miércoles, diciembre 30, 2020

A MÍ NO ME TOQUES

 

                A fines de la primera década de este siglo, por razones que no vienen al caso sacar aquí a colación, estuve viviendo en el estado Trujillo. Fue un tiempo en el que conocí a algunos miembros de la comunidad académica de la Universidad de Los Andes,  que ejercía en el núcleo Rafael Rangel de la mencionada entidad federal. Había de todo, pero sobre todo me llamó mucho la atención la opacidad con la que públicamente se abordaban ciertas cosas. Por ejemplo, era famoso el caso de un profesor de manifiesta debilidad por sus alumnas, sus colegas lo comentaban en cuchicheos por los pasillos y oficinas, pero nunca se le sancionaba, o se solicitaba la toma de medidas a conductas como esa. Por cierto ese mismo “profesor” se vio envuelto en un caso de plagio de un aspirante a licenciado en teatro, de cuya tesis él fue jurado.  Tal como dije en esta misma tribuna meses atrás, lo triste de esa  ocasión fue el tono de las declaraciones, en distintos medios de comunicación de ese estado andino, de enjundiosos voceros dándose golpes de pecho por la estatura moral del señalado, y tratando de descalificar al “muchacho” que estaba exigiendo justicia. El cuchicheo entre los colegas del plagiario eran de antología, pero el silencio comunicacional e institucional fue demoledor.  

                Así como este pícaro de tomo y lomo había gente de raigambre social cristiana que se había dedicado a hacerle carantoñas a la literatura izquierdista para, así, garantizar su ascenso en el escalafón. Conocí una de esas personas que hizo una tesis doctoral de mucha enjundia respecto al tema, y cuando leí el material publicado me sorprendí que al hacer referencia al Congreso Cultural de Cabimas, lo reseñara como celebrado a fines de los años 70.  En este punto quiero explicar a quienes no sepan qué fue aquel emblemático evento del mundo creativo e intelectual venezolano. El 4, 5 y 6 de septiembre de 1970 se llevó a cabo en la localidad zuliana dicho encuentro, al cual acudieron millar y medio de creadores de todo el país. La movilización fue en carros por puestos, autobuses, carros propios, autobuses fletados para el viaje; el único hotel cabimense se saturó, y los congresistas dormían en las salas de las casas de vecinos solidarios, en las sedes de los sindicatos, donde fuera. El jolgorio creativo fue verdaderamente antológico. La idea había sido de un grupo luminoso entre los que recuerdo a Salvador Garmendia, Pedro Duno, Juan Calzadilla, Carlos Contramaestre, Héctor Malavé Mata, Ramón Palomares, Luis Cipriano Rodríguez y Víctor Valera Mora. La participación, en medio de una nutrida representación policial fue propia de aquellos años de áspera represión. Hago esta breve digresión porque todo aquel  que ha estado en relación con el universo cultural venezolano sabe claramente de esta fecha. Cuando a esta persona le hice ver este error en la data asignada su respuesta fue: “¡Ay!, y tanto que le pagué a Fulano para que me hiciera la revisión…” Ella no solo había cometido el error, el tutor, el jurado y el que publicó luego el texto de marras, no habían sido capaces de notar semejante detallito. 

                En el seno de esa comunidad también conocí a un profesor, de estampa franciscana, y de acendrada vocación por el comandante eterno. En particular me tocó en una ocasión tolerar su sorna; fue cuando una profesora de la Universidad Nacional Autónoma de México, preguntó en medio de una comida que se le ofrecía sobre el proceso chavista ya que había visto algunas cosas que no le “cuadraban” de un todo. No tengo que explicarles cómo comencé a explicarle a esta señora una serie de cosas, mientras él y otro embigotado profesor retirado, que también participaba del condumio, se iban encrespando. Cuando terminé mis explicaciones ambos pretendieron descalificar mis argumentos con: “Todo eso no es más que una manipulación mediática”. Como bien han de suponer de inmediato rebatí el que fuera el mantra preferido del comandante rojito.  Ese mismo profesor, aquel con el que inicié este párrafo, era un hombre dedicado a exclusividad a sus labores docentes, al igual que su esposa. Ellos habían aprovechado con habilidad las facilidades de los distintos organismos de protección social de las instituciones educativas y poseía un apartamento en su natal Maracaibo, otro en Mérida, un tercero en Valera, y su casa en la propia ciudad de Trujillo.  No les quiero contar lo enrabietado que ese ilustre docente andaba en los días aquellos cuando Chávez anunció que todo aquel que tuviera más de una casa tenía que entregar las otras al “pueblo mesmo”. Su frase recurrente era: “No sé qué le está pasando a Chávez, alguien no le está diciendo las cosas como son”.

                Narro estas peripecias de una comarca, como gusta de llamarla un querido poeta falconiano, que es espejo de todo el país. Gente que ocupa posiciones para las que deontológicamente no son idóneas, otros devenidos en exégetas y cronistas de unos espacios que poco conocen en realidad, y aquellos que son de inquebrantable apego a lo que consideran es la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad. Pero, a fin de cuentas todos sólo velan por sus intereses particulares. ¿Acaso hacen otra cosa los dirigentes de la Casta Política S.A.?

                Mañana empieza otro año, ojalá Dios se terminé de compadecer de Venezuela y nos otorgue las herramientas y discernimiento suficiente para liberarnos de tirios y troyanos. Ya hemos expiado suficiente nuestras faltas. Un 2021 libre para todos nosotros, lo merecemos…

 © Alfredo Cedeño 


miércoles, diciembre 23, 2020

LA GRAN FIESTA



                Las fiestas patronales son una figura común en toda América Latina, son clara herencia hispana, hijas directas de las llamadas Fiestas Mayores en España. Se sabe que en la península, al menos en el siglo XIII, ya existían esas manifestaciones que eran de innegable inspiración religiosa; católica por supuesto. De aquellas festividades todavía sobreviven algunas, y puedo citar La Fiesta de la Patum de Berga, que se lleva a cabo el día de Corpus Christi en la localidad catalana de la ya mencionada Berga.

                Del lado acá del Atlántico tales galas van desde una punta a la otra de nuestro continente. Por citar un ejemplo, son célebres en Miami las celebraciones que llevan a cabo, a fines de cada septiembre, los miembros de la comunidad peruana, en honor al Cristo de los Milagros.  Y no es la única, pero si seguimos recorriendo el mapa podemos mencionar las de Santa Cruz del Quiché, en Guatemala, también conocida como Fiestas Elenas y se celebran desde hace más de un  siglo en honor a Santa Elena de la Cruz; eso es el 18 de agosto de cada año. ¿Y cómo dejar de mencionar el Día de los muertos en México?

                En nuestro país hay una longeva y muy nutrida representación de tales conmemoraciones. Tal vez la mayor sea la que esta noche de 24 de diciembre asociamos al nacimiento de Jesús. La verdad es que existe una amplia relación de referencias históricas sobre las libertades, cuando no libertinaje, que había en los templos católicos durante la Edad Media.  Eran tiempos cuando los Papas hablaban y se acataba, y, seguramente, uno de ellos debe haber normado el despelote, y así aprovechar de apartar a la feligresía de las pachangas paganas que se seguían celebrando con motivo del solsticio de invierno. No es un secreto que la Navidad como fiesta empezó a desalojar del sentimiento popular a las fiestas saturnales, y otras, que eran habituales durante el invierno en Roma. En tiempos del emperador Constantino el Grande, el que detuvo la persecución de los cristianos, estoy escribiendo sobre el siglo IV de nuestra era, la iglesia propuso el 25 de diciembre para celebrar el nacimiento del hijo de Dios. Da la casualidad que esa fecha coincidía con un festejo romano llamado Sol Invictus.

