viernes, mayo 27, 2022

HUELE MÁS QUE HIEDE

 

Más de uno se me planta con gesto altanero y brazos en jarras a imprecarme: “¿Y qué propones tú?, ¡porque todo te hiede y nada te huele!”  Si me pongo a enumerar lo que me huele puedo asegurarles que es una lista infinitamente más larga de lo que me hiede. Me huele a rama de ruda fresca en la oreja de una agricultora que va a vender sus hortalizas al mercado de Capacho Nuevo; también el perfume a mar que exhalan las manos callosas de la pescadora que hala las redes junto a su marido e hijo en las costas margariteñas; ni hablar de los aromas que emocionan incontrolablemente cuando paseas por las interminables plantaciones de pino caribe en Uverito.

¿Cómo no oler la gloria del paso altanero y cadencioso de nuestras muchachas en cualquier rincón del más olvidado de nuestros pueblos o de nuestras destrozadas y arruinadas ciudades? ¿Quién no ve con oculta envidia el paso viril de hombres y mozos en flor, recién bañados y perfumados para ir a encontrarse con su mujer? ¿Hay acaso aquel que no puede olfatear con viveza amorosa los vapores de las cocinas de nuestras abuelas, madres, hermanas y tías?

¿Quién no escucha con emoción libre de penas los cantos a la cruz de mayo al son de maracas y tambores en una casita de Caraballeda, mientras huele ansioso las flores recogidas para engalanar su altar? ¿Dónde está aquel que no se siente arrastrado por el torbellino de los tambores repicando en honor a san Juan Bautista, y el olor a sudor limpio de los negros en jolgorio? Basta con olfatear el aire en el comedero de cualquier mercado para sentirse volando entre las volutas de ollas y sartenes. Me huelen los ríos cuando saltan entre las piedras y sacuden las ramas que crecen a su vera. Me huele la tierra cuando los bueyes arrastran el arado entre el suelo que luego será mar fecundo de cebolla, cilantro y perejil.  Son infinitos los olores de mi tierra…

¿Qué me hiede? Es una lista algo abundante, pero que pueden resumirse fundamentalmente en dos casos. Me apesta la casta dirigente, de un lado y del otro, tan apestosos son Nicolás, Cilia, Jorgito y Diosdado; como lo son todos sus contrarios, ya que ambos viven jugando a: “quítate tú pá ponerme yo”, y el hombre de a pie les interesa un soberano carajo. Su único interés es el poder y los beneficios que les otorga. Poco importa la cuota de autoridad que obtengan, su único fin es disfrutar de ello.

Igualmente me huele a letrina una no breve cofradía de plañideras, corifeos y viudas de lo que supuestamente fuimos, donde militan con fervor gregoriano e incapacidad de dar una mirada crítica sobre lo que hemos sido para poder rescatar lo que somos y deslastrarnos de tantas heces que nos ahogan.

Espero haber dejado claro que es más lo que huele, que aquello que nos empantana el alma, pero no podemos ni debemos ignorarlo, hay que extirparlo. Merecemos oler bonito y sabroso.

© Alfredo Cedeño  



viernes, mayo 20, 2022

¿ENTONCES CUÁNDO?



Todos aquellos que me leen tienen en mí un agradecimiento infinito. Sin embargo, hay, de todos ellos, tres a los que agradezco más que a ninguno otro. Dos en Venezuela, y el otro en la llamada Madre Patria. Al lado allá de la mar océano, uno que con real espíritu crítico me lee y cuya constancia me conmueve, sobre todo porque le conozco desde niño y es motivo de particular orgullo verle desempeñando rol de alto ejecutivo en una trasnacional europea. En el lar natal uno de noventa años, quien ha sido un maestro a lo largo de mi vida en el llamado universo cultural, y quien me abruma con su persistencia y solidaridad.

Hay también una tercera persona a la que quiero, respeto y admiro, y quien, pese a su lucha contra el mal que se empeña en postrarla, mantiene una actitud ante la vida que me hace quererla, respetarla y admirarla más todavía. Esta última persona, quien es una incondicional capaz de escribirme: “lo apoyo en cualquier pelea que agarre”. Sin embargo, esta lectora implacable y de un equilibrio descarnado, como conozco muy pocos casos, me planta cara: “Yo estoy de acuerdo con usted, pero no estoy de acuerdo. Tiene toda la razón de que aquellos vientos trajeron estas tempestades. Lo que no concuerdo es el momento de decirlo. Estamos más que desarmados, desesperanzados.”

