jueves, julio 29, 2010

LECHUGAS PUDOROSAS

Son las cuatro de la mañana y el frío rueda montaña abajo. Plantas, animales y paisanos se rebullen con cuidado, tratan de no espantar el relente que los ampara. Es la hora en que la lechuga (Lactuca sativa) debe ser cosechada para que no se marchite.

Oswaldo y sus vecinos de La Joya, zona montañosa entre Valera y Mendoza Fría, se reúnen de madrugada y con la ayuda de mechurrios iluminan el barbecho donde van a cosechar doscientas cajas del delicado y arrugado vegetal.

La luz es apenas un reflejo que impide pisotear las sementeras. Las manos se mueven precisas: una palpa, y la toma con ruda delicadeza, mientras la otra con un ágil tajo la separa del surco. El ritmo es veloz, con cadencia de primavera, que las risas de estos hombres riegan incansables.

Así llega la mañana, el cielo prende sus luces y este cronista naufraga en asombros sin saber cómo seguir retratándolos. Apenas recordar el poema Cementerio Judío, del nunca bien llorado Federico García Lorca:

“Las alegres fiebres huyeron a las maromas de los barcos

y el judío empujó la verja con el pudor helado del interior de la lechuga.”






















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