jueves, octubre 30, 2014

ARCOÍRIS

Le plantan cercas al arcoíris
y él siempre arropa todo
hasta hacer que la nada sea soplo
de un mañana que resucita eterno.

© Alfredo Cedeño 

martes, octubre 28, 2014

RELENTE

La madrugada la dejó arropada
y la mañana la desnudó,
le enseñó que la belleza no se oculta
y menos evita alegrarle la vida al mundo…

© Alfredo Cedeño 

domingo, octubre 26, 2014

SAN BARTOLOMÉ DE EL COBRE

Táchira es un camino que nunca termina, siempre tiene un destino nuevo y una hondonada donde su gente retoña con savia cada vez más fuerte y hermosa. Recorrer estas tierras es siempre una ventura, devenida ahora en aventura gracias al abandono inmerecido de su red vial, y las peripecias que deben realizarse para poder conseguir combustible y  llegar a sus mil rincones, uno más hermoso que el otro.
 
Cuando desde el norte, o llamada zona baja, de este estado se sale desde La Fría hacia La Grita, una vez que se supera Seboruco, a mano derecha se ve un letrero que con timidez anuncia: El Cobre. Son 13,5 kilómetros empinados y de mil giros, que se recorren paso a poco –como gusta de decir al ilustre taribero José Humberto Márquez– en media hora.
 
El tránsito de esta población por la historiografía occidental se asegura  comenzó el 24 de agosto de 1558 cuando estos territorios fueron descubiertos por el capitán Juan Rodríguez Suárez, en este sitio se asentaba la comunidad indígena de nombre El Acabuco. En tiempos coloniales se le conoció como San Bartolomé de El Cobre. Recurro de nuevo al autor colombiano Isidoro Laverde Amaya, quien en su libro Un viaje a Venezuela, publicado en Bogotá en 1889 informa: “Le viene á este pueblo su nombre de las abundantes minas de cobre que en él existen, pero oficialmente se le ha bautizado ahora con el de Vargas, en homenaje al sabio médico venezolano que llevó ese apellido, y con ocasión del centenario que en su honor se celebró.”
 
Les transcribo otros párrafos de Laverde y su visión de esta población a finales del siglos XIX: “A  las doce del día siguiente nos encontrábamos en El Cobre, pueblo cuya situacion, en el declive oriental del páramo Zumbador, rodeado de cerros y con número reducidísimo de casas, nos recordó el de Tona en el antiguo Estado de Santander (Colombia). Sólo dos horas y media durámos en el lugar, mientras nos hicieron de almorzar en la posada y las mulas arrancaban con empeño la yerba que cubría el suelo de la plaza. Fijándonos en los pocos habitantes que circulaban por la calle, nos llamó la atención la elevada estatura de los hombres, observación que también trae el distinguido Sr, D. José Gregorio Villafañe en las notas geográficas y estadísticas sobre el Táchira, que publicó como ofrenda literaria en el Centenario de Bolívar. Ignórase la fecha de su fundación, y sorprende que á pesar de que en sus campos pudieran cultivarse, con ventaja, las papas, el trigo y la cebada, sea tan limitado el número de sus habitantes y tan escasa la producción de estos artículos. La temperatura es fría pero agradable. Su altura de 1,790 metros, según W. Sievers. La tienda en que mayor venta de guarapo hacen los domingos lleva el nombre de Mano Justo, lo que anoté en la cartera por la circunstancia especial de que en las demás poblaciones las tiendas no tienen nombres, como si fuera patrimonio de la tierra fría la tendencía á bautizar las ventas en que expenden licor con nombres sonoros u originales. Para llegar al Cobre se pasa el páramo Zumbador que tiene 2,758 metros de altura sobre el nivel del mar, parecido al de Choachí y hay que vadear una quebrada lo menos cuarenta veces.”
 
Otro autor colombiano que he citado en oportunidad anterior ha sido el general Pedro Sicard Briceño, quien publicó en 1922 Geografía Militar de Colombia, en dicha obra el autor asentó: “San Bartolomé del Cobre, hoy Vargas. Esta región está poblada por una raza esbelta, fuerte y hermosa que demuestra ser descendiente de españoles.(…) Vargas. Está situada en la vertiente Oriental del páramo Zumbador, a más de 2000 metros sobre el nivel del mar, con temperatura fría, dos hermosos templos, dos plazas y produce abundantes frutos de la tierra fría.”
 