Llevo toda la semana reflexionando sobre su comentario, e invariablemente, todas las respuestas que he encontrado han sido: ¿Cuál es el momento oportuno? Si hacemos un vuelo rasante sobre nuestro quehacer político vamos a encontrar un no breve historial de espera del momento adecuado para decir y hacer las cosas. Y fue así como se establecieron multitudinarias cofradías de viudas y plañideras de la Cuarta República, del perezjimenizmo, del medinismo, del lopezcontrerismo, del gomecismo, del castrismo, del paecismo, del bolivarianismo, y –aunque de reciente data­– hasta de Guaicaipuro hay una no poca populosa hermandad que reclama los buenos tiempos precolombinos.

A todos se les olvida los desastres de todo tipo que fueron, lenta e indeteniblemente, llevándonos a este infierno en que está convertida Venezuela. No dejaré de escribir que estamos recogiendo lo que sembramos, y hasta que no lo entendamos y comencemos a erradicar las plantas que no sirven seguiremos con la misma cosecha. No podemos seguir esperando un tiempo adecuado para decir las cosas, porque nunca va a llegar. Siempre habrá un celestinaje que amparará una manera opaca e interesada de conducir al país. Ahora Chávez y Maduro fueron los supermalignos que acabaron con el país perfecto que éramos. ¿Hasta dónde se puede ser ciego e inconsciente? ¿Cuándo va a ser el tiempo para decir las cosas y hacer las correcciones que son inaplazables? ¿Salir de Maduro para caer en manos de quiénes?

¿Nos entregamos a Guaidó para que maneje el país como Monómeros? ¿Nos ponemos en manos de Ramos para que siga conduciéndonos como la pulpería que heredó de Alfaro Ucero? Los ejemplos son infinitos y el espacio de esta columna es breve. Seguiré preguntando: ¿Cuándo es el tiempo indicado para replantearnos el país que necesitamos y merecemos ser?

© Alfredo Cedeño  

viernes, mayo 13, 2022

EN LA TIERRA PERFECTA


Había una vez un país impoluto, en el que los maestros daban clases de ciudadanía y nunca hubo entre ellos casos de prevaricación, o de cabalgar horarios al amparo de reposos médicos que les permitían desempeñar varios cargos a la vez. Ellos nunca fueron aquilatados en sus verdaderos logros: habían alcanzado el dominio del arte de la ubicuidad. Era un terruño idílico de partidos políticos dedicados al servicio, donde nunca se repartieron vehículos entre los jefes regionales de partido, o jamás se prestaron a maromas retóricas para otorgar concesiones mineras, por decir un par de ejemplos.

Era un territorio donde nunca hubo sindicalistas que compraron casas suntuosas, ni carros estrafalarios, ni tampoco se les conseguía en bares y lupanares camuflados con mujeres que no eran las suyas. En ese modelo de estado no hubo ministros que cobraban comisiones, ni tampoco hubo testaferros al servicio de ellos y de cuanto funcionario, de medio nivel hacia arriba, se desempeñaba en algún cargo público.  

Esa era la patria de la corrección y el ejemplar desempeño, donde no había porteros de instituciones que tenían cuatro carros, casa en la playa, apartamento en El Marqués, y que viajaba dos veces al año a ver a al ratón Mickey –una vez con la familia oficial y otra con la amante de turno–. Allá nunca un funcionario maltrataba al usuario, y siempre, siempre, siempre, le resolvía al ciudadano sus problemas, ni  nunca le pedían “algo para el café”. Era el territorio de la corrección a toda prueba, donde los profesores universitarios cumplían a cabalidad sus turnos, ni había casos de algunos que plagiaban los trabajos de alumnos o de tesistas, ante los que ellos habían fungido de jurados, para luego cobrar cifras cuantiosas a cargo de los institutos de investigación.

Les escribo sobre un pueblo al que los suizos veían con envidia ante la transparencia de su funcionamiento; donde no había policías, guardias, ni fiscales de tránsito que abusaban a troche y moche de los ciudadanos. Era la tierra de gracia perpetua y oportunidades inacabables. Y todo eso se vino al suelo con la llegada de unos malvados, de tono rojo rojito, que acabaron con ese paraíso. Esos malévolos seres llegaron de otro planeta, no fueron concebidos, entre arrumacos y cálculos desatinados, y amparados por todos aquellos que buscaban tener una tajada de pastel más gorda de la que ya tenían.

