miércoles, diciembre 27, 2017

ABYECCIÓN PREPASCUAL

  
                Finalizaba julio de 1976, me faltaba poco para cumplir los 20 años, y era novio de Graciela Ibarra León. Casi todas las tardes nos reuníamos en la plaza Venezuela para irnos a la fuente que entonces estaba al costado derecho de la entrada a la autopista. Lo habitual era meternos a la cafetería que entonces estaba abajo de los surtidores y luego sentarnos a ver los chorros de agua mientras hablábamos de cualquier cosa que nos viniera a la mente. Esa tarde en particular nos conmovió y llenó de profunda desolación a ambos cuando vimos un pregonero anunciando El Mundo, y el titular a todo lo ancho del periódico anunciaba el asesinato de Jorge Rodríguez. 
                Un medio (0,25 céntimos) costaba el diario, y lo compramos. Nos sentamos en la acera, indiferentes a los toques de bocina y mentadas de madre de los conductores que no entendían la presencia allí de aquel greñudo y aquella diminuta mujer, y lloramos leyendo la noticia del asesinato del fundador de la Liga Socialista. Terminamos de leer y nos fuimos al interior de la Universidad Central de Venezuela, caminamos hasta el Aula Magna y en medio de un riguroso silencio, logramos colarnos entre la masa inmensa que plenaba el auditorio. Costaba creerlo, pero allí, bajo las adoradas nubes de Alexander Calder estaba la urna con los restos de Jorge.
                El escándalo nacional ante una muerte tan absurda fue unánime. La respuesta oficial fue digna de recordar en estos días a los de turno en el poder. El director de la DISIP fue destituido y los agentes devenidos en criminales: Braulio Gudiño La Cruz, Guillermo Zambrano Salazar, Itamar Ramírez y Juan Álvarez Díaz, fueron presentados ante un juez. Por cierto, el juzgado tuvo que designarles defensores de oficio, para ellos no hubo abogados de postín, como sí los han tenido los narcosobrinos.
                Comparo aquella muy lamentable situación con las imágenes del pasado 23 de diciembre de Roberto Picón, Alfredo Ramos, Carlos Pérez, Betty Grose, Aristides Moreno, Danny Abreu y otros siete compañeros trasladados a la sede de la "Asamblea Nacional Constituyente", donde fueron recibidos por la hija de aquel hombre asesinado por las fuerzas policiales del régimen democrático. Los gestos y cháchara de este abyecto personaje, deshonrando la memoria de su padre, al fungir de  gendarme benevolente fueron nauseabundos.
                Que esta escena haya ocurrido en vísperas de la Nochebuena me hizo pensar en el ensayo Poderes del horror, de Julia Kristeva, y entre los muchos subrayados que le hice en su momento, creo que este retrata claramente lo que ello significó: "Todo crimen, porque señala la fragilidad de la ley, es abyecto, pero el crimen premeditado, la muerte solapada, la venganza hipócrita lo son aún más porque aumentan esta exhibición de la fragilidad legal".

© Alfredo Cedeño


miércoles, diciembre 20, 2017

VICTORIAS ALEVOSAS


                Hay una manida y vieja frase que habla de la orfandad de las derrotas y la prolífica paternidad de las victorias. Los ejemplos sobran. Me viene a la memoria la derrota de la Armada Invencible en la cual, en 1588, Felipe II cifraba todas sus esperanzas para derrocar a Isabel I, reina de Inglaterra. El Felipillo había ideado un gran plan para desembarcar 30 mil efectivos de los llamados Tercios de Flandes, lo cual sería simultáneo con la llegada de su mencionada Armada desde su reino.
                Ese bendito, y por lo general díscolo, elemento que llaman azar se dedicó a hacer un coctel por demás poco venturoso para el monarca hispano. Tempestades, respuesta eficaz y poco crédula en agentes metafísicos –tales como la férrea convicción del atacante del apoyo celestial– por parte de los atacados, mensajes que nunca llegaron a su destino, anarquía en los mandos de la flota; así como las posteriores órdenes reales, absolutamente disparatadas, como la mayoría de las ordenanzas monárquicas que afloran desde los reales cojones de los patanes de turno, dejó un humillante rastro de víctimas y pecios con el regreso a casa de los invasores.
                Como este episodio son incontables muchos otros a lo largo de la historia. Bien podría explicarlo el otrora todopoderoso imperio persa y su derrota en Salamina que significó la imposición de las fuerzas de Atenas.
                También han ocurrido episodios donde la mezcla de unas y otras han terminado en un plato agridulce en los que la alternancia de victorias y derrotas no terminan por inclinarse hacia un lado o el otro.  La invasión de Napoleón a Egipto es claro ejemplo. El 19 de mayo de 1798, el galo partió de Tolón con más de 300 barcos, llevaba 16.000 marinos, 38.000 soldados, 1.000 cañones y más de 700 caballos. En una primera etapa logró imponerse sobre los africanos. Hasta que en septiembre del mismo año  el Imperio otomano se alió con la Gran Bretaña para echar a los gabachos y en El Cairo se organizó la sampablera contra el parisino y sus hombres.
                Podría agregarse  a la discusión de esta experiencia bélica los logros obtenidos a largo plazo por Napoleón, por ejemplo el descubrimiento de la Piedra de Rosetta, el redescubrimiento de la cultura egipcia y el impulso que alcanzó la arqueología gracias a los hallazgos de los equipos científicos que lo acompañaron.
                Y ahora, más de dos siglos más tarde, ¿de cuál triunfo pueden jactarse  aquellos que insisten en ser los "generales" a cargo de la batalla infinita y sin cuartel contra el chavismo-madurismo? ¿Acaso haber dejado que la calle se enfriara y tratar de utilizar arteramente a las víctimas de la dictadura con fines electorales? Tal vez para ellos es un laurel inmarcesible poder sentarse al compás de las olas dominicanas a escuchar las sartas de imbecilidades de los representantes rojos. Bien decía mi padre: cada cabeza es un mundo y cada cual lo embellaca según le da su real gana.

