo al regresar de China vestido con el mono azul maoísta.
                El derretimiento intelectual por los hombres fuertes no fue una manifestación decadente del viejo continente, o de la enigmática Asia. En el lado acá del Atlántico la adoración de Castro no merece mayores comentarios. Basta citar la idolatría inicial por parte de los miembros del llamado Boom Latinoamericano, la cual fue quebrantada por Mario  Vargas Llosa en 1967, cuando protestó por el encarcelamiento del poeta Heberto Padilla. Pero eso no fue óbice para que prosiguiera la postración por el barbudo antillano.
                Otro caso, del que poco eco hace la crónica, fue el del general Juan Francisco Velasco Alvarado en Perú. Ese militar, promulgó una ley que fue bautizada como “Plan Inca”, el 26 de julio de 1974, mediante la cual se confiscaron medios de comunicación como La Prensa, El Comercio, Última Hora y Ojo; y fueron clausurados los diarios Expreso, Extra, la revista Caretas y las radioemisoras Radio Noticias y Radio Continente; los canales de televisión privados también llevaron lo suyo y fueron presionados  para que vendieran el 51% de sus acciones al Estado. 
A esta altura quiero hacer una breve mención al entonces muy progresista y solidario Tribunal Russell II. Este “organismo” era la prolongación del Tribunal Russell I, creado a iniciativa de Bertrand Russell para investigar los crímenes, documentados y denunciados por los propios medios de comunicación norteamericanos, de los soldados estadounidenses en Vietnam. En el Russell II –entre cuyos miembros estaban Juan Bosch, García Márquez y Julio Cortázar–, su función inicial era investigar la situación imperante en diversos países de América Latina. Las sesiones de 1974 se centraron en las acusaciones de violación de derechos humanos por parte de la Junta Militar chilena, presidida por Pinochet, y en la situación de Brasil. En 1975 y 1976 los miembros del muy mediático tribunal sesionaron para pronunciarse sobre la situación en Latinoamérica. Pero… Cuando los periodistas y exiliados políticos peruanos pretendieron exponer sus casos ante dicha instancia justiciera, fueron impedidos de hacerlo porque, según los organizadores, la situación de ellos era incomparable con la de las víctimas de las dictaduras chilena y argentina.  ¡Claro! El peruano era un gobierno militar progresista.
Regresando a nuestro tiempo encontramos que el embeleco por los caudillos no murió con el siglo pasado. Y así vemos que Chávez, primero, y Maduro, ahora, son los nuevos fetiches de la casta pensante, esa que gusta de bajarse los pantalones, o arremangarse las enaguas, ante los gorilas de la izquierda. Marta Harnecker, Heinz Dieterich, Luis Bilbao, Ignacio Ramonet, Naomi Campbell, Sean Penn, Danny Glover son algunos de los ejemplos que hay en lo que a la cofradía de los ídolos progresistas criollos respecta. En todos los escenarios internacionales de la intelectualidad de vanguardia, el gobierno de Venezuela es la niña mimada, y todas esas asambleas de polichinelas vociferan hasta enronquecer exigiendo el respeto al derecho de los pueblos por marcar sus propios rumbos. Para muy poco sirvió que artistas y pensadores como Pedro León Zapata, Manuel Caballero, Simón Alberto Consalvi y José Campos Biscardi, por nombrar apenas unos, se pronunciaran contra la dictadura vernácula.   De nada valen las macilentas marchas de gente escapando de un país que naufraga, así como poco han valido los escapes en balsa desde Cuba.
Los sátrapas venezolanos y antillanos saben que cuentan con la bendición comunicacional del globo entero, cuanto más sanguinarios sean más benévola será con ellos la habitual corte de lambiscones y pedilonas.  Están al tanto de que para esa secta intelectualosa nada más excitante que una fiera a la que hacer el corro.  Eso sí, una bestia a la que ellos hayan otorgado su bendición.

© Alfredo Cedeño

miércoles, julio 08, 2020

¡CHITO!


