miércoles, septiembre 25, 2019

HABLEMOS DE REALISMO ITALOCRIOLLO


                Italia es un bálsamo para el alma. Cada vez que la he recorrido he sucumbido ante sus museos, iglesias, comida, gente y paisajes. Sin embargo, siempre me ha inquietado su tolerancia moral, rayana en la mentalidad de lenocinio.  Tal vez su mejor manifestación es la permisividad individual, social e institucional ante la delincuencia organizada, ese ente amorfo llamado mafia, que en realidad es una bestia donde conviven, o se enfrentan, la Mafia siciliana,  la Camorra napolitana,  la 'Ndranghetta calabresa, la Sacra Corona de Apulia y la veneciana Mala del Brenta, entre muchas otras organizaciones delictivas itálicas.
          En ese país el malandraje articulado existía cuando la nación surgió en la segunda mitad del siglo XIX. El hamponato se había convertido en la institución de un Estado que no existía, y la supuesta defensa de los derechos de los desposeídos les permitió erigirse en dueños y señores de vidas y bienes. No puedo explicar de manera extensa en estas breves líneas lo que significó y significa en la vida italiana el poder delictivo. Gracias a su sinergia social y su presencia transversal en todos los ámbitos, y donde la respetada estructura vaticana aparece cada dos escarbadas, se puede hasta hablar de una escuela política italiana como epítome de modelos corruptos. Los ejemplos abundan como fue el caso de Benedetto "Bettino" Craxi, uno de los máximos exponentes del Partido Socialista Italiano; y quien murió el 19 de enero de 2000 en Túnez, donde se encontraba fugitivo de la justicia por la pudrición descubierta en la Operación Manos Limpias.
                Pero este “prócer”, no fue el pionero. Él fue antecedido por otra perla de similar brillo: Giulio Andreotti,  periodista y uno de los máximos exponentes del partido Demócrata Cristiano. Este par de ángeles han sido indagados hasta la saciedad por innumerables autores quienes han mostrado evidencias de la red entre banca, iglesia, políticos y delincuentes, siendo todas las puntas del espectro artífices del surgimiento de “fenómenos” económicos y electorales como Silvio Berlusconi. En otras palabras se cumple a cabalidad la ya mítica frase de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su novela El Gatopardo, cuando pone en boca de Tancredi Falconeri la frase que larga a su tío Fabrizio: “Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi” (Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie).
          Venezuela fue puerto de acogida para los italianos desde el mismo inicio del arribo europeo a nuestro territorio. Colón desembarcó en Macuro en 1498, Américo Vespucio recorrió nuestros espacios en 1499 y en 1500 el genovés Giacomo Castiglione, castellanizado como Santiago Castellón,  fundó Nueva Cádiz en la Isla de Cubagua.  De ahí hasta nuestros días los vínculos de ambos  pueblos han sido extensos y estrechos.  La participación de los italianos en Venezuela ha sido de todo orden y concierto. Por lo visto la permisividad en el mundo político también se ha terminado incorporando a nuestros patrones en dicha esfera, y vemos como una banda de delincuentes convertida en “ilustres dirigentes” ha terminado por tomar las riendas de nuestro país.
          Las expresiones son múltiples e inconfundibles, una de las más representativas de ello fue el sainete del pasado lunes 16 de septiembre en la Casa Amarilla. Todos vimos el lamentable espectáculo escenificado por los hermanos Rodríguez y secundados por Felipe Mujica, Aristóbulo Istúriz, Claudio Fermín, el yernísimo Jorge Arreaza, y muchos otros bicharracos de parecido pelaje. 
