martes, septiembre 30, 2014

COLEGIALES

                                               Para los muchachos venezolanos

Un estudiante es un abanico de ilusiones
una rítmica sucesión de verdes esperanzas
un ramo de colores que se desbordan
una excursión infinita hacia las quimeras
un gesto de belleza que no puede describirse
una derrota nunca, nunca, nunca, prevista
un paso sin cautelas que le mareen el camino
una espada de filo sin letargo para el tirano
un ruego humilde sin cupo a humillaciones
una victoria inevitable de la hermosura…

© Alfredo Cedeño 

domingo, septiembre 28, 2014

PARAGUACHÍ

Me fui de una punta a la otra, y de haber estado por los andes tachirenses semanas atrás, ahora pasé una semana en mi querida Margarita. No puedo llegar a estas tierras y no emocionarme. No en balde aquí nació mamá, la necesitada Mercedes, a quien Dios debe tener en la gloria. Llego aquí y la brisa de El Guamache me sacude los recuerdos.
 
Esta mar de azul hermoso que parió perlas hasta salvar el reino decadente de una España santurrona y a menudo hipócrita. No es gratis la dirigencia que hemos padecido –y en ello seguimos–, mucho heredaron del Conde Duque de Olivares y del Felipillo IV que en vez de gobernar se dedicaba a olerle los fustanes a  María Inés Calderón, actriz conocida en Madrid como La Calderona, y preñarla de Juan José de Austria.
 
Llego y me recibe la mar de siempre llena de botes minúsculos que retozan en su lomo, van preñados de afán infinito para ganarse la vida. Las serranías de Macanao quebrando el horizonte son azul de cerros comulgando con el cielo impoluto. 
 
De acá son los tesoros más preciados que guardo: los mejores recuerdos de mi niñez, los paseos por los eriales de Los Varales en el burro del tío Martín que se transformaba en un brioso corcel, los cuentos de los viejos a la luz de las lámparas de kerosén mientras una hija de mi tía Clotilde me malcriaba y me mecía la hamaca… ¡Tanto recuerdo bonito de este trozo de mi amado país!
 
Esta vez disfruté de inmejorables anfitriones: Ana Reyes, Raquel García y Carlos Ruiz Diez,  quienes fueron mis ángeles custodios, sin dejar de mencionar al muy querido y gran vacío tutelar Eduardo Borra; que nunca deja de estar presente de una u otra manera en todo lo que a nuestra isla refiere.  Fue un recorrido a ratos triste, otros melancólico, pero la mayor parte lleno de belleza de la gente, de la tierra, del ambiente. Escribo hoy de Paraguachí, que está a menos de ocho kilómetros al norte de La Asunción. Como es normal que ocurra en casi toda Venezuela se andan sus escasas calles y se ignora la carga histórica que ella arrea.
 
En el siglo XVI Juan de Castellanos en su Elegías de Varones Ilustres de Indias lo menciona, y habla de la fertilidad de sus tierras. Rosauro Rosa Acosta en su Diccionario geográfico-histórico del estado Nueva Esparta afirma que “Por lo fértil de su terreno se implantaron importantes fundos agrícolas y de crianzas de ganado mayor y menor. Alcanzaron gran auge las plantaciones de caña de azúcar y de tabaco, el cual se exportó a España.” Otro autor que mencionó a esta comunidad fue Jesús Manuel Subero quien reveló en su libro Crónicas margariteñas que el cura aragonés Agustín Íñigo Abbad y Lasierra, más conocido como Fray Iñigo Abbad, llegó al puerto de Pampatar a las cuatro de la tarde del siete de mayo de 1781 en visita pastoral y entre sus registros se encuentran testimonios de su recorrido por San José de Paraguachí.
 

Como es de esperar en torno al origen del nombre de esta población, de resonancias indígenas inconfundibles, hay cuanta versión se le ha ocurrido a cada cual que tal erudito profano ha formulado su verdad. Hay quien asevera: “Este vocablo indígena, el cual a través de las investigaciones de la lingüística quiere decir abundancia de langostas”; para otros “sol que viene con lluvia”, “casa donde nace el sol”… Hay hasta quien afirma que en lenguaje cumanagoto paragua significa mar, y chí, el sol.
 