                Pocos actores venezolanos han tenido la altura interpretativa que tuvo don Rafael Briceño. Los ha habido de una calidad excelsa, como es el caso de Tomás Henríquez, Fausto Verdial y Gustavo Rodríguez, pero ninguno tuvo la maestría del hijo de Ejido, estado Mérida.  En 1959 interpretó a Cara é Loco en Caín Adolescente, de Román Chalbaud; más tarde lo hizo en La Paga, del colombiano Ciro Durán; siguió como Jorge Luis Armenteros en el culebrón El Derecho de Nacer.  Hubo muchas otras películas y telenovelas que se dieron el lujo de tenerles como intérprete. Sacrificio, Pecado de amor, La virgen ciega, Cuando quiero llorar no lloro, Bárbara, La quema de Judas, Boves el Urogallo, Sagrado y obsceno, El Limonero del Señor, Doña Bárbara, Tormento, La hija de Juana Crespo, El pez que fuma, Piel de zapa, La empresa perdona un momento de locura, Carmen la que contaba 16 años, Estefanía, y muchísimas otras, más de cincuenta podrían ser citadas, labraron una espléndida carrera. 
                Briceño construyó una sólida presencia en teatro, cine y televisión que hacía a autores, directores, productores y críticos sus primeros admiradores. Debe decirse que el gran público lo veía con no poca condescendencia, hasta que en 1980 José Ignacio Cabrujas escribió Gómez y él fue invitado a representarlo. Hasta allí llegó la benevolencia para con el veterano actor. A partir de ese papel fue venerado por todo el país.
El dictador, con no escasa ironía, lo consagró, él que siempre fue un devoto amante de la libertad. Su caracterización fue de tal intensidad que en aquellos días el MAS llevó a cabo en el Nuevo Circo de Caracas un célebre mitin, y en su apogeo las luces se apagaron súbitamente, lo cual generó no pocos escalofríos entre muchos de los presentes. Y, de pronto, un potente reflector iluminó a Juan Vicente Gómez, quien con gesto recio ordenaba a su asistente: “¡Llévese presos a todos estos ñángaras, Tarazona!”  La histeria fue de carácter apoteósico. Recuerdo las carcajadas y los no escasos llantos entre los presentes. No era Briceño quien había hecho acto de presencia, era el propio Gómez y su sombra siniestra la que planeaba sobre aquella asamblea de gente soñadora e ilusionada con nuevas maneras de manejar lo político. Debe decirse que con el tiempo ese proyecto terminó en una franquicia que ahora vemos haciéndole el coro a la dictadura de Maduro.
                Aquel personaje fue adoptado por el gran público, y su vesania, su crueldad, se vio sintetizada en una palabra, muy tachirense por demás, que Briceño pronunciaba con tajante tono: Chito… Vocablo que todo el país asumió de inmediato. Esa expresión era, y es, empleada en la cordillera andina para ordenar silencio de manera indiscutible y tajante. Al adoptarla el emblemático actor supo encontrar el gatillo necesario para disparar en la memoria de todo el país la característica incuestionable del detestable dictador.
                El chito gomecista parece haberse expandido de manera universal en estos días. Es una orden que ahora viaja de manera velocísima y con una rigidez que ya hubiera querido en su tiempo el dictador tachirense. Los detonantes para que explote en las poco democráticas, pese a que nunca se pudo imaginar que desembocaran en ello, redes sociales son insospechados e inverosímiles. Vivimos una época de turbas que arremeten contra todo lo que se menea y sitian a quien sea sin patrón alguno. Cualquiera puede encender la cólera colectiva en el momento y lugar menos pensado. Acaba de ocurrir, por poner un ejemplo, en Rochester, Nueva York, donde una estatua de Frederick Douglass, fue derribada por una manada, hasta ahora anónima. Él había nacido esclavo y escapó de su condición en Maryland, para iniciar una pelea titánica en contra de la esclavitud, lo hizo hasta que llegó a convertirse en un líder del movimiento abolicionista en Massachusetts y Nueva York, todo ello le otorgó un sólido prestigio por su oratoria y escritos críticos en contra de la esclavitud en los Estados Unidos. Justamente su estatua es vandalizada en el marco de las protestas, justificadas en muchos casos aunque desvirtuadas en su mayoría, en contra de la discriminación racial.
                Las manifestaciones por la igualdad han llegado a la decapitación o daño de las estatuas de Colón, Cervantes y fray Junípero. De la iracundia igualitaria han sido pasto desde la estatua de La Sirenita en Copenhague, obra del escultor Edvard Eriksen, hasta la de Winston Churchill en Praga. La ola reivindicativa poco tiene de  ponderación, se muestra escasa de justicia, es una marea furiosa que exige silencio y  sumisión a todos. 
                Me llama la atención la ignorancia confiesa de los actos de “protesta”, la mayoría de las veces apoyados y estimulados por los autobautizados “progresistas”. Así vemos que no solo derriban la estatua de Douglass, sino que vemos ondear en las manifestaciones de las minorías sexuales discriminadas imágenes del Ché como estandarte. ¿Sabrán acaso sus promotores que el argentino en cuestión demostró de manera indubitable su saña contra la comunidad homosexual en Cuba? A estos pasos que llevamos no ha de extrañarnos que pronto veamos a las turbas justicieras exigiendo la inauguración de la avenida Eva Braun en Tel Aviv. ¿Irán a exigir una plaza Trostky en Moscú o un busto a Reinaldo Arenas en La Habana?
                Por lo pronto, sin más méritos que el de la fuerza bruta, vemos una bandada atorrante que solo sabe responder ¡Chito! cuando se le pide explicación de sus actos.

© Alfredo Cedeño 

miércoles, julio 01, 2020

¡LIBERTAD PARA EL PETRÓLEO!


