Hay frases que pueden tener un tinte
de lamento vacuo, pero no por ello dejan de ser veraces. En esta ocasión me
pasa al releer a Federico García Lorca. No puedo dejar de preguntarme: ¿Qué
hubiera pasado si al bardo andaluz no lo matan, a los 38 años recién cumplidos,
en tierras de Granada? Hoy ––tiempos de máquinas veloces, comunicación pasmosa
y badulaques empoderados––, su obra se conserva limpia y digna, deslumbrante en
su precisión, preciosa en esencia. Prosa y poesía son un laberinto del que
cuesta salir. Se empieza a leer cualquiera de sus obras y la necesidad de
seguirlo leyendo se hace vital.
Me viene a la memoria de su Nocturnos
de la ventana:
su cabellera de algas
y al aire sus grises tetas
estremecidas de ranas.
¡Carajo!
Otra que siempre me ha conmovido es Caracola:
Dentro le canta
un mar de mapa.
Mi corazón
se llena de agua
con pececillos
de sombra y plata.
Me han traído una caracola.
Imposible armar tanta belleza en tanta sencillez, solo
su genialidad pudo.
Pocos han logrado el equilibrio
perfecto de belleza y tragedia de sus obras teatrales y versos, no me atrevo a
decir si fue un poeta dramaturgo o un dramaturgo poeta, su empleo de las palabras
fue de precisión arrobadora. Por ejemplo, apenas empieza La zapatera
prodigiosa y nos suelta este parlamento: “por ser el teatro en muchas
ocasiones una finanza, la poesía se retira de la escena en busca de otros
ambientes donde la gente no se asuste de que un árbol, por ejemplo, se
convierta en una bola de humo o de que tres peces, por amor de una mano y una
palabra, se conviertan en tres millones de peces para calmar el hambre de una
multitud.”
Cómo olvidar de Bodas de Sangre
a la madre decir: “Cien años que yo viviera, no hablaría de otra cosa. Primero
tu padre, que me olía a clavel y lo disfruté tres años escasos. Luego, tu
hermano. ¿Y es justo y puede ser que una cosa pequeña como una pistola o una
navaja pueda acabar con un hombre, que es un toro?”
En cada uno de sus libros hay un
rosario de gemas. Mariana Pineda
me ha sido siempre particular, tal vez por la ocasión en que la vi por primera
vez en la sala de la vieja sede del Ateneo de Caracas. La voz de Pedro
diciéndole a ella: “Mariana, ¿qué es el hombre sin libertad? ¿Sin esa luz
armoniosa y fija que se siente por dentro?”
Al amparo de estos recuerdos agarro
mi ejemplar de esa pieza y al releer encuentro este parlamento en boca de
Fernando:
en vez de ser ríos son
largas cadenas de agua.
No puedo evitar
parafrasearlo y escribir: Ahora los ríos de Venezuela, en vez de ser ríos, son
largas cadenas de llanto.
© Alfredo Cedeño
1 comentario:
Alfredo:
aquel que ame, aprecie o simplemente nombre a Federico García Lorca es, invariablemente, amigo mío porque García Lorca me enseñó a amar la poesía a partir del Romancero Gitano y jamás podré olvidarlo por el dolor que sintió por un torero muerto a las cinco de la tarde, porque es un poema que desborda música, una música que solo la poesía es capaz de emitir.
También como tú y el propio país llevo en mi tobillo una cadena de oprobio.
Rodolfo Izaguirre
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