                Por lo visto, todo apunta al uso de un sentimiento ya existente para ponerlo al servicio de quienes tienen el poder para imponer normas y modificaciones. Lo cierto es que, por lo general, tales expresiones populares son una mera catarsis, un poco aquello de drenar las frustraciones y rabias reprimidas, para al terminar sus días volver al mismo molino del día a día. A los “progresistas” les encanta ir a tales eventos a darse un baño de cultura popular… Luego es normal encontrarle escuchar lánguidos y abrumados a Joan Manuel Serrat entonando Fiesta, mientras suelen hacerse lenguas de lo clarividente del cantautor, corean hasta desgañitarse: “Vamos subiendo la cuesta /

Que arriba mi calle / Se vistió de fiesta.” Suelen darse uno o dos tragos, agarran aire y siguen luego: “Vuelve el pobre a su pobreza / Vuelve el rico a su riqueza / Y el señor cura a sus misas. / Se despertó el bien y el mal / La pobre vuelve al portal / La rica vuelve al rosal / Y el avaro a las divisas.”  A esta altura vuelven a agarrar aire y rematan a todo pulmón con: “Se acabó / El Sol nos dice que llegó el final / Por una noche se olvidó / Que cada uno es cada cual.”  Es bueno acotar que ello ocurre mientras sorben tragos helados de Liebfraumilch, mientras alguno explica que eso quiere decir en alemán: “leche de la mujer amada”, y de ese modo hacer gala de su poliglotismo. Tampoco faltan aquellos que con aires de Fidel o el Ché, aspiran un oloroso habano, que si es Cohiba mejor. 

                Mientras tanto, y como para que no queden dudas, Venezuela, la real, la que sube la cuesta, lava el portal, arranca las hortalizas, arrebaña sardinas en las madrugadas, arriesga su dinero haciendo producir una famélica empresa, todos sus hijos reales, se dedican, en la medida que sus menguadas fuerzas y finanzas le permiten, a festejar Navidad. Ellos celebrarán sin intereses simulados, con pureza que no deja de conmover. Para esa gente que no deja de ser un objeto utilitario que la casta, esa que forma los que presumen de líderes, se empeña en utilizar en función de sus negocios particulares, a final de cuentas para ellos los partidos es una Sociedad Anónima de la que poseen todo el espejismo accionario. 

Ellos, la casta, son especialistas en fiestas patronales, les encanta presidir todas las Juntas de Festejos, hasta la de la reina de carnaval de Corozo Pando, o la del trajeado de El Nazareno de Achaguas, lo que importa es encabezar cualquier cosa en la que puedan raspar lo que se les atraviese, así sean las gallinas del sancocho, o el puerco para los chicharrones.

                El país real sabe que celebra para no llorar, porque está comprometido con la alegría vital, porque asumen  que vivir es una fiesta. Los otros se empeñan en montar las ferias para ser los que lancen los cohetes, y alborotar las campanas, y rascabuchar a la madrina del evento. Y cuando no las hay entonces fabrican elecciones, y organizan “tuitazos”, o bailantas a lo Sábado Sensacional, o cualquier otra mojiganga que se les venga a sus retorcidas mentes. 

                Venezuela canta y celebra en Curiepe con la llegada de su Niño Jesús, y en los más diminutos pueblos de la cordillera andina, y en los caseríos de las costas de Oriente, y en las comunidades negras del Sur del Lago, y en todo nuestro territorio. A fin de cuentas el país sabe que, pese al secuestro en comandita de rojos y azules, siempre llega el momento en que la vida se impone y nuestra tierra, bendecida a más no poder, resurgirá en su propia Natividad. Feliz Nochebuena…

  

© Alfredo Cedeño 

miércoles, diciembre 16, 2020

MÁS CLARO NO PUEDO


                No he ocultado en ningún momento, menos lo haré ahora, mi profunda preocupación, cuando no hondo desprecio, por la casta política en general, y muy especialmente por la venezolana. Como bien han de suponer las recriminaciones, los reclamos, desplantes, así como menciones a mi difunta progenitora son copiosos por demás. Entre aquellos que me reclaman hay de todo, hay furibundos, energúmenos, pacifistas, motolitos, beatíficos, desmelenados, reitero: de todo. Hay ocasiones que me llega a conmover la candidez de algunos de ellos que siempre tienen argumentos para presumir de la buena fe de los politicus vernaculum bichus. Es común leer o escuchar en ellos cosas al estilo “Lo que pasa es que no se le puede pedir a Fulano, o a Mengano, o a Casiano que resuelva en dos meses lo que llevamos padeciendo veinte años”. Otra frase típica es algo así como: “Ellos han mantenido una actitud digna contra viento y marea y no podemos pretender que los procesos se agilicen más allá de lo que la prudencia aconseja.”  Pero una de las que más estupor me causa es aquella de: “El régimen está contra las cuerdas. ¡Ahora si la política demostró su valor!”

                ¿Cómo puede ser visto e interpretado ese bojote mal amarrado, peor hablado, e impresentable, para abreviar las calificaciones, que apareció con gesto altisonante en un acto de campaña en el estado Carabobo vociferando: “El que no vota, no come. Para el que no vote, no hay comida. El que no vote, no come, se le aplica una cuarentena ahí sin comer”? ¿Cómo entender las declaraciones del doblemente ex candidato opositor a la BBC: “Soy creyente de la unidad del país. Pero la oposición hoy no tiene un líder, no hay un liderazgo, nadie que sea un jefe. No existe. Esto fue un capital político que se acumuló y se botó a la basura, puros lugares comunes, discursos gastados”? ¿Cómo entender la proclamación a diputados de esos pipotes de retruécanos y frases altisonantes que son Timoteo Zambrano y Luis Parra?

                Las preguntas y reflexiones que los ciudadanos de a pie nos podemos hacer respecto a esta “dirigencia” que padecemos son inacabables. Los que le aúpan, cuando no callan alcahuetes, y celebran sus desbarres cada vez se envalentonan más. Aquellos que se empeñan en no catarlos en su real estatura son capaces de parir las justificaciones más inauditas para defender lo insostenible.  Triste y doloroso momento el que vive el país, cuya ciudadanía sigue buscando mil maneras de abandonar el infierno en que se ha convertido, con el esfuerzo de rojos y no rojos.  El desespero ha sido un verdugo sanguinario. Los naufragios en Falcón y Sucre, con su tristísima cuota de niños, mujeres y hombres, debiera ser una bofetada a la indolencia de la casta dirigente. Sin embargo, eso es pedirles un estado de conciencia al que están imposibilitados de llegar; para ello es necesaria una sensibilidad de la cual no pueden hacer gala.  Lo de ellos son elecciones, diálogos y recursos que disponer a su real saber y entender.

 © Alfredo Cedeño  




miércoles, diciembre 09, 2020

RUINAS Y ESCOMBROS


                 La bendición y oprobio de Venezuela han sido, desde su propia aparición en los anales históricos, sus dones materiales. No existía todavía el nombre cuando ya Colón el almirante hacía operaciones con las perlas de Cubagua.  Y no está demás pasearse un poco por los orígenes de nuestra denominación.  Tiempo después de su tercer viaje es cuando uno de sus acompañantes, Americo Vespucio, menciona en una carta a Piero de Médici, que al ver las viviendas de los indígenas Añú, erigidas sobre pilotes de madera sobre el agua, recordó a Venecia —Venezia, en italiano—; y gracias a ello Ojeda llamó la zona Venezziola —Pequeña Venecia— o Venezuela,  a la región y al golfo donde avistaron dichas casas.

                Como bien sabemos cada vez que se juntan tres aparecen diez versiones de lo mismo, y el cronista sevillano Juan de Castellanos en Elegías de varones ilustres de Indias, entre los 113.609 versos endecasílabos le dedicó los siguientes tres al tema: “Y Venezuela de Venecia viene / Que tal nombre le dió por excelencia / El alemán, diciendo le conviene.”  Al alemán que hizo referencia fue a Ambrosio Alfinger. Debo asentar que el también sevillano Martín Fernández de Enciso, en su libro Suma de Geografía que trata de todas las partes y provincias del mundo,…, deja escrito: “Desdel cabo de Sant Romá al cabo de Coquibacoa ay tres isleos en triángulo. Entre estos dos cabos se hace un golfo de mar en figura quadrada. E al cabo de Coquibacoa entra desde est golfo otro golfo pequeño en la tierra cuatro leguas. E al cabo del a cerca dela esta una peña grande que es llana encima della. Y encima de ella está un lugar d'casas de indios que se llama Veneçiuela. Esta en X grados.” Otro cronista, el cura carmelita Antonio Vázquez de Espinosa, en Compendio y descripción de las Indias Occidentales, fechado en 1629, hace saber que: “Venezuela en la lengua natural de aquella tierra quiere decir Agua Grande, por la gran laguna de Maracaibo que tiene en su distrito, como quien dice, la Provincia de la grande laguna...”.

