domingo, junio 30, 2013

AMARILLO

Por lo general nos vamos llenando de conceptos, ideas, definiciones y mil otras zarandajas de similar tenor que terminan por atiborrarnos, y muchas veces enredarnos las entendederas más que aclarárnoslas. Soy el mejor ejemplo de ello y se los digo a motu proprio. Verbi gratia lo que me pasaba con lo que creía una obsesión que me acompaña desde niño.
 
La verdad es que soy necio hasta rozar el delirio, y por aquello de tratar de dejar lo más claro posible lo que se escribe, ya que lo dicho admite tantos remiendos como puede soportar la sotana de un cura de caserío, busqué el significado en términos psiquiátricos de la palabreja.  ¡Oh, oh! Encontré que ello se define como: “Estado en el que un determinado pensamiento o impulso se muestra recurrente y persistente sin que el sujeto afectado consiga apartarlo. Generalmente suele provocar una sensación de angustia.” No era mi caso.
 
Seguí con el tema y pensé que era una fijación, y de nuevo a escarbar buscando su sentido y me encuentro con esto: “fijación, que consiste en la dependencia emocional, generalmente con connotaciones erótico-sexuales, hacia un objeto de la infancia, y que persiste en la vida posterior.”
 
            Confieso que aquí me comencé a alterar, porque como bien sabemos cuando se roza el territorio inguinal empiezan los prejuicios, así como las demás conexiones atávicas-culpabilizantes, a hacer de las suyas.
 
            ¿A qué viene todo esto? ¡A un aguinaldo que oía cuando niño en La Guaira durante las navidades! Explico a los foráneos que me leen: llamamos aguinaldo acá en Venezuela a los villacincos que se entonan en época decembrina. Sigamos. In illo témpore, a fines de los años 50, un grupo de niños del  coro de la escuela Crucita Delgado, que quedaba en la caraqueña parroquia La Pastora, grabaron una canción de Humberto Higuera, y cantada por Trina Blanco, que se llamaba Tucusito, la cual decía:  
Tucusito, Tucusito
Llévame a cortar las flores
Mira que en las Navidades
Se cortan de las mejores
Vuela, Vuela
Llévame a cortar las flores
Vuela, Vuela
Llévame a cortar las flores
Te vestiste de amarillo
Pa' que no te conociera
Amarillo es lo que luce
verde nace donde quiera…
 
¡Bien han de suponer que esa letra y melodía me ha perseguido implacablemente! http://www.silvitablanco.com.ar/villancicos/tucosito.htm Por ello cuando leía aquello de que me provocaba una “sensación de angustia”, o  lo de la “dependencia emocional, generalmente con connotaciones erótico-sexuales, hacia un objeto de la infancia, y que persiste en la vida posterior”; no puedo negar los ataques de risa que me causaban ambas interpretaciones porque si algo me siguen provocando esta melodía y letra es una profunda contentura. Así que arrivederci Freud y descartada la fijación obsesiva...
 

            Y fiel a aquello de que “amarillo es lo que luce”, como le gusta decir –y usar– a la siempre mentada aquí Ylleny Rodríguez,  es que hoy dedico el post a dicho color. Si dejo el bembeteo y termino de agarrar el toro por los cuernos –y como el tema no es de cuantos me han puesto o viceversa sigo–, comenzaré por escribir que es “el color que se percibe ante la fotorrecepción de una luz cuya longitud de onda dominante mide entre 574 y 577 nm.” Debo señalar que hay otros que aseguran que la su longitud de onda en realidad se ubica entre 565 nanómetros y 590 nanómetros. Lo de siempre: todos juran tener las cerdas de la puerca en la mano y que son del color que él, o ella, empuña.
 
            Color del oro y del otoño, de la melancolía y de los taxis que te alejan de la pena, de los semáforos anunciando la próxima parada y de las danzas donde giras fundido en besos que pedalean sobre un piano. Matiz de flores y frutas, risa del arcoíris embriagado en medio de las penas de un cielo nublado, salto limpio de flor del Araguaney que se asoma en la montaña sin pudores cromáticos, giro descarado de una zaranda en la letras de Neruda:  
El amarillo de los bosques
es el mismo del año ayer?
Y se repite el vuelo negro
de la tenaz ave marina?
 
