martes, mayo 30, 2006

MARCHA

Bendigo las despedidas pese a sus dolores
y arranco los borrones de soledad del corazón
alisando las arrugas de los versos en derrota.

Estas cicatrices sin fondo se callan cobardes
sin decir un no amargo preñado de desolación
con puertos para los náufragos que mueren.

Destilo letras que no se pueden inspirar ni llorar
por un valle de risas y puterías que me liberaron
insolentes en su descaro compartiendo maletas.

Y me muero en esta melancolía sin aguaceros
de vuelta de ninguna parte con valijas rotas
y tus manos en el fondo de mi pellejo agotado.

© Alfredo Cedeño

domingo, mayo 28, 2006

ELLA

Mi mujer llega cada mañana con aroma de azucenas tímidas
en sus ojos llenos de preguntas que jamás alcanza a formular.

Mi mujer hace del tunante y pilluelo que tengo por hijo
un príncipe al que adora con devoción que no merecemos.

Mi mujer amanece cada día respetando mis ácidas lejanías
y nunca ha querido invadirlas con cercanías de torpeza.

Mi mujer llega cada tarde y luego alza un cansado vuelo
con pasos de una danza que cada día la elevan más.

Mi mujer a veces amanece enroscada a mi lado derecho
y la ternura ya vieja en mi bilis se desvanece sin remedio.

Mi mujer ha hecho con paciencia digna de superiores causas
una condición de la que no gusta pregonar ni sale a vociferar.

Mi mujer asoma aires de Perijá, Valencia, Florencia o La Victoria
y con dulces artes de cirujana me crucifica suave e insolente.

Mi mujer a veces no termino de entender si es una quimera
o es una certeza que se ha ido ajustando lentamente y me besa.

© Alfredo Cedeño

viernes, mayo 26, 2006

HEROICO IV-B

En un chisme anterior a este, sin guitarra ni citara acompañándome, contaba
sobre doña Artemisa la griega, o Diana la romana; y que conste: no busco
-ni aspiro a- ser un nuevo Sabina o Arjona, pues no tengo los cojones de uno
o la pinta del otro, ni sombra de ambos gamberros; por lo que, a fuerza de lengua
y maledicencia, continúo con el bembeteo sobre la chicuela sabrosa esta.

Nunca pudo hojear el diccionario de los besos robados, o menearse en un auto
al compás de la guitarra dura y ácida de Miguel Ríos tronando concupiscente.
Menos zarandearse en un cuarto de hotel barato a un efebo sabroso, de esos
que las griegas tanto yantaron al compás de uvas, olivas y leche de cabra;
así que no supo hacer más que hacerse tirana defendiendo su virgo sin remiendos.

Por aquello de ser consecuente con su estampa de ricura vetada, un día supo
que Zeus se había apercollado con la ninfa Calisto y, como era ya maña en él,
la dejó con la panza para que se le vaciara en nueve meses, ante lo cual ella
con su típica dulzura la transformó en una osa para luego hacerla destrozar
por su jauría, sin clemencia como la que su madre tuvo cuando preñada y sola.

Sin pañuelos que secaran su llanto de fracaso ante su estirpe de hembra vetada
terminó por convertirse en diosa de la Luna, y dejó a Selene con los crespos
a medio camino y sin feligresía que le llevara ofrendas de racimos de cambur
ni pedacitos de coco en almíbar para endulzarse en sus noches sin alcancía
que guardaban soledades de tenor en un palco ahíto de pobreza empapándolo.

Su gran poder, no de Dios sino de sus tetas hermosas y sus caderas voraces,
la hizo aún más acojonante que Cibeles y no menos atorrante que su padre;
que siguió desflorando desde La Magdalena hasta Marilyn Monroe agitándose
al compás de su verga terca y estrambótica, cetro al que una estrabotomía
jamás haría ver directamente más allá de unos buenos muslos en flor que lamer.

Un arco de oro y unos leones sobre los hombros fueron sus salvoconductos
para impedir que algún día le diera por una porfía de andar bobeando por un macho
que le acomodara debidamente su fierro en medio de las piernas o el fondo del alma
y que la diosa se hiciera mujer creándole un follón enorme a Homero que no hubiera
podido inventarse sus exorcismos de fantasmas delirantes o héroes tunantes.

Ahora bien, en medio de tantos embelecos en que vivían estas divinidades un día
se armó un zipizape que se llamó la guerra entre los Dioses Oscuros y los asgardianos,
donde los primeros hicieron como el camaleón y se convirtieron en los segundos
para irse a joder en el Olimpo a tirarle piedras y jabalinas a los Dioses, y todo para
que ambos panteones se convirtieran en una versión celestial de Montescos y Capuletos
pero sin Julieta porque Artemisa jamás quiso soltar por ahí su sacrosanto himen.