Por eso es que ahora hay un país de viudas gemebundas, absolutamente dispuestas a lapidar a todos aquellos que no nos sometemos a cantar las virtudes de lo que nunca fuimos…

© Alfredo Cedeño 

viernes, mayo 06, 2022

MORAL Y CÍVICA



Varias semanas atrás tuve una larga conversación con un querido y admirado amigo acerca del deterioro de la educación venezolana. Él me manifestaba su profunda, y más que justificada, preocupación por la perversión de los valores educativos que ahora campeaba en dicho campo. Mientras conversábamos, le dije que no tenía dudas de la certeza de sus apreciaciones, pero, también le dije que ese proceso destructivo, casi que autofágico, no era de reciente data, y que ello había venido incubándose desde hace largo tiempo.

Si, para evitar cualquier señalamiento de supuesto sesgo, nos limitamos a escarbar el significado de educación en el diccionario, encontraremos cinco definiciones de ese término; de ellas me quedo con la segunda y la quinta, la primera reza así: “Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc.” La última asevera: “Enseñar los buenos usos de urbanidad y cortesía.” Apegándonos a la definición inicial, bien podemos inferir que el objetivo del proceso educativo es formar ciudadanos, es decir otorgar las herramientas necesarias para el desarrollo de los individuos en nuestro modelo societario. Ello ocurre en todas las distintas culturas, o civilizaciones, o cómo a usted se antoje de llamarlas.

Entre los distintos grupos indígenas hay infinidad de ejemplos en relación con lo que digo, para citar un caso; ni hablar de nuestro modelo “occidental” de claras raíces grecolatinas, pero con una innegable influencia africana que nos ha nutrido de manera extraordinaria.  Quiero abundar en eso ultimo unas líneas, antes de que salgan los rabiosos apóstoles afrodescendientes a proclamar su victimismo por una esclavitud que, por lo visto, no terminan de superar. 

Fue gracias a la presencia africana, por medio de la permanencia de los moros en España, que se nos transmitieron los pensadores griegos y latinos; puesto que fueron los musulmanes ––los ilustrados, no esta pandilla alienada y fanatizada de nuestros días––, quienes rescataron la obra de los sabios de la antigüedad y, fundamentalmente a través de las celebérrimas escuelas de traducción de Toledo­, lo que permitió sentar los fundamentos de nuestro modelo social; pero eso es harina de otro costal del que ya abundaré en futura ocasión.  Esto es algo que se oculta a todo trance en nuestros anales históricos.

Regreso al planteamiento que le hice a mi amigo. No fueron los chavistas que, cual marcianos, llegaron y con una vara diabólica trastocaron nuestra trastabillante educación, fueron polvos que se acumularon, entre complicidades y permisividad, hasta llegar a este lodazal.

El ejercicio docente se convirtió en una guarimba para que el partido de turno, con las consabidas cuotas a la izquierda caviar y así evitar que siguieran echando vainas, repartiera cargos y prebendas.  A los organismos de asistencia social se les otorgaban luengas subvenciones, a las diferentes mafias sindicales se les daba su respectiva teta también para que mamaran. Y así el campo educativo se convirtió en un verdadero festín en el que cada cual buscaba la manera de conseguir su tajada. Los futuros ciudadanos cada vez fueron más permeados por la imagen del “¿cuánto hay pá eso?”, o “aquí le traigo esta tarjetica del compañero mengano”, cuando no fue: “Ay doctor pá que me ayude con un contratico pa´l techo de la escuela en Guardatinajas”, o “consígame un cupo al muchacho que no hay manera de que me le salga el puesto en la universidad”.

Todo el aparato educativo se fue preparando para su derrumbe. Pese a ello, es necesario decir que tuvimos varias generaciones de técnicos y profesionales de excelente perfil; pero eran individualidades que se esmeraron en formarse y sacar el máximo provecho de la formación que se impartía. Pero, ¿era la regla general?  Por supuesto que no, y eso fue lo que permitió que el chavismo llegara al poder, ya que no hubo formación de ciudadanos, con mente crítica y verdadera capacidad de análisis. Se fueron formando nutridas manadas de borregos dispuestas a seguir al primer iluminado que les llegará a encandilar, y llegó Chávez.

La consagración del acabose llevado a cabo por el héroe de Sabaneta y sus discípulos son esas deprimentes imágenes de un imbécil corpulento que patea a un compañero en el suelo, en las instalaciones del colegio Loyola de Puerto Ordaz. Y lo hace como se hace ahora todo en el país, a mansalva y sin pudor, sin que ninguno de los que merodean por ahí sea capaz de intervenir. Somos una tierra donde cada cual vela por sus asentaderas; a los demás que se los lleve Diosdado, o Tareck, o Cilia, o cualquiera de los setenta mil satanases que ahora conducen el país. Y eso no es obra de un día, es producto del abandono al cual fue sometida nuestra formación ciudadana.

 

© Alfredo Cedeño
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