                En fin, todo este espacio del que tantas loas se han escrito fue bendecido por incontables bienes y riquezas. Ya nombré las perlas, cuya producción en las explotaciones venezolanas llegó a producir a la corona española, por concepto del llamado quinto real, hasta 100.000 ducados. Para que tengan una idea de lo que significaba esa cifra vale la pena dejar dicho que eran tiempos en que un médico  ganaba  al año 300  ducados, un buey se podía comprar por alrededor de 15 ducados, una ternera por 5 y un puerco por 4. La abundancia perlífera fue una rebatiña total, de la que las zonas productoras, como siempre ha ocurrido fueron las menos beneficiadas. La locura alrededor de su explotación llegó al punto que en 1588, el obispo de Santa Marta, fray Sebastián de Ocando, tenía en su haber varias canoas perleras y sugería a los explotadores de perlas, que se negaran a pagar el impuesto del ya citado quinto real.  Por supuesto que sacaron y sacaron y sacaron hasta que acabaron con ellas.

                Una vez agotada la bonanza nacarada, la codicia se enrumbó hacia el cacao. Todo pareciera reeditar la canción Por la vuelta, escrita por el argentino Enrique Cadícamo en 1938, y que luego popularizara Felipe Pirela, en especial aquella estrofa que entona: “La historia vuelve a repetirse…”. Las semillas del Theobroma cacao L. llegaron a tales niveles de producción que solo por el puerto de La Guaira se exportaron en el siglo XVII 48 millones de libras castellanas.  En el siglo XVIII el salto fue a 503 millones.  Estas cifras no incluyen toda la producción que salía de contrabando.  Y la canción siguió hasta que llegó papá petróleo. Ahí fue cuando, como decía mi abuela: ¡Se acabó lo que se daba!

                El llamado oro negro destruyó un país agrícola e hizo aparecer uno de oropel y facilismo a todo meter. Todos nos declaramos súbditos de un país inmensamente rico, donde la gasolina se regalaba, los créditos se condonaban cada vez que había un alza de los precios del hidrocarburo, y así va la lista que llega hasta el horizonte más remoto, ¡y regresa! No aprendimos a darle el valor a nada, crecimos a la sombra de una irresponsabilidad pantagruélica. Y al amparo de tal munificencia apareció una dirigencia irresponsable y “Viva la Pepa” que solo ha peleado enconadamente por administrar los fondos del estado venezolano. Hemos, y seguimos en ello, sido conducidos por una pléyade de “próceres”  que se han empeñado en convertirnos en mendigos y lambiscones, ninguno nos habló jamás de la necesidad de construir las bases que merecemos.

                Sería injusto no hacer notar que pese a ello el venezolano común y corriente, el ciudadano de a pie, el gerente sin padrinos, el emprendedor que ha soñado nuevos productos, todos ellos, han asumido sus propios riesgos a carta cabal y han hecho que, pese a esa dirigencia malamañosa, el país siga, al menos, funcionando.  La dirigencia es la única e indivisa responsable de estos infiernos en que está sumido el país, su irresponsabilidad es de magnitud épica,  y ni siquiera por salvar las apariencias que llaman son capaces de anunciar alguna contrición. Es que ni a simularla llegan. El descaro de esa casta llega al punto de tratar de achacarle a la ciudadanía las responsabilidades por su escasa participación.  ¡Asnos irredentos! ¿Quién ha auspiciado el desaliento y matado el espíritu participativo de todo el país?  Los estudiantes, las amas de casa, los abuelos, las matronas, los obreros, los empleados, los propietarios, todo el mundo se ha jugado la vida en su momento, para que luego ustedes se entreguen de piernas abiertas a los verdugos rojos. ¿Acaso no entregaron a los trabajadores petroleros en el año 2003? ¿El Paro Cívico Nacional de esa época no lo convirtieron después en el paro petrolero y dejaron íngrimos y solos a los obreros, técnicos y gerentes de PDVSA?

                Y la historia sigue repitiéndose. Lo impensable pasó: los cernícalos rojos acabaron con la industria petrolera.  La que fuera nuestra gallina de los huevos de oro, duélale a quien le duela, no existe, la acabaron, solo una inversión de dimensión estratosférica puede hacer que, tal vez, se reactive. Ahora los ojos codiciosos de la dirigencia que todo lo acaba miran con aires de emboscada hacia CITGO. ¿Qué pretenden sacar de ahí? La que fuera una gota en el mar de nuestros ingresos por conceptos de hidrocarburos hoy está contra la pared. Los números que circulan por algunos escenarios hablan de unos beneficios de 850 millones de dólares en 2018, que cayeron a 250 millones en 2019, números que deben haber entrado en barrena para este año de la peste china.

                Le advierto a los depredadores que andan por ahí frotándose las manos con el raspado de olla que pueden hacer en la citada empresa, que hay tres piedras en su camino: los procesos que en Estados Unidos hay contra nuestro país, y que tienen en la mira a la empresa asentada en Houston. Primero está la  minera canadiense Crystallex, a quien  en el 2009 expulsaron de la mina Las Cristinas, municipio Sifontes, del estado Bolívar. En febrero de 2011, ellos introdujeron ante el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones –CIADI–, una solicitud de arbitraje contra Venezuela por 3.800 millones de dólares. El 6 de agosto de 2018 el juez federal Leonard P. Stark, de la Corte de Delaware, autorizó la incautación de Citgo Petroleum Corporation, para cumplir con pagos pendientes a Cristallex International Corporation, por derechos mineros perdidos en territorio venezolano. 20 días después el juez federal dictaminó que se vendan en subasta las acciones de la empresa matriz de Citgo Petroleum Corp. en Estados Unidos, a menos que Venezuela emita un bono en compensación. En el ínterin se establecieron acuerdos entre el gobierno y la empresa canadiense, los cuales no han sido cumplidos por el gobierno nacional, así que esa espada de Damocles está allí dispuesta a caer.

                El segundo peñasco tiene que ver con el tribunal del ya citado CIADI quien falló a favor de la petrolera Conoco-Phillips en su demanda contra PDVSA. El 8 de marzo de 2019 se dio a conocer la decisión que obliga a la petrolera nacional pagar 8.754 millones de dólares. La tercera traba que van a encontrar es la querella judicial de los poseedores de Bonos 2020 emitidos en octubre de 2016 por PDVSA, por $1,68 mil millones. Este último obstáculo está por los momentos en pausa gracias a las acciones ordenadas por el presidente Trump al Departamento del Tesoro, que prohíbe a los tenedores del bono PDVSA 2020 ejecutar la garantía que les otorga la mayoría accionarial, y de este modo proteger provisionalmente a Citgo. 

                Creo que muy pocas personas honestas quisieran estar en los zapatos de, otro hombre probo a cabalidad, Carlos Jordá, actual cabeza de CITGO. La que fuera otra de las joyas de la corona financiera venezolana está con el fin a la vuelta de la esquina. Todo por obra y gracia de una dirigencia que solo se ha ocupado de sus cuotas, de una casta que poco ha construido y mucho ha destruido. Sólo nos queda confiar en nuestra habitual capacidad de renacer de las cenizas, para volver a volar de entre estas ruinas y escombros.

 © Alfredo Cedeño  



miércoles, diciembre 02, 2020

EL PASADO QUE NOS AGUARDA

          Es natural en el ser humano el miedo al futuro, todos queremos saber qué nos espera así sea cuando volteemos la esquina. ¿Será que un camión descontrolado se saltará la luz cuando esté encima del paso de peatones y me destripará cual sapo por carreta en la senda de un cañaveral? ¿Y si es que entro en aquella gasolinera y compró un número de lotería  con los números del gran premio y mañana amanezco más rico que la ex mujer de Bezos el dueño de Amazon? ¿Y si más bien es que hay unos malandros atracando esa vaina y me terminan dando un tiro y quedó como Pedro Navaja en medio de la avenida, pero sin diente de oro, ni puñal, ni sombrero de ala ancha?