            Amarillo de limón al cual Federico García Lorca con hermosa precisión describe:
Limonar.
Nido
de senos
amarillos.
 
            Primera franja de la bandera sobre la cual oí infinidad de versiones: por el color del cabello de la mujer de Francisco de Miranda, por la abundancia inestimable de oro en nuestros suelos, por el tono del sol que siempre brilla sobre Venezuela, por… lo que a cada cual se le antoje poner.  
 

            Amarillo de mala suerte en el mundo teatral ya que Molière vestido de ese color murió representando su pieza El enfermo imaginario. También el de Los Beatles y su
We all live in a yellow submarine
yellow submarine, yellow submarine
we all live in a yellow submarine
yellow submarine, yellow submarine
 
            Color de rezagos de la felicidad que tuve cuando niño y que no ceso de hacer lo imposible por mantenerla. Rayo de luz que rebota en el borde de mis pupilas cuando gozo de andar y retratar. Beso de la paleta que trató de robar Van Gogh  a los girasoles. Guiño perpetuo en las alas de una calandria surcando la mañana. Trazo de la mano de un Dios que tiñe la soledad para que el salto en el vacío sea una maroma de los relojes. Gracias a la vida y a ustedes por poder entregarle letras y fotos, mis manos y mis ojos…

© Alfredo Cedeño

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

sábado, junio 29, 2013

GLADIADORAS


Un relampaguear de alas y patas breves
se posaron sobre el tronco mínimo,
una frente a la otra se midieron los flancos
y con paciencia volátil se aguardaron,
firmes los faldones de sus cosacas enlutadas
y amplios sus enrojecidos ojos desorbitados,
el celaje de sus movimientos no dejó ver…
un parpadeo bastó para perderlas de vista.


© Alfredo Cedeño

jueves, junio 27, 2013

VAINA

Grácil envainadora para frágil textura
donde sutiles piruetas sin explicaciones
derrapan sobre un espejo de verde confín.


© Alfredo Cedeño


martes, junio 25, 2013

BAMBOLEO

En gotas y de a poco
el corazón ya se acababa,
derritió penas sin esperas
y restañó su llanto callado,
siempre supo aguardar
hasta reaparecer risueño:
fue lágrima perpetua
bamboleándose, pero sin caer.


© Alfredo Cedeño

domingo, junio 23, 2013

ESTADO GUÁRICO


            Cuando era niño, obeso y ya deslenguado a más no poder, la única de mis clases donde no se oía: “¡Cedeño basta, cállate!”, era en las de Geografía de Venezuela. Eran ratos que pasaba verdaderamente en Babia. Me mantenía alelado sin despegar los ojos del mapa. Les confío que en aquellos instantes soñaba con andar aquellos espacios que la maestra iba señalando con un puntero mientras decía lo que nunca pude saber. Caso le hacían los demás, yo soñaba con esos lugares.
 
            Recuerdo con nitidez que al contemplar la mentada carta geográfica, siempre tuve particular debilidad por estos sitios de los que escribo hoy. Me ocurría que, al ver los confines del estado Guárico, no podía dejar de pensar en un cerdito echado patas arriba que ya se iba a dormir en el corazón del país.
 
 
            No les voy a seguir salmodiando con aquello de que podría escribir miles de páginas sobre este rincón de mi país. Primero porque no tengo paciencia ni ganas de hacerlo, y segundo porque ustedes no van a soportar semejante vaina. Así que sigamos. Lo que si haré es refrescar que el territorio venezolano  está dividido en 24 regiones, de los cuales 23 corresponden a los llamados estados; de los cuales Guárico es uno de ellos, y está ubicado en el mero centro de Venezuela.
 
Esta sección territorial cuenta con una extensión de 64.986 km2, y explican quienes se dedican a labores de mensuramiento que dicha área es el 7,1% del territorio nacional.  Para darles una idea de lo que ello significa, les cuento que Letonia entera tiene 64.589 km², Croacia: 56.594, República Dominicana 48.670, Dinamarca 43.094, Suiza: 41.290, Bélgica 30.528, Israel  22.072… Y si le cotejamos con Luxemburgo y sus 2.586 km², o Ciudad del Vaticano con 0,44 las comparaciones adquieren visos descomunales.
 