© Alfredo Cedeño

jueves, diciembre 14, 2017

¿ÁNGEL O DIABLO?


            George Gordon Byron, considerado uno de los mayores poetas de la lengua inglesa, pasó a la posteridad como Lord Byron. Él fue autor de una vastísima obra que todavía, casi dos siglos después de su muerte, sigue conmoviendo a sus lectores. En La destrucción de Senaquerib el bardo narra la destrucción de Babilonia, según algunos, o de Nínive, para otros. Sus versos describen con precisión la tragedia que allí ocurrió varios siglos antes de Cristo:
Pues voló entre las ráfagas el Ángel de la Muerte
y tocó con su aliento, pasando, al enemigo: 
los ojos del durmiente fríos, yertos, quedaron,
palpitó el corazón, quedó inmóvil ya siempre".
            El que fuera considerado uno de los representantes por excelencia del romanticismo no rehuía de abordar la desolación en sus letras. Los versos finales del mencionado poema son devastadores: 
Y las viudas de Asur con gran voz se lamentan
y el templo de Baal ve quebrarse sus ídolos,
y el poder del Gentil, que no abatió la espada,
al mirarle el Señor se fundió como nieve.
            Byron al igual que Sófocles, Goethe, Eurípides, Shakespeare, Cervantes, Esquilo,  y paremos de enumerar colosos, legó una obra que supo interpretar y reelaborar el barro para explicar el alma del hombre, de allí su vigencia, así como la de todos ellos. En Las Suplicantes, Eurípides pone en boca de Teseo al dialogar con Adrasto las siguientes palabras: "Creíste en su audacia antes que en los buenos consejos, y eso ha perdido ya á gran número de estrategas". Más adelante es Teseo quien recibe de El Heraldo este parlamento: "En verdad que es odiosa para los grandes hombres la contemplación de un hombre despreciable elevado á las dignidades y conduciendo al pueblo con su palabra, sin haber sido nada antes".
            Es un caudal inacabable de pinceladas que deja al aire las almas de los hombres, van dibujando sus miserias y sus glorias, es un atávico retrato que ellos han ido elaborando al compás de nuestra historia.
            El batiburrillo que ahora trata de explicar lo inexplicable del escenario electoral venezolano del pasado domingo 10 de diciembre, me dispara la memoria a mi abuela, la vieja Elvira, a quien muchísimas veces oí decir que el diablo era un ángel que había perdido la gracia de Dios.  Y de ahí salto de nuevo a Byron y su obra El deformado transformado donde dejó claramente escrito: "El Diablo dice la verdad más a menudo de lo que se cree, pero tiene un auditorio ignorante…".

© Alfredo Cedeño

jueves, diciembre 07, 2017

NO ES QUÉ, ES QUIÉNES


                A fines del siglo XIX Roque Barcia publicó en Madrid el Primer Diccionario General Etimológico de la Lengua Española. Fueron cinco tomos los de la pieza de este andaluz que hizo honor a su gentilicio y llevó a la exageración su obra, algunos la han tildado de mediocre, otros de genial, hay de todo un poco. En estos días que sobre Venezuela planea de manera sistemática la palabra negociación, acudí al tercer tomo del citado libro del mentado autor, y en una de las acepciones de la palabra negociar expresa: "Tratar asuntos públicos ó privados procurando su mejor logro".
                Se supone que desde días atrás en la cuna del merengue y la bachata andan juntos, y quién sabe si revueltos, montescos y capuletos, tirios y troyanos, chavistas y adecos, y cuanto bicho de uña pueda cualquiera imaginarse, tratando la cosa pública venezolana.  No somos pocos los que hemos alertado sobre la naturaleza de unas conversaciones que si por algo han destacado –casi escribo brillado– es por su opacidad. Los consabidos celestinos de rigor han saltado rabiosos a exigirnos silencio clamando por las virginales intenciones de Ramitos, Manolito el de Mafalda (el señor de cejas y Borges), Timoteo "limonero" Zambrano, Delcy Eloina, Jorgito, Elías Jaua, Feliciano y Vicente. Y de los testigos-garantes-fiadores ni hablar.
                Llegado a este punto es bueno decir que quienes hemos dicho que será nada lo que se obtenga de ese conclave de zorros mañosos y bueyes desjarretados, no lo hacemos por meras ganar de jorobar la paciencia o visceral rechazo a los procesos de negociación. No. Lo que rechazamos es a quienes están llevándolo a cabo, repudiamos a los que están sentados en la bendita mesa de negociación.
                Si usted es dueño de una humilde pulpería, accionista de una próspera ferretería o presidente de una exitosa franquicia, y pone a que le cuide la caja a un pícaro que se trajea de sacristán, al darse cuenta de sus bellaquerías lo menos que hace es darle una tunda de palos. Pero si usted insiste en mantenerlo al frente de sus finanzas es un imbécil que merece ser saqueado a conciencia.
                Por cierto, Barcia en la primera definición de la palabreja dice: "Tratar y comerciar, comprando y vendiendo ó cambiando géneros, mercaderías ó valores para aumentar el caudal." ¿Cuántos cheques estarán cambiando de manos sobre, o por debajo, de la mesa dominicana para aumentar el caudal de unos cuantos vagabundos que bien sabemos cuáles son?

© Alfredo Cedeño

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