            Sus calles empinadas fueron descritas acertadamente por Pedro Pablo Paredes en  Pueblos del Táchira, allí se lee: “El declivio de El Cobre no puede ser más violento. Nos fuerza, si bajamos, a cuidarnos de un eventual resbalón. Nos obliga, si subimos, a llegar a la meta con irreprimible acezo. Pero, con todo y eso, recorremos el pueblo de punta a punta.”
 
            No hay otra manera de recorrer a El Cobre sino es así como lo dice Paredes, sus calles y sus habitantes van invitando a recorrerlo. Los gestos cordiales son inacabables, desde dejar el vehículo guardado en un estacionamiento cerrado “y no se preocupe, luego viene y me toca que le abro, y así no se tiene que preocupar de donde se va a tener que estacionar”, hasta el joven farmacéutico del pueblo que atiende con gentileza y paciencia tanto a sus paisanos como a los visitantes.
 
            Su pequeñez geográfica acuna joyas arquitectónicas como la Ermita del Carmen que se construyó inicialmente en 1855, pero que al sufrir graves daños fue reconstruida en 1885 por instrucciones del obispo Román Lovera. Allí está frente a la plaza Vargas… y es considerada uno de los monumentos históricos más valiosos del siglo XIX en el estado Táchira.
 
            Su plaza Bolívar, con un héroe cuyas piernas escasamente proporcionadas lo hacen ver rechoncho, frente al templo principal, es el principal espacio comunitario donde confluyen todos a cualquier hora. Por sus laterales una paisana pasa valija en mano, quien sabe si va a buscar sueños o a llevarlos por las orillas escarpadas de los páramos que esta gente domesticó con tu tesón años ha. El Cobre es un espejo en miniatura de lo que es Venezuela entera: un espacio donde esfuerzo y dedicación –pese a lo que llevan años pregonando muchos maldicientes– se juntan para empinarse sobre los problemas y sembrar de soluciones los  caminos.

© Alfredo Cedeño
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


sábado, octubre 25, 2014

SILUETA

Los contornos jadeantes de las sombras
juegan sobre el oscuro desfile pétreo,
negra cascada de temores en estampida
donde vapores letales ahogan muchachos,
turbios presagios de agonías postergadas
como gritos del cobarde a medianoche,
y todo sobre un amplio fondo luminoso
de luz que siempre borra la oscuridad.


© Alfredo Cedeño 

jueves, octubre 23, 2014

FOCO

No hay reja que pueda con lo hermoso
siempre se escapará
para clamar con terco empeño,
no hay penumbra que soporte lo luminoso
nunca dejará de deslumbrar
a los torvos ganapanes del desamparo,
si hay un vuelo de ilusiones floreadas
tercamente asomadas
y dando gritos de una libertad que no se rinde.

© Alfredo Cedeño

martes, octubre 21, 2014

CELOSÍA

Vivimos tiempos de vileza
donde cada quien otorga
lo que exige ser socorrido.

A pocos les interesa
dejar escuchar su voz
y se arropan de vil afonía.

Cada cual aguarda y acecha
en esta mala hora
escudado en tules dorados.

Ayúdame a abrir la persiana
y que la luz entre
para encandilar esta noche.


© Alfredo Cedeño 

domingo, octubre 19, 2014

ESPÍRITU SANTO DE LA GRITA

            Si la memoria no me falla, debo haber conocido esta población hace cuarenta años largos, muy cerca de los 50 más bien, y recuerdo las mismas calles empinadas. Ahora vuelvo y trato de localizar puntos de referencia que la memoria se empeña en querer encontrar, pero ese señor ambivalente que llaman progreso ha ido podando recintos históricos y abriendo paso a moles de todo orden y concierto en el seno de estas montañas que siguen impertérritas rodeando a La Grita.
 
Rodrigo del Río, el 14 de septiembre de 1558, desde el cerro Las Lagunas, fue el primer europeo que vio estos espacios. Del Río era soldado de una expedición que encabezaba Juan Rodríguez Suárez, la cual había sido enviada por el cabildo de Pamplona, supuestamente para pacificar los indígenas de Cúcuta, pero en el fondo lo que se buscaba era que dominara y sujetara la región andina al Nuevo Reino de Granada.
 
Rodríguez Suárez, boquiabierto ante la resistencia de los nativos que, como explica Pedro Pablo Paredes en su libro Pueblos del Táchira: “Humogría llamaron los naturales, mucho antes de la fundación de la ciudad, éste su valle. El nombre debe envolver, sin duda alguna, afecto, fervor sin límites”; y quienes no sólo se le enfrentaban sino que acompañaban sus acciones bélicas con roncos gritos y ulular de voces, bautizó esta localidad como Valle de La Grita.  Lucas Guillermo Castillo Lara en La Grita, una ciudad que grita su silencio, historia del Espíritu Santo de La Grita escribe: “Lo cierto es que en aquella fluvial terraza, que vista desde los costados parece la quilla de un barco navegando entre montañas, el capitán aragonés Don Francisco de Cáceres, fundó la ciudad del Espíritu Santo de La Grita. Era a fines de Abril o a principios de Mayo de 1576”.
 