                En cambio con el pasado, al que ahora poco respeto se le guarda, hay una familiaridad, rayana en la desconsideración, que algunas veces da asco. Debo decir que, nacido a finales de la primera mitad del siglo XX, fui educado con profundo respeto a los adultos; pero ese acato no estaba reñido con el amor, del cual recibía verdaderos raudales.  Respetar a mi padre, mi abuela Elvira, mi madre, mis padrinos, tíos, en fin todo el inmenso  número de mayores que me rodeaba era una suerte de puesta en escena en la cual yo terminaba siendo el depositario de sus propias experiencias, las cuales me transmitían, en suerte de rito tribal iniciático, por medio de narraciones, a veces inacabables, otras aburridas, pero generalmente divertidas, y didácticas. Todo eso me convirtió en poeta, fotógrafo y narrador. Soy lo que soy gracias a ellos; y por medio de mis procesos creativos, a la vez, les rindo un permanente homenaje de agradecimiento.

                La voz de mi abuela narrando cuando La Guaira tenía las calles empedradas, o la de mi padre describiendo sus viajes al filo de la medianoche hasta el pozo El Centinela a bañarse en su agua fresca, o la de mi madre describiendo la isla de Margarita de su niñez y las duras faenas que debía afrontar día a día, los cuentos de mi madrina de cómo mi padrino salía de cacería por los cerros de La Guaira buscando unos venados a los que nunca pudo dar caza, todas son un mosaico coral que resuenan en mi memoria desde que tengo memoria. ¿Cómo no voy a ser un adorador de lo pasado, en cuanto base para construir el oficio que me he dado? Ahora bien, es necesario decir que al conocer, y recordar, lo pretérito no es una horma inamovible que me norma, al contrario: por conocerlo he podido imaginar más y mejor.

La creación sin raíces es una hoja muerta bailando al son que toca el primer saltimbanqui que aparece en cualquier feria deambulante venida a menos.  Es el desarraigo la primera herramienta que caudillos, revolucionarios, progresistas, y cuanto insurrecto uno pueda imaginar, emplean para sentar las bases de sus quincallas mentales.  No es gratuito que todos vociferan sobre la perentoria necesidad de “reescribir” la historia. ¡Ni de vaina quieren de pie puntos de comparación! Son animales carroñeros que se apropian de todo cuanto alcanzan a ponerle mano, lo demás lo destruyen cuando no pueden someterlo a sus intereses particulares. Ejemplos sobran, pero me limito, como muestra, a este par de botones: ¿No fue lo que hicieron los muy proletarios bolcheviques con el muy aristócrata, y niño consentido de las cortes, ballet? ¿Acaso no repitió la experiencia Fidel con la insepulta, sin discutir sobre sus dotes y talentos, Alicia Alonso? Y si venimos a nuestro patio: ¿No han destruido los rojos-rojitos toda la estructura cultural que se había ido fraguando a lo largo y ancho de toda Venezuela por largos años? Escuelas rurales y periféricas, Ateneos, Casas de la Cultura, Centros de Historia, Universidades, Centros de investigación, Escuelas de Música, Museos, ¡TODO!, los han acabado. Han “creado” instituciones a la altura y medida de su propia ignorancia, cuando no de su imbecilidad, para, en vano, tratar de arrancar nuestras raíces.

Hay autores que se me han convertido en un verdadero culto. Mi panteón particular es extenso pero allí ocupan nichos muy especiales Alfredo Armas Alfonso, también el obispo Mariano Martí, Salvador Garmendia, Shakespeare, Esquilo, Sófocles, Cervantes, Arturo Pérez Reverte, Ken Follet, Carlos Ruiz Zafón y Leonardo Padura.  Este último, una de las plumas cubanas más afiladas y divertidas que uno se pueda imaginar.  Pero, al lado de su agudeza y diversión hay un verbo de garra corrosiva que suele dejarme, como uno de los tiovivos de mi niñez, girando sin parar y con ganas de que no se detenga. Les pongo a manera de ejemplo una frase de su novela Máscaras: “La falta de memoria es una de las cualidades sicológicas de este país. Es su autodefensa y la defensa de  mucha gente. Todo el mundo se olvida de todo y siempre se dice que se puede empezar de nuevo, y ya: está hecho el exorcismo. Si no hay memoria, no hay culpa, y si no hay culpa no hace falta siquiera el perdón.”

                Él, autor de una larga lista de obras, entre otras El hombre que amaba los perros, que en 768 páginas versiona la orden de asesinato de Trosky en México, recientemente publicó otra pieza de largo aliento: Como polvo en el viento,  en cuyas 672 páginas hay material de sobra para pensar hasta la extenuación.  Una de esas frases memorables surge de la evocación que hace uno de sus personajes, Adela, de un comentario que en alguna ocasión le hizo su amigo Marcos: “En el socialismo nunca sabes el pasado que te espera”.

                Son diez palabras que describen con toda crudeza el drama de los gobiernos tan alabados por los progresistas del mundo, esos que parafraseando a Marx y Engels, parecieran entonar: ¡Embaucadores del mundo, uníos! Por eso es que no debe extrañar un Bolívar medio zambo; la reivindicación de un pulpero, amo de esclavos y robagallinas irredento como Ezequiel Zamora; o la mistificación del propio guerrero derrotado que fue el comandante eterno. Se empeñan en fabricar un pasado que a ellos se les antoja, hasta engendrar estas pesadillas que ahora el país vive.

 

© Alfredo Cedeño  

 

miércoles, noviembre 25, 2020

BANDERILLEROS Y CAMARILLEROS


               Debía yo tener alrededor de 8 años, tal vez 7, cuando vi la película Bello recuerdo, que protagonizaban la incombustible Libertad Lamarque y el niño prolongado Joselito.  La historia iba más o menos así: Una profesora de música, Libertad Lamarque por supuesto, en un colegio quien tiene como alumno a un chaval, ¿quién más que Joselito?, el cual canta como los ángeles. Al volver a las clases tras las vacaciones de verano, se entera de que su pupilo no volverá porque su padre murió. Ella, muy afectada por la noticia, decide ir a darle las condolencias y se encuentra con una situación terrible en la que el niño vivía solo y en la ruina. Todos los ingredientes para llevar a la pantalla una de aquellas historias lacrimosas, en las cuales la diva, paisana de Fito Páez por más señas, fue ama y señora por décadas.

                Hubo tres escenas que todavía recuerdo con nitidez. En una aparece él junto a, porque también fue conocida con ese mote, La novia de América a bordo de un bote en medio de una laguna; ella de traje azul, peinado impecable, como debía ser, y él en mangas de camisa con el nudo de la corbata suelta y remando como un galeote, mientras entonan a dúo Quiéreme mucho. En la segunda está con otra grande de aquellos años, la mexicana Sara García, quien envuelta en un chal creo que violeta, le abre la puerta de su apartamento y entra el aparente niño –y escribo esto porque ya el “chamaquito” tenía 18 años pero continuaba teniendo 1,43  de estatura– cantando, para luego sentarse en sus piernas a hacerse arrumacos.

                Evoco al diminuto hijo de Jaén al leer las informaciones destapadas en la península ibérica respecto a ciertas maromas de una empresa, ya secular, dedicada a producir jamones y que, casualmente, lleva su mismo nombre.  Las aparentes trapisondas de la más afamada  productora de derivados de cerdo en España, fueron develadas por el periodista Manuel Cerdán. Este investigador dio a conocer que cierto señor, de origen monaguense por más señas, y al que no se puede mencionar porque suele arremeter con una tropa de sicarios judiciales, para dizque callar lo que es noticia del mundo entero sabida, aparece cual Creso tropical en una jugada hasta ahora poco clara, y la que permitió inyectar dinero a esa empresa. Por cierto, la criadora y procesadora de puercos tenía ciertos problemas de caja que, ¡oh sorpresa!, súbitamente han sido resueltos. Esperemos que la cuota gubernamental del partido de impresentables como Iglesias, Monedero y Echenique no llegue al punto que se pueda sabotear ese trabajo informativo.