Miguel Tejera en su Venezuela  PINTORESCA É ILUSTRADA, publicada en París en 1877, revelaba que en aquel tiempo Guárico “Tiene  26,670 casas con 191,000 habitantes, de los cuales son varones 91,778 y hembras 99,242.” Pese a las discrepancias de 20 individuos que da la sumatoria de las dos últimas cifras, Tejera refiere que Calabozo era la capital de la dependencia, de lo cual no hay duda alguna.  
 
Esa ciudad tuvo varios intentos fundacionales. Primero fue en 1695 como Jesús Nazareno de Calabozo, luego se intentaría en el siglo XVIII bajo el nombre de Nuestra Señora de la Candelaria de Calabozo y al poco tiempo como Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Todos los Santos de Calabozo. No en balde es la ciudad más importante del estado, pese a haber sido despojada de la condición capitalina local en 1935.
 
Oí los motivos de semejante degradación de labios de Antonio Estévez, calaboceño de pura cepa: “la vaina fue que un grupo de gente, ya arrecha con las barbaridades de Gómez, y alebrestados por lo de la generación del 28 le pegaron candela a una foto suya en plena Plaza Bolívar, y él como castigo nos quitó la capital. ¡Gran vaina! ¡Por algo San Juan  no tiene Obispo!”
 
Al igual que Calabozo esta tierra ha parido una larga ristra de gente excepcional: el poeta Juan Calzadilla en Altagracia de Orituco; al igual que Susana Paz Castillo Ramírez, mejor conocida como la Madre de San José; el pintor Manuel Espinoza en San José de Guaribe; y cierro para no aturdirles con una inacabable lista con el poeta José Ramón Medina, quien nació en San Francisco de Macaira.
 
Medina merece unas líneas adicionales porque él, quien se autodefinía como poeta, y era un excepcional vate, fue también un jurista fuera de lote que se desempeñó como Fiscal General de la República, pero también fundador de la Biblioteca Ayacucho, senador, director de El Nacional, Contralor General de la República, y con un  don de gente que lo hacía un ser humano deslumbrante. De él son estos versos:
Algo
invisible
vuela
de pronto
frente
a ti
mientras
tu mano dibuja
en el vacío
una inexistente
mañana
que no pudiste
retener
en tu memoria.
 
Tiznados, Monte Oscuro, El Sombrero, Uverito, Guayabal, Camaguán, Cazorla, Santa María de Ipire, El Socorro, Chaguaramas, Tucupido, Cabruta, Zaraza, Parmana, Paso El Caballo, El Calvario, San José de Guaribe, Valle de la Pascua, Parapara, El Rastro, Guardatinajas, Lezama, Ortiz, San Rafael de Laya, Tucupido, Las Mercedes del Llano, son apenas la punta de la inmensa madeja  de pueblos que acuna Guárico. 
 
           Cada uno de sus pueblos muestra su plaza principal, sempiternamente presidida por un Bolívar cabizbajo que mira pasar a los lugareños. Siempre me he preguntado de donde sacan ánimos para poderse desplazar bajo el calor canicular omnipresente que arropa todo su territorio. Y sin embargo lo hacen, y ¡vaya manera en la cual lo logran!
 
            Alejandro de Humboldt  en su Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente describe así su impresión inicial de estos parajes: “Hay algo imponente, aunque triste y lúgubre, en el espectáculo uniforme de esas estepas. Todo parece inmóvil allí. Dibújase apenas sobre la sabana la sombra de una nubecilla que recorre a ocasiones el zenit y anuncia la proximidad de la estación de las lluvias. No sé si no nos sorprende tanto la primera vista de los llanos como la de la cadena de los Andes.”
 
            Guárico es inmensidad y una hermosa cadena de logros del hombre que ha sabido domar la aparente mansa llanura.  ¿Cómo no evocar los versos de Alberto Arvelo Torrealba?   
Sabana de secos tallos,
uno te aprendió a querer
en boca de tu mujer,
en lomo de tus caballos.

© Alfredo Cedeño

 
 
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