domingo, mayo 28, 2017

POR UN MUNDO MEJOR


                En la ofrenda de sangre que los admirados muchachos ha hecho por Venezuela no hay ningún sector ajeno. En estos días veo una foto de un grupo de criaturas donde destaca un rover scout que portando uniforme y pañoleta se enfrenta a las pandillas militares y toda su parafernalia erizada de armas con una humilde piedra. Él es fiel retrato de una ciudadanía huérfana de liderazgo que ha salido a las calles pese a una dirigencia pusilánime o cómplice. La comunidad scout de base, esa que no presume de tacos de madera ni se jacta de comisionadurías, ha entregado su ración de vidas,  Paul Moreno en el Zulia y Diego Arellano en San Antonio de los Altos así lo demuestran.
Y al igual que ocurre en muchísimos otros sectores nacionales, la institución –léase la Asociación de Scouts de Venezuela–, permanece muda y juega a lavarle la cara al gobierno. Tal vez ello se entienda porque César González, director ejecutivo nacional de la mencionada institución, aparece en las redes vistiendo una franela con los ojos del difunto origen de todas nuestra penas; juego en el que sin dudas están también Juan Pablo Díaz y Jorge Hernández, presidente y vicepresidente, respectivamente, del Consejo Nacional Scout, quienes se jactan de ser chavistas duros. Por otro lado, una larga lista de dirigentes scouts de base acompaña a sus muchachos y tratan de aportar visión estratégica a la chita callando.
No hay manera de soslayar o manipular el compromiso con la libertad de cada venezolano. Mujeres y hombres, ancianos y niños, dan lecciones de hidalguía a diario. No hay manera de que cierta casta siga jugando a mariscales de una guerra en la que no terminan de enfrascarse, pese a las fotos y declaraciones altisonantes que cual saludo a la bandera entonan ocasionalmente.
Al final, los grupos scouts y sus gallardos rovers no son marcianos ni entes ajenos a nuestra golpeada Venezuela. Ellos son una réplica de la catástrofe que nos recorre transversalmente, eco de una dignidad que pelea sin tregua contra la tiranía, y a la que, quienes debieran conducir y orientar, se limitan a acusar de anarquistas porque hacen el juego al enemigo rojo. La canallada siempre es cofrade de la cobardía.
Mientras tanto sigo rezando por esa muchachada, sin distingos ni miedos, que enfrentan a la versión actual del dragón –hordas de malandros verdes y rojos– con sus nada inocuos escudos de madera. En muchos de ellos reluce deslumbrante el estandarte de San Jorge y están dándolo todo por legarnos un mundo mejor. Gracias, y que Dios los bendiga.

© Alfredo Cedeño

domingo, mayo 21, 2017

¿PONER LA OTRA MEJILLA?


                Hace varios días se viene hablando, particularmente en las redes sociales, sobre el “escrache” al que han sometido a algunos representantes de la oligarquía roja, o a sus descendientes, en diferentes sitios de Venezuela así como en varias localidades extrafronteras como Miami, Madrid, Australia, Suiza, México y muchos otros lugares.
No está de más informar que el término ha sido utilizado en Argentina, Uruguay, Paraguay y España para denominar a determinadas actividades en las cuales un grupo de activistas acude al hogar, o sitio de empleo de algún fulano al cual se quiere denunciar. El Diccionario del Habla de los Argentinos, de la Academia Argentina de Letras, lo define como “denuncia popular en contra de personas acusadas de violaciones a los derechos humanos o de corrupción, que se realiza mediante actos tales como sentadas, cánticos o pintadas, frente a su domicilio particular o en lugares públicos”. Algo de eso es lo que hemos venido viendo de manera semiclandestina, ya que pocos –y honrosos– medios venezolanos han informado adecuadamente al respecto.  
La temida autocensura es hasta cierto punto entendible en aquellos en que en el más rancio y crudo sentido de los negocios no quieren arriesgar sus inversiones en el campo mediático. Tristes tiempos estos en los que la información es una mercancía a la que no se quiere exponer a embargo oficial. Lo que es duro de digerir es que “comunicadores” y “políticos” se alcen con altisonantes golpes de pecho para condenar dichas prácticas por respeto a las familias de los afectados.
¿Cómo se puede reprobar a quiénes manifiestan su rabia e impotencia ante los que les robaron su país y ahora quieren gozar de lo robado con inmunidad e impunidad en territorios imperiales? ¿Cómo compensar la amarga tristeza de quienes no pueden despertarse cada día viendo su icónico Ávila? ¿Quién paga por el dolor de llevar ya años sin poder contemplar el cielo intenso de enero en Venezuela? ¿Cómo pedir a quienes lloran a menudo cuando evocan país, amigos, calles y familia que permanezcan impávidos ante quienes fueron sus verdugos?
Por lo visto hay algunos que prefieren sentirse cual Gilberto Correa animando una de aquellas multitudinarias bailantas que saturaban las principales avenidas caraqueñas. Más de una docena hay de quienes quisieran aparecer cual Rafael Orozco entonando desde una grúa telescópica el Chan-cun-chá y animando a la asistencia a que se apechuguen en medio de las nubes de gases lacrimógenos. ¿Será que también necesitan un Joaquín Rivera?