Su iglesia construida en el siglo XVI posee la cúpula más antigua de Margarita, así como uno de los retablos de mayor data que se conserva en la isla, son motivo de orgullo para sus habitantes; Luís José Farías, cuya casa queda en la parte trasera del templo, lo explica pormenorizadamente a todo aquel que puede. Su casa es un retazo de esa isla que por lo visto no vuelve: amplios corredores, techos altísimos para que el calor se eleve y se mantenga fresco la parte inferior de la vivienda, patio interno y al fondo.
 
En Paraguachí todavía se recuerda que en la torre del campanario de su iglesia aparecieron incrustados dos platos centenarios de porcelana, ellos fueron llevados en su momento a Arístides Rojas quien en un informe explicó: “Es un plato de 22 centímetros de diámetro, de mayólica del Siglo XVII, camafeo azul con dibujos llamados de baldoquines que pertenecieron a la época de Luis XIV, la edad de estas piezas las fijamos de 1660 a 1678.” En su momento se discutió amplia y profusamente sobre el origen de esas piezas y se oyeron distintas versiones de su posible procedencia, pero la que terminó sobreviviendo fue la del propio Rojas quien estaba convencido que dichas piezas habían pertenecido al Marqués de Maitenon, quien era oficial del pirata francés Michelle de Grammont y destructor de la isla de Margarita en 1678.  
 
            Abuelas que esperan en sus bancos, casas señoriales que se caen a pedazos, muñecas abandonadas en medio de abandonadas estanterías, aires desoladores que agobian a primera vista… Sin embargo, basta alzar la mirada a sus atardeceres para sentir que nunca dejará de haber luz en estos parajes privilegiados pese a las nubes de abandono que parecen arroparlo todo.

© Alfredo Cedeño
 
 

domingo, septiembre 21, 2014

MICHELENA

            Sigo andando por tierras tachirenses y hoy domingo 21 escribo de una población paradójica por excelencia. Creo no equivocarme al decir que Michelena es uno de los pueblos más jóvenes del estado Táchira, pero a la vez en sus predios han sido hallados fósiles que estiman ser los más antiguos del país.  En Los Guamos se descubrió uno al cual, tras practicársele pruebas de Carbono 14, se le dio una data de 70 millones de años. También fueron detectados allí petroglifos del Neolítico, muchos de los cuales se encuentran en el Museo Antropológico del Táchira.
 
            Michelena suele ser asociada con la figura de Marcos Pérez Jiménez, al que algunos consideran como el antepenúltimo dictador que gobernó Venezuela, sin embargo es pertinente recordar que el nombre de esta localidad proviene de un homenaje al aragüeño Santos Michelena. El 24 de Enero de 1848 una turba de seguidores de José Tadeo Monagas, en aquellos días presidente de la República, entró al Congreso Nacional dejando una estela de muertos y heridos entre los que estaba Michelena. La conmoción causada por esos sucesos  afectó al Presbítero y Doctor en Teología José Amando Pérez Arellano. Y aquí retomo el hilo del rincón tachirense.
 
Al año y cuatro semanas de los sucesos de 1848, tanto como el lunes 26 de Febrero de 1849, en la madrugada, un terremoto asoló distintas poblaciones del Táchira, una de ellas fue Lobatera (http://textosyfotos.blogspot.com/2011/08/lobatera.html). En el Libro de Defunciones de la Iglesia Parroquial de Lobatera, correspondiente a los años 1841-1853, en el acta 3.104 se puede leer: “Murieron en el terremoto [ilegible] treinta y dos entre adultos y párvulos/ En la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de Chiquinquirá de esta Villa de Lobatera a veintiséis de febrero de mil ochocientos cuarenta y nueve, el infrascrito cura párroco hice los oficios de sepultura cristiana con entierro cantado llano a los cadáveres de los muertos en el terremoto: (…) seguidamente a estos se les dio sepultura eclesiástica conforme al ritual romano y fueron conducidos al cementerio de que certifico. / J Amando Pérez”.
 
