miércoles, agosto 26, 2020

PEOR QUE BÍBLICOS

                La Biblia en su comienzo, apenas en el Éxodo, su segundo libro, explica como Dios instruyó a un par de ancianos, Moisés, que tenía en aquellos días 80 años, y su hermano Aarón, quien era mayor y contaba con 83,  para que fueran a conversar con el faraón para que diera permiso a los hijos de Israel y pudieran salir de Egipto. El mandatario, según algunos estudiosos de El Corán, era Merneptah, hijo del leproso  Ramsés, quien los recibió y les pidió prueba de que eran emisarios del gran jefe. Moisés echó a sus pies el bastón que cargaba y este se convirtió en una culebra. El soberano no se dejó acoquinar y llamó a sus brujos, quienes hicieron aparecer otras serpientes, pero la de los viejitos se las merendó. Uno supone que el faraón se terminó de molestar porque, como bien pueden suponer, no iba a perder la mano de obra que significaba la masa judía y mandó al par de octogenarios a tomar por saco, como gustan de decir en la península ibérica.

                El par de abuelos, que, no olviden, contaban con apoyo celeste, se retiraron. De nuevo Dios les habló y volvieron donde el rey, a quien insistieron en advertir de los inconvenientes de no dejarlos ir en paz, y ante la nueva negativa Moisés agarró el mismo cayado que se había vuelto culebra y lo introdujo en el río. De inmediato las aguas se volvieron sangre, pero no les dieron el permiso. Las conversaciones siguieron, era algo así como tratar de hablar con el gobierno rojo rojito, y siempre les negaron la autorización. Por eso fue que a esa primera plaga le siguió otra de ranas, luego una de piojos, después fue otra de moscas, días más tarde les tocó la del ganado, le siguió una de llagas, posteriormente les cayó granizo, para continuar una de langostas, que le dio paso a la de las tinieblas, hasta cerrar con la de la muerte de los primogénitos. Fueron diez plagas las que asolaron a Egipto antes de que le permitieran salir al pueblo de Moisés de la esclavitud en ese reino.  

                Releo estos pasajes de las sagradas escrituras y no puedo evitar tender puentes antonímicos con todo lo que vive nuestro país. El comandante eterno fue la otra cara de Moisés y nos sumergió en un baño de sangre que se oficializó el 11 de abril del 2002 con la masacre de Puente Llaguno, a lo que siguió la plaga de los sapos en que convirtieron a sus acólitos y fanáticos, luego fueron los piojosos que bajo el rótulo de milicianos, colectivos y demás colecciones de malvivientes podamos imaginar; después le tocó el turno a las moscas en que convirtieron a gran parte de la ciudadanía pululando alrededor de los basureros para conseguir algo que llevar a la boca; más tarde su plaga organizada acabó con  la riqueza ganadera con cabecillas como Jaua, Loyo y Giordani encargados de exterminarla; más atrás siguieron las llagas de Aristóbulo, Navarro, Arreaza y Hanson, entre otros, que destruyeron nuestra educación; posteriormente nos asoló el granizo cubano que se precipitó sobre nuestro sistema sanitario y deportivo hasta convertirlos en cementerios; ello fue continuado por las langostas nicaragüenses, caribeñas y argentinas que se cebaron a costas de nuestras empresas públicas; dándole paso a las tinieblas  iraníes, chinas y soviéticas que expoliaron de manera exhaustiva lo que nos quedaba de riquezas naturales en nuestra destruida Guayana, y ahora rematan con el ecocidio mendaz llevado a cabo en Morrocoy a través de PDVSA, la que fuera nuestra industria más que primogénita.

                Semejante muestrario de males nos hace invocar el Salmo 39: “Porque tú lo hiciste. Quita de sobre mí tu plaga; estoy consumido bajo los golpes de tu mano.” Sin embargo, tampoco logro sustraerme al final de la citada Biblia y leer en el Apocalipsis: “Vi en el cielo otra señal, grande y admirable: siete ángeles que tenían las siete plagas postreras; porque en ellas se consumaba la ira de Dios.” Ángeles que en realidad son demonios rojos arrasando con el que fuera el Edén del Caribe, y en ello le han ayudado con eficacia innegable aquellos que han debido enfrentárseles.