          La catadura moral de este combo la desnudó el ilustre Mujica dos días más tarde, el 18 de septiembre, cuando apareció en La Noche, programa periodístico de opinión colombiano, que dirige Claudia Gurisatti y modera Jefferson Beltrán, trasmitido por los canales RCN y NTN24. Ese día el citado ser con gesto adusto, ceño fruncido y tono de caporal enrabietado, aseguró: “Cuando el fin de semana pasado Maduro por una parte y Guaidó por la otra anunciaron que quedaban cerradas las negociaciones que se venían realizando a instancia de los noruegos…”, y por ahí siguió una perorata de lugares comunes que no sé si él mismo se las creía. Minutos más tarde el moderador introdujo a la discusión a Gustavo Tovar Arroyo quien con gesto calmado y trato respetuoso, hizo varias precisiones conceptuales que lo hicieron perder los estribos, y trató de responder zahiriéndolo. Provocó a Tovar con el muy estúpido recurso de “el señor Tovar debería estar en Venezuela y no en Miami”.
          ¿A este asno con pretensiones caballerescas es necesario recordarle las labores desarrolladas desde el exilio por Rómulo Betancourt o Jóvito Villalba cuando Pérez Jiménez?  Por supuesto que su interlocutor, quien ha padecido diversas arremetidas de la dictadura cayó en la provocación y respondió airadamente, haciendo que el “dirigente” empezara a repetir frases hasta desembocar repitiendo en cinco oportunidades de manera destemplada: Tú eres un homosexual.  Ni siquiera tuvo la gallardía de emplear el muy castizo marico, sino que trató de aparentar una civilidad que le luce muy lejana.
          No voy a abundar en lo expresado por tan “elevado tribuno” en el resto del programa. Él mismo se retrató de cuerpo entero. Bien le enrostró Tovar que no tiene argumentos y es un pobre diablo, a la par que le exige el uso de argumentos, mientras lo conmina a que diga si es o no una dictadura la que padece Venezuela.
          El estilo del representante del MAS siempre ha pretendido ser maquiavélico. Él fue factor determinante para el apoyo electoral de su partido a Chávez en las elecciones de 1998, y al poco tiempo, cuando se dio cuenta de que el tutelaje que su organización pretendía del comandante eterno era imposible, comenzó a distanciarse. Al poco tiempo de comenzado el primer periodo del difunto se realizaron una serie de reuniones en el Lincoln Suites de Sabana Grande, en unos espacios facilitados por un ministro de aquellos tiempos que no viene al caso nombrar, y en dichos paliques Mujica se refería al barinés como “La Bestia”. Resulta que tales encuentros   fueron grabados por la DISIP, policía política que entonces regía Jesús Urdaneta Hernández. Me han asegurado varias voces que en una de sus visitas al palacio presidencial, donde acudía con gesto complaciente y relamido, Hugo Rafael le puso una de las cintas en que se refería a él con el despectivo mote. Por supuesto la ruptura fue fulminante.
          Reitero, pareciera que el modelo italiano llegó para quedarse. Lamentablemente han calcado de manera burda la simbiosis políticos-ladrones-riqueza, no han tenido talento ni siquiera para hacer una copia decente. Han montado bodrios que pretenden hacer ver como óperas bufas. ¿Cómo pueden estos ignaros tratar de siquiera emular a Pergolesi, Rossini o Verdi? Si acaso se acercan es a las producciones de Giorgio Simonelli con su saga de películas de Franco y Ciccio, de las que rodaba hasta 5 en un año.
          Esta mafia tropical y contrahecha se ha apoderado con arrestos de caudillos decimonónicos de nuestro siglo, lo peor es que sobran quienes les celebran sus astracanadas.  Es una nueva manifestación de la perversión que significa, por ejemplo, ver a los gays empleando como emblema la figura del Ché, quien se dedicó a perseguir y exterminar a los homosexuales cubanos en el apogeo de la revolución castrista… Tal como leo en Romancero del Cid: Cosas tenedes, el Cid, que farán fablar las piedras,