                Imposible no preguntarse ¿cómo hizo un ex oficial de escaso rango para manejar las cifras que inicialmente han sido ventiladas, se habla de miles de millones de dólares, en un supuesto manejo poco transparente? Por lo visto ya ni las apariencias se guardan, la mujer del César, el propio César y toda su parentela poco se cuidan de que se vea que honestos precisamente no son. Ni siquiera se molestan en tratar de parecerlo. Por lo pronto, pareciera que una de las camarillas de este gobierno que padece nuestro país, pareciera haber clavado sus banderillas de alforjas buchonas en Joselito.

Y uno se sigue preguntando: ¿Cómo una empresa cuya producción entera  se vende en el sistema por cupo y en premier, o sea que primero se pagan y se reciben años después, cayó en semejantes trapisondas? ¿Serán tan buenos para el canto sus dueños como su tocayo andaluz?  ¿Será que este Joselito, el de las dehesas y mataderos, dejará saber cómo se llegó a lo que Cerdán ha destapado? ¿O será que sus amos son más bien como el final de la película que mencioné al comienzo, y esta es la tercera escena que recuerdo, donde los protagonistas cierran entonando: “Era su copla promesa / y un jilguero se cruzó / daba sus trinos al viento / y en el viento se perdió”?

 © Alfredo Cedeño  



miércoles, noviembre 18, 2020

EN CLAVE REFRANERA

Los refranes encierran mundos de sabiduría que los comunes y corrientes han ido destilando por siglos. Ahora, los cultos, que nunca dejan de buscarle cinco patas al gato, les llaman paremia; pero aunque los vistan de seda siguen siendo refranes y no dejan de entregar sin mucho perifollo lo que la práctica les ha transmitido.  Es cierto que muchas veces hay algunos, y algunas –antes de que surjan quienes gustan detectar flagrante discriminación–, que abusan de su uso.  Uno de los más representativos de tales casos fue Sancho Panza, a quien su amo y señor, solía recriminar por la usanza desmedida que de ellos hacía.

Tal vez el episodio que mejor representa las amonestaciones del jinete de Rocinante es cuando, en medio de una serie de recomendaciones que le hacía a su escudero, luego de ser nombrado gobernador de la Ínsula Barataria, este le reconoce tener más de ellos que un libro, lo cual despierta la cólera del ilustre caballero, quien furioso le increpa: 

— ¡Oh, maldito seas de Dios, Sancho! —dijo a esta sazón don Quijote—. ¡Sesenta mil satanases te lleven a ti y a tus refranes! Una hora ha que los estás ensartando y dándome con cada uno tragos de tormento. Yo te aseguro que estos refranes te han de llevar un día a la horca; por ellos te han de quitar el gobierno tus vasallos, o ha de haber entre ellos comunidades. Dime, ¿dónde los hallas, ignorante, o cómo los aplicas, mentecato, que para decir yo uno y aplicarle bien, sudo y trabajo como si cavase?

                Nuestro país ha conocido y padecido a unos cuantos usuarios de tales recursos del lenguaje. Tal vez el más pintoresco fue el robusto hijo de Acarigua Luis Herrera Campins. Debo acotar que el comandante eterno era también asiduo usuario de tales piruetas verbales, las cuales solía ejecutar con amarga gracia; es necesario acotar que su heredero ha tratado de transitar dicha senda con poca fortuna. Una de las tantas veces que la ha “embarrado”, como dicen los campesinos de la vecina Colombia, y supuestamente su lar nativo, fue cuando habló de la multiplicación de los penes. Episodio que hubiera sido embarazoso para Mateo de narrar en su evangelio, porque ¿cómo hubiera redactado entonces aquellos versículos que rezan: “Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, doce cestas llenas. Y los que comieron fueron como cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.”?

                Hago toda esta relación luego de pensar en el llamado que, los más egregios “líderes” opositores junto a lo más granado de la dirigencia roja rojita, han hecho a participar en las “elecciones” para renovar la Asamblea Nacional el próximo 6 de diciembre. Es una cerca deforme con la cual pretenden estabularnos aún más.  Una de las frases que se me hace recurrente es aquella que reza: Dos que duermen en el mismo colchón, se vuelven de la misma condición. Aunque, como bien oí decir a un paisano en los páramos andinos, aquel que nace lechón seguro que muere puerco.

 © Alfredo Cedeño  

miércoles, noviembre 11, 2020

PRENDAN LAS LUCES


                Aprendí a amar la historia desde muy temprano. Mi padre solía decir: El que no sabe de dónde viene está más perdido que el hijo de Lindbergh, puedes terminar en cualquier sitio menos donde te corresponde, por eso es que la historia es una necesidad.  Más adelante, al comenzar los estudios de secundaria me tropecé con tres profesores que me hicieron ver esa disciplina con fascinación. En segundo año, la primera vez que lo cursé, me tropecé con el profesor Camargo, del cual lamento no recordar su nombre de pila, quien entraba a clases en el caluroso liceo José María España, en Macuto, estado Vargas, vestido de traje gris, camisa almidonada y corbata negra. Él entraba con una linterna en la mano, y aquella panda de muchachos sudorosos, escandalosos y con absoluta necesidad de ser desasnados, solíamos aumentar nuestro alboroto. Camargo, impenitentemente, nos decía: “La historia es como esta linterna, es la luz que necesitamos para alumbrar el camino”. He de confesar que ninguno entendíamos sus palabras. Todos estábamos convencidos de su locura incipiente. Sin embargo, aprendí a ver su materia como un ente divertido.

                Al año siguiente, cuando debí repetir el año, tropecé en las aulas de Jesús Obrero, en la Calle Real de Los Flores de Catia, de mi Caracas natal, con Jesús María Azkargorta, y al año siguiente con Leonardo Carvajal, quien por aquellos días recién había dejado las filas de la Compañía de Jesús. Ambos me transmitieron su pasión por sus materias. Varios años más tarde la vida me puso en el camino, de la mano de su inseparable Raquel Cohén, a Daniel de Barandiarán. Si con los primeramente citados había aprendido a respetar y hacer mía la disciplina, con él supe adentrarme en la pasión y fascinación por el pasado, y su impacto en hoy y mañana.

                Llevo largo tiempo reflexionando sobre la escasa gracia con la que ella es vista por la mayoría de la gente, y debo decir que ese desplante se ha extendido de manera aparentemente inmarcesible Urbi et orbi. Al punto que he escuchado a algunos de sus propios estudiosos expresarse de manera despectiva respecto a ella. Punto aparte merecen las apropiaciones, y consiguiente manipulación, que de sus relaciones se han hecho a lo largo del tiempo. Todo aquel que logra ganar un espacio, trapisondas mediante, en los ámbitos de poder se dedica a establecer su propia épica. Es decir establecen falacias argumentales que pretenden convertir en historia. En Venezuela es una práctica de vieja data, pero tal vez la que más nos ha afectado, en cuanto a su impacto en nuestro devenir es la llamada estirpe de los tres Guzmán. Este linaje que fue creación del segundo de ellos, Antonio Leocadio, es un ejemplo de manual.  Él era hijo de Antonio de Mata Guzmán y Palacio, un andaluz llegado a Caracas en abril de 1799, y Agueda Josefa García Mujica, quien vendía golosinas a los soldados del ejército español, quienes le habían apodado “la tiñosa”, por sus abundantes pecas.  Antes de que algún doliente en retroactivo aparezca, aclaro que no estoy más que asentando hechos de los que ya otros, con más enjundia que yo, los han documentado.