Esa fue la última vez que la muy morboseable divinura fue atisbada en el planeta
y se le supone enclaustrada con los dioses Olímpicos en la montañita esa de la que ellos
tanto se ufanaron y han seguido ufanándose pero que nadie sabe en verdad
cuánto tiene de celestial y qué de borracheras de Homero el rufián que, a fin de cuentas,
fue el primero que se supo armó el jaleo y empezó con los chismes divinos y sabrosos.

Y fue de este modo como aquella nalgamenta se hizo mito para dar paso al rito,
ceremonia inútil para celebrar lo deseado pero nunca alcanzado, y en Efeso, hoy Turquía,
unos cuantos siglos atrás, según lo dicho por esos otros averiguadores de la vida ajena
a los que llaman arqueólogos, le hicieron un gran templo a nuestra Diosa, y en honor
a sus piernotas divinas lo fabricaron con más de cien columnas de veinte metros de alto.

También abundaban esculturas de Escopas, ofrendas y sacerdotes que en su nombre
armaron más de un salpafuera disputándose alguna pastorcita virgen extraviada
que llegara pidiéndole luz a la del coño intacto; y los muy belitres anduvieron en esa
hasta que una noche llegó Erostrato, un pastor pícaro y borrachón, quien desesperado
por las negativas de su novia a darle cariños y entrepiernas, con una antorcha lo quemó.

Fue así como Artemisa, Diana, La Diosa Virgen, La de Piernas Sabrosas, terminó volando:
por un lado en la lengua de juglares, trovadores y toda clase de bandoleros, como este
que ahora narra sus desdichas, y por el otro en las cenizas sin nunca haberse podido
gozar un macho tal y como Dios, La Santísima Trinidad y El Olimpo entero siempre
recomendaron, con su templo hecho pavesas ante la furia de un miserable encojonado.

© Alfredo Cedeño

miércoles, mayo 24, 2006

VIRGINIA VIII

Nubes que cabalgan feroces
corren como los tranvías
buscando estaciones de carga,
ramas sin brotes se doblan
entregándose sagaces y sepias
a las carantoñas de dos urracas,
la retícula de mi ventana corta
los pinos con atuendos blancos
donde los piñones centellean,
los avisos de una autopista vacía
resuellan en los espejos vecinos
donde un petrel cae extraviado
y una manceba me aguarda rijosa
en el borde occidental de su cama
afilando sus garras para mi espalda.

© Alfredo Cedeño

lunes, mayo 22, 2006

AUGURIO

Yo moriré entre presagios
con besos de estrellas y flores
en una noche de canciones
y tu nombre a flor de labios,
saldré con tu hermosura vivida
en cada noche ribeteada de penas
con una danza sin ausencias
y tus besos ladinos resucitándome.

© Alfredo Cedeño

viernes, mayo 19, 2006

BANDOLERÍAS XL

Se me perdió una tortuga
cuando veníamos a saltar,
salía de tus deditos de oruga
sin ganas de echarse a volar.

A lo mejor fue que saltó poco
tal vez su brinco fue de mucho,
no sé si le patinó el coco
o un peo le trancó el serrucho.

No me digas que ando loco
por desbaratarme de amor,
y se enredan la luz y una flor
mientras me besas y te toco.

Pero así son las cosas de querer
y andar buscando libertades,
que te quiero ver aprender
a caminar sin ambigüedades.

Esa tortuga anda perdida
pero la vamos a encontrar
cuando tengamos toda la vida
para que sólo puedas volar.

© Alfredo Cedeño

miércoles, mayo 17, 2006

IGNORANTE

No supe quien era Descartes y lancé mis cartas al agua
de tu saliva jugando con mis silencios de dardos romos
mientras quedaba fuera de combate en un piano sin tono
donde Cupido se destronó desnudo sobre una rama fría.

© Alfredo Cedeño

lunes, mayo 15, 2006

TRES TRÍOS

Sin budismo zen puedo volar sin prisa
dejando atrás las sombras y huellas
de mis torpezas sin armonía.

Silbo una melodía verde, roja y amarilla
sobre Calcuta en el porvenir
con partidos de ajedrez sin jaque mate.

Escribo la canción de los tontos
en las aceras de mi ciudad volandera
para borrar los destrozos del olvido.

© Alfredo Cedeño

miércoles, mayo 10, 2006

HEROICO IV-A

Parece que todo empezó el día cuando Zeus, que andaba rijoso y medio alborotado,
se puso a notar bajo el peplos los pezones de Letos, rosaditos y sabrosones,
asomándose de lo más provocadores. Y, antes que los perros de Pavlov, salivó veloz
para acto seguido dedicarse a tremendear con la doña en cuestión, en un mogote
desocupado que encontraron en el camino que bajaba del Olimpo hacia Macedonia.