© Alfredo Cedeño

miércoles, septiembre 18, 2019

¡AL ABORDAJE AUNQUE SE HUNDA!


                He sido un crítico acerbo de nuestra casta política, lo cual he hecho casi con desagrado, pueden decirlo quienes me conocen que no es mi naturaleza prodigar fuetazos. El gesto amable, los buenos modales, la camaradería, la solidaridad, son siempre mejores instrumentos para el logro que los aspavientos destemplados. Pero es que esos seres que se han autodefinido como “políticos” en nuestro país no dejan espacio para tratarlos más que como bestias malamañosas.
                Ellos han usado el término en cuestión para contrabandear sus intereses propios como individuos, ni siquiera como trinchera ideológica. Más mezquinos imposible, y así lo han demostrado de manera contundente ambas esquinas. “Derechistas” robaron desde el ejercicio central y regional del poder; “izquierdistas” lo hicieron desde las famosas colectas de recursos por medio de atracos, donaciones, parcelas municipales y académicas,  y demás formas informales de financiamiento. Es así como hemos visto a célebres caudillos y egregios dirigentes sindicales viviendo en fastuosas, y de muy mal gusto, viviendas, sin olvidar los no menos ostentosos vehículos; diputados viviendo como potentados, y así hasta el horizonte. Los Juan José Delpino y Carlos Ortega, son unos especímenes tan raros en dicho terreno que ya ni nombrarlos quieren.
                Nunca faltan viudas y dolientes de esa pandilla de hampones cuando alguno de quienes, preocupados por el país, alertamos sobre sus despropósitos.  Desde aquellos que bajo la figura de “asesor” cobran de los grandes partidos, que lo diga Primero Justicia, o los espontáneos que se rasgan las vestiduras en plena plaza Bolívar por la probidad inmaculada de Guaidó, Fermín, Falcón y demás bicharracos.  Las descalificaciones son variopintas y de todo calibre. Guerreros del teclado, antipolíticos, recaderos de Maduro, sin olvidar los recordatorios de rigor a nuestras progenitoras y toda la ascendencia, son algunas de las flores que solemos recibir en tales ocasiones.  El aguante es de parte y parte, ellos de mentarnos la madre, nosotros de poner el foco en sus disparates.
                Hemos dicho y seguiremos haciéndolo que no hay diálogo posible con la dictadura. Ellos han demostrado hasta la saciedad que son unos artistas en ganar tiempo para luego hacer exactamente lo que les da la gana. ¿Acaso ya olvidan la imagen del comandante eterno crucifijo en mano luego del 11 de abril? Sin embargo, la santa cofradía de los intereses propios, se ha empeñado en la impostergabilidad de sentarse a negociar. El incansable Eddie Ramírez, revela en su artículo más reciente que en agosto la producción petrolera de Venezuela fue de 712.000 barriles diarios; mientras que en el 2001 era 3.267.000. En otras palabras nuestra producción mermó 2.555.000 barriles diarios. Con esos tarados, que acabaron con Venezuela es que se nos impone conversar…
Todo esto no hace más que patentar, aún más, el nudo en el que la imaginación de nuestros políticos está maniatada. Vemos ahora al ala “guaidocista” brincar como burro aguijoneado de tábano por el sainete de la Casa Amarilla donde Fermín, Zambrano, Fernández, Puchi y muchos más se retratan risueños al lado del loquero Rodríguez. ¿No van a saltar? El gobierno paga y los monos bailan al son de Maduro, y los que protestan lo hacen porque temen quedar fuera del festín de filibusteros en que se ha convertido la tragedia venezolana.
Un éxodo de millones que no cesa de incrementarse, y al que cada vez se le hacen más angostas las vías de escape; un exterminio sangriento de toda disensión al régimen; un cerco comunicacional inaudito para estos tiempos de transmisión instantánea de conocimientos y hechos; son apenas pálidas muestras del infierno que es Venezuela. Insistimos, y cada  vez somos más, insistiremos en la necesidad de una limpieza a fondo. No nos callaremos ante ese bozal imbécil de que no es el momento de exigir, y que es mandatoria una unidad funambulesca atrás de un carro cargado de bueyes desrrengados. Es tiempo de que la calle, esa gente que utilizan como instrumento de legitimación, sea escuchada. Es momento de tirar por la borda a esta horda de bucaneros que no están más que por su botín propio, aun cuando terminen de hacernos naufragar.