                Este primer Antonio participó en algunos episodios de los orígenes de nuestra república, estuvo en relación con Francisco de Miranda y Simón Bolívar, lo cual fue aprovechado por su vástago mayor para enaltecer sus orígenes. Digo que, no teniendo él blasones de los cuales presumir, ante una Venezuela que pese a la independencia del reino español, mantenía incólume una estructura de poder en la que los blancos, criollos pero blancos a fin de cuentas, eran los que determinaban cómo se batía el chocolate, y quién era el que lo podía beber, se dedicó a crear su propia gesta. Él no tenía un lugar en aquella aldea con pretensiones de ciudad que era, y de algún modo sigue siendo, Caracas. Es natural que él escarbara en su ayer para reacomodar los hechos para conseguir un escaño que de algún modo lo equiparara con sus vecinos.  No es difícil imaginar lo duro que le debe haber resultado la vida en aquella comarca de status patológico, donde deben haber sido frecuentes los recordatorios de que era hijo de un oficial español y una vendedora de dulces, tiempo en que los muy insoportables caraqueños le debían recordar a menudo su estirpe no-mantuana. 

                Él, que había sido formado en España, llega a su aldea natal y se involucra en las labores de la naciente Nueva Granada, trabaja al lado del propio Bolívar, quien le encarga varias misiones, y pronto se dedica a ir labrando la que será su propia huella: la creación de distintos pasquines, publicaciones con pretensiones de periódicos, con las que va articulando una estructura política propia. Es necesario decir que Antonio Leocadio Guzmán se adelantó en más de medio siglo a Lenin, quien conformó el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia a través del periódico Iskra; nuestro bolchevique tropical creó El Venezolano, y por medio de las corresponsalías de aquellos tiempos estructuró el partido Liberal. 

                Sería un despropósito no recordar que previo a ese medio, él creó toda una serie de publicaciones que fueron las que le dieron su propio espacio en aquellos escenarios de revueltas, ajustes y reacomodos. Antonio Leocadio Guzmán, al fundar en 1825 su periódico El Argos, inoculó al venezolano el populismo. Sus diatribas contra todo el orden secular que, pese a la guerra civil de independencia, se mantenía vigoroso nos marcaron, yo diría que tanto para mal como para bien, y modificaron las relaciones de poder que pautaban nuestras estructuras sociales. Años más tarde su hijo, al que muchos han tratado de barnizar como un “autócrata Ilustrado”, utilizó la figura de su padre y sus vínculos con el nacimiento republicano para reescribir, término que tanto le gusta a los progresistas, nuestros orígenes, al punto que, el 1º de mayo de 1873, decreto mediante: “Declara al ciudadano Antonio Leocadio Guzmán Ilustre Prócer de la Independencia Suramericana.”

Hay numerosos textos que abordan en profundidad los aportes y los costes de los Guzmán, doy estas breves pinceladas, porque no deja de sorprenderme cómo han prevalecido sus esquemas hasta nuestros días. ¿Qué diferencia hay entre esos manejos y los iniciados por el comandante eterno cuando se empeñó en reescribir nuestra historia? ¿Acaso no les dice nada la exaltación de su descendencia de Maisanta? ¿No estamos ante una manifestación, ya de siglos, de una hambrienta necesidad de prestigio, solera y tronío al costo que sea?  Necesitamos mantener encendidas las linternas que el profesor Camargo usaba cuando entraba al aula. Es necesario hacer que Venezuela nos duela y amemos con la misma pasión que lo supo hacer Daniel de Barandiarán. Hoy, como nunca, es necesaria la enseñanza de nuestra historia, no de reescribirla, no de buscar borrar lo que no se puede, su condición indeleble no permite esos garabatos altisonantes con que tratan de marear nuestra atención. A fin de cuentas, la perspicaz sabiduría popular bien lo expresa con aquello de: Deseos no empreñan.

 © Alfredo Cedeño 

miércoles, noviembre 04, 2020

ROJA BESTIALIDAD



          Pocas palabras tienen más popularidad entre los “progresistas” que genocidio, y sus variables. Es común oírles predicar contra gobiernos genocidas, presidentes genocidas, imperios genocidas, y por ahí súmele cuantos otros sustantivos se le ocurra.

Que recuerde, uno de los primeros genocidios que se pueden llamar tal fue el de la Guerra de las Galias, donde Julio César conquistó 800 ciudades, dominó casi 300 tribus celtas y germanas, vendió como esclavos a un millón de personas y se raspó a tres millones entre campos de batalla e incursiones. Más arrecho, y perdón por el latín, fue en China. Allá un tal An-Lushan, durante la dinastía Tang, azuzó una rebelión contra el poder imperial. ¿Qué pasó? Que mataron a treintaicinco millones de amarillos.  Después cuando las benditas Cruzadas fueron cinco millones de muertos en tres siglos y medio que duró tal arrebato místico.  ¡Ah! Y en la amada Rusia del adorado Putin, el angelito Stalin no sólo hizo una sino que recuerde fueron TRES. Primero se echó al coleto a casi cuarenta millones a cuenta de limpiezas étnicas, donde cayeron  tártaros de Crimea, balkarios, chechenos, calmucos, ucranianos, además de las purgas y sus famosas “colectivizaciones forzosas”. Después, entre 1932 y 1933, mató de hambre a siete millones de personas en Georgia cuando les cortó todos los suministros a esa región que se negaba a perder su independencia. Y completó su gesta echándose al pico a otros cuatro millones cuando se empeñó que él era el gran estratega rojo y condujo las operaciones en los primeros meses de la invasión nazi. 

Y en cuanto a nuestros indios, perdón a los que se ofenden, iba a escribir indígenas, pero hoy no estoy en ánimos de borrar, que a mí también me duelen,  tengo que decir que eso no fue genocidio, porque la gran mayoría de esos muertos aseguro que no se sabe cómo ni por qué fue que los hubo.  El argumento favorito de los “indiólogos” es que les impusieron a sangre y fuego una fe que no era la de ellos.  En realidad el gran asesino de la Conquista fueron las enfermedades. Los habitantes originales de estos territorios no habían desarrollado los anticuerpos que ya los europeos tenían y una simple gripe podía provocar una mortandad que ni una bomba de racimo. Y no había quienes lo lamentaran más que los mismos españoles porque si se morían no tenían quien les trabajara, y por eso fue que los negros –y que me perdonen los “afrodescendientelogos”–, llegaron aquí, porque si no se hubieran muerto los indios no hubieran traído los esclavos.  Es verdad, no lo voy a negar, que hubo más de una matazón, pero nunca a esos niveles que ahora quieren hacer ver que las hubo. Como si no hubieran hecho otra cosa más que bajarse de las carabelas a tumbar cabezas.

Genocidio fue el ocurrido en Camboya en la época del Partido Comunista de Kampuchea, durante cuatro años que duró dicho régimen, desde abril de 1975 a enero de 1979. En ese lapso los muy celebrados Jemeres Rojos, a quienes los cultos revolucionarios llamaban en impecable francés el Khmers Rouges, se echaron al coleto entre millón y medio y tres millones de camboyanos. La matachina fue de tal calibre que se han descubierto más de 20.000 (veinte mil) fosas comunes, que fueron llamadas Campos de la Muerte. Los desmanes de semejantes criminales fueron aterradores, sin embargo los intentos por juzgarlos fueron en vano. Apenas el 16 de noviembre de 2018 el Tribunal de Camboya condenó a cadena perpetua por delito de genocidio a los dos últimos líderes vivos de tales hijos de su madre: el “número dos” e ideólogo de los mentados Jemeres, Nuon Chea, de 92 años, y el antiguo jefe de Estado de ese régimen, Khieu Samphan, de 87.

De tales niveles de vileza “progresista” poco se dice. Con tales hechos pasa lo mismo que ocurría, al menos en Venezuela, hasta mediados del siglo pasado, con los enfermos mentales: todo el mundo lo sabía, pero de eso no se hablaba. Eran famosas las matas de guanábana en las casas de los pudientes, a cuya sombra amarraban, cual fieras rabiosas, a los “locos de la casa”, porque eso los aplacaba. Tal parece que en estos tiempos metieron a la llamada “dirigencia” opositora bajo un frondoso árbol de la citada fruta.