La devastación en el lugar hizo que un grupo de casi cuarenta familias de ese pueblo, con el sacerdote Pérez Arellano a la cabeza, huyeran de la desolación hacia un sitio llamado Sabana Grande donde decidieron asentarse y crear una nueva comunidad. El mencionado sacerdote decidió que se llamara Michelena en honor al diputado asesinado en los eventos del llamado “Día del Fusilamiento del Congreso”. 
 
Este hombre de la iglesia, tachirense también, oriundo de una aldea montañera llamada La Urubeca, era hijo de Juan Evangelista Pérez y Gregoriana Arellano, quienes tuvieron además de José Amando a otros cuatro vástagos, entre ellos Juan Isidro, quien también abrazó la vida sacerdotal, así como Ambrosia y José Narciso. Este último casó con Ignacia Bustamante con quien tuvo varios hijos, entre los cuales estuvo Juan Severo Pérez Bustamante.
 
Este Juan Severo casó en primeras nupcias con Bárbara Bustamante y procrearon a: Gliceria, María, Lucrecia, Lupicina, José, Jesús, Dacio, Bautista y Alejandro. La paridera debe haber afectado a doña Bárbara quien murió el 4 de Enero de 1900, dejando los nueve críos a cargo del viudo de 55 años. Casi 8 años después, el 20 de Noviembre de 1907, el enlutado, a los 63 años, contrae matrimonio de nuevo con una maestra que acababa de cumplir 33: Adela Jiménez. Los treinta años de diferencia no fueron obstáculo para que al año siguiente la maestra ya anduviera en faenas de parto y fue así como parió en 1908 a Juan; en 1911 a Rosa, el 25 de Abril de 1914 a Marcos Evangelista (futuro dictador) y en 1917 a Francisco.
 
Fin de fines que el 18 de mayo de 1925 Juan Severo murió y dejó huérfanos a sus trece hijos. La viuda tuvo que retomar las labores docentes para poder mantener a la muchachera. Marco Evangelista tenía en ese momento 11 años y su hermano mayor ingresa a la Escuela Militar de Venezuela, donde era director, el coronel José Eulogio Becerra Pérez, quien también era nacida en Michelena y cuya madre, Micaela, era prima hermana de Juan Severo.  Palabras más, palabras menos: todo quedaba en familia.
 
            Michelena muestra rastros de haber sido cuna presidencial, sin embargo en sus calles la melancolía es una sensación opresiva. Calles que suben y bajan sus cuestas, paisanos que esperan la tarde en los bancos de sus plazas, construcciones que presumen de urbe, paredes de letreros inquietantes… Otro retazo de una comarca que forma parte de este rompecabezas laberíntico que nos ha terminado constituyendo en país.

© Alfredo Cedeño
 
 
 

sábado, septiembre 20, 2014

VETO ROJO

La roja nomenklatura veta estudiar
ordena aparcar al fondo los sueños
arremete con patanería ruin
y trata de bloquear las esquinas,
la cadena es más oscura ante el cielo
insinúa vocinglero y vacuo declamar
no halla forma de atarnos las alas
y queda como mero desplante arrogante.

© Alfredo Cedeño 

jueves, septiembre 18, 2014

FLOR EN FUEGO

En mi Caracas las flores escupen fuego
y sus mujeres pelean con la soldadesca,
los muchachos enseñan a hacer dignidad
y las calles son un cielo de esperanzas.
Mi Caracas es un espejo de nuestro país
y su anhelo infinito de libertad castrada,
su gente no entiende de echarse a morir
y dejar que nos dejen con las alas rotas.


© Alfredo Cedeño

martes, septiembre 16, 2014

RED

Delicado encaje de hojas
para iluminar la mañana,
borde claro de inocencia
que cabalga la mirada,
réplica de nuestros niños
asomados a las calles,
ilusión que no nos deja
pese a los maltratos ferales,
esperanza siempre verde
que no deja de avivarnos,
ternura ahíta de coraje
para rescatarnos la vida…


© Alfredo Cedeño 

domingo, septiembre 14, 2014

MUJERES (Nersa Aguilera)

            “Yo pienso que nuestro Señor ya tiene previsto qué vas a hacer, qué vas a ser, y ya vienes inserto con todo aquel talento, lo que hay que hacer es explotarlo.” Ella se llama Nersa del Valle Aguilera Contreras, y vive en Seboruco, localidad tachirense a la cual dediqué este espacio la semana pasada.  El día antes de regresar a Caracas le conocí y confieso que fue una suerte de experiencia mística que hoy comparto con ustedes.
 
