domingo, enero 30, 2011

SAN BENITO DE PALERMO Y MENDOZA

San Benito de Palermo, quien también fue conocido como San Benito el Negro, San Benito el Africano y San Benedicto el Moro, fue un monje italiano devenido en santo y que nació en Sicilia en 1526.
Sobre la llegada a Venezuela del culto a este santo hay infinitas versiones, pero de particular arraigo al Sur del Lago de Maracaibo, al occidente de Venezuela. No tengo dudas que desde allí el santo subió a las montañas andinas.
Todo lo que ganó en altitud lo perdió en estatura, y la gigantesca imagen que adoran los descendientes de esclavos en las orillas del lago se transformó en una figura de pocos centímetros, pero de inmensa devoción entre sus fieles de las montañas.
Este domingo 30 de enero numerosos chimbangles se reunieron en Mendoza Fría, estado Trujillo, alrededor de 400 kilómetros al oeste de la capital venezolana a festejar al santo negro.
Esta oportunidad la fiesta se engalanó con la visita de la “Santa Reliquia” que prestaron desde la vecina población merideña de Timotes. Al compás de redobles de tambores, dicha pieza sagrada recorrió las calles de la población trujillana. Desde las ventanas abuelas y nietos contemplaron el paso de la procesión matutina, y al ritmo de tambores y saltos acompasados lo plantaron en el templo.
El oficio de periodista termina por curtir a cualquiera, hasta el más blando se arropa con el cinismo para poder sobrevivir. Pero hay días que esa máscara se cuartea cuando se enfrenta a la inocencia hecha gente y presumiendo de ello. ¿Quién no se desbarataría ante un andinito que se tranmutó en “Benito” para demostrar que él es su vasallo? ¿Cómo no emocionarse ante una feligresía espontánea que con alegría y desparpajo hace suyo un país que a veces parece desmigajarse en nuestra cara?

© Alfredo Cedeño


















lunes, enero 24, 2011

ROBO DEL NIÑO

En algunas poblaciones de Los Andes de Venezuela, centenares de kilómetros al oeste de la capital venezolana, se conserva la tradición de “Robo y búsqueda del Niño”, la cual celebran algunos a partir del primero de enero y hasta el Miércoles de Ceniza; otros limitan la festividad desde el primero de enero hasta el 2 de febrero, Día de La Candelaria.
Hay quienes llaman a esta celebración “Paradura del Niño”, pero ello es rechazado por otros quienes afirman que son dos fiestas distintas. Lo cierto es que ayer domingo 23 de enero, estuve en San Pablo, una comunidad campesina en vías de integración citadina, ubicada en las afueras de esa babel occidental del estado Trujillo en que se ha convertido Valera.
Varios días atrás un grupo de “delincuentes” se había robado del nacimiento de doña Delia Mejías al Niño Jesús. Y ayer desde temprana hora se congregaron en su casa numerosos niños que se ataviaron y maquillaron como pastores, ángeles, Reyes Magos, María y San José, para ir a rescatarlo de donde lo mantenían raptado.
Al compás de instrumentos de cuerda y tamboriles, el grupo de niños salió a los caminos del campo manteniendo viva una tradición que regaron con sus gestos de pureza conmovedora.
Confieso que hubo momentos en los que debí “auto-sacudirme” para poder fotografiar a un ángel escapado del cielo que deambulaba, estrella en mano, por estos senderos. Tuve que superar mi natural apendejeamiento para tratar de hacer algunas imágenes que asomaran esta manifestación conmovedora de una cultura, que cada vez se nos desmigaja más y más en las narices y que pareciera ser irreversible... Salvo que uno ande por estas montañas trujillanas y pueda emocionarse ante la fe militante de estos hombres y mujeres que van transmitiendo a los pequeños el orgullo de pertenencia a una tierra maravillosa.

© Alfredo Cedeño

























(c) Alfredo Cedeño

jueves, enero 20, 2011

EL COLÍSEO

Siempre tuvo sobre mí una extraña fascinación El Colíseo. Dirán todos: ¿Y sobre quién no? Pero, en mi caso, había algo más allá del deslumbramiento que produce en todo aquel que llega hasta estas venerables ruinas. Esa especie de “sombra” que me revoloteaba, no la entendí hasta hace poco…
Siempre me pasaba lo mismo… Me asomaba en una esquina y veía a los ochenta mil espectadores –que podía albergar en su buena época– bramando de morboso placer mientras un león hambriento se merendaba a un cristiano fanático. Uno de esos que no había podido esconderse a tiempo de los legionarios. O al inclinarme en un borde contemplaba una de las “naumachiae”, que era como llamaban a las fastuosas batallas navales que representaban allí, luego de llenar de agua el foso hasta el tope.
Entre estas ahora vetustas paredes a punto de caer, se llevaban a cabo “venationes”, nombre de las peleas de animales; y también “noxii”, que era cuando los ya mencionados leones se zampaban a un creyente; o una “munera” en la cual eran los gladiadores quienes se entraban a mandobles y carajazos.
Afirman que en estas pachangas latinas murieron entre medio millón y un millón de personas…
Estos fandangos duraron hasta el siglo VI cuando se celebraron allí los últimos de estos eventos. La secuela decadente fue inevitable, así como la natural canibalización del edificio. Se cumplió a carta cabal aquello de que del árbol caído todo hacen leña. Sus mármoles fueron empleados para fabricar palacios e iglesias en toda la urbe romana. En El Vaticano es larga la lista de materiales extraídos de aquí y empleados para su construcción. También el mármol del Colíseo se sometió a un incalculable número de fogatas para producir cal viva.
El otrora escenario devino, además de cantera, en refugio, en sede de una orden religiosa, en fábrica y hasta en fortaleza militar. El bochinche duró hasta que en 1749, Benedicto XIV lo consagró como lugar santo en memoria de los mártires allí ejecutados. Aunque, en honor a la eternamente manipulada verdad, no fue allí donde más los sacrificaron sino en el Circo Máximo a unos cuantos metros al sureste del Colíseo. No contento con todo este despalillamiento de la majestuosa estructura, durante la Segunda Guerra Mundial una bomba aérea derrumbó un amplio sector…
Fue durante la segunda mitad del siglo XX que El Colíseo se agigantó y su imagen se convirtió en imagen del poderío político y cultural de Roma en tiempos mejores; para luego convertirse en objeto de peregrinación del mundo.
Es ahora cuando he logrado discernir el vínculo premonitorio que me enlazaba con esta majestuosa estructura. Es el proceso de Venezuela retratado en siglos: un portento destruido en las manos de quienes debían conservarlo y cuidarlo.

© Alfredo Cedeño


















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