domingo, septiembre 12, 2010

LA CULEBRINA

Si, por aquello de la parejería que llaman, uno llega a este rincón con un GPS y lo activa, éste indicará que estás a 9 grados y 8 minutos de latitud norte, así como a 70 grados y 40 minutos de longitud oeste. La altitud es de 1.722 metros sobre el nivel del mar. Si buscas su nombre en los mapas es bastante probable que no lo encuentres. En algunos papeles oficiales suele leerse: Sector La Culebrina, Parroquia Mendoza Fría, Municipio Valera, estado Trujillo.

Algunas veces me ocurre que la fotografía me llena de frustraciones y llegar aquí fue una de esas. No puedo mostrar en ella la textura y tersura de la luz que alumbra estos parajes, menos puedo recoger el perfume de sus flores o de la paja fresca, tampoco el tono cantarino de las voces de sus vecinos que cuentan cuál es su vida.

“Yo soy Luis Carrizo y tengo 71 años –dice él plantado con gallarda y descalza humildad a la puerta de su casa-, vivo aquí solo con mi viejita porque los hijos están trabajando en unas industrias por allá por Valencia”. Explica que ahí no hay agua, y que baja a la quebrada donde la busca en un burro con dos “claraboyas” que cargan veinticinco litros cada una. “Voy dos veces, una por la mañana y después en la tarde. Ahora, lo bueno de cuando llueve es que con unos barriles se recoge una poca de agua y me evito tener que bajar, porque -no crea- a veces pega la subidera y la bajadera”. Al final se despide: “Cuando lleve gusto esta es su casa”. Y lo dice desde el corazón.

Un rato más adelante está Ignacio Rivas, de 14 años, que encima de una bicicleta explica por donde es el camino. Su vocecita de adolescente detalla cómo hace para ir a clases, en el liceo de Los Cerrillos: “Uno empieza a las doce, y me echo una hora bajando, así que salgo de aquí a las once y estoy hasta las seis. Pero ahí si es un poquito más complicao, porque, mire, son dos horas subiendo. Llego aquí como a eso de las ocho de la noche. Pero en el camino me vengo repitiendo lo que me dieron en la tarde y esa subida no es en balde, me sirve para estudiar”.

Un tanto más allá está Jairo Torres, de 64 años, y que está limpiando su terreno para sembrar “unas pepas de apio, porque hay que ganarse la vida”. Detiene el ritmo de su machete y me cuenta que el terreno de la escuela él lo regaló “para que nos la hicieran, porque es que esos chinos no podían quedarse sin aprender!” Y lo dice con alegría llena de orgullo.

A la vuelta un espigado muchacho arrea su caballo cargado de naranjas para llevarlo de regalo a los niños que ese día se habían congregado para las clases de catecismo.

Repito: llegar a La Culebrina sólo me llenó de frustración ante la fotografía, por no poder traer aquí siquiera la milésima parte de las emociones que sus paisajes, olores y -¡sobre todo!- su gente me regalaron esta mañana de septiembre…




















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