            Ella es una artista en la acepción más vasta de la palabra, pero cuya actividad plástica en su entorno me hizo sentir al recorrer su casa, en el 3-15 de la carrera 7 de la citada población, que estaba en la de un Armando Reverón con faldas.  Pero dejo que siga hablando ella: “Desde muy niña me gustaba jugar con el barro allá en la finca de mamaíta, luego lo poníamos al sol y con eso jugábamos. Yo hacía la gallina, y hacía el nido con los huevos; posteriormente esto se fue afianzando.”
 
Su padre, Alejandro Aguilera, era de Irapa, estado Sucre, y su madre, Matilde Contreras de Aguilera, seborucense, por ello en su típico tono cantarino de las montañas andinas se cuelan modismos muy orientales. Estudió en su pueblo la escuela primaria, luego en La Grita en el Liceo Militar, y finalmente obtuvo la licenciatura en Letras en el núcleo de la ULA en San Cristóbal. “Cuando estuve en la universidad llegaba de clases y me encerraba en el apartamento, y empezaba a dibujar, a pintar, a leer. Pintaba con óleo pero no tenía ninguna formación de escuela con ese elemento, fue enteramente innato. El Espíritu Santo es quien le otorga a uno todo este conocimiento, aparte de ello coso, bordo, cocino, y lo que me rodea: la naturaleza, las plantas, el paisaje, todas esas manifestaciones que enaltecen el espíritu.”
 
La oía mientras me enseñaba una vasija rota que conserva en un nicho de su casa porque "ahí llegan las abejitas menuditas y hacen sus panales", y recordaba los versos de Fernando Rielo:
Tú has visto mi ciudad, paraíso perdido, que nunca volviera
a la tierra ingrata con sus mariposas
que cantan nanas a las hojas
Nersa le hace nanas a las hojas en todo cuanto le rodea, enfrascada en eso que algunos llaman “intervenciones”. No hay pieza que le rodee que no goce de sus juegos cromáticos. Desde un rígido archivador metálico (con el que soñé para guardar mis cerros de papeles garabateados) hasta un humilde aripo, o budare de barro, se llenan de las ramas que no parecieran cesar de salir de sus manos menudas y de cortas uñas. 


Al comienzo pintaba con lápiz, creyón, tiza. “Yo dibujaba rostros, figuras,  abstracto no, no me gustaba ­–¡nunca!–, bodegones, mariposas, iba a una iglesia y observaba muchos los rostros, los niños. Estuve trabajando algo de pintura ingenua, que luego la abandoné y me sometí a la restauración de los muebles de madera y a pintarlos, que también fue un proceso autodidacta porque nadie me dijo usted debe hacer esto así, así y asao. A lo largo del tiempo y la experiencia y me encontraba sola yo decía bueno al estar sola tengo que yo misma ir saliendo a flote como tengo que reestructurar cada pieza, qué debo hacer.”
 
No le tiembla la voz suave, pero muy decidida, para reconocerse: “Nosotras las mujeres  tachirenses somos muy conservadoras en todo el sentido de la palabra, queremos conservar el novio de la infancia, el matrimonio, los hijos que nunca se nos vayan del lado y cada pieza para mí es muy importante. Conservar todo tipo de manifestaciones, todo tipo de objeto, procedentes del bambú, de la madera, del hierro, conservar un árbol, conservar en todo el sentido de la palabra.”
 
Este delirio que ahora la rodea en su casa de Seboruco comenzó hace cerca de quince años. “Empecé con ese baúl porque fue la primera pieza que me llegó a la mano, pero cualquier pieza que caiga a mis manos pues obviamente es restaurada, esta mesa es restaurada, esas sillas son restauradas, esas las conseguí en una tienda en San Cristóbal. Es decir lo importante es conservar quizás para darle a las generaciones venideras qué se hizo en ese momento histórico, qué elementos se emplearon y a lo mejor al cabo del tiempo se sustituirán por otro elemento, por otra madera, por otro elemento pero que en ese momento ya no están.”
 