Lo he dicho en muchas otras ocasiones, los sátrapas saben que no va a pasar nada, que no habrá diálogo o justicia que les haga siquiera mella, están plenamente conscientes de la benevolencia con la que el mundo los tratará. La impunidad tiene nombre de vanguardia, su apellido de alcahuete. Todo esto que les escribo hoy, es algo de lo que la dictadura de Maduro tiene clara consciencia.  El bigote bailarín, y su combo, encabezado por los hermanitos Rodríguez, se reúne con Facundo, Segismundo y Raimundo para estirar la cuerda con elástica impunidad.   Saben que así lleguen al siglo de vida, nadie les hará rendir cuentas y, mucho menos, pagar la interminable lista de delitos con los que han asolado a nuestro país.

 

© Alfredo Cedeño 


miércoles, octubre 28, 2020

OTRA RAYA DEL TIGRE ROJO


                Llegué al mundo periodístico muy temprano, de la mano de dos queridos amigos, Wilmer Suárez y Lucy Gómez. El primero me llevó a la redacción de la corresponsalía del diario Crítica, de Maracaibo, entonces propiedad del viejo Capriles, que funcionaba en el primer piso de la Torre de la Prensa. Meses más tarde me condujo a la revista Alarma y el diario Últimas Noticias. La mencionada revista funcionaba en el sexto piso de ese edificio, al lado de la redacción de la revista Elite, que fue donde la querida Lucy, entonces delegada sindical, me enseñó la importancia de la organización y me inscribió en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa.

                Así comencé un camino lleno de gente que me formó sin mezquindades. Pasé por no sé cuantos proyectos y redacciones. Argenis Martínez, José Suarez Núñez, José Luis Olivares, José Manuel “El Marginal” Pérez, Ernesto Luis Rodríguez, Pedro Duno, Domingo Alberto Rangel, José Campos Suarez, Euro Fuenmayor, José Pulido, Pedro Galán Vásquez, Ezequiel Díaz Silva, Ramón Hernández, Humberto Márquez Zambrano, Eddy González, Mariela Pereira, Chuchú Rosas Marcano, fueron algunos de los que me enseñaron a caminar por este delirio de la información.  Todos me fueron revelando claves en las que prelaba siempre la solidaridad. Si había una rueda de prensa a la que alguien no llegaba a tiempo, todos los grabadores la reproducían para que esa persona no llegara a redacción sin el material. Si algún reportero gráfico no tenía una imagen de la noticia del día, horas más tarde pasaba por el laboratorio de quien si la tenía y bajo cuerda le daban una copia. Donde se hacía imposible era en lo que tocaba al material audiovisual, el material para los canales televisivos se rodaba en película de formato 16 milímetros, y ahí no había nada qué hacer.

                Eran tiempos de gente solidaria a todo trance, un grupo bullicioso, irreverente, alegre hasta el delirio, malhablado como pocos y con un sentido del humor a prueba de bombas. Nadie, por encumbrado que estuviera, escapaba de los dardos agudos, y a veces dolorosos, de lenguas acostumbradas a desafiar al propio poder. Recuerdo al final del gobierno de Jaime Lusinchi. Él recibió en el aeropuerto de Maiquetía a León Febres Cordero, entonces presidente de Ecuador, y al llegar los reporteros fuimos encerrados en una especie de jaula de barreras metálicas. La protesta fue inmediata y a grito pelado anunciamos que nos íbamos a retirar. Tal fue el escándalo que el entonces ministro de comunicación, Alberto Federico Ravell, acudió presto a sofocar la deserción masiva. Él para justificar el encierro reclamó que en uno de los últimos encuentros presidenciales con la prensa casi le habían metido en la boca un micrófono. La respuesta llegó rauda, de los labios de Pablo Blanco, quien era por aquellos días fotógrafo de El Mundo en La Guaira: Le hubiera pasado la lengua. Hasta el propio Ravell soltó la carcajada.  Minutos más tarde se nos permitió entrevistar a los mandatarios fuera de las benditas barreras.

                Todo esto y mucho más me viene a la mente en este momento, cuando de manera accidental me entero de la reacción de algunos colegas ante la detención de Roland Carreño.  Los amigos y colegas de él que permanecen en Venezuela se han manifestado aterrados ante la posibilidad de que su celular sea revisado y los encuentren en sus agendas, o grupos de las diferentes plataformas que habitualmente usa para comunicarse.  El frenesí por borrar sus mensajes, o sacarlo de los diversos grupos es increíble.  Mi tristeza es infinita, en eso han convertido la prensa en Venezuela: un manojo de nervios que pierde la compostura con inusitada velocidad.

No hay un trabajador de la comunicación, hablando en el sentido más preciso de la palabra, lo cual excluye a los cagatintas que medran de los pasquines y armatostes dizque comunicacionales rojos rojitos, que no condene la arbitraria encarcelación de Carreño. Es un nuevo ejercicio de vesania contra uno de los gremios más maltratados en estos inacabables años. ¿De qué van a acusar a ese muchacho? ¿De su talento y desparpajo, con los que ha desnudado más de una vez a esta mojiganga que nos atropella incansablemente? ¿De ser miembro de la oligarquía de Aguada Grande?  No se imagina Roland Carreño cuánto y cómo lamento que, justo a los treinta años de su graduación como periodista en la Universidad Católica Andrés Bello, el regalo que le den sea un calabozo.

 © Alfredo Cedeño  

miércoles, octubre 21, 2020

Y LLEGÓ EL FINAL


                Estos días de ignorancia son sobrecogedores. Hay quienes jactándose de su maniqueísmo proclaman que es blanco o es negro. Tales infelices olvidan que aún en el mágico universo monocromático de la fotografía primigenia hay un precioso abanico de grises, el exquisito medio tono donde el negro se convierte en blanco con una dulzura o una rabia que solo ese lento paso puede hacer magnífico. Hay quienes, fieles a los extremos, se declaran devotos del claroscuro. Insisto: la ignorancia estremece ante su osadía, porque el gran maestro de dicha técnica, Michelangelo Merisi da Caravaggio, empleaba los matices aún en sus obras más representativas. Recuerdo su pieza “La vocación de Mateo” donde se aprecia a cabalidad ese juego magistral del pintor milanés.  Sin embargo, los asnos insisten en sus rebuznos.

                Es necesario acotar que cuando se pide concordia, se ruega por unidad, es porque se espera el uso de los materiales y soportes adecuados; para que se logre, aún en aquellas labores donde hay ruptura de los cánones, de los tránsitos cromáticos que permitirán lograr la armonía mínima que terminará por expresarse con la fuerza propia de la obra conclusa. No se puede pretender pintar sobre un lienzo con acuarela, o con óleo sobre papel. Han surgido nuevas tecnologías que así lo permiten en algunas ocasiones, pero no es lo habitual; para poder hacerlo son necesarios muchos pasos, que no se pueden obviar porque sería condenar la pieza al desastre. Algo de eso vemos en estos tiempos, supuestos innovadores que, sin conocer el manejo adecuado de los elementos y componentes, van colocando al alimón las cosas donde les parece que van bien, y terminan estropeando lo que pudiera ser una labor monumental.

                Vivimos el tiempo del porque me sale de mis santas ganas, días de zarrapastrosos dizque ilustrados que imponen sus cofradías y sociedades en comandita contra toda previsión que el mínimo sentido común exige.  Y a ello pretenden habituarnos. Crean comandos “comunicacionales”, más bullangueros que una bandada de guacamayas trasnochadas, con los que linchan a quienes osen pedir siquiera un poquito de sindéresis. Se pasean altaneros por las distintas tribunas repartiendo mandobles a diestra y siniestra para que todos callemos y rindamos loas a sus despropósitos.

Es una horda ignara que se ha hecho ama y señora de nuestra realidad y destino.   Es una pandilla arbitraria que lo mismo quema iglesias en Chile, que caza a Woody Allen, lapida a Vargas Llosa  o lanza anatemas a todo lo que se les antoje bajo la mirada atemorizada, cuando no complaciente, de una colectividad que contempla un lento pero eficaz trabajo de demolición de nuestros patrones de convivencia. Quizás ratas y cucarachas sean las sobrevivientes. Siempre quise imaginar otro final. 

