Es instintivo el espíritu de solidaridad en el ser humano. Ante el desvalido no hay quien no se conmueva, son escasos aquellos que no tienden a brindarle socorro en lo poco, o mucho, que pueda. Ayudamos a los ancianos a cruzar la calle, le gritamos a los policías cuando los vemos vejar o maltratar a un detenido, aun cuando haya cometido el delito más atroz, nos crispamos impotentes ante el abuso del más fuerte contra el más débil. Los ejemplos son inacabables, reitero: es una condición innata a nosotros.
Pero, siempre hay una objeción, de un tiempo para acá
la supuesta debilidad se ha convertido en una herramienta de manipulación
cruenta, en un mecanismo feroz de controlar espacios y ambientes, en una
cofradía que ha terminado en una suerte de Corte de los Milagros donde se ha
refugiado cuanto espécimen pueda uno imaginarse. La corrección es una dictadura
omnímoda que nos controla hasta la forma de vestir. Si te pones esa ropa es
porque eres un machista, o una sumisa ante el –y vean ustedes el calibre de los
epítetos que paren como si fueran conejos– heteropatriarcado que ha castrado a
las mujeres históricamente. Debe ser que Nefertiti (siglo XIV a. C.), la Reina
de Saba (siglo X a.C), Aspasia (siglo V a.C.), Cleopatra (60-30 a. C.), Agripina
(16-59 d.C.), y Juana de Arco (1412-1431) fueron obras de escritores alucinados
que se las inventaron.
Otra herramienta de los mecanismos de dominación que
nos han impuesto tiene que ver con cualquier idea desaforada que, por lo
general, nace de ciertos genios “progresistas”; gente muy bien hablada pero muy
mal portada, peor vestidas, mientras no ocupan puestos de poder, y siempre
ansiosos de hacer ver el mundo según el cristal de los anteojos que ellos usan.
La verdad es un vicio pequeño burgués al que no hay que hacer caso, al decir de
ellos. Lo real es lo que Marx, Lenin, Mao y la madre que los parió han
proclamado como dogma.
Es la tiranía de estos tiempos y ante la que pareciera
no hay posibilidad alguna de sustraerse.
Usted es correcto o lo lapidamos en el ágora cibernética. Si no se
aceptan los cánones que una élite
trasnochada y vocinglera considera que es la panacea universal, entonces la
execración es fulminante y se corre el riesgo de convertirse en un pupú de
perro pisado por una carreta al que ni las moscas quieren frecuentar. Los
mecanismos, stalinistas en su concepción y bastardas en su ejecución, son de
toda clase e intensidad. Es la tiranía de ciertas minorías que, arropándose en
una supuesta indefensión, ya nos acogotan hasta la asfixia.
© Alfredo Cedeño
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