¿Acaso quienes llaman a votar o dialogar con semejantes engendros no han contribuido de manera eficaz a sus labores de desolación? Lo he preguntado en varias oportunidades,  ¿Acaso Teodoro Petkoff, o Pompeyo Marquez, o Fabricio Ojeda, o Enrique Aristiguieta Gramcko se sentaron a dialogar con Pedro Estrada, o Mazzei Carta, o Llovera Páez, o Vallenilla Lanz para acordar la salida de El Tarugo? Supongo que en aquellos tiempos, cuando la “corrección política” no marcaba la agenda de los dirigentes, el cobre se batía de otra manera y con diferentes resultados.  Estos “líderes” de ahora también deberán dar cuenta de sus actos y deshonra.

  

© Alfredo Cedeño  

miércoles, agosto 19, 2020

POR SUS LIBROS LOS CONOCERÉIS



He tenido el privilegio de conocer unas cuantas personas de vuelo intelectual majestuoso. Desde aquellas que se dedicaban a la composición, al pensamiento, la creación literaria, la cinematografía; hasta quienes se dedicaban a la arquitectura. Gente que se caracterizaba, algunos todavía se caracterizan, por su humildad en el más lato sentido del término. Pero también me ha tocado el pesar de conocer a unos cuantos, y cuantas, con presuntuosas “bibliotecas” donde exhibían ediciones apoteósicas de Rayuela, de Cortázar; Ulises, de Joyce; La Biblia; El Capital; La divina comedia; por citar solo algunos títulos enjundiosos que exhibían así como hay necios que muestran a una pareja de buen ver, o un automóvil de esos que llaman de alta gama.

Entre estos últimos, aunque cueste de digerir, hay unos  más despreciables que otros: aquellos que nunca llegaron siquiera a abrir los textos exhibidos. Son intelectuales de celofán, aquellos bien descritos como sobacos ilustrados por su hábito pertinaz de cargar un libro bajo el brazo, el izquierdo preferiblemente, pero incapaces de siquiera hojear un diccionario, así fuera el de Espasa. Son los mismos que en cualquier conversación suelen mediar soltando rebuznos a diestra y siniestra para luego endosarle sus regüeldos al autor que según ellos les daba autoridad a sus imbecilidades. Créanlo o no oí a un gañán con pretensiones de galán decir que no había un poeta amoroso más preclaro que Luis Edgardo Ramírez. Y sobraban féminas que se postraban ante semejante espécimen. Han existido otros, expertos en el arte adulatorio, que se hacían lengua disertando sobre la poiesis de Isaías “fiscalito” Rodríguez, el mismo que calló alcahuete ante las infinitas violaciones a los derechos elementales de los encarcelados por su querido Hugo Rafael.

A ver, que tampoco es tela de la que solo han cortado los aspirantes al relumbrón culturoso, si ahondamos entre aquellos que integran la secta de los dirigentes es de órdago la selección que se podría hacer. Allí usted puede encontrar desde el impresentable que padecemos cuando habló de la multiplicación de los penes, hasta los que citan a Weber, Platón, Maquiavelo o Rousseau, como si acabaran de comerse con ellos una escudilla de mondongo, y beberse una jarra de carato de acupe, mientras se palmeaban sonoros la espalda y se trataban de tú y compadre querido.  Son esos que, como suelen decir nuestros sabios campesinos, son tan arrechos por ese hocico que se tragan un burro entero y no sueltan siquiera un eructo.

Esa parvada desastrada de casposos no se le puede tratar de ayudar a sanearse siquiera un poquitín. Y hay varias razones. En primer lugar está la corte de alabadores de oficio e interés que pululan en sus entornos para inundarlos de lisonjas, panegíricos y cuanta zalamería se pueda imaginar; y a la vez lapidar a quien sea que ose decir así sea que tiene un zapato sucio. Inmediatamente a ese grupete están los ínclitos capitanes del capital cuya voracidad, principalmente, por los billetes verdes es proverbial y que asienten con frenético entusiasmo ante todo aquello que nutra sus siempre abiertas faltriqueras. Los estratos, cada uno de ellos con franjas propias, que rodean a esta horda pueden ser inagotables. 

Deslindarse de esa plaga intelectual y dirigente es nuestra primera necesidad. Los celestinos de nuestro desastre se empeñan en defender con uñas, pezuñas y dientes las cuotas de privilegios que fueron acopiando. Tengo profunda fe en mi país, y sé que en algún momento se producirá el deslave necesario para arrastrar toda esa hez de la venezolanidad. Mientras tanto toca seguir pensando las soluciones transparentes que todos merecemos.