El cura franciscano Esteban de Asencio en su Memorial de la fundación de la Provincia de Santafé del Nuevo Reino de Granada del orden de San Francisco, 1550 también se ocupó de reseñarla: “Pasado algún tiempo se fundó en medio de estas dos Provincias de el Nuevo Reino y Venenzuela, la Provincia del Espíritu Santo de la Grita, siendo Provincial de el Nuevo Reino Fray Pedro de Azuaga, en cuyo tiempo fue desde España Fray Antonio de Maqueda, de la Provincia de Toledo, con siete frailes, enviados por Fray Francisco de Guzmán, Comisario de las Indias, para fundar la dicha Provincia de la Grita, a instancia de el Gobernador de aquella tierra, que es distrito de la Provincia de el Nuevo Reino.”
 
Otro autor que abunda en los orígenes de esta ciudad es Tulio Chiossone, y en Historia del estado Táchira afirma: “Revistió tanta importancia la fundación de esta ciudad del Espíritu Santo que fue cabeza de gobernación y constituyó la Provincia de Mérida y también el Corregimiento del mismo nombre.”  La importancia que pronto tuvo esta comunidad se aprecia en la visita que le dispensara Fray Pedro Simón a mediados de agosto de 1612.
 
Igualmente se ocupó de ella en el siglo XVII  Juan Florez de Ocáriz quien en su obra Genealogías del Nuevo Reino de Granada dejó escrito: "La ciudad del Espíritu Santo de La Grita fundó el Gobernador Francisco de Cáceres el año de 1576 en el valle que los primeros españoles conquistadores le pusieron de La Grita por la que los indios les daban, que ordinariamente en sus guerras hacen las embestidas voceando; quedó por cabeza de gobierno, pero ya sus gobernadores continúan sus asistencias en Mérida; hay en su distrito minas de cobres con mucha abundancia y mina de azul para pintores; tiene un convento de religiosos de San Francisco."
 
Y ya que Florez menciona el citado azul, es momento para incluir a Antonio Julián quien en el siglo XVIII en su obra La perla de América, Provincia de Santa Marta: reconocida, observada y expuesta en discursos históricos dice: “Sirve el añil no solo para los tintes, sino tambien para las pinturas. El tinte y color es azul, y los pintores lo buscan singularmente para dar las sombras y fondo á la pintura dé este color. Y ya que hablo de pintores y de color azul, puesto que escribo para el bien público, no quiero omitir esta digresion á otro color azul, que abunda bastante en lo interior del Nuevo Reino, y puede aun conseguirse fácilrnente en Santa Marta por la via de Ocaña. Este es el azul de la Grita, así llamado, porque se coge junto á un pueblo llamado la Grita. Este color es de una mina, de la cual se sacan pedacitos de tierra azul; y realmente no es otra cosa que polvos de tierra azul, hechos ó compuestos á modo de bolitas ó píldoras gruesas. Es á la vista un azul hermosísimo, claro y celeste: lo aprecian y solicitan mucho los pintores; y mezclado, segun las reglas del arte, con el azul de Prusia, hace un azul templado, ni muy claro ni muy oscuro. Paréceme que suele venderse en Santa Fe á cuatro escudos la libra.”
 
            Es una infinidad de autores los que pueden ser citados por sus menciones a este asentamiento, ya que su presencia a lo largo de nuestra historia colonial y republicana es vastísima. En la parte alta de La Grita, en diagonal a la entrada del liceo militar monseñor Jauregui está la llamada Casa de Bolívar, llamada así porque desde su balcón el Libertador arengó a sus tropas el 17 de abril de 1813, apenas comenzaba Bolívar la llamada Campaña Admirable.  Casa que parece de juguete por sus dimensiones rayanas en lo minúsculo, y bajo cuyo histórico palco las ancianas se plantan a ver llegar la tarde.
No quiero dejar de reproducirles un trozo de Un viaje a Venezuela de Isidoro Laverde Amaya, publicado en Bogotá en 1889, donde se lee: “Desde que uno llega al Táchira oye nombrar la ciudad de La Grita con cierta simpatía y curiosidad, y es población que recomiendan particularmente por la belleza de sus mujeres y la suavidad del clima. Está á 1,500 metros sobre el nivel del mar (Geografía de A. Rojas) y á 1,680 según Codazzi ; pero W. Sievers, que tomó esta altura con mucha exactitud, afirma que son 1,300 metros. Aún cuando pequeña y de construcción española muy antigua, deja ciertamente colegir que en tiempos pasados fue lugar más importante de lo que es al presente. Sobre una angosta colina que va en descenso rápido, de Noroeste á Sureste, y rodeada de escarpadas serranías, extiéndense las dos largas y únicas calles que forman la población,…”
 
