miércoles, enero 24, 2018

CONFIANZA EN VENEZUELA


                La esperanza es el leve hilo que nos une a los misterios vitales, nos hace creer muchas veces de manera irracional en la posibilidad de que nuestros anhelos se hagan realidad. Los cínicos, en su moderna definición, nada que ver con  Antístenes y Diógenes, suelen sonreír de medio lado y zanjar la discusión con la nada sutil frase: Deseos no empreñan. Pero, pese al desplante, las ilusiones no cesan de crecer en nuestro interior. Algunas veces se descarrilan y surgen los ludópatas, se van con alma, vida y corazón a las patas de un caballo, o a determinada combinación de números. Otras se van atrás del primer charlatán que les dice lo que quieren oír. Las variaciones son infinitas.
                Y en estos tiempos de posmodernismo superado y de, sabrá Pepe, cuál otra corriente se andará gestando por esos mundos de Dios, nuestra confianza en la bondad se impone. No es de nuevo cuño aquello de que Él aprieta pero no ahorca. Un hermoso refrán japonés asegura que es mejor viajar lleno de esperanza que llegar.  Martin Luther King dijo que si lograba ayudar a una sola persona a tener esperanza, no habría vivido en vano.  En la otra acera el bigotudo Friedrich Nietzsche aseguraba: "La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre".
                ¿Se puede seguir teniendo esperanzas en Venezuela o es caer en el plano de ilusos? Cuando el capitancito Cabello sale anunciando elecciones en abril y un connotado "dirigente" opositor responde con la consabida cantaleta de que el chavismo podría perder en las elecciones presidenciales que se realizarán antes del 30 de abril de 2018, confieso mi incapacidad de tolerar semejante imbecilidad. ¿Cómo se puede ganar en un escenario que el madurismo y sus pandilleros tienen controlado de manera absoluta? ¿En qué cabeza cabe semejante disparate?
                Pese a las pesadillas que nos rodean, la que gobierna y la que pretende sucederles con aires de monaguillos benedictinos, creo en mi país con fe ciega.  En la carta a los hebreos, achacada a san Pablo, y sobre cuya real autoría hay una larga discusión, encuentro un versículo que me explica por qué sigo haciéndolo: "Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve". Es mi certeza de que esos "líderes" serán sentados al lado de los autores del actual desastre por su omisión y celestinaje. También estoy convencido de la acrisolada fortaleza venezolana que se impondrá sobre la corte de saltimbanquis, bufones y demás funámbulos que nos ha tocado padecer en estos lamentables tiempos.

© Alfredo Cedeño

jueves, enero 18, 2018

ETERNA PIEDRA




                En Venezuela la iglesia católica lleva siglos dando peleas, muchas de ellas silenciosas, al lado de los más necesitados. Han sido látigo para fustigar sin contemplaciones a los más fuertes. Prueba temprana de eso lo describe acertadamente el respetado cura Alejandro Moreno en su libro Pastor celestial, rebaño terrenal, lobo infernal.
                En la citada obra el clérigo nos narra, documentos mediante, el juicio que en 1765 entabló un tribunal eclesiástico contra uno de los hombres más poderosos de la provincia de Venezuela en aquellos días: Juan Vicente de Bolívar.  Los desastres sexuales del progenitor de don Simón en un descampado como entonces era La Victoria, estado Aragua, llevaron a que la Iglesia le elaborara un expediente por “su mala amistad con varias mujeres”. Debo decir que antes de ejemplos como este, ya la mencionada institución había hecho innumerables demostraciones de plantarse al lado del débil y necesitado. Los testimonios de su defensa de los indígenas en tempranas fechas de nuestra historia son profusos.
                Serían necesarias miles de páginas para poder enumerar las labores de curas y monjas en Venezuela en todos los ámbitos. Fe y Alegría es uno de los más notorios. Pero también han habido muchísimos otros de igual trascendencia, de los que poco alardes han hecho. Sin duda que mantuvieron siempre en mente los versículos del evangelio de San Mateo: "Por eso, cuando des a los necesitados, no lo anuncies al son de trompeta, como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que la gente les rinda homenaje".
                Es esa misma institución que en este amargo trance, que llevamos padeciendo los venezolanos desde hace 18 años, no se ha callado. El domingo, con motivo de la misa en homenaje a La Divina Pastora en Barquisimeto, monseñor Víctor Hugo Basabe, obispo de San Felipe, alertó en su homilía: "No escojamos el camino de la maldición en el que se han empeñado quienes niegan que en Venezuela hay hambre y desnutrición. Quienes le cierran las puertas a quienes en el mundo quieren venir a nuestra ayuda".
                Al día siguiente el "primer mandatario" ordenó a sus perros de presa de la Fiscalía General que investigarán a Basabe y al obispo de Barquisimeto, monseñor Antonio López Castillo, por incitar el odio. El obispo no rehúye el cuerpo y en su página de facebook respondió: Mi único delito parece ser el servir a la verdad que es lo único que hace libre a los verdaderos hombres. El Sr. Maduro ha puesto en mi boca palabras que no he pronunciado. Que triste que un "magistrado nacional" mienta tan escandalosamente delante de todo un país en el día del maestro. (…) Allá por aquellos a quienes ni su conciencia ni la historia les perdonará".
                ¿Acaso en su torpeza el combo rojo pretenderá apartar esta piedra milenaria con un lanzacohetes como el que utilizaron para callar a Oscar Pérez? La ineptitud suele vestir trajes desmañados.