 

© Alfredo Cedeño 

miércoles, agosto 12, 2020

CONSPIRA, QUE ALGO ACABAS


                La conspiración parece ser un rasgo propio del ser humano. Para no arriesgarme a desvariar me remito al diccionario de nuestra lengua y allí se puede leer: “Dicho de varias personas: Unirse contra su superior o soberano. / Dicho de varias personas: Unirse contra un particular para hacerle daño. / Dicho de dos o más cosas: Concurrir a un mismo fin.” También explica el mataburros que como expresión en desuso se usaba para: “Convocar, llamar alguien en su favor.” Esto viene a confirmar mi afirmación inicial, porque aquel que no quiere ir contra el gobernante de turno, quiere ponerse de acuerdo con varios similares a sí mismo para ver cómo envainan a alguien, son muchos los que buscan un mismo fin, y, aunque en el idioma no hay retroactivos, igualmente sobran quienes llaman a sus prójimos a su favor.

                Es pertinente señalar que la palabra se ha usado fundamentalmente para englobar todos aquellos actos y acciones que van en contra de liderazgos establecidos. Así hemos visto conjuras contra presidentes de bancos, o propietarios de empresas, o mandatarios de naciones, y hasta contra compañeros de labores. Todavía se recuerda aquel yerno que sacó a su suegro del banco que su familia había manejado por largos años, o cómo aquel que entró como asistente administrativo terminó dueño de esa empresa, o aquellos comandantes que desalojaron al novelista de la presidencia de la república, o aquellos que no han dudado de cualquier triquiñuela para hacer despedir a aquella persona que era un obstáculo para su ascenso en la compañía donde prestaban servicios. Ha habido, y hay, para todos los gustos.

                Estos tejemanejes no son de nuevo cuño. En la Biblia, y pongo solo un ejemplo, en el libro de Samuel, quien fue un profeta hebreo, líder militar y último juez de Israel, se puede leer: “Y Absalón envió por Ahitofel gilonita, consejero de David, desde Gilo su ciudad, cuando ofrecía los sacrificios. Y la conspiración se hacía fuerte porque constantemente aumentaba la gente que seguía a Absalón.” Lo ya dicho, intrigas y complots no son nada nuevo bajo el sol, nada de exclusividades de nuevo milenio, nada de eso, que es un padecer tan viejo como la sarna. Otros modelos de conspiración también fueron al comienzo de nuestra era documentados por el bachiller Plutarco, el de Beocia, no crean que era un muchacho de Cabimas, quien narra en Vidas Paralelas cómo fue el tinglado armado para acabar con Julio César; narración que el señor Shakespeare tomó luego para escribir su tragedia con nombre del ejecutado por los senadores romanos.

                Como ya he dicho y reitero, las maquinaciones para lograr cuotas de poder son rasgos inherentes al ser humano. ¿Qué hacer con ello? ¿Cómo lidiar con esa expresión de nuestra vileza? Se supone que hemos ido, en cuanto seres pensantes, elaborando una serie de marcos éticos, otros le llaman morales, para evitar que nos despedacemos unos a otros. El resultado ha sido que terminamos siendo más sofisticados en lo que se refiere a las supuestas agudezas, que más tienen de retruécanos, con las que se justifican cualquier atrocidad que se cometa.  Se somete un  país entero a salvaje exterminio y se invoca la autodeterminación de los pueblos, con ello evitan que alguien ose intervenir a tratar de subsanar la situación; si alguien toma injerencia en dicho escenario se le cuelga de inmediato el mote de intervencionista, que es algo así como el máximo anatema con el que se puede descalificar a cualquier remedo del compañero de Sancho Panza.

                Es una espiral de la que es mejor no ahondar en el plano político, donde parece ser como el grito de guerra de Buzz Lightyear, el personaje de Toy Story, quien solía anunciar: ¡Al infinito y más allá!  Es difícil, por no decir imposible, encontrar un miembro de dicha casta que se salve. Es un área de nuestro vivir donde parece que no hay evolución sino involución. El discurso de sus dirigentes se apoya en el grado de fanatismo que puede ser despertado en sus seguidores, nada de discusión para nutrirse y buscar el bien común, olvídense de continuidad administrativa o cosa alguna por el estilo. Lo único que importa es aniquilar al otro, no hay cupo para el disentimiento o la opinión crítica, el espacio para hacer propuestas que sean respaldadas por unos y otros no existe, hay un maniqueísmo rampante que lleva al cadalso de manera fulminante a todo aquel que no sea comparsa militante de cualquiera sea el asno que asuma las riendas.  Todos parecen ser parte de un escuadrón de demolición con el único objetivo de acabar con todo lo que se le ponga a mano.

