miércoles, marzo 21, 2018

¿QUÉ SECRETO LES TIENE?


                Crecí en un hogar de clara vocación católica. Mi padre era un fervoroso devoto de la virgen del Carmen, mi madre, como buena margariteña, vivía con la virgen del Valle a flor de labios; mi abuela Elvira, era frecuente visitante de los templos de La Guaira. Sin embargo, papá y mi abuela eran unos escépticos desahuciados, todo lo cuestionaban; pocas cosas escapaban a su suspicacia, por lo general lo que a uno se le escapaba el otro lo escarbaba.
                Un punto al que siempre se referían era a la dictadura de Pérez Jiménez, e invariablemente mi abuela decía: Algún secreto le tuvo que tener Caldera a él, porque fíjate que nunca lo tocaron, sólo al final fue que salió y eso por unos días. Papá asentía y comentaba: Mamá, recuerde que entre cielo y tierra no hay nada oculto.  La vieja Elvira, quien se ufanaba de su relación con la madre de crianza de Caldera, a veces respondía: Un día de estos le pregunto a misia María, quién quita que suelte algo. Y pasaban los días.
                Una tarde llegó a la casa mi padre con los anteojos cabalgándole en la punta de la nariz y el sombrero ladeado, manifestaciones claras de que algo fuera de lugar lo traía en ascuas. Apenas cruzó la entrada soltó: ¡Mamá!, ¿usted sabía que Alicia Parés, que fue esposa de Alejandro Ibarra Casanova y terminó casada con Pedro Estrada es prima de Bety, la mujer de Luis Herrera? Ella solo atinó a responder: ¿Cómo es la vaina? Como estás oyendo, acabo de estar hablando con una gente de Trujillo que los conoce y me echó ese cuento, ¿será por eso que con Caldera nunca se metieron? Mi abuela respiró hondo, muy hondo, se santiguó y respondió: Mire hijo, deje quieto lo que está quieto, hay cosas que se piensan o se saben, pero no se dicen; no se toque más el tema. Y nunca más ellos volvieron a comentar la invulnerabilidad del doctor Caldera.
                Estos recuerdos me vienen a la memoria de manera recurrente cada vez que me entero de las sanciones que en el mundo entero se anuncian contra el bigotón y su combo, sanciones van y sanciones vienen y el hijo de El Furrial, ese mismo al que no se puede mencionar porque sale un ejército de jueces y tribunales a multar, a dictar ordenes de encarcelamiento y a producir cualquier barbaridad jurídica para aquietar sus ataques de mal de rabia, se mantiene cual Caldera: ni lo nombran, mucho menos anuncian el decomiso de alguna cuentica así sea con dos dólares o tres francos o cinco libras. Naranja china, limón francés.
                Congelan bienes de generales, de ex ministros, les quitan las visas, y las master card, no dejan títere con cabeza en los predios gobierneros y él como Moisés ante el Mar Rojo: las aguas se abren a su paso y ni el revoloteo de un tucusito lo roza. Parafraseo a mi abuela y mi padre: Algún secreto le tiene que tener ojitos bellos a los americanos que nunca lo han tocado. Ahora es Gilberto Santa Rosa quien me llega al recuerdo y tarareo de una de sus canciones: Que alguien me ayude, se me hace urgente.