© Alfredo Cedeño

miércoles, septiembre 11, 2019

AMOR DE IGNORANTES


            “Que amor no te quite conocimiento”, fue una frase que le oí a mi padre en diversas ocasiones. El viejo Alfredo era estricto y duro al juzgar, empezando por él mismo. Recuerdo una oportunidad en que lo vi encarar a un vendedor de papas, en la parte superior del mercado de Punta Mulatos, en La Guaira, en lo que queda del estado Vargas, que atendía a una señora y le daba el cambio incompleto. La señora reclamó y el verdulero le decía que ella le había dado un billete de diez, y ella insistía en que había sido de veinte. Los gritos subían de tono de lado y lado, ya la gente comenzaba a aglomerarse, y papá en un escaso silencio  que hubo dijo: “Deja la vaina y dale el vuelto completo que ella te dio veinte, yo lo vi”. La mudez se alargó y recuerdo desde mi estatura de nueve años los cruces de miradas y la mano extendida del comerciante dándole el monto correcto a la doña.
            Rato más tarde, cuando salíamos de esas instalaciones, pregunté: Papá, ¿y tú conocías a la señora de las papas? Me respondió: No. ¿Entonces por qué te metiste en ese zaperoco ajeno? Porque aunque tengo en mi haber más de una cosa de la que arrepentirme trato de no agregar más, y me gusta acostarme y dormir tranquilo; si uno ve algo que no está bien y se calla está contribuyendo a que lo malo se quede. Acuérdese hijo –y me repitió aquello de–: que amor no le quite  conocimiento.
            Debo reconocer que más de una vez se me ha pasado la mano en mis apreciaciones. Sin embargo, en aras de una posición cristiana ante la vida he tratado de tener presente siempre lo de: quien esté libre de pecados…, pero siempre tratando de ser justo.  Mi país, mis paisanos, todos, hemos sido muchas veces peligrosamente solidarios, el síndrome de defensor de los pobres se ha afincado entre nosotros de manera férrea; al punto que la solidaridad automática se ha convertido en alcahuetería incondicional. No obstante, debo apuntar que muchas veces la supuesta solidaridad no es más que una manera burda de simular la defensa de intereses propios de ciertos actores.
            Los conflictos éticos más de una vez se han callado porque “no  es el mejor momento” o “¿no te parece que esté no es el tiempo más indicado?”, o cualquier otra expresión de igual tesitura. Mientras tanto los bandoleros de turno siguieron, y siguen, haciendo de las suyas. ¿Nunca va a llegar el mejor momento, o el tiempo indicado?
Las cofradías exultantes de un bando y del otro claman por la canonización de sus adorados, los que señalamos algún defectillo, o descarada incompetencia, somos lapidados cuando no incinerados de manera fulminante y expedita. Un llamado de atención sobre algún punto en particular, o alguna actuación poco clara de algún hijo o un hermano, más bien es un toque a rebato para que las hordas vocingleras se conviertan en Salomé que piden la cabeza de quien ose decir algo.  Vivimos tiempos de amor quitando conocimiento, o en palabras de mi padre: Nos jodimos, ahora los conejos persiguen a las escopetas.