            Este es el pueblo de El Santo Cristo de La Grita, cuya devoción plurisecular es de alcance nacional. Emilio Constatino Guerrero en su obra El Táchira físico, político e Ilustrado narra sus orígenes: “En 1610, a causa del terremoto que destruyó la ciudad de La Grita, los frailes franciscanos hubieron de trasladarse a un campo llamado Tadea. Iba entre ellos, un escultor que se distinguía más por su piedad que por sus vuelos artísticos. Se llamaba Fray Francisco. Aterrorizado con el terremoto que en pocos instantes redujo a polvo la población naciente, ofreció al cielo, dice la tradición, hacer una imagen del crucificado, para rendirle culto especial y consagrarle la nueva ciudad. Desde luego puso manos a la obra, trazó en un gran tronco de cedro la divina imagen, tomó el hacha y la azuela y empezó a trabajar. Pronto se exhibió una figura humana, pero que no tenía los lineamientos característicos del Cristo moribundo. Pasaban días y días y Fray Francisco no podía interpretar aquella expresión sublime. Una tarde después de suspender los trabajos se puso en oración: un éxtasis profundo lo embargó y cuando volvió en si, ya a altas horas de la noche, oyó que en la pieza de su trabajo golpeaban los formones y el raedor pasaba por las fibras de la madera. Se acercó y algo como una figura humana envuelta en una ráfaga de luz, salió a través de la puerta, encandilándole los ojos. Le contó a sus hermanos y a los primeros albores del día, después de la oración matinal, se dirigieron todos al lugar donde estaba la imagen y la encontraron terminada. Fray Francisco lloró entonces de placer. En aquella faz divina estaban los rasgos que el había concebido y que le fue posible expresar. Esa imagen es el Santo Cristo de La Grita, cuyos portentosos milagros llenarían volúmenes si se fuesen a narrar y cuya hechura se atribuye en parte a un Ángel.”
 
            En este par de calles ha habido gente preciosa como es el caso de Ramón Elías Camacho, a quien en esta oportunidad fui a buscar para encontrarme con la desagradable noticia de su muerte prematura. Algún día se le reconocerá. Les cuento brevemente lo que él me contó en 1990: “Estos fueron los primeros juguetes de mi vida, porque allá, donde yo vivía, no llegaban los juguetes decembrinos”. Así explicaba este hombre excepcional el nacimiento del museo que mantenía en su casa en la parte alta de Aguadías en La Grita. Ahí tenía la primera y única máquina fabricante y embotelladora de refrescos que hubo en La Grita. También más de 50 daguerrotipos, 20 aerolitos, hachas paleolíticas, morteros precolombinos, victrola, tallas, pianos, santos, máuseres, la primera imprenta del pueblo, un piano traído de Europa en 1895 que perteneció a Emilio Constantino Guerrero, planchas antiguas, televisores, todo lo que a uno se le pueda ocurrir lo tiene este museo obra de ese solo hombre. En 1973 que hizo el único inventario completo y pormenorizado tenía 5,177 objetos. También una biblioteca con más de 15.000 volúmenes.
 
            Ramón Elías no tenía 50 años todavía y dejó su Museo Recuerdos de la Humanidad que recién es cuando ha recibido un débil respaldo institucional, y de su casa en Aguadías ahora está en la carrera 2, entre calles 7 y 4 del sector El Calvario. Su hijo, heredero de los nombres Ramón Elías y de esta joya cultural, ha seguido la obra paterna y se dedica con el mismo amor infinito que su viejo dedicaba a ella. 
 
            Hoy, La Grita sigue rodeada de campos cultivados y llena de gente espléndida. Cuando se transita por sus calles, la gente sonríe; sus iglesias se mantienen llenas de una feligresía que no se cansa de manifestar su fe, las plazas son escenario variopinto para que cada cual se muestre y vea. Todos los sentidos se hacen una fiesta en este pueblo tachirense salido de algún libro de hadas.

© Alfredo Cedeño
 
 
 
 
 
 

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