                ¿Para qué pensar el mundo y todo lo que ello representa? ¿Tal vez el tiempo de pensarlo ya caducó?  Nuestras historias, la creativa y la formal, se habían venido ocupando de ello en forma densa, intensa y extensa sobre nuestra condición y vicisitudes. Así fue como nacieron los mitos, es decir apareció la cosmogonía.  Y luego nacieron los eruditos, aquellos de incapacidad manifiesta para entender a sus parientes, vecinos y paisanos –así como sus requerimientos más primitivos que expresaban de forma oral–, quienes crearon la cosmología, a la cual llevaron a categoría de erudición y, palabras más palabras menos, la definieron algo así como: “la ciencia que estudia el origen y la evolución del Universo como un todo”. Sin embargo, y si a ver vamos, esta es tan empírica como aquella, porque ¿dónde está el protocolo que documenta las leyes que ellos aseguran son los orígenes del universo?
                En pocas palabras, la poesía que se manifestaba de forma libérrima en los mitos, fue expropiada por un grupo de analfabetos talentosos con pretensiones de ilustrados, y les cosieron un traje al alcance de sus limitados saberes.  Y si algo de eso les resulta familiar con lo que vivimos ahora es porque las maneras se han depurado. Hoy vemos como se imponen bozales feroces contra todos aquellos que nos resistimos a pensar de forma “políticamente correcta”. La condena es aún más segregativa que la sufrida desde tiempos bíblicos por los enfermos del mal de Hansen. Pides transparencia en el acto político, así como a sus “dirigentes”, y te conviertes en un leproso desahuciado; ahí no sirven de nada las investigaciones que hizo Convit sobre dicha enfermedad.
                Ha de decirse que son oleadas que han recorrido el orbe entero en diversas oportunidades. Las ha habido para todos los gustos y colores, tal vez una de las más recurrentes ha sido la relacionada con el fin del mundo. Una de las primeras hecatombes anunciadas fue la de la destrucción de Roma en el año 741 antes de Cristo, y eran tiempos en los que la llamada ciudad eterna era considerada el centro –¿o debo decir la centra?–  del mundo –y ya saltará más de un militante trasnochado a denunciar el europocentrismo inherente en dicha frase–. Más tarde, de nuevo en Roma, fue el tercer papa, san Clemente I, quien hizo la misma predicción en el año 90 de nuestra era.
Varios siglos más tarde, y con unos cuantos vaticinios similares de por medio, le tocó el turno a Thiota, una profetisa cristiana herética, del sur de la actual Alemania, quien proclamó que el Juicio Final ocurriría en el 848.  Otra ola de pavor que circuló fue alrededor del primero de enero del año 1000. En el siglo XVI el matemático y cura Michael Stifel, alemán por supuesto, anunció que a las 8 de la mañana del 19 de octubre de 1533 comenzaría el Juicio Final. En 1669 el frenesí llegó a la tierra de Putin, donde alrededor de 20.000 cristianos rusos se inmolaron convencidos que ese año era el acabose. En el siglo XIX la fiebre apocalíptica cruzó el Atlántico y el 19 de noviembre de 1822, luego de un sismo, de esos que sólo Chile conoce, en Copiapó, al norte de ese país, una monja profetizó que el día siguiente a las 11 de la mañana llegaría el fin del mundo. Los anuncios de similar tenor han sido de todo orden, muchos deben recordar la vorágine alrededor de la supuesta predicción maya para el 21 de diciembre del 2012. Hasta el canal televisivo History Channel –para escarnio de CNN– afirmó, basándose en la mitología vikinga, que el cataclismo final nos alcanzaría el 22 de febrero de 2014.
                Y así como con todas estas manifestaciones de la escatología, ha habido y hay numerosas manifestaciones rayanas en la locura colectiva, que siempre ha nacido de las clases “regentes”. Hoy vemos al mundo sacudido por la ya citada “corrección política”. El tema del momento es la discriminación racial, por cierto una segregación bastante sui géneris para decir  lo menos. El mundo entero se manifiesta con indignación absolutamente justificada ante el asesinato de un hombre de raíces africanas por parte de un policía de claro origen sajón, pero ese mismo planeta permanece inmutable ante el oficial policíaco que golpea indiscriminadamente a un hombre de origen hispano, ni hablar de los descendientes africanos que cada día mueren a manos de sus congéneres. Por lo visto hay violencia que se condena y otra que no puede ser cuestionada.
El ditirambo reinante en torno a la moda racial es de tal calibre que hasta hay quienes cuestionan el color de las galletas Oreo, consideran que su color característico es una manifestación flagrante de racismo.  Supongo que, al ritmo que vamos, en breve oiremos clamar por la suspensión de la explotación petrolera, ya que esa es la suprema manifestación de la explotación del negro por el mundo. Es sobre la explotación de la energía producida por el oscuro fluido que se ha estructurado este mundo injusto y segregador. Pronto veremos a fervorosos militantes llenar las principales avenidas   del mundo portando luminosas pancartas exigiendo la libertad del esclavizado fluido. 
Por aquello de que el que calla otorga, no puedo conceder mi silencio a este caudillaje electrónico de nuevo cuño. Allá quienes soportan callados a esa plaga que se pasea con ropaje casual de eruditos estériles e inquisidores insufribles.


© Alfredo Cedeño  

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