© Alfredo Cedeño

domingo, mayo 14, 2017

CAMPEONATO DE BELLACOS


                Es imposible mantener ecuanimidad y compostura cuando uno ve a los asnos rojos, o sus sacristanes, regurgitar con aires de sabios salamanquinos la primera imbecilidad que les viene al hocico para argumentar lo injustificable.  ¿Cómo no preguntarse de dónde sacan tanta deshonra y tal cara tan dura para exhibirla sin inmutarse?
                Ver a Pedro Carreño con su cara de vermífugo en acción es poco menos que nauseabundo, sensación que se intensifica cuando abre sus belfos para rebuznar a  conciencia, para luego callar y mantener la postura del que espera una salva de aplausos por lo atinado de su intervención. 
                ¿Qué decir de ese monaguillo con pretensiones de cardenal llamado José Gregorio Vielma Mora?  Jamás pudo imaginarse nadie que un tachirense, ex alumno del Liceo Jáuregui de La Grita, fuera capaz de mostrar el sadismo del que ha hecho gala contra sus coterráneos. Ni Juan Vicente Gómez llegó a tanto, y no es poca cosa lo que escribo.
                ¿Cómo procesar lo que masculla Ramón Alexis Ramírez, flamante gobernador de Mérida? Vale la pena resaltar que se hace llamar Alexis Ramírez en claro intento de hacerse relacionar con el beisbolista de igual nombre. Este indigno hijo de Santa Cruz de Mora, geógrafo egresado de la Universidad de Los Andes,  y paisano de Simón Alberto Consalvi, ha hecho lo que nadie había hecho hasta ahora para desdecir y avergonzar el gentilicio merideño.
                ¿Acaso hay alguno que pueda superar a esa bestia llamada Jorge Luis García Carneiro, que no cesa de dar coces, con manifiesto goce en sus gestos, contra el muy maltratado estado Vargas? Lo más doloroso es que al escarbar en su currículum se puede leer: “Orden Bicentenaria de la Ilustre Universidad de los Andes”.
¿Y dónde dejar a esas jumentas con aires de pitonisa en trance llamadas Cilia Flores, y su compinche Iris Varela? Ambas presumen, para vergüenza de ese gremio, del título de abogadas, y miran con gesto avieso a quien se dirige a ellas sin anteponer a sus nombres el título de doctoras.
                Es infinita la lista de bellacos, y demás especímenes de similar tenor, que hozan en los predios revolucionarios, donde el estandarte mayor lo porta, sin que quepa discusión alguna al respecto, ese matarife con pretensiones de bailarín apellidado Maduro Moros.
                Es un verdadero torneo donde todos y cada uno de los que en ese redil cohabitan hacen méritos para demostrar su petulancia desbocada contra un pueblo indefenso al que no se cansan de maltratar. Lo peor es que semejante comandita hinca sus fauces a diestra y siniestra bajo el amparo de las armas que debían velar por la tranquilidad de la ciudadanía.  
Los veré refugiándose bajo la pirámide rosa que en el kilómetro 0, a un lado de la Autopista Valle-Coche, levantaron en tiempos de otro burgomaestre babeante, y en el que aseguran han depositado ellos sus mantos protectores.  Igual surcarán el cielo.

© Alfredo Cedeño
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