© Alfredo Cedeño

miércoles, marzo 14, 2018

RAZÓN Y FE


                 Al comienzo fueron los instintos, más tarde llegó la razón, y el animal que éramos entendió que pensar era un privilegio gracias al cual podíamos lograr mucho más de lo que ya se tenía. Los misterios, y la incapacidad para entenderlos y mucho más explicarlos, hicieron que la fantasía, hija predilecta del pensamiento, fabricaran mitos y dioses que aplacaran la angustia ante la necesidad de comprenderlo todo.
                Poco a poco la imaginación, madre de la libertad, fue domesticada por un grupo de pícaros, que nunca han faltado desde el comienzo de nuestra condición posterior al eslabón perdido. Así fue como surgieron los dogmas, y rígidas normas fabricaron cárceles físicas y metafísicas, aparecieron calabozos e infiernos, la cicuta y la inquisición, todas ellas actuando en función de la hegemonía del que lograra ponerse a cargo del mando.
                De manera recurrente, pese a los obstáculos, razón, fantasía y albedrío han buscado el regreso a nuestra condición original para que los sueños nos hagan emprender vuelo. Poetas y matemáticos, fabuladores e historiadores, médicos y artesanos, trastornados irredentos a los que baña la luz del conocimiento, han servido con genuina vocación de servicio a sus prójimos.
                Pero los credos no se han quedado en paz y persisten en su manía persecutoria. De lo religioso "evolucionaron" a lo político y de creer en el purgatorio, el limbo, el paraíso, el infierno y el oficiante, se pasó a adorar el partido, la célula, el comité, la seccional y el cargo público.  Los ropajes mutaron y los camaleones cambiaron hábitos por casimires, la adoración pasó de las figuras de escayola a credenciales de toda laya. La sabiduría popular venezolana con precisión quirúrgica acuño un refrán que los describe a cabalidad: el mismo negro con diferente cachimbo.
                Por eso vemos ahora en nuestro país a la misma camarilla experta en derrotas generar otro Frankenstein que aseguran será victorioso.  Con asombro veo a gente muy querida y respetada entonar loas y hacer llamados de sumisión a un grupete de majaderos que aseguran que ahora sí nos van a liberar de la recua roja.
                Su arrogancia es infinita, al punto que no saben ver el desprecio que en sus palabras y gestos manifiestan hacia todos los demás mortales. Sólo ellos son capaces de conducirnos, los ciudadanos de a pie somos incapaces de generar vías alternas de liberación, ellos nada más tienen la piedra filosofal, son los alquimistas que nos harán inmensamente ricos a todos.
                Pese a la lejanía aparente la libertad está a un paso, el que hay entre pensamiento y acción, es la fe del inocente que se resiste a ser sometido y busca cualquier vía que le haga permanecer libre. En eso anda Venezuela, pese a los unos y los otros, a quienes no me cansaré de emplazar.

© Alfredo Cedeño

miércoles, marzo 07, 2018

¿DESPUÉS QUÉ?



                Después de mi hogar, donde mis padres, Alfredo y Mercedes, junto a mi abuela Elvira, me enseñaron a leer, contar y escribir, y también me inocularon valores, el Instituto Técnico Jesús Obrero ocupa el primer lugar de mis centros de enseñanza. Allí tuve a gente como Severiano Bidegain, el hermano Korta, Javier Duplá, Rodolfo Rico, Leonardo Carvajal, Jesús María Azkargorta, y Antonio Pérez Esclarín, entre muchísimos otros. Al último de ellos, pocos les llamábamos por su nombre de pila, todos le decíamos "Pechín".
                En ese colegio las actividades físicas iban de la mano con la exigente formación académica. Uno de los más emblemáticos era el CENH –Centro Excursionista Nuevos Horizontes– que cada fin de semana organizaba jornadas al cerro El Ávila. En vacaciones eran jornadas a Guatopo o a Caruao o a cualquier punto de la geografía nacional, como ir a escalar el pico Bolívar, por ejemplo. Uno de los destinos favoritos era una vieja casona colonial que la Compañía de Jesús manejaba en las afueras de Caruao. Los paseos al Pozo del Cura, a pocos metros de esa casa eran una suerte de sueño recurrente a quienes participábamos de ese club colegial.
                Fue así como en los carnavales del 1970, si no me falla la memoria, el infatigable Pechín organizó una salida hacia Caruao. Lo acostumbrado era que un autobús del colegio nos transportaba hasta Los Caracas y desde allí el grupo emprendía una caminata de treinta kilómetros por la carretera de tierra que llevaba a los pueblos de "La Costa" en el Litoral Central, hasta llegar a "la casa de los curas".  Sin embargo el cura Pérez decidió que eso era lo que hacía todo el mundo y que debíamos hacer algo diferente: ir a pie desde Caracas hasta Caruao atravesando el Ávila.
                Todos aprobamos el plan que inicialmente era subir por el Camino de los Españoles por La Pastora y luego desde Maiquetía seguir por las calles hasta nuestro destino. Pero, justo al momento de salir el hermano Korta aseguró que había un camino desde el pico Naiguatá hasta la población homónima y lo mejor era usar esa vía. Y aprobamos el cambio. Subimos en cuatro horas al pico, y comenzamos a bajar. No existía el fulano camino y terminamos perdidos en la cara norte de la montaña… Pechín y ocho estudiantes.
                Nadie sabía de nuestro extravío, en Caruao pensaban que habíamos abandonado a mitad de jornada, en Caracas creían que habíamos llegado. Fueron tres días terribles y hermosos. Veíamos el mar por momentos y nos dirigíamos allá, cada vez bajábamos más y sabíamos que eran cuestas imposibles de remontar, tampoco teníamos nada de comida. Cuando encontramos una casa campesina abandonada vimos el cielo. Y salimos a Tanaguarena.
                Ahora que vivimos este extravío vital, donde payasos aparecen como candidatos, los vecinos se comen a los gatos y los perros, los ancianos y los niños mueren de hambre, rememoro aquellos días en El Ávila y sé que el mar está abajo, hay que seguir porque hay caminos que no podremos volver a pisar.


© Alfredo Cedeño
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