                ¡Qué cuesta más empinada la que nos ha tocado!

 

© Alfredo Cedeño 

miércoles, agosto 05, 2020

LAUDEMUS AL FIASCO


                En agosto de 1982 Caracas vivió una conmoción digna de la más rancia picaresca, a la altura de El Lazarillo de Tormes o de La vida del Buscón. En estos días se celebrarán 38 años de la llegada a Caracas del “jeque”Alá Al Fadilli Al Tamini, quien se alojó en el hotel Tamanaco, que era en esos días el más glamuroso hospedaje de la capital venezolana. Las reseñas mostraron no pocas fotos de jerarcas económicos, políticos y sociales dándose codazos por aparecer al lado del potentado saudita. Buen diente, gran bebedor, excelente bailarín y obsequiante dispendioso fueron sus credenciales. Si mal no recuerdo fueron más de cincuenta relojes Rolex los que “adquirió” y regaló a la muchedumbre de ingenuos que lo asediaron para agasajarle. 
                Lo cierto fue que luego de haber prometido inversiones millonarias en dólares desapareció dejando con los crespos hechos, y llenos de cheques sin fondos, a la Caracas del quién es quién. Ese supuesto jeque fue una manifestación más del hábito muy enraizado en nuestro modelo socio cultural de ensalzar hasta elevar al Olimpo a cualquier charlatán habilidoso que diga lo que todos quieren oír. Poco importó que el supuesto saudita bebiera whisky como un cosaco, ni que bailara ritmos caribeños con la soltura de un proxeneta antillano, todos querían ver, y en efecto vieron, a un tonto con dólares al que iban a desplumar ya que le harían invertir en sus desarrollos rocambolescos. Nunca mejor empleado aquello de cazadores cazados. 
                Hemos tenido jeques en el área de la salud, y quizás el caso más emblemático fue el de Telmo Romero, a fines del siglo XIX, cuando gobernaba Joaquín Crespo. Un personaje del cual Ramón J. Velázquez se ocupó en profundidad y que nos dejó esta descripción de sus primeras andanzas en su natal Táchira: “Negociante de ganado, buen jinete y coleador, de alguna chispa y mucha audacia, a quien por su afición a recetar menjunjes lo llamaban Guarapito”.   Pues ese señor fue director de hospitales y hasta se llegó a comentar que Crespo quería nombrarlo rector de la Universidad Central de Venezuela. Y ya que nombro la magna casa de estudios, ¿acaso no hubo luego otro loco célebre que fue candidato presidencial y asesino de al menos una paciente? ¿O es que el nombre de Edmundo Chirinos ya no dice nada?
                Para seguir en el plano académico he de decir que allí los ha habido también, y a montón. Recuerdo en este momento un caso en la querida Universidad de Los Andes, núcleo Rafael Rangel de Trujillo, donde fue señalado un ilustre profesor de plagiar sin empacho alguno la tesis de grado de un licenciado en teatro, y de la cual él había fungido como jurado. Lo lamentable de esa  ocasión fue el tono de las declaraciones, en distintos medios de comunicación de ese estado andino, de enjundiosos voceros dándose golpes de pecho por la estatura moral del señalado, y tratando de descalificar al “muchacho” que estaba exigiendo justicia. Los cuchicheos entre los colegas del plagiario eran de antología, pero el silencio comunicacional e institucional fue demoledor.
                Y ni hablar del mundo de la secta política. Allí ha habido de todo: plagiarios, iluminados, recetadores de pócimas milagrosas y cualquier otra cosa similar que usted se pueda imaginar. 
Por lo visto en esta Venezuela de nuestros tormentos no importa saber sino aparentar que se sabe, poco importa que aquel que imposta mejor su voz sea un maromero de buen verbo. Alarifes sin experticia a los que se les encarga edificar nuestras casas. Moradas en las que tienden a hacerse reales aquellas palabras del poeta hondureño Martín Cálix: “Nadie sabe por qué los muros de la casa cayeron, nadie nos dará explicación, nadie pretende explicar este eco que nos atraviesa como si vos y yo fuéramos una colección de tristezas que se acumula en los huecos de unas manos anónimas.”

© Alfredo Cedeño 

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