            Como toda persona genial carga con su buena dosis de incomprensión, que a la postre termina convertida en admiración. Luego de hablar con ella y comentarlo con uno de sus paisanos, éste me comentó: “La verdad que uno muchas veces no sabe ni lo que tiene, uno veía a Nersa cargando en su carro unos pereques viejos, y yo me dije: ¿Será que se metió a chatarrera? ¡No puede ser que la hija del Negro Aguilera haya caído en eso! Cuando a los días pasé por su casa y miré lo que ella había hecho con esos trastos… ¡No lo podía creer! Esa mujer es una maravilla...”
 
Ella está más allá de todo eso y sigue en su trabajo incesante: “Hay personas que se inclinan mucho hacia el minimalismo, personalmente no me gusta, en ningún sentido de la palabra, lo encuentro muy frío, muy distante. Uno llega a una casa, un hogar y no encuentra aquel calor. El minimalismo es algo muy hermético, muy frío y ahí queda, es sólo una pieza que la tienes allí, muy calculador y no más. Y con el paisajismo es lo mismo: un poquito de zona verde, un arbolito, mientras que la naturaleza nos ha proporcionado tanto… Aquí al frente tengo el cerro de San Diego y veo tantísima naturaleza que cualquier minimalista llegaría y lo talaría y lo quemaría. En base a esa naturaleza que me rodea por los cuatro puntos cardinales, y que he sido una mujer muy observadora, soy lo que hago. A mí nadie me dio una clase de pintura, de dibujo, nada, solamente que he sido muy observadora, muy conductista y los conductistas esa es una de las características que poseemos: observar mucho para luego plasmar.”
 
La oigo embelesado por su voz cantarina y sus gestos rápidos. “Tenía una pareja y creo que más bien con él me sentía muy absorbida, lo sigo manteniendo como amigo, pero hasta ahí. Ahora en este momento, con mi plenitud, con mi florida madurez, no me siento sola.”  Sus palabras se dejan rodar como las quebradas andinas y van entregando su vida, así llega al dolor y con los ojos a flor de llanto confía: “Lo más duro que me ha tocado vivir es la pérdida de mi hija, fue devastadora, pero me enseño muchísimo. Me enseñó a ser más espiritual, a fortalecer el altruismo, a tener compasión con la persona que no tiene; me ha hecho ser más humana y eso es un logro muy importante porque son los mandamientos…”
 
Al escucharla no pude dejar de recordar los versos de santa Teresa:
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel y estos hierros
en que está el alma metida!
Sólo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
 
Nersa está convencida de que su trabajo “es una manifestación mística, porque yo no he tenido jamás una persona, un guía que me llegue a decir, que me diga, o que yo pregunte cómo se hace esto, cómo se hace lo otro, no, sencillamente tengo testimonios espirituales. Un día fui para la iglesia de Santa Ana, y cuando entré le dije a mi compañero, a Eduardo, “yo soñé con estos tonos y esto que está aquí”. ¡Eran unos tonos! ¡Yo lo había soñado, un sueño que definitivamente era un sueño de lo alto, eso vino de Jesucristo! Eran unos tonos que no hay explicación alguna. Le hice una vez un nicho a una señora de Caracas y emplee esos tonos, no quiero pasar por petulante, pero era algo sobrenatural, algo muy hermoso. Esta casa y la naturaleza son las indicadas para yo hacer este tipo de trabajo, donde me aparto, me encierro y puedo hacer esto.”
 
            Si algún día anda por Seboruco al pasar por la plaza Bolívar párese, pregunte por ella, cualquiera le dirá donde es, y sumérjase en esa casa delirante que esta  mujer preciosa ha ido convirtiendo en una morada de la que no se puede salir sin hacer un esfuerzo inmenso.  Cada día mis dudas son menos: Venezuela es una Tierra de Gracia donde Dios dejó escondidos un montón de ángeles hacendosos en cientos de lugares privilegiados; Nersa es uno de esos seres, Seboruco es uno de tales sitios.

© Alfredo Cedeño
 
 
 
 
 
 
 
 

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