 

© Alfredo Cedeño  


miércoles, octubre 14, 2020

CAE EL TELÓN


                Nada nos ha ocupado más a los seres humanos que el pensamiento. Esa unidad abstracta, en cuanto a la imposibilidad de palparse, ha sido génesis y sepultura de culturas enteras. Imperios y comunidades paupérrimas han brotado a la sombra del bosque etéreo que de allí ha surgido.  Él ha hecho la gloria y la ruina de civilizaciones y héroes, de villanos y déspotas, de genios y fantasmas. Este unigénito del pensar ha sido un procreador de fertilidad inverosímil, ha sido prolífico hasta el delirio, como nadie.  Sin embargo, entre sus virtudes no ha estado precisamente la equidad, más bien se ha terminado convirtiendo en un agente de dominación, para emplear algunas palabras de las que usó el muy barbudo Marx; o se justificó en cuanto ejercicio de poder a través de las prácticas religiosas, para usar lo manejado por otros sesudos pensantes.

                Diciéndolo en buen criollo, todo esto ha desencadenado un atajaperros, para no emplear aquello de un agarra asentaderas, en el cual la fuerza, bruta o madurada, siempre se ha impuesto. Son escasas, casi que aseguro ninguna, las ocasiones en que las ideas han servido para producir una transformación de un escenario humano. Son los conceptos de Aristóteles, maestro de Alejandro Magno, donde la lógica de la expansión lleva al macedonio a controlar el mundo conocido de aquellos días. Se trata también de la guía del impulso de Colón por extender las fronteras del naciente reino español, así como la codicia de reyes y banqueros, al lado de judíos perseguidos, galeotes en busca de la regeneración y tunantes de toda ralea que perseguían la riqueza, las que hicieron América.

                Los ejemplos jalonan la historia humana,  podrían llenarse varias ediciones del periódico, unas cuantas, y no se alcanzaría a mencionarlas todas. La contradicción y el control son congénitos en el acto pensante. Las ideas están supuestas a evitar nos despedacemos mutuamente, sin embargo lo hacemos en función de imponer nuestra manera de elaborar nuestros conceptos vitales.  La igualdad, la justicia, la moral, la integridad se miden según la capacidad de imponerse del que la pregona. La igualdad chavista es destruir modelos productivos, como fue el caso de pequeñas, medianas y grandes empresas, para “construir el hombre nuevo”; ha sido un lamentable concepto que ha amparado la destrucción de nuestro país. La justicia revolucionaria ha sido la que sin juicio, ni probatoria de tipo alguno, mantienen encarcelados a Otoniel Guevara –el nuestro, no el poeta salvadoreño–, Rolando Guevara, Juan Bautista Guevara, Luis Enrique Molina, Arubel Pérez, Erasmo Bolívar, y Héctor Rovain, entre muchísimos otros más. La moral madurista es la que hace a “intelectuales y creadores” hacerse de la vista gorda ante las sucesivas violaciones a los derechos más elementales de todo un país. La integridad roja rojita se mide en función de la capacidad de asumir como santa palabra cuanta imbecilidad atinen a pronunciar los funcionarios de turno que se mantienen plegados a la sombra del cogollito en ejercicio.

                Repito: todo se resume a la imposición de un modelo que se aplica a sangre y fuego. Las ideas son las grandes excusas para justificar delitos de todo orden y concierto. El amor a las preguntas, a la curiosidad, a la sorpresa, al escarbar lo que somos, ha degenerado  en una lucha feroz por el control sobre los otros. Bien lo ha dicho Humberto Maturana: “la mariposa no necesita ninguna teoría para vivir, la bacteria no necesita ninguna teoría para vivir, el elefante no necesita teoría para vivir y nosotros hacemos teorías que terminan por marcar nuestra vida y vamos a actuar en consecuencia.”  Son las benditas teorías que nos balcanizan en este momento, las que nos impiden formar un frente  común para salir de la peste roja. Las ideas son las que se revuelven autofágicas y nos laceran sin vacilaciones. Es la idea de la corrección, que una minoría altisonante ha impuesto con la fuerza de sus gritos destemplados en los escenarios de este siglo, la que ahora hace que todo luzca tan oscuro como el Medioevo. Hegel escribió en Fundamentos de la filosofía del Derecho, comenzando el siglo XIX: “Cuando la filosofía pinta gris en el gris ya una figura de la vida ha envejecido y con el gris en el gris no se deja rejuvenecer, sino sólo conocer; el búho de Minerva inicia su vuelo a la caída del crepúsculo”.  Tal vez llegó el final y no lo hemos sabido entender.

 © Alfredo Cedeño 

miércoles, octubre 07, 2020

EL SIGLO DE LAS TINIEBLAS


                La miseria más abyecta hecha poder es lo que nos gobierna a los venezolanos, y se pasea campante, hasta con algazara, por muchos rumbos. Es la misma desgracia que por sesenta años se ha ocupado de manera eficiente y modélica, en cuanto a lo ejemplar para algunos obtusos que se proclaman soñadores, de sembrar con escombros y pecios el territorio cubano.

Es la que ahora muestra sus quijadas desgreñadas y apestosas sobre la codiciada España, la de García Lorca y Cervantes, la de Unamuno y Pérez Reverte, la de Rosa Montero y Teresa de Ávila, la de Ana María Matute y Quevedo. Es nuestra España madre que, unos zarrapastrosos y un plagiario a todo meter, quieren volver una pocilga donde hozar a mansalva.

Es la desdicha que planea sobre el admirado México, el de Sor Juana Inés y Octavio Paz, el de Rulfo y Esquivel, el de Fuentes e Ibargüengoitia, el de Sabines y Kahlo. Es el México padrísimo que un retaco altisonante, aplaudido por una horda resentida y para nada formada, quiere sumir en sus abyectos delirios de resentido.

                Esos efluvios de pestilencia imbatible se ciernen sobre la gloriosa Argentina, la de Fito Páez y Cortázar, la de Alfonsina Storni y Borges, la de Lugones y Gelman, la de Hernandez y Pizarnik, la de Macedonio Fernández y Oliverio Girondo. Es la Argentina preciosa que Perón sumió en un viaje que no parece tener destino hacia la irresponsabilidad más  temeraria que se pudiera alguien imaginar.

Y como con nosotros pasa en la abandonada Nicaragua de Cardenal, Rubén Darío, Sergio Ramírez, Gioconda Belli, Azarías Pallais, Salomón de la Selva y  Alfonso Cortés. Allí un sátiro y una celestina trasnochada, y de maternidad desquiciada, humillan con desenfreno a los hijos de Nicarao. 

Las cuentas de semejante rosario de tribulaciones parecen inacabables, es una letanía que deja pocos lugares a los cuales mirar en busca de un  consuelo que cada vez luce más lejano. Cada cual se mira su propio ombligo y de vez en cuando suelta un regüeldo, que pretenden suene a reclamo cortés, para dejar constancia en el respectivo libro de actas de la infamia de su preocupación por la integridad del ser humano.

                Vivimos el siglo de las tinieblas, en medio de un derroche de energía como nunca conoció la historia. Historia que ahora es histeria y donde un grupete ha acumulado, a la sombra del ectoplasma tecnológico, el poder suficiente para marcarle al mundo lo que ha de pensar, saber y hacer. Vivimos un tiempo en que algunos, de manera descarnada, definen como un escenario donde se trata es de encontrar aquellos que quieran pagar para modificar el comportamiento de quienes les interese y convenga. Han creado una yunta en la que manierismo y supersticiones ahogan el pensamiento y lo convierten en una loa a lo correcto.

                Nuestro tiempo es de pasiones, no de razones. Padecemos una dirigencia fervorosa profesante del absolutismo, esgrimen argumentos propios de escritores de telenovelas, poseen poco fundamento real en lo filosófico y por ende conceptual, se juega a complacer al público en las supuestas necesidades que ellos mismos han sembrado en la gente. Todo es parte de un laboratorio social en el que nos tratan de arrear cual cabras estabuladas.  Las órdenes van al compás del ritmo demoscópico del momento. La corrección, insisto, es ama y señora. Todo esto conduce a una catástrofe inimaginable, y aquellos que la han  causado, llegado el momento, tratarán de  manera vil, de achacar a la ciudadanía su maternidad.

 © Alfredo Cedeño  



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