© Alfredo Cedeño

jueves, enero 11, 2018

TRAPOS ROJOS


                Desde 1923, cuando George M. Stratton, publicó su trabajo El color rojo y la ira del ganado, hubo la convicción de que los toros de lidia no eran sensibles al color rojo, y que las embestidas de ellos a los capotes se debían a la pericia con que los agitaban frente a sus morros. El autor sostenía que el brillo y el movimiento de la capa eran los causantes de la furia de los astados.
                Esta suerte de dogma se mantuvo invariable hasta que en 1989 J. A. Riol, J. M. Sánchez, V. G. Eguren, V. R. Gaudioso, del Departamento de Producción Animal de la Universidad de León, España, publicaron Percepción del color en el ganado de lidia. Ellos estudiaron la respuesta de un grupo de toros bravos ante los colores violeta, azul, verde, verde amarillento, amarillo, naranja y rojo, así como siete muestras de color gris con exactamente el mismo brillo que cada color. La conclusión fue que estos animales ven perfectamente verde amarillento, amarillo, naranja y rojo.
                Es decir, los toros sí saben lo que embisten y no es lo mismo un capote rojo que uno azul. Así que no solo se trata de la habilidad de los matadores para hurtarle el cuerpo a las embestidas de los animales enfurecidos mientras agitan el trapo en sus narices. Tal vez en los astados ocurre lo mismo que Goethe señalara a comienzos del siglo XIX sobre el rojo: "Es el color de la sangre y el fuego, el color de Marte, símbolo de la violencia".
                De la tauromaquia a la vida diaria pasó el agitar un trapo rojo como símil de incitación a la violencia. En esos menesteres han sido particularmente expertos aquellos que se dedican a la vida pública, es una habilidad de la cual suelen hacer demostraciones palmarias. Y es agua que corre en todos los molinos, desarrollados o subdesarrollados.
                Por ejemplo el señor Trump en medio de una crisis donde afloran críticas de todo tenor y calibre, que van desde la reciente aparición del libro de Michael Wolff: Furia y fuego, hasta las poco claras conversaciones de su entorno con voceros rusos. Su respuesta es dar por terminado el programa humanitario Estatus de Protección Temporal (TPS, por su sigla en inglés) para los salvadoreños, que podían vivir y trabajar legalmente en Estados Unidos.  Como es de suponer ahora el foco informativo se traslada hacia el drama humanitario que esta medida puede significar.
                En lo que toca a los países menos avanzados, y para no andar mucho, en Venezuela vemos una verdadera cadena de trapos rojos que ondulan por doquier. Se cuestiona acerbamente, por su poca transparencia, las conversaciones en Santo Domingo, se nombra a Omar Barboza al frente de la Asamblea. Se habla de una inflación que cerró el año en 2.616%, se ordena la toma de las cadenas de ventas de alimentos que aún sobreviven. Y así se nos va la vida, de trapo rojo en trapo rojo, hasta que en algún momento nos entierran el estoque, y no sabemos cuándo ni cómo nos llega la muerte.

© Alfredo Cedeño
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