Un pastor que andaba por ahí, con unas ovejitas arruinadas y macilentas, contaba
que por muy Dios que fuera, el señor de lo más embellacado le pedía se soltara
el pelo y se dejara llevar pues las noches de luna llena eran para cometer pendejadas;
ella se sacudía la falda y se armaba un huracán con lo sabrosa que estaba
-diosa al fin-, lo cierto fue que sin mucho preámbulo, y menos remilgos, se follaron.

Como los dioses son voluntariosos y les encanta eso de cumplir sus caprichos,
Zeus la empreñó en un tris. No se sabe si a los nueve meses, o a la hora siguiente,
la doña se fue a la isla de Delos y parió por partida doble, primero fue ella:
Una muchachota de brazos rollizos, cachetes resplandecientes y gañote templado,
que resonaba como tambores de negros emancipados, con el que berreaba audaz.

Artemisa para los griegos y Diana Cazadora para los romanos, que por puro joder
siempre cambiaron los nombres a todo y todos; es que esa fama de los italianos
de querer ser los más sabrosos del bamboleo y la guarrería no está mal ganada,
es mucho lo que han hecho aportando -para merecerla- sus peores esfuerzos
aunque sea robándose a una diosa sabrosona, y retrechera como esta que hoy canto.

Pero, volviendo al jaleo, lo que dicen es que ella entonces ayudó a su madre
a que terminara de parir y asistió al nacimiento de un manganzón llamado Apolo
y fue así que Artemisa también fue erigida en patrona de los partos, además
de Diosa de los animales y la cacería, que vino al mundo después de la empetatada
que Zeus le dio a Leto, tras de meterle su traguito de ron y cantarle en la oreja.

Diana, Artemisa, Nuestra Señora de la Paridera, o como sea que la llamaran
resultó ser eso que ahora llaman un mujerón y andaba por esos montes de Dios
con una falda muy corta, de esas que dejan muy poco que imaginar y mucho a ver
haciendo que entre el cielo y la tierra más de uno a ella buscara folgársela
o anduviera por ahí viendo cómo hacía para gozársela aunque fuera con los ojos.

Pero esta diosa virgen tampoco es que era de hielo, y fue así como le hizo ojitos
a Orión y le metía mano y lengua hasta la glotis a Endimión, un pastor buen mozazo él
a quien un día vio en un pastizal, y que la alborotó y le puso a trastabillar la virginidad
por lo que cada noche se encaramaba en su carroza de plata y guiaba a sus corceles,
dicen que blancos como sus muslos, llegaba hasta donde el gañán, lo besaba y se iba.

Como toda mujer, el coqueteo era con quien ella quería y Acteón – que era nieto de Cadmo-
en un ataque machista se enteró de donde era que la piernas ricas se solía bañar
y una tarde se puso de impertinente, y la retrató voyeur al trasluz, por lo que Artemisa
dejó volar su odio, fiero como un halcón, hasta convertirlo en un cervatillo que sus perros
cazaron. Y eso por atisbar el escapulario de sus tetas en escote danzando entre un pozo.

Ahora bien, para seguir en este tono de bardo de medio pelo –como todo buen juglar-
que nunca ha visto un soberano carajo, pero que todo asegura haber comprobado con sus ojos,
esos mismos con los que se ha de indigestar la tierra; dejemos para la segunda parte
de este canto hecho chisme lo que ocurrió con esta ricura hecha diosa y virgen, para
más desgracia, antes de ser condenada a quedarse en el Olimpo por siempre jamás.

© Alfredo Cedeño

sábado, mayo 06, 2006

BANDOLERÍAS XXXIX

Pido perdón
por esta soberbia
que me inunda
cuando te veo saltar
y me convenzo
que eres algo más
que el mejor del mundo.

© Alfredo Cedeño

jueves, mayo 04, 2006

POCO A POCO

Te llego caminando sobre cristales
con precisión felina y paso calculado,
voy sellando las rendijas que podrían
dejar espacio por donde escabullirte,
te seduzco cercando los miedos rancios
hasta que seas tú quien me asalte fiera.

© Alfredo Cedeño

martes, mayo 02, 2006

4 TRÍOS

Un libro de asedios a los egos de una sotana muda
asciende muerto de sed desde mis ganas perpetuas
contorsionando los peores caminos a tus muslos.

Una canción sin rima y con camisa rota de azares
navega sobre la fe de una ley sin enroques viles
y pongo el cielo en tus pezones de ángel moribundo.

Carne sin oferta de gatos en los tejados mohosos
sin flores en los sepulcros desalmados de Londres
trae tus dedos a escarbar mi entrepierna sin pausas.

Coito sin interrupciones que se apropia de paredes
como un par de zapatos en el culo de una botella
o una gata como tus piernas cuando me erizan.

© Alfredo Cedeño
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