© Alfredo Cedeño

miércoles, septiembre 04, 2019

LA FORTALEZA DEL LLANTO


                 Lloramos y limpiamos, las lágrimas suelen provocar largas duchas que sanan, a veces se logran convertir en tempestad que arrasa hasta los cimientos de las mejores fortalezas. Tal vez a ello se deba que el llanto se haya tratado de vincular a la debilidad, se ha jugado a disminuirlo a través del verbo, han tratado en vano de aplicar chapuceramente aquello de que lo que no se nombra no existe.  ¡Ay George Steiner!
                El arrojo, la dureza, la imperturbabilidad, y demás zarandajas por el estilo, llevan largo tiempo en fervorosa promoción. No hay nada más majestuoso que la no manifestación de la supuesta debilidad que representa el llanto. Nos han llenado de frases, refranes y retruécanos en referencia a ello.  Por siglos se han repetido las supuestas palabras dirigidas por la sultana Aixa a su hijo Boadbil el Chico, último rey islámico de Granada, quien, el dos de enero de 1492,  lloraba desconsoladamente luego de entregar a los Reyes Católicos las llaves de la Alhambra: “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”. La verdad es que la citada cita fue obra de la mente algo calenturienta del cura Juan Velázquez de Echeverría, quien escribió a fines del siglo XVIII la obra Los paseos de Granada, donde incrustó dichas palabras. 
                ¿Quién no oyó en infinidad de oportunidades aquello de: ¡Los hombres no lloran!? Comenzaba la década de los 70 del siglo pasado y Caracas era la misma comarca de siempre llena de pretensiones cosmopolitas. Una clase media ilustrada que presumía de su roce mundano todavía trataba de entender lo que había significado el Mayo francés, otros se ufanaban de sus vínculos con el mundo hippie, y juraban haber estado en la comuna de Hog Farm o asistido al mismísimo concierto de Woodstock en Bethel. La euforia por la indagación emocional estaba en pleno apogeo. Eran días en los que Eric Berne y Thomas Anthony Harris eran los héroes de rigor de nuestra clase ilustrada. Quien no había leído Los juegos en que participamos o Yo estoy bien, tú estás bien, no era nadie. Aquel que no dejaba caer en medio de una conversación cualquiera, así fuera sobre un partido Caracas-Magallanes, alguna frasecita vinculada al Análisis Transaccional era algo así como un ectoplasma. Era mandatorio citar a Juan Salvador Gaviota o defender con uñas y dientes a El Principito.
                En medio de esa tormenta medio psicótica y algo esquizofrénica abundaban las experiencias de los grupos de autoconocimiento, terapias de todo orden y concierto, así como experimentaciones de diverso tenor. No me pregunten cómo, pero en enero de 1973 me vi invitado a participar en la Primera Experiencia de Vida en Grupo que el cura jesuita Miguel Matos llevó a cabo en la sede del Noviciado de su orden religiosa, en La Pastora, entre las esquinas de Santa Ana y Coromoto. Recuerdo al propio Matos, a Iñaki Huarte, entonces maestro de novicios y de sabiduría infinita, a Mario García y Santiago Arconada, entonces novicios, al queridísimo José Gregorio Palacios, ahora psicólogo y cumanés por decisión, a Rubén Loaiza, Cristóbal Casado, Juan de Dios, Iván Mejías, y otros que se me desvanecen.  Como bien han de suponer la feria de emociones en que vivíamos sumergidos era inacabable. 
                El desayuno era frugal y veloz, todos salíamos a clases, o a trabajar, tratábamos de regresar al mediodía, pero a la hora de la cena si era infaltable que todos estuviéramos allí. Luego de la misa de rigor y la comida venían las actividades grupales. Eran conversaciones, reflexiones, discusiones, que se convertían en auténticos vendavales emocionales. Confieso que ahora me pregunto si quienes fungían como “facilitadores” de esas jornadas estaban conscientes de los riesgos que corríamos. Lo cierto es que los episodios de llanto eran comunes, yo solía llevar el estandarte, y recuerdo con nitidez a Matos, con gesto irónico, zanjando la situación con un: Empezó la Magdalena.
                Varios años más tarde, al leer una biografía del fundador de la orden Jesuítica me encontré una referencia a las ¡lloraderas de  San Ignacio! Resulta que el que había sido hombre de armas tomar, de porte galante y éxito entre las damas, al punto que se habla de por lo menos una hija: María Villareal de Loyola, en su época religiosa mostraba con largueza sus efluvios oculares. Hay quienes hablan de la gracia del llanto, “concedida a San Ignacio con suprema largueza como manifestación somática de la magnitud y exquisita virtualidad del Amor Divino”.    Y por supuesto que la gran pregunta que me hice, y me hago, ¿por qué se nos comparaba a los que llorábamos con la Magdalena y no con San Ignacio?
                Afortunadamente aprendí a no dejar de llorar y a seguir emocionándome a más no poder. Lloro cada vez que mi hijo tropieza y se lastima el alma, lo hago cuando me entero, por ejemplo, de que la querida Ana María Matute, la de Paraguachí no la catalana, saldrá con bien de la mala jugada de sus pulmones. No puedo dejar de hacerlo cuando veo alguna película como el remake del Rey León, o al recordar lo que mi país fue y lo que es.  Lloro hasta quedar agotado cuando veo los atropellos infinitos contra nuestra gente. Es llanto de rabia e impotencia, pero hay momentos en que es de esperanza, de larga seguridad y confianza en que volveremos a celebrar lo que hemos seguido siendo. Tengo la muy feroz certeza de que lloraremos juntos de profunda felicidad.